sábado, 2 de enero de 2016

Domingo II después de Navidad

3 de enero de 2016 - II DOMINGO DESPUÉS DE NAVIDAD

                         "Y acampó entre nosotros"

-Eclo 24,1-4.12-16
-Sal 147
-Ef 1,1-6.15-18

Juan 1,1-18

   En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios,
y la Palabra era Dios. La Palabra en el principio estaba junto a Dios. Por
medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada de lo que se ha
hecho. En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz
brilló en las tinieblas, y las tinieblas no la recibieron.
   Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como
testigo para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la
fe. No era él la luz, sino testigo de la luz. La Palabra era la luz verda-
dera, que alumbra a todo hombre. Al mundo vino y en el mundo estaba; el mundo
se hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los
suyos no la recibieron. Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser
hijos de Dios, si creen en su nombre. Estos no han nacido de sangre, ni de
amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios. Y la Palabra se hizo carne, y
acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del hijo
único del Padre, lleno de gracia y de verdad.
   Juan da testimonio de Él y grita diciendo:
   -Éste es de quien dije: "El que viene detrás de mí, pasa delante de mí,
porque existía antes que yo". Pues de su plenitud todos hemos recibido gracia
tras gracia: porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad
vinieron por medio de Jesucristo.
   A Dios nadie lo ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del
Padre, es quien lo ha dado a conocer.
                                    

Comentario

   El segundo domingo después de Navidad, continúa, al igual que en la fiesta
de la Sagrada Familia, la meditación de la Iglesia sobre el misterio de la
encarnación del Verbo. El mensaje de las lecturas se mueve entorno a esa cima
de la revelación recogida en el prólogo del evangelio de S. Juan, que dice
de forma sintética: "Y la palabra se hizo carne y acampó entre nosotros"
   El orden litúrgico de las lecturas respeta la economía de la revelación
que, ya desde el Antiguo Testamento, tiende puentes hacia lo que será la
manifestación culminante en Cristo. El cap. 24 del Eclesiástico es uno de los
casos más evidentes en este sentido. Según algunos, el autor del IV evangelio
pudo inspirarse en él para escribir el prólogo. La "sabiduría" se presenta
como una entidad que en cierto modo se identifica con Dios, pues está con Él
desde siempre, y por otro lado se distingue de Él y es enviada a habitar
(=poner la tienda) en Jacob, personificación del pueblo elegido. Hay, pues,
ciertos aspectos que anuncian la misión de la segunda persona de la Trinidad:
su subsistencia eterna, su función reveladora, su venida al mundo.
   Pero en el evangelio tenemos también una radical novedad: "A Dios nadie
le ha visto jamás, el Hijo único que está en el seno del Padre es quien lo
ha dado a conocer" (1,18). La función iluminadora de la sabiduría llega a su
plenitud cuando Jesús nos revela el rostro del Padre, Él que es su viva
"imagen" (2Co 4,4) e "impronta de su sustancia" (Heb 1,3). Y hay también un
mayor realismo que desborda todas las expectativas del Antiguo Testamento.
Nadie leyendo las páginas del Eclesiástico podía sospechar que el "poner la
tienda en Jacob" y el habitar en Jerusalén comportara que el Verbo de Dios
se hiciera carne y viviera entre los hombres como uno de ellos.
   Lo que el Antiguo Testamento había intuido, se realiza plenamente en
Cristo: su naturaleza humana es la "tienda", lugar del encuentro de Dios con
el hombre, pues es allí donde habita "corporalmente toda la plenitud de la
divinidad" (Col 1,18).
   Bien podemos decir que en esto consiste la "bendición espiritual" de que
nos habla S. Pablo en la 2ª. lectura. En Cristo, el Padre nos ha elegido y nos
ha hecho hijos suyos, dándonos la redención y la plenitud de la salvación,
las cuales redundan finalmente en gloria suya. Más que aspectos
diversificados de esa misma plenitud de gracia que Dios nos da en Cristo,
debemos ver la totalidad del don que se nos da con la efusión del Espíritu
Santo en el bautismo.
   De esta forma se ensancha también la perspectiva de la salvación del
pueblo elegido a todos los hombres.

Puso su tienda

   La lectura de los evangelios de la infancia de Cristo en Lucas y Mateo
nos tiene acostumbrados a ver en detalle los diversos acontecimientos que se
fueron sucediendo en los primeros años de la vida de Jesús. Los evangelistas
nos presentan ya esos hechos a la luz de su fe en la resurrección de Cristo,
y esto les da una perspectiva y una profundidad de interpretación que va más
allá de la anotación puntual de lo que sucedió.
   El evangelio de Juan que leemos hoy, nos echa también una mano en ese
sentido. Dejando de lado los detalles de la narración histórica, el prólogo
del cuarto evangelio pone de relieve los datos de la fe, que son también los
puntos clave en los sinópticos. Veamos esto un poco más en detalle analizando
las coincidencias entre los dos primeros capítulos de Lucas y el primero de
Juan.
   Lo que llama la atención en primer lugar es el contraste entre las
figuras de Juan Bautista y de Jesús; Éste verdadera luz del mundo y aquél
sólo su testigo y precursor. Para ambos evangelistas, Jesús viene a su casa,
a los suyos, a su pueblo, y el recibimiento que se le dispensa es escaso o
nulo. Hay una conflictividad que se crea de inmediato con su aparición en el
mundo.
   Pero el punto esencial de coincidencia está en la identidad de Jesús: es
el Hijo de Dios que se hace hombre. El signo de este misterio es la
virginidad de María (Lc 1,34; Jn 1,13).
   Los dos evangelistas se sirven como realidad de fondo para hablar de la
divinidad de Cristo, de uno de los conceptos más significativos del Antiguo
Testamento: el de la presencia de Dios en la tienda del encuentro (Cfr Ex
26,1-14). En dicha tienda Dios se hacía presente mediante el signo de la nube
durante la experiencia del camino a través del desierto (Ex 40,34-35). Era
también el lugar donde Dios habitaba, pues en ella estaba el arca de la
alianza con las tablas de la ley.
   Los profetas anunciaron para los tiempos mesiánicos una presencia más
real de Dios en Jerusalén (Jl 4,21) y en el templo (Ez 43,7); pero también
en medio del pueblo (Zc 2,14; Sof 3,14-18). Cuando Juan dice que la Palabra
"puso su tienda entre nosotros" (1,14) y el Ángel, (en Lc 1,35), explica cómo
se realizará la concepción virginal de Jesús con las palabras "El Espíritu
Santo bajará sobre ti y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra",
están probablemente aludiendo a esa realidad de la presencia de Dios en la
tienda de la alianza. Pero al mismo tiempo proclaman la novedad radical de
la alianza nueva que consiste en la "visita" personal de Dios a su pueblo en
Jesús de Nazaret.
   As¡ comienza este tiempo nuevo de la "gracia" y de la "verdad" (Jn 1,17)
en el que se mueve también todo el evangelio de la infancia de Cristo en la
versión de Lucas, desde el saludo del Ángel a la "llena de gracia" hasta el
crecimiento de Jesús "en saber, en estatura y en el favor de Dios y de los
hombres" (Lc 2,52).
  
   Te alabamos, Padre, y te glorificamos
   por la venida de Jesús, sabiduría eterna,
   en medio de nosotros, para redimirnos.
   Queremos abrirnos, como María,
   a la acción del Espíritu Santo
   para acogerlo en nuestra vida, mediante la fe,
   y darlo como salvación al mundo.
   Queremos contemplar con amor
   su generación eterna
   y su generación en el tiempo
   para que Él, que es nuestra vida,
   lo sea también de todos.

“Quienes lo recibieron"

   La Iglesia nos lleva a profundizar el misterio de la encarnación en este
domingo, tratando de crear en nosotros la actitud de acogida del magnífico
don de la Navidad.
   Una primera pista de acción en nuestra vida estaría constituida por el
paso alternativo del Dios-con-nosotros (el Emmanuel) al Dios en nosotros. No
sólo, pues, cohabitación, sino inhabitación en lo más profundo de nosotros
mismos. Es una realidad magnífica que hacía exultar a los santos y que debe
llenar de gozo, de confianza y de intimidad familiar con Dios la vida de todo
cristiano.
   Paso alternativo hemos dicho, porque la otra pista va en la línea de
descubrir su presencia en los demás. La orientación del Vaticano II es
determinante en este sentido: "El Hijo de Dios, por su encarnación, se
identificó en cierto modo con todos los hombres"(G.S. 22).
   Así pues, tenemos un Dios que viene a habitar "en" nosotros y "con"
nosotros. Nuestra actitud de acogida debe dilatarse, pues, en un doble senti-
do: primero para recibirlo cada vez más profundamente, con mayor atención,
silencio y delicadeza en nosotros mismos y luego para acogerlo siempre en la
presencia "real" de los que se nos acercan y de los que viven con nosotros.
   La distracción, la superficialidad, la obnubilación que produce el peca-
do, puede llevarnos muchas veces a limitar nuestra capacidad de acogida, a
vivir en las tinieblas: "La luz verdadera, la que alumbra a todo hombre
estaba llegando al mundo. En el mundo estuvo y, aunque el mundo fue hecho
mediante ella, el mundo no la conoció" (Jn 1,9-10).
   "Pero a los que la recibieron..." En esa adhesión realista y concreta que
consiste en dar cabida a Dios en nuestra vida está el comienzo de la relación
vital con Él, y esa relación cambia toda la existencia y va creciendo
continuamente hasta llegar a la plenitud: "Porque de su plenitud todos reci-
bimos ante todo un amor que responde a su amor" (Jn 1,16). Gracia tras

gracia, traducen otros.
Teodoro Berzal.hsf

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