miércoles, 23 de diciembre de 2015

Navidad. Misa de nochebuena

NATIVIDAD DEL SEÑOR
                                    (Misa de la noche)

           "Hoy en la ciudad de David os ha nacido un Salvador"

   Isaías 9,1-3. 5-6
   El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaban la
tierra de sombras, y una luz les brilló.
   Acreciste la alegría, aumentaste el gozo: se gozan en tu presencia, como
gozan al segar, como se alegran al repartirse el botín.
   Porque la vara del opresor, y el yugo de su carga, el bastón de su
hombro, los quebrantaste como el día de Madián.
   Porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado: lleva a hombros el
principado, y es su nombre:
   Maravilla de Consejero, Dios guerrero, Padre perpetuo, Príncipe de la
paz.
   Para dilatar el principado con una paz sin límites, sobre el trono de
David y sobre su reino.
   Para sostenerlo y consolidarlo con la justicia y el derecho, desde ahora
y por siempre. El celo del Señor lo realizará.

   Tito 2,11-14
   Ha aparecido la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hom-
bres, enseñándonos a renunciar a la impiedad y a los deseos mundanos, y a
llevar ya desde ahora una vida sobria, honrada y religiosa, aguardando la
dicha que esperamos: la aparición gloriosa del gran Dios y Salvador nuestro,
Jesucristo.
   El se entregó por nosotros para rescatarnos de toda impiedad y para
prepararse un pueblo purificado, dedicado a las buenas obras.

   Lucas 2, 1-14
   En aquellos días salió un decreto del emperador Augusto, ordenando hacer
un censo en el mundo entero.
   Este fue el primer censo que se hizo siendo Cirino gobernador de Siria.
Y todos iban a inscribirse, cada cual a su ciudad.
   También José, que era de la casa y familia de David, subió desde la
ciudad de Nazaret en Galilea a la ciudad de David, que se llama Belén, para
inscribirse con su esposa María, que estaba encinta. Y mientras estaban allí
le llegó el tiempo del parto y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió
en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en la posada.
   En aquella región había unos pastores que pasaban la noche al aire libre,
velando por turno su rebaño.
   Y un Ángel del Señor se les presentó: la gloria del Señor los envolvió de
claridad y se llenaron de gran temor.
   El  Ángel les dijo:
   -No temáis, os traigo una buena noticia, la gran alegría para todo el
pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador: el mesías, el
Señor. Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y
acostado en un pesebre.
   De pronto, en torno al Ángel, apareció una legión del ejército celestial,
que alababa a Dios, diciendo:
   -Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres que Dios
ama.

Comentario

   El relato del nacimiento de Jesús que nos ofrece el evangelio de Lucas en
el corazón de esta noche santa o noche buena, nos da las coordenadas de
tiempo y de lugar para situar el hecho y para interpretar su alcance. El
evangelista lo hace no sólo en términos generales y solemnes, como conviene
al caso, (emperador reinante, regiones y comarcas del imperio), sino que nos
da también una serie de detalles concretos que convierten el acontecimiento
en algo cercano y familiar.
   Fijémonos en primer lugar en los aspectos que tratan de subrayar la
magnitud de este acontecimiento singular. El texto de Lucas alude en primer
lugar al emperador Augusto y al "censo de todo el mundo". El mismo
evangelista ofrece otras referencias para situar la historia de Jesús. El
censo de todo el mundo y el hecho de que "todos iban a inscribirse" abre el
nacimiento del niño de Belén a unas perspectivas universales insospechadas.
Esa tendencia a amplificar el hecho se refuerza después en el anuncio del
Ángel a los pastores. La alegría que anuncia no es sólo para ellos, sino
"para todo el pueblo". Además el anuncio es presentado como "buena noticia"
(=evangelio), destinada por tanto a propagarse y a comunicarse.
   Dentro de esa perspectiva universalista, no sólo en cuanto al espacio
sino también al tiempo, la liturgia destaca justamente el "hoy" de la cele-
bración. Desde ese "hoy" litúrgico y actual pretende llevarnos a aquel otro
en el que se cumplió nuestra salvación. La palabra "hoy" es el centro del
anuncio del Ángel a los pastores y es igualmente el centro del mensaje que
la Iglesia quiere transmitir permanentemente a los hombres: hoy ha nacido el
Salvador.
   A dar ese sentido de plenitud y cumplimiento que tiene el "hoy" de la
liturgia contribuye también el texto de Isaías que se proclama en la 1ª.
lectura. En él se anuncia la época mesiánica como un paso de las tinieblas
a la luz, de la tristeza a la alegría, a esa alegría plena del momento de las
cosechas o de la liberación de una opresión milenaria. Pero todo ello se da
como algo ya realizado ("una luz les brilló"). El niño que ha nacido es el
príncipe de la paz. Pero al mismo tiempo es algo que se cumplirá en el
futuro: "El celo del Señor lo realizará".
   Ese mismo sentido podemos ver en la 2ª. lectura, cuando el apóstol habla
de la aparición de la gracia de Dios realizada en Cristo. Su venida y su
entrega tienen como finalidad el "prepararse un pueblo purificado", lo que
supone una tarea permanente.
   La lectura de la Palabra nos lleva así a vivir ese "hoy" de la salvación
ya cumplida en Cristo que se hace actual en nuestra historia. Somos invitados
a participar personalmente con María y José‚ con los pastores y con todos los
creyentes en ese maravilloso intercambio en el que Dios presenta y ofrece al
hombre su misma vida y el hombre es llamado a dejarse desarmar y entrar en
esa nueva luz que lo salva.
   En eso consiste la "gloria de Dios" que los Ángeles cantan y que tiene su
eco correspondiente en la "paz" de los hombres en la tierra. La manifestación
de Dios y la salvación del hombre son dos aspectos de la misma realidad.

                           Los signos concretos
   La narración del nacimiento de Jesús se mueve en el evangelio de Lucas a
través de signos muy concretos y muy sencillos que pretenden guiar al lector
a encontrar, también él, como los personajes del relato, al Mesías.
   El signo central, que da sentido a todos los otros, es el "niño": "encon-
traréis un niño". Este niño es presentado en primer lugar como "primogénito".
Es un término de amplio significado en el Nuevo Testamento porque refiere a
Jesús la herencia mesiánica de la casa de David. Además el recién nacido es
designado con tres títulos de gran relieve: Salvador, título ya incluido en
su nombre, el Mesías o Cristo que recoge la profecía sobre la ciudad de David
como lugar de su nacimiento, y, sobre todo, el Señor, aplicando de forma
directa al niño la designación que servirá a los creyentes para hablar de su
condición divina.
   Todo esto dice a quien se acerca al texto evangélico que el "niño" de
quien se habla esconde, tras su apariencia sencilla, un misterio profundo.
Por otra parte hay un gran contraste entre esa "grandeza" y "universalidad",
a la que aludíamos antes, y los signos concretos que se ofrecen para recono-
cer la identidad del niño. Ese contraste estimula también hoy al lector a dar
el mismo paso que los destinatarios del primer anuncio.
   Los signos concretos situados entorno al niño son, en primer lugar, su
condición de impotencia y debilidad; vienen luego los "pañales" que lo
envuelven, pero también que limitan sus movimientos y su libertad. Ese último
aspecto ha llevado a algunos a establecer un paralelismo entre este pasaje
y el de la sepultura de Jesús (Lc 23,53). Está también el detalle del
"pesebre" que puede subrayar el alejamiento del ambiente humano normal en el
que se produjo el nacimiento del niño.
   Por tres veces el texto evangélico recalca esos detalles ("niño", "paña-
les", "pesebre"): en la narración directa del hecho, en el anuncio del Ángel
a los pastores y en la constatación que éstos efectúan. Queda así bien subra-
yada la pobreza de los signos para revelar el altísimo misterio.
   Esos signos concretos ofrecidos a los pastores, pero también a María y a
José (y a nosotros), nos invitan a dar el paso de la fe reconociendo en el
niño recién nacido al Salvador. Y ese paso de la fe es el mismo que María y
José continuaron en Nazaret durante muchos años. Con el tiempo irán cambiando
los signos concretos según las condiciones de vida, pero siempre permanecerán
en el ámbito de la pobreza, de la humildad, de la sencillez. Es como una
invitación constante a mantenerse fieles a ese contraste infinito entre lo
que se ve y lo que se esconde, contraste por donde se mueve la fe.

   En silencio y llenos de amor
   queremos también nosotros
   llegarnos hasta el pesebre
   y contemplar la Palabra hecha carne.
   Te adoramos, Señor Jesús,
   en la elocuencia y humildad
   de tu primer gesto de encuentro con los hombres.
   Ilumina con tu luz
   las zonas de sombra de nuestra vida,
   esas partes aún no evangelizadas de nosotros mismos
   y del mundo en que vivimos,
   para que encontremos la verdadera paz
   y Dios sea glorificado.


                            Jesús, María y José
   La fiesta de Navidad nos invita a captar en profundidad el misterio de la
sencillez de los signos. Más que escudriñar los detalles de la narración,
ser  bueno fijarnos con mirada contemplativa en los gestos de María y de José‚
para aprender esas actitudes cristianas que nos llevan a acoger en nuestra
vida la salvación traída por Cristo.
   Fijémonos en María. La sublimidad de su gesto se esconde en las acciones
simples, transparentes, puras que menciona el evangelio: dio a luz a su hijo
primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre... Es el primer
gesto de donación y presentación de Jesús. María ha acogido el Verbo en su
carne y lo ha entregado al mundo. Ningún gesto de posesión, ninguna sombra
de protagonismo ha ensombrecido la gloria de Dios en su entrega al hombre.
Nada hay más personal que engendrar y dar a luz y nada más desprendido que
entregar al recién nacido y permitirle que cumpla su misión.
   La solución inmediata de colocar al niño en el pesebre por no tener sitio
en la posada, sin duda compartida por María y José‚ traduce esa sencillez tan
humana de saberse contentar con lo que se tiene, de saber acomodarse a las
circunstancias como se presentan. Ninguna vanidad herida hubo en ese momento
porque ninguno de los dos pretendía una dignidad que fuera reflejo de la
grandeza del momento que vivían.
   José estaba también allí. Sin duda con la preocupación y premura, con la
responsabilidad y atención que requería un momento tan delicado y en tales
circunstancias. De él no se dice apenas nada, ¿qué importa? Su silencio su
"ausencia" del relato, deja ver con mayor claridad el signo central que es
el niño. También de él tenemos que aprender a desaparecer para que el
Salvador, el Señor, pueda manifestarse.
   Sin embargo, cuando los pastores llegan para comprobar el mensaje del
Ángel encuentran a María y a José junto con el niño. Se diría que las figuras
de María y de José sólo cobran importancia cuando se ha descubierto quién es
el recién nacido.

Teodoro Berzal.hsf

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