sábado, 23 de abril de 2016

Ciclo C - V Domingo de Pascua

24 de abril de 2016 - V DOMINGO DE PASCUA – Ciclo C

"Amaos como yo os he amado"

Hechos 14,21b-26

      En aquellos días volvieron Pablo y Bernabé a Listra, a Iconio y a
Antioquía, animando a los discípulos y exhortándolos a perseverar en la fe
diciéndoles que hay que pasar mucho para entrar en el Reino de Dios.
      En cada iglesia designaban presbíteros, oraban, ayunaban y los encomen-
daban al Señor en quien habían creído. Atravesaron Pisidia y llegaron a
Panfilia. Predicaron en Perge, bajaron a Atalía y allí se embarcaron para
Antioquía, de donde los habían enviado, con la gracia de Dios, a la misión que
acababan de cumplir. Al llegar, reunieron a la comunidad, les contaron lo que
Dios había hecho por medio de ellos y cómo había abierto a los gentiles la
puerta de la fe.

Apocalipsis 21,1-5a

      Yo, Juan, vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo
y la primera tierra han pasado, y el mar ya no existe.
      Vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo, en-
viada por Dios, arreglada como una novia que se adorna para su esposo.
Y escuché una voz potente que decía desde el trono: Esta es la morada de Dios
con los hombres: acampará entre ellos. Ellos serán su pueblo y Dios estará
entre ellos.
      Enjugará las lágrimas de sus ojos. Ya no habrá muerte, ni luto, ni
llanto, ni dolor. Porque el primer mundo ha pasado. Y el que estaba sentado
en el trono dijo: "Ahora hago el universo muevo".

Juan 13,31-33a.34-35

      Cuando salió Judas del cenáculo, dijo Jesús:
      - Ahora es glorificado el Hijo del Hombre y Dios es glorificado en Él.
(Si Dios es glorificado en Él, también Dios lo glorificará en sí mismo:
pronto lo glorificará).
      - Hijos míos, me queda poco tiempo de estar con vosotros.
      - Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros como yo os he
amado. La señal por la que conocerán que sois discípulos míos, será que os
améis unos a otros.

Comentario

      Para adentrarnos en el significado del gran mandamiento del amor, será
conveniente situarnos en el contexto en que fueron pronunciadas las palabras
que lo expresan. Fue durante la noche de la última cena, y en la perspectiva
más amplia, en el contexto de toda la vida de amor y entrega a los demás de
Jesús. Podemos verlo también a la luz de la nueva alianza establecida en su
persona mediante la efusión del Espíritu Santo.
      En la tarde del jueves santo, estableciendo una clara conexión con la
pascua judía, memoria de la liberación de Egipto y de la alianza del Sinaí,
Jesús celebra con sus discípulos la cena de la nueva alianza, anticipación
del sacrificio que tendría lugar al día siguiente. Hacia el final de la cena,
Jesús da a Judas con el bocado de honor, la prueba de su amor y la
confirmación de haberlo elegido, como a los otros once, para ser apóstol...
Pero en aquel momento terminó de fraguarse en su corazón la traición hacia
su maestro. "Judas tomó el pan y salió inmediatamente. Era de noche". Jn.
13,30.
      Y precisamente en aquella noche oscura de la traición, Jesús pronuncia
las palabras del mandamiento del amor. "La luz brilló en las tinieblas" Jn
1,5. Precisamente en la oscuridad del pecado, Dios manifiesta su amor infi-
nito y revela su gloria, es decir, su divinidad en su Hijo hecho hombre. Es
el momento en que "acaba de manifestarse la gloria de este Hombre y por Él
la de Dios".
      La "hora" de Jesús es el momento de su pasión, muerte y resurrección.
En el camino hacia esa "hora" Jesús manifiesta su gloria y revela el amor de
Dios "que ha amado tanto a los hombres...".
      El misterio pascual descubre la perspectiva completa de la vida terrena
de Jesús. A su luz, la encarnación, su vida pobre y sencilla, todos sus
gestos de ayuda, de afecto, de entrega, todas sus palabras, todos los
milagros brillan con un amor total y desinteresado. "Si os amáis, todos
sabrán que sois mis discípulos". No haréis más que calcar en vuestra vida lo
que ha sido un gesto permanente en la mía.
      El mandamiento del amor es la ley de la nueva vida de los creyentes en
Cristo. Pero la exigencia de esta ley viene precedida por el don del Espíritu
Santo en el corazón del creyente. Lo que exige el mandamiento (un amor como
el de Cristo) viene anticipado como don y como gracia (el amor de Cristo nos
es dado por el Espíritu Santo). De este modo todo cristiano puede decir con
San Agustín: "Dat quod jubes et jube quod vis" (Dame lo que me mandas y
mándame lo que quieras") Confesiones X, 29,40.
O como Santa Teresa de Lisieux: "­Cuánto amo, Señor, tu mandamiento! Me da
la certeza de que tú quieres amar en mí a todos aquellos a quienes me mandas
amar".

Amor en Nazaret

      La vida en Nazaret es una realidad marcada ya por la nueva alianza. De
algún modo la "hora" de Jesús y la efusión del Espíritu Santo tuvieron allí
ya su anticipación.
      El mandamiento nuevo, coherente con la realidad de gracia de la nueva
alianza, se vivió ya en Nazaret.
      María fue llamada ya desde el principio al amor total, a poner toda su
persona a disposición de Dios, a vivir para Jesús y José y después para la
Iglesia naciente y de todos los tiempos. Ella, la llena de gracia.
      José‚ aceptó plenamente entrar en el plan de salvación, renunciando a
su propio proyecto de vida. Su existencia fue un servicio continuo a la
familia. Cuando Jesús dijo: "como yo os he amado", en ese "os" bien pueden
entrar también María y José.
      Pero lo que constituye la naturaleza nueva del amor cristiano es la
fuente de donde ese amor nace. Es el Espíritu Santo infundido en el corazón
del creyente. Es Él quien lo mueve a amar con un amor que va más allá de las
posibilidades del corazón humano porque procede del mismo Dios.
      Si esto es así, no podemos dudar de que en Nazaret esa realidad del
amor de Dios, derramado en el interior de las personas se desarrolló en un
dinamismo inimaginable.
      Además, el amor de Nazaret no se cerró en una felicidad idílica de
donación recíproca. El Nazaret de los treinta años se abrió como una semilla
madura, cayó y se deshizo para que pudiera brotar una comunidad más grande,
un Nazaret nuevo, no circunscripto ya por el espacio ni por el tiempo.
      Desde el núcleo del amor de Nazaret avanzó Jesús hacia su "hora" para
abrir de par en par las puertas del Espíritu Santo a todos los hombres.

Vivir el amor

      El pueblo de la nueva alianza vive en el amor ante todo como un don de
Dios, como fruto de la actividad del Espíritu Santo que habita en el corazón
del creyente. Esta situación de amor creada por Dios en el íntimo de la
persona es el origen de todo el dinamismo cristiano, que se manifiesta en los
mil modos de su actuar. La caridad puede así ser llamada la nueva ley o la
ley de la nueva alianza. "Nueva" por su contenido, pero "nueva", sobre todo,
por el modo como viene actuada.
      La ley antigua fue dada al hombre desde el exterior, quedando su co-
razón inmutado. La nueva ley primero es realizada en el corazón del creyente
y sólo después es exigido su cumplimiento. Es una ley "no escrita con tinta,
sino con Espíritu de Dios vivo, no en tablas de piedra, sino en tablas de
carne, en el corazón" 2 Cor. 3,3.
      Si no fuera así ni siquiera el mandamiento de Jesús -"Amaos los unos
a los otros como yo os he amado"- podría llamarse completamente nuevo, pues
quedaría desconectado de la lógica de la nueva alianza.
      El amor cristiano brota del fondo de la persona. Y no sólo como pro-
yección de los estratos más íntimos de su personalidad, sino como mani-
festación de lo que Dios ha operado en ella.
      Esta es la realidad que da verdadero peso al amor cristiano.
TEODORO BERZAL.hsf


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