jueves, 24 de diciembre de 2015

Navidad. Misa del Día

25 de diciembre de 2015 - NAVIDAD (Misa del Día)

Isaías 52,7-10
     ¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia
la paz, que trae la buena nueva, que pregona la victoria, que dice a Sión:
¡"Tu Dios es Rey"! Escucha: tus vigías gritan, cantan a coro, porque ven cara
a cara al Señor, que vuelve a Sión. Romped a cantar a coro, ruinas de Jerusa-
lén, que el Señor consuela a su pueblo, rescata a Jerusalén: el Señor desnuda
su santo brazo a la vista de todas las naciones, y verán los confines de la
tierra la victoria de nuestro Dios.

Hebreos 1,1-6
      En distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a
nuestros padres por los profetas. Ahora, en esta etapa final, nos ha hablado
por el Hijo, al que ha nombrado heredero de todo, y por medio del cual ha ido
realizando las edades del mundo. Es el reflejo de su gloria, impronta de su
ser. El sostiene el universo con su Palabra poderosa. Y, habiendo realizado
la purificación de los pecados, está sentado a la derecha de Su Majestad en
las alturas; tanto más encumbrado sobre los  ángeles cuanto más sublime es el
nombre que ha heredado.
      Pues, ¿a qué ángel dijo jamás: "Hijo mío eres tú hoy te he engendra-
do"? O: "¿Yo seré para él un padre y él será  para mí un hijo?" Y en otro
pasaje, al introducir en el mundo al primogénito, dice: "Adórenlo todos los
ángeles de Dios".

Juan 1,1-18
      En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a
Dios, y la Palabra era Dios. La Palabra en el principio estaba junto a Dios.
      Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada de lo
que se ha hecho.
      En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz
brilla en la tinieblas, y la tiniebla no la recibió.
      Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como
testigo para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la
fe, No era él la luz, sino testigo de la luz.
      La palabra era la luz verdadera que alumbra a todo hombre. Al mundo
vino y en el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no
la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron.
      Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si
creen en su nombre. Estos no han nacido de la sangre, ni de amor carnal, ni
de amor humano, sino de Dios.
      Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, y hemos contemplado
su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de
verdad.
Juan da testimonio de El y grita diciendo: éste es de quien dije: "El que
viene detrás de mí pasa delante de mí, porque existía antes que yo".
      Pues de su plenitud todos hemos recibido gracia tras gracia: porque la
ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad vinieron por medio de
Jesucristo.
      A Dios nadie lo ha visto jamás: El Hijo único, que está en el seno del
Padre, es quien lo ha dado a conocer.

Comentario
                         "El Verbo se hizo carne"

      En la fiesta de Navidad y durante todo el tiempo que sigue celebramos
el misterio de Dios que se hace hombre.
      Dios se encuentra con los hombres precisamente en Cristo en cuanto
hombre. Y así a través del elemento humano de la persona de Cristo, el
hombre puede acceder a lo invisible y puede adentrarse en el misterio de
Dios.
      Aquel que en el seno del Padre era Verbo-palabra, al hacerse hombre,
se convierte en el revelador de lo que Dios es. Cristo es la plenitud de la
revelación, Él es el "unigénito de Dios" y "está lleno de gracia y de ver-
dad". "La luz ha brillado en las tinieblas", Dios se ha hecho hombre. Ahora
como entonces el hombre puede acogerlo, abrirse a Él o rechazarlo.
      Dios ha salido a encontrarse personalmente con el hombre y éste tiene
la posibilidad de la acogida o del rechazo. "Pero a los que lo acogieron los
hizo capaces de ser hijos de Dios". "De su plenitud todos hemos recibido".
      Ante la plenitud de gracia dada en Cristo, la alianza del Antiguo Tes-
tamento queda pálida, anticuada. La nueva alianza viene cualificada sobre
todo por la calidad del mediador que es Cristo. Con él Dios nos ha dicho de
sí mismo su palabra definitiva. "Es el Hijo único, que es Dios y está al lado
del Padre, quien lo ha explicado". "Si te tengo ya habladas todas las cosas
en mi Palabra, que es mi Hijo, y no tengo otra, ¿qué te puedo yo ahora
responder o revelar que sea más que eso? Pon los ojos en Él, porque en Él te
lo tengo dicho todo y revelado, y hallarás en Él más de lo que pides y
deseas" S. Juan de la Cruz, II Subida, 22,5.
      "Y la Palabra se hizo hombre". Es el misterio de la Navidad. Es un
misterio de humildad, pobreza y ocultamiento. La gloria eterna de Dios brilla
en el rostro de un niño y se expresa con los gestos de un recién nacido. El
Dios eterno e inmenso se somete a las condiciones de espacio y de tiempo y
asume todas las limitaciones de la naturaleza humana. Los pañales que
envuelven al niño, como las vendas puestas alrededor de su cuerpo ya muerto
y bajado de la cruz, están ahí para indicar hasta que punto Dios ha unido su
designio a nuestra condición.
      Pero lo más maravilloso es el impulso de amor que descubrimos a través
de este gesto supremo de acercamiento. Dios se hace hombre para salvar al
hombre. "Os ha nacido en la ciudad de David un Salvador, que es Cristo Señor"
Lc. 10-11. "El motivo del nacimiento del Hijo de Dios, dice S. León Magno,
no fue otro sino el de poder ser colgado en la cruz".

Desde Nazaret
      Para María y José‚ el misterio de la venida de Dios entre los hombres
estaba ligado a lugares, personas y situaciones muy concretas: el anuncio del
mensajero de Dios, el bando de un censo, el viaje a Belén, el no encontrar
lugar en la posada, la cuadra, el pesebre, los pañales, los pastores, ...
Dios en persona con la apariencia de un niño como todos los otros.
      El tiempo de Nazaret nos descubre una dimensión importantísima de la
encarnación. Esta no consiste en que Dios se haga hombre en un momento
determinado, sino en que además Dios asuma la condición de hombre, todo lo
humano, con lo que ello lleva consigo.
      La frase "La Palabra se hizo carne" puede tener dos sentidos. Uno
puntual, circunscrito a un momento concreto de la historia, y otro durativo,
que indica todo el proceso necesario para que el Hijo de Dios vaya asumiendo
todas las características humanas hasta llegar a ser un hombre completo. Este
proceso implica el crecimiento físico, la inserción en una cultura, en un
ambiente de vida, aprender a vivir todas las dimensiones de la persona.
      Este segundo aspecto es el que descubrimos viendo desde Nazaret el
misterio de Navidad.
      Esta asunción de lo humano y de lo "mundano" por parte del Hijo de Dios
transforma y santifica todo lo humano y todo lo que está en el mundo.
      En Nazaret vemos a Jesús, tocar, ver, agarrar, caminar, comer, reír,
vestirse, estar con la gente, amar a sus padres y a los demás... Es admirable
y maravilloso contemplar como Dios tomó la naturaleza humana no de forma abs-
tracta o aparente, sino muy concretamente y de manera profunda y total. Dios
vivió como nosotros; habló, rió, amó, como cualquier hombre.     
      Esta dimensión de la encarnación, tan importante y rica de consecuen-
cias, se hace patente en Nazaret.

Para vivir ahora
      Para vivir ahora, en el tiempo de la Iglesia, encontramos en Nazaret
un fuerte estímulo y un fundamento sólido de valoración de todo lo humano y
de apreciación positiva del mundo y de sus valores.
      Cristo asumiendo todo lo humano (menos el pecado): lengua, cultura,
instituciones sociales, le infunde una nueva vida, un nuevo sentido, y le da
una proyección eterna.
      Desde que Cristo se hizo hombre hay que hablar de un modo nuevo del
mundo y del hombre. Ciertamente el pecado existe, pero el pecado y el mal ya
no caracterizan de la forma más profunda ni al hombre ni al mundo. Dios hizo
buenas todas las cosas y Cristo viniendo al mundo y haciéndose hombre, en-
contró la vía exacta para poner de nuevo en armonía la relación hombre-mundo
dañada por el pecado. La encarnación del Cristo no sólo libera al hombre de
una concepción pesimista del mundo, sino que le da la posibilidad de trabajar
en él como lugar de encuentro con Dios, como ámbito de sus relaciones
fraternas con los demás hombres, como materia prima de la construcción de su
propia realidad.
      El concilio Vaticano II asigna a los laicos la misión de consagrar el
mundo con estas palabras: "Cristo Jesús, supremo y eterno sacerdote, desea
continuar su testimonio y su servicio también por medio de los laicos; por
ello vivifica a éstos con su Espíritu e ininterrumpidamente los impulsa a
toda obra buena y perfecta. Pero a aquéllos a quienes asocia íntimamente a
su vida y misión, también los hace partícipes de su oficio sacerdotal, en orden
al ejercicio del culto espiritual para gloria de Dios y salvación de los hom-
bres... Así también los laicos, como adoradores que en todo lugar obran
santamente, consagran a Dios el mundo mismo" L.G. 34; Cfr. 36,b.
      Contemplando desde Nazaret la encarnación de Cristo, aprendemos a
encarnarnos también nosotros para llevar el mundo a Dios.

Teodoro Berzal.hsf


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