sábado, 30 de abril de 2016

Ciclo C - VI Domingo de Pascua

1 de mayo de 2016 - VI DOMINGO DE PASCUA – Ciclo C

                           "Y viviremos con él"

Hechos 15,1-2.22-29

      En aquellos días, unos que bajaban de Judea se pusieron a enseñar a los
hermanos que, si no se circuncidaban como manda la ley de Moisés, no podían
salvarse. Esto provocó un altercado y una violenta discusión con Pablo y
Bernabé; y se decidió que Pablo, Bernabé‚ y algunos más subieran a Jerusalén
a consultar a los Apóstoles y presbíteros sobre la controversia.
      Los Apóstoles y los presbíteros con toda la iglesia acordaron entonces
elegir algunos de ellos y mandarlos a Antioquía con Pablo y Bernabé. Eligie-
ron a Judas Barsabás  y Silas, miembros eminentes de la comunidad, y les
entregaron esta carta: "Los Apóstoles, los presbíteros y los hermanos saludan
a los hermanos de Antioquía, Siria y Cilicia convertidos del paganismo.
      Nos hemos enterado de que algunos de aquí, sin encargo nuestro, os han
alarmado e inquietado con sus palabras. Hemos decidido por unanimidad elegir
algunos y enviároslos con nuestros queridos Bernabé y Pablo, que han dedicado
su vida a la causa de nuestro Señor. En vista de esto mandamos a Silas y a
Judas, que os referirán lo que sigue: Hemos decidido, el Espíritu Santo y
nosotros, no imponeros más cargas que las indispensables: que no os
contaminéis con la idolatría, que no comáis sangre ni animales estrangulados
y que os abstengáis de fornicación.
      Haréis bien en apartaros de todo esto. Salud".

Apocalipsis 21,10-14.22-23

      El  ángel me transportó en espíritu a un monte altísimo y me enseñó la
ciudad santa, Jerusalén, que bajaba del cielo, enviada por Dios trayendo la
gloria de Dios.
      Brillaba como una piedra preciosa, como jaspe traslúcido.
      Tenía una muralla grande y alta y doce puertas custodiadas por doce
 ángeles, con doce nombres grabados: los nombres de las tribus de Israel.
      A oriente tres puertas, al norte tres puertas, al sur tres puertas, y
a occidente tres puertas.
      El muro tenía doce cimientos que llevaban doce nombres: los nombres de
los Apóstoles del Cordero.
      Templo no vi ninguno, porque es su templo el Señor Dios Todopoderoso
y el Cordero.
      La ciudad no necesita ni luna que la alumbre, porque la gloria de Dios
la ilumina y su lámpara es el Cordero.

Juan 14,23-29

      En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
      - El que me ama guardará mi palabra y mi Padre lo amará, y vendremos
a él y haremos morada en él.
      El que no me ama no guardará mis palabras. Y la palabra que estáis
oyendo no es mía, sino del Padre que me envió.
      Os he hablado ahora que estoy a vuestro lado, pero el Paráclito, el
Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe
todo y os vaya recordando todo lo que he dicho.
      La Paz os dejo, mi Paz os doy: No os la doy como la da el mundo. Que
no tiemble vuestro corazón ni se acobarde. Me habéis oído decir: "Me voy y
vuelvo a vuestro lado." Si me amarais os alegraríais de que yo vaya al Padre,
porque el Padre es más que yo. Os lo he dicho ahora, antes de que suceda,
para que cuando suceda, sigáis creyendo.

Comentario

      El domingo pasado hemos meditado que cumplir el mandamiento del amor
es posible porque el mismo Cristo, que nos manda amar como Él amó, está pre-
sente en nosotros mediante su Espíritu. Hoy el evangelio nos invita a
contemplar la presencia de las divinas personas en quien acoge el mensaje de
Jesús iniciando con Él una relación íntima y personal, como decía el evange-
lio del buen pastor.
      El Dios que ya desde el principio se había acercado al hombre y con él
"paseaba por el jardín" (Gn 3,8), el Dios que quiso ser huésped de Abrahán
(Gn 18) e hizo alianza con él, el Dios que quiso habitar en medio de su
pueblo (Ex 29,45) y tener morada en Jerusalén (IRe 8,27), "cuando llegó la
plenitud de los tiempos", "acampó entre nosotros" Jn 1,14.
      El texto que leemos hoy muestra cómo, a partir de Jesús, la presencia
de Dios no está ligada a tiempos o lugares, sino a la actitud profunda de la
persona frente a Él. "Si uno me ama hará caso de mi mensaje, mi Padre lo
amará y los dos vendremos con él y viviremos con él". Se trata de una
presencia profundísima y personal. Dios habita (vive con) quien acepta a
Jesús y su mensaje. Es una presencia de comunión que introduce al creyente
en el círculo del amor del Padre y del amor del Padre y del Hijo mediante la
acción del Espíritu Santo. De esta forma la persona se convierte en la casa
de Dios, su templo vivo. "¿Habéis olvidado que sois templo de Dios y que el
Espíritu de Dios habita en vosotros?" ICo 3,16.
      Juan subraya la fusión reveladora del Espíritu Santo. Las palabras
dichas por Jesús deben ser acogidas, asimiladas, incorporadas a nuestro
vivir. El Espíritu Santo es quien nos enseña en cada momento a vivir como
cristianos, a descubrir la profundidad de nuestra existencia, a actuar en
conformidad con lo que llevamos dentro desde el día del bautismo. "Os lo
enseñará todo". El es quien nos enseña ese modo nuevo de vivir caracterizado
por la presencia de Jesús en nosotros. Porque si Jesús se va, se aleja con
su muerte es para ir al Padre y estar de nuevo con Él presente en quien cree.
      Este nuevo modo de vivir viendo a Jesús allí donde el mundo no lo ve
("el mundo no me verá, mas vosotros sí me veréis" Jn 14,19), da la paz. Una
paz que Jesús da y que el mundo no puede dar.     

Presencia en Nazaret

      La voluntad de acercamiento de Dios al hombre llegó a su culmen cuando
"la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros" Jn 1,14. En Nazaret el
Dios hecho hombre vivió entre los hombres, estuvo cercano a los hombres,
compartió su vida, su trabajo, sus inquietudes.
      El Jesús que anunció en el evangelio su presencia con el Padre y el
Espíritu Santo en quien lo acoge, lo anunció también con su vida en Nazaret
al hacerse presente y cercano a cada hombre, al hacerse Él mismo hombre, en
el seno de María.
      María y José son quienes vivieron más prolongadamente y con más in-
tensidad la presencia de Dios hecho hombre en su casa.
      El salto de Dios hacia el interior de cada hombre pasó por la expe-
riencia de Nazaret. Y esto no porque Nazaret sea una zona intermedia, como
si Dios necesitara acostumbrarse a lo humano, sino porque en Nazaret Jesús
no sólo fue acogido en la casa, en el ambiente, en su manera de ser, lo fue
también en el fondo del alma, ¡y de qué modo!, por la fe.
      Cuando Jesús anuncia su presencia en las personas que acogerán su men-
saje, pensaría en primer lugar en su Madre María que ya desde el principio
no sólo había formado su cuerpo sino que lo había acogido en la fe.
      Una vez más podemos decir que lo que se vivió en Nazaret es a la vez
la primera realidad y anuncio y figura de lo que se vivirá  en la Iglesia.

Nazaret soy yo

      El Espíritu Santo enseña todo en el tiempo de la Iglesia y va recor-
dando a los cristianos lo que Jesús dijo. Descubre a través del tiempo y en
cada época la plenitud del evangelio.
      En todos los momentos de la historia de la Iglesia ha habido quienes
se han sentido movidos por el Espíritu Santo para vivir el evangelio de
Nazaret: la pobreza, el silencio, la vida de familia que allí llevó el Hijo
de Dios con María y José.
      Vivir en Nazaret es un modo de vivir cristiano como tantos otros. Cada
palabra del evangelio tiene allí un sabor especial. La que hoy promete la
presencia de las divinas personas en quien ama a Jesús y acepta su mensaje,
tiene una honda resonancia nazarena porque, como hemos visto, es cierto que
Jesús vivió en Nazaret, pero estuvo sobre todo presente en las personas que
allí lo acompañaron.
      Poniendo en primer plano las personas, se comprende fácilmente que lo
importante no es ya, a partir de la resurrección de Cristo, éste o el otro
lugar, sino la actitud que se adopta ante su persona y su mensaje. Además el
Nazaret de la tierra de Israel, sin templo, sin rey, sin historia, es la
confirmación más clara de cuán poco importan los sitios.

            Decid, si preguntan dónde
            que Dios está, sin mortaja
            en donde un hombre trabaja
            y un corazón le responde. (Himno de sexta).

      Recrear el misterio de Nazaret se puede en cualquier parte del mundo.
La condición primera es que el Espíritu Santo haya actuado de tal modo en el
corazón de una persona o de un grupo de personas que el Padre y el Hijo hayan
venido a vivir con él.
      Nazaret nos hace intuir lo que puede significar ese vivir Dios con
nosotros, de manera íntima y prolongada, hasta dónde puede llegar la comunión
de vida con Dios y la familiaridad que se puede tener con Él, lo que es vivir
en alianza con Dios. Desde Nazaret se vislumbra ya el momento en el que "Dios
lo será todo en todos".

TEODORO BERZAL.hsf

No hay comentarios:

Publicar un comentario