10
de enero de 2016 - TIEMPO ORDINARIO – Ciclo C
I DOMINGO DEL TIEMPO
ORDINARIO
BAUTISMO DE JESUS
Isaías 42,1-4.6-7
Esto dice el Señor: Mirad a mi siervo, a
quien sostengo; mi elegido,
a
quien prefiero. Sobre él he puesto mi espíritu, para que traiga el derecho
a
las naciones. No gritará, no clamará, no voceará por las calles. La caña
cascada
no la quebrará, el pabilo vacilante no lo apagará. Promoverá
fielmente
el derecho, no vacilará ni se quebrará hasta implantar el derecho
en
la tierra y sus leyes, que esperan las islas. Yo, el Señor, te he llamado
con
justicia, te he tomado de la mano, te he formado y te he hecho alianza
de
un pueblo, luz de las naciones. Para que abras los ojos de los ciegos,
saques
a los cautivos de la prisión, y de la mazmorra a los que habitan en
las
tinieblas.
Hechos 10,34-38
En aquellos días, Pedro tomó la palabra y
dijo: -Está claro que Dios
no
hace distinciones; acepta al que lo teme y practica la justicia, sea de
la
nación que sea. Envió su palabra a los israelitas anunciando la paz que
traería
Jesucristo, el Señor de todos.
Conocéis lo que sucedió en el país de los
judíos, cuando Juan predicaba
el
bautismo, aunque la cosa empezó en Galilea. Me refiero a Jesús de Nazaret,
ungido
por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien
y
curando a los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él.
Lucas 3,15-22
En aquel tiempo, el pueblo estaba en expectación
y todos se preguntaban
si
no sería Juan el Mesías; él tomó la palabra y dijo a todos:
- Yo os bautizo con agua; pero viene el
que puede más que yo, y no
merezco
desatarle la correa de sus sandalias. El os bautizará con espíritu
santo
y fuego.
En
un bautismo general, Jesús también se bautizó. Y, mientras oraba,
se
abrió el cielo, bajó el Espíritu Santo sobre él en forma de paloma, y vino
una
voz del cielo:
- Tu eres mi Hijo, el amado, el
predilecto.
Comentario
"Tu eres mi
Hijo"
El evangelista Lucas nos introduce en el
misterio del bautismo de Jesús
con
la predicación de Juan Bautista.
La misión de Juan es la de preparar al
pueblo ante la inminente venida
del
Mesías. Su actividad es doble: predicación y bautismo. La predicación
exhorta
a la conversión y el rito del bautismo la simboliza. Pero Juan
es muy
consciente
de la transitoriedad de esa misión. Sabe que debe ceder el puesto
a
otro que ya ha venido. Y él mismo establece la diferencia entre su persona
y
la del Mesías ,
entre su mensaje y el del Mesías, entre su bautismo y el del
Mesías.
"El bautismo de Juan es el bautismo del siervo, el bautismo de Cristo
es
el bautismo del Señor; el bautismo de Juan es de agua, el bautismo de
Cristo
es de agua y de Espíritu Santo. El bautismo de Juan tiene como finali-
dad
suscitar el espíritu de penitencia, el de Cristo es para la remisión de
los
pecados. Con el bautismo de Juan, Cristo fue manifestado; con el bautismo
de
Cristo, es decir, con su pasión, Cristo fue glorificado" (Ruperto de
Deutz).
Para recibir el bautismo Jesús se mezcla
entre la gente, manifestando
su
solidaridad con los hombres pecadores y baja al Jordán. Es un nuevo esca-
lón
en su bajada para ponerse a nivel del hombre que quiere redimir.
"Se abrió el cielo y bajó sobre él
el Espíritu Santo". Jesús, en comu-
nión
eterna de vida con el Padre en el Espíritu Santo, hecho hombre por obra
del
mismo espíritu, es ahora colmado del mismo espíritu. Por esta presencia
vivificante
del Espíritu Santo, Jesús es ungido como Mesías y constituido
jefe
del nuevo pueblo elegido y de toda la humanidad: a partir de ese momento
Jesús
actúa movido por el Espíritu Santo, lo comunica a los que se le acercan
y
lo entrega en plenitud al morir en la cruz, inaugurando el tiempo del
espíritu.
"Tu eres mi Hijo, a quien yo quiero,
mi predilecto". La expresión tiene
importantes
resonancias en el Antiguo Testamento. El "hijo predilecto" es,
ante
todo David, el rey que con su modo de ser anunciaba otro rey futuro y
definitivo.
Recuerda también la figura del "siervo de Yahvé", inspirada en
David
e interpretada por los evangelistas para describir los sufrimientos de
Cristo
en su pasión y puede ser también todo el pueblo elegido.
La voz del cielo expresa con claridad la unión
íntima del Padre y el
Hijo
en el Espíritu Santo y explica el comportamiento de Jesús con el Padre
(oración,
obediencia, amor) y con los hombres. Su modo de actuar, calcado del
estilo
manso, humilde y firme del siervo de Yavé, es la mejor manifestación
del
amor de Dios a los hombres. "Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por
Dios
con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando
a
los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él" Hech 10,38.
Visto desde Nazaret
Visto desde Nazaret, el episodio del
bautismo en el Jordán aparece como
la
consagración por parte de Dios de lo que Jesús venía viviendo.
En el Jordán adquiere, por así decirlo,
la representación de todo el
pueblo
elegido: es ungido como Mesías. Pero esta representación no es algo
artificial.
Se ha ido forjando desde el momento de la encarnación y a través
de
todos los años de Nazaret. Hasta llegar al Jordán Jesús ha recorrido el
largo
desierto de la asunción de todo lo humano que se llama Nazaret.
Cuando Jesús oyó las palabras del Padre:
"Tu eres mi Hijo querido",
sabía
que se referían ante todo a él como persona, pero también a todo el
pueblo
de Israel y a todos los que mediante la fe y el bautismo nos iríamos
incorporando
a él.
Jesús no es un Mesías caído de las nubes,
surge desde el centro mismo
del
pueblo al que va a salvar.
Su unción y poder mesiánico, el poder y
la fuerza del Espíritu Santo,
se
transmiten a la gente a través de las palabras, del lenguaje y de los
gestos
que Jesús aprendió en Nazaret. Y de este modo su palabra estará al
mismo
tiempo llena de poder y será sencilla, humana, clara y concreta. Porque
la
fuerza del espíritu nada quita a lo que es verdadero valor humano. Al
contrario,
lo revaloriza haciéndolo instrumento de comunicación entre Dios
y
el hombre.
Nosotros
Acabamos de considerar que el bautismo de
Jesús no es algo que le
afecte
a él sólo. Juan Bautista anuncia: "El os bautizará con espíritu Santo
y
fuego". Y Juan pagó su anuncio con la vida propia.
Después del bautismo de Cristo, que tuvo culminación
en la muerte de
cruz,
también nosotros, en cuanto bautizados en nombre de la Trinidad, hemos
sido
consagrados. También nosotros hemos recibido el espíritu Santo y el
Padre
nos ha llamado hijos. En el bautismo se nos ha comunicado la fuerza
salvadora
y liberadora de la muerte y resurrección de Cristo.
El cristiano que vive hoy en Nazaret
sabe, sin embargo, que, aunque
todo
se le dio ya en el primer momento por gracia de Dios, no queda eximido
de
su esfuerzo personal y de su trabajo constante para que la nueva vida
crezca,
fructifique y llegue a su madurez.
En ningún sitio mejor que en Nazaret se
ve como la nueva vida es a la
vez
un germen poderoso y delicado, capaz de llegar a metas insospechadas y
con
muchas posibilidades de fracasar.
Quien vive así sabe que hay una tensión
permanente entre lo recibido
y
lo que uno debe conquistar, entre lo que uno es y lo que debe llegar a ser.
Como
San Pablo deberá decir: "No es que yo haya conseguido el premio o que
ya
esté en la meta: sigo corriendo a ver si lo obtengo, pues el Mesías Jesús
lo
obtuvo para mí" Fil. 3,12. Deberá además esforzarse por seguir sus
consejos
que invitan al cristiano a una constante autocrítica ("Poneos a la
prueba
a ver si os mantenéis en la fe, someteos a examen" 2Co 13,5) y a la
renovación
("Cambiad vuestra actitud mental y revestíos de ese hombre nuevo
creado
a imagen de Dios" Ef 4,24) hasta llegar a la plena madurez en Cristo.
("En
vez de eso, siendo auténticos en el amor, crezcamos en todo hacia aquél
que
es la cabeza, Cristo" Ef 4,15).
El camino de Nazaret tiene como meta, al
igual que para Jesús, el
bautismo.
Parece contradictorio para el cristiano hablar de un camino hacia
el
bautismo. Pero, si se examina en profundidad, se puede comprender que toda
la
vida ha de ser un esfuerzo para "llegar a ser" lo que
"somos".
Teodoro Berzal.hsf
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