13
de diciembre de 2015 - III DOMINGO DE ADVIENTO – Ciclo C
Sofonías 3,14-18a
Regocíjate,
hija de Sión, grita de júbilo, Israel, alégrate y gózate de todo
corazón,
Jerusalén.
El Señor ha cancelado tu condena, ha
expulsado a tus enemigos.
El Señor será el rey de Israel, en medio
de ti, y ya no temerás.
Aquel día dirán a Jerusalén: No temas,
Sión, no desfallezcan tus manos.
El Señor tu Dios, en medio de ti, es un
guerrero que salva.
El se goza y se complace en ti, te ama y
se alegra con júbilo como en
día
de fiesta.
Filipenses 4,4-7
Hermanos :
Estad siempre alegres en el Señor; os lo
repito, estad alegres.
Que vuestra mesura la conozca todo el
mundo.
El Señor está cerca.
Nada os preocupe; sino que, en toda ocasión,
en la oración y súplica
con
acción de gracias, vuestras peticiones sean presentadas a Dios .
Y la paz de Dios, que sobrepasa todo
juicio, custodiará vuestros
corazones
y vuestros pensamientos en Cristo Jesús.
Lucas 3,10-18
En aquel tiempo, la gente preguntaba a
Juan:
- ¿Entonces qué‚ hacemos?
El contestó:
El que tenga dos túnicas, que las reparta
con el que no tiene; y el que
tenga
comida, haga lo mismo.
Vinieron también a bautizarse unos
publicanos; y le preguntaron:
- Maestro, ¿qué hacemos nosotros?
- El les contestó:
- No exijáis más de lo establecido.
Unos militares le preguntaron:
- ¿Qué hacemos nosotros?
El les contestó:
- No hagáis extorsión a nadie, ni os
aprovechéis con denuncias, sino
contentaos
con la paga.
El pueblo estaba en expectación y todos
se preguntaban si no sería
Juan
el Mesías; él tomó la palabra y dijo a todos:
- Yo os bautizo con agua; pero viene el
que puede más que yo, y no
merezco
desatarle la correa de sus sandalias. El os bautizará con Espíritu
Santo
y fuego: tiene en la mano la horquilla para aventar su parva y reunir su
trigo
en el granero y quemar la paja en una hoguera que no se apaga.
Añadiendo otras muchas cosas, exhortaba
al pueblo y le anunciaba la
Buena
Noticia.
Comentario
"Estad siempre alegres"
La lectura del evangelio de san Lucas
sobre la predicación de Juan
Bautista
va precedida este domingo de la del profeta Sofonías (3,14-18) y de
tradicionalmente,
al tercer domingo de adviento.
Leemos en Sofonías: "El Señor tu
Dios es dentro de ti un soldado
victorioso
que goza y se alegra contigo, renovando tu amor, se llena de
júbilo
por ti, como en día de fiesta" (3,16-17). La salvación es descrita por
el
profeta como paso del llanto a la alegría. Transformación
que se opera por
la
presencia de Dios, de un Dios lleno de alegría y de júbilo en medio de su
pueblo.
Más allá del efecto que produce la presencia de Dios en medio de su
pueblo
podemos ver un rasgo propio de Dios quizá demasiado olvidado: Dios es
alegre,
mejor aún, Dios es alegría. Su presencia jubilosa renueva el amor de
su
pueblo.
Teniendo esto presente, parece natural la
exhortación de San Pablo a
los
filipenses y a todos los que viven en el Señor: estad siempre alegres en
el
Señor. La alegría es la señal que mejor muestra la condición de quien se
siente
salvado por el Señor. Es la manifestación de la paz del alma y de la
comunión
entre los hermanos. Es uno de los criterios clave para discernir la
autenticidad
de cualquier opción cristiana sea individual o colectiva.
Los dos primeros capítulos del evangelio
de Lucas están bañados por
esta
alegría pura e intensa que produce la llegada del Mesías. alegría de los
ángeles
y los pastores, de Simeón y de Ana, de María y de José. Jesús es el
gran
esperado y cuando llega lo inunda todo con su luz y alegría, aunque ya
en
el horizonte se dibuje el misterio de la cruz.
En
el pasaje del evangelio de este día, Lucas nos muestra al pueblo en
espera:
el pueblo estaba en vilo preguntándose si no sería Juan el Mesías".
Bien sabemos que no todo era trigo limpio
en la esperanza mesiánica del
pueblo
de Israel, pero en su raíz más profunda y mejor, representa el ansia
de
salvación de todo hombre.
La pregunta de la gente que rodea a Juan
es la misma que la de la
muchedumbre
de Jerusalén después de Pentecostés: "¿Qué tenemos que hacer?"
Lc
3,10 g
Hch 2,37. Y en los dos casos el camino propuesto es el mismo:
conversión
y bautismo en el Espíritu Santo. Juan Bautista muestra a cada uno
el
punto neurálgico de su conversión, Pedro da una respuesta global, pero el
fondo
de la cuestión es el mismo.
El bautismo con el Espíritu Santo que
Cristo realiza, transforma
radicalmente
a la persona, colma todas sus esperanzas, la orienta de modo
definitivo
hacia Dios. La efusión del Espíritu Santo anunciada por los
profetas
renueva por dentro al hombre, cambia su corazón, le hace capaz de
ser
hijo de Dios, le comunica la verdadera alegría: una alegría que nadie
puede
arrebatar.
A la luz de Nazaret
María, aquella a quien se dijo: "Alégrate,
llena de gracia", y José
vivieron
largos años con Jesús en Nazaret.
"Con alegría comienza el mensaje de
la alegría", comenta Sofronio de
Jerusalén
en su comentario sobre la
Anunciación. La alegría que causa la
llegada
del Mesías domina todo el evangelio de la infancia de Cristo. Los
autores
ven un estrecho paralelismo entre el texto de Sofonías que antes
hemos
comentado y el pasaje de la anunciación (Lc 1,28-33). Y en Lucas el
tema
de la alegría va unido al de la efusión del Espíritu Santo, por lo que
el
grupo de los pobres de Yahvé que rodea al Salvador recién nacido es el
preanuncio
de la Iglesia postpentecostal de los primeros capítulos del libro
de
los Hechos.
El velo de silencio que cubre los años de
Nazaret no puede ocultar a
nuestros
ojos el dinamismo de una vida plena y gozosa. Es la vida humilde y
sencilla
de quienes han visto, como Simeón, la salvación de Dios. Esa alegría
plena
que colma todas las esperanzas de Simeón, que hizo saltar a Juan
Bautista
en el seno de su madre, que animó también a los pastores cuando se
acercaban
al pesebre, fue también vivida por María y la expresó de manera
sublime
en el Magnificat ("Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se
alegra
en Dios mi Salvador") y por José‚. El tiempo de Nazaret representa la
duración
de esa experiencia inicial. Porque la alegría que produce la acogida
de
la salvación de Dios no es una alegría pasajera, queda siempre en el alma
como
un motivo de perenne renovación. El motivo básico de la alegría de
Nazaret
fue la presencia permanente de Jesús, el Salvador.
La prueba más patente de esto la tenemos
cuando Jesús es echado en
falta.
Cuando María y José‚ se dieron cuenta de su ausencia lo buscaron
"angustiados".
Se había ocultado la causa de su alegría.
La comunidad de Nazaret es una comunidad
penetrada por la alegría
mesiánica.
Es el grupo, todo lo minúsculo que se quiera, pero que se siente
portador
de la salvación. Para
esta comunidad germinal de Nazaret resonaron
con
pleno derecho las palabras del profeta: "Alégrate, el Señor está en medio
de
ti". Y el "siempre" de la exhortación paulina a la alegría recibe
en la
larga
duración de la experiencia nazarena una luz especial. La permanencia
en
la alegría es quizá lo que más nos ayuda descubrir la fidelidad sostenida
de
Nazaret.
Nuestra alegría
La vida de Nazaret nos enseña cual es la
causa de la alegría cristiana
y
como se vive en medio de la normalidad de la vida.
La llegada del Mesías es el mejor antídoto
contra todos los mesianismos
que
levantan las ilusiones para luego terminar en amargura y desilusión.
Viviendo
como en Nazaret, sabemos siempre cual es la razón de nuestra
alegría:
Jesucristo, único Salvador nuestro y de toda la humanidad.
Quien contempla Nazaret, descubre con
facilidad la trayectoria de la
propia
vida. A la tumultuosa y exhuberante alegría de los comienzos de la
salvación,
siguen los días tranquilos y calmosos del Nazaret de siempre.
Esa es también la historia de muchas
personas que acogen con gozo la
buena
noticia, pero que necesitan los largos años de silencio y monotonía
para
enraizar y madurar. El proceso de maduración de la vida, también de la
vida
de Dios en nosotros, es lento y conoce a veces períodos de
estancamiento.
La pedagogía divina lleva muchas veces de
las alegrías de los comienzos
donde
todo parece maravilloso a los períodos en que Él parece ocultarse. Es
bueno
saberlo para no hacerse ilusiones, aunque uno no se llega a convencer
del
todo hasta que no lo ha experimentado en su propia carne.
Los años oscuros de Nazaret fueron importantísimos
para Jesús, para
María
y para José. De José nada sabemos después de Nazaret pero a María y a
Jesús
los vemos completamente dispuestos para
recibir la acción del Espíritu
Santo
y anunciar la buena nueva. La larga fidelidad de Nazaret ha dispuesto
a
las personas para su misión. Es la mejor prueba de como se ha vivido la
espera.
Nazaret nos enseña que para vivir la
permanencia en la alegría hay que tener
siempre
claros los motivos de la misma: la llegada del Salvador. Y con su
llegada
el anuncio y cumplimiento de todos los bienes. Sabemos que Dios es
nuestro
Padre, que el Espíritu Santo nos anima, que el evangelio se anuncia
a
todas las gentes, que la Iglesia camina hacia la plenitud del reino. Cuando
la
fuente de la alegría es ésta, hay siempre modo de recuperarla.
La alegría de quien vive en Nazaret es
una alegría mesiánica que sabe
que,
a pesar de todo, las promesas de Dios se cumplen siempre.
Hno. Teodoro Berzal
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