sábado, 14 de mayo de 2016

Ciclo C - Pentecostés

15 de mayo de 2016 - DOMINGO DE PENTECOSTES – Ciclo C

              "Yo le pediré al Padre que os dé otro abogado"

Hechos 2,1-11

      Todos los discípulos estaban juntos el día de Pentecostés. De repente
un ruido del cielo, como de un viento recio, resonó en toda la casa donde se
encontraban. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se repartían,
posándose encima de cada uno. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron
a hablar en lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que el Espíritu le
sugería.
      Se encontraban entonces en Jerusalén judíos devotos de todas las na-
ciones de la tierra. Al oír el ruido, acudieron en masa y quedaron des-
concertados, porque cada uno los oía hablar en su propio idioma. Enormemente
sorprendidos preguntaban: ¿No son galileos todos esos que están hablando?
Entonces, ¿cómo es que cada uno los oímos hablar en nuestra lengua nativa?
      Entre nosotros hay partos, medos y elamitas, otros vivimos en Mesopo-
tamia, Judea, Capadocia, en el Ponto y en Asia, en Frigia o en Panfilia, en
Egipto o en la zona de Libia que limita con Cirene; algunos somos forasteros
de Roma, otros judíos o prosélitos; también hay cretenses y  árabes; y cada
uno los oímos hablar de las maravillas de Dios en nuestra propia lengua.

Corintios 12,3b-7,12-13

      Nadie puede decir "Jesús es Señor" si no es bajo la acción del Espíritu
Santo.
      Hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de
servicios, pero un mismo Señor y hay diversidad de funciones, pero un mismo
Dios que obra en todos.
      En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común.
      Porque, lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos
los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, as¡ es
también Cristo.
      Todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bau-
tizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos
bebido de un solo Espíritu.

Juan 20,19-23

      Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los
discípulos en una casa, con las puertas cerradas, por miedo a los judíos. En
esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:
      - Paz a vosotros.
Y diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se
llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
      - Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.
      Y dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:
      - Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les
quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.

Comentario

      El evangelio de S. Juan que se lee el día de Pentecostés nos presenta
la promesa prepascual de Jesús de enviar al Espíritu Santo, "el Espíritu de
la verdad" que "el mundo no puede recibir porque no lo percibe ni lo conoce",
pero que los discípulos sí conocen porque "vive" ya con ellos y "está" en
ellos. El se lo enseñará todo y recordará todo lo que Jesús les dijo.
      El mismo Juan habla de la efusión del Espíritu Santo sobre los
apóstoles al contar la aparición del resucitado. "Sopló sobre ellos y les
dijo: recibid el Espíritu Santo" Jn 20,23.
      El acontecimiento de Pentecostés es una nueva efusión del Espíritu
Santo, más plena y solemne, y sobre todo con un alcance universal que
inaugura una era nueva.
      Con una feliz expresión de Y. Congar diremos que "la Iglesia que Cristo
fundó en sí mismo, con la pasión sufrida por nosotros, ahora, en Pentecostés,
la funda en nosotros y en el mundo mediante el envío del Espíritu Santo".
      "Consumada, pues, la obra que el Padre confió al Hijo en la tierra (Jn
17,4), fue enviado el Espíritu Santo en el día de Pentecostés, para que
santificara plenamente a la Iglesia y de esta forma los que creen en Cristo
Jesús pudieran acercarse al Padre con un mismo Espíritu (Ef 2,18" L.G.4.
      En el discurso explicativo del suceso de Pentecostés, S. Pedro anuncia
el alcance del mismo. Citando las palabras del profeta Joel, dice que el
Espíritu Santo es "para todo hombre" Hch 2,17. Como el don de la gracia (Rom
5,15) y la sangre de Cristo (Mt 26,28), también el Espíritu Santo es para la
multitud.
      Se inaugura así la época del Espíritu Santo. No como una era nueva
desconectada de la acción redentora de Cristo, sino como la realización defi-
nitiva de la alianza fundada en la sangre derramada en la cruz.
      La característica de esta época del Espíritu Santo, el tiempo de la
Iglesia, es la acción del Espíritu en el interior de cada creyente y en la
Iglesia en cuanto comunidad y en el mundo entero. El Espíritu Santo lleva al
creyente a recordar lo que dijo Jesús, a vivir como Él, a ser testigo suyo
en el mundo, a esperar en el pleno cumplimiento de lo que ya anida dentro de
Él. El Espíritu Santo guía, unifica, fortalece a la Iglesia para ser a través
del tiempo "sacramento o señal e instrumento de la íntima unión con Dios y
de la unidad de todo el género humano" L.G. 1.
      La conmemoración de Pentecostés nos lleva a valorar lo que el Espíritu
Santo es y lo que está haciendo en cada uno de nosotros y en la Iglesia. Pero
también lo que "obra en los hermanos separados" (U.R. 4) y en todos los
hombres, pues como dice el Vaticano II, "El Espíritu Santo, que con admirable
providencia guía el curso de los tiempos y renueva la faz de la tierra, no
es ajeno a esta evolución" G.S. 26.

Volver a Nazaret

      Los comienzos de la época mesiánica están ya marcados por la efusión
del Espíritu Santo. Por obra suya fue engendrado Jesús en el seno de la
Virgen María y las personas que se mueven entorno a Él actúan movidas por ese
mismo Espíritu. Basta leer los evangelios de la infancia de Cristo, sobre
todo en la versión de Lucas, para caer en la cuenta de que los momentos
iniciales de la vida de Jesús están envueltos en una efusión del Espíritu
Santo.
      Pero el mismo Lucas nos dice que, después del episodio del templo,
Jesús bajó con ellos a Nazaret y siguió bajo su autoridad" Lc 2,51. Empieza
así el largo período de obediencia a la autoridad, de vida oculta, de
crecimiento en todas las dimensiones. Hay un fuerte contraste entre todo lo
sucedido hasta entonces y lo que desde ese momento comienza. ¿Se terminó
también la efusión del Espíritu Santo en el tiempo de Nazaret?.
      Seguramente que no. Pero su acción es distinta. María no es llevada por
el Espíritu en el tiempo de Nazaret como al principio a cantar en voz alta
las maravillas del Señor, sino que "conservaba en su interior el recuerdo de
todo aquello" Lc 2,51. Empezó a practicar lo que Jesús anuncia a sus
discípulos para después de la venida del Espíritu Santo: "Os enseñará todo
y os irá recordando todo lo que yo os he dicho".
      El tiempo de Nazaret y el tiempo de la Iglesia son momentos de inte-
riorización y de crecimiento. Nazaret nos ayuda de modo muy especial a
descubrir la acción del Espíritu Santo allí donde aparentemente nada cambia,
donde nada se mueve, donde por años y años se prolongan las mismas
situaciones.

Nuestro Pentecostés

      Nuestro Pentecostés se ha cumplido el día de nuestro bautismo y el día
de nuestra confirmación. "Recibisteis un Espíritu que os hace hijos y que nos
permite gritar: ¡Abba! ¡Padre! Ese mismo Espíritu le asegura a nuestro espí-
ritu que somos hijos de Dios" Rom 8,15.
      Necesitamos continuamente renovarnos en esta convicción para que
nuestra vida sea coherente con lo que somos. "Vosotros no estáis sujetos a
los bajos instintos, sino al Espíritu, ya que el Espíritu de Dios habita en
vosotros" Rom 8,9.
      Es maravilloso ver cómo el Espíritu Santo cambia a las personas. En los
momentos más fuertes o más aparentes de su actuación toda la persona se
conmueve. El Espíritu Santo cuando es acogido sinceramente en el fondo de una
persona, cura sus heridas, vivifica todo lo que estaba muerto, derrama sus
dones, pone en camino.
      Nuestro error está muchas veces en pensar que sólo actúa el Espíritu
Santo cuando hay gritos de júbilo, cuando brotan las lágrimas de alegría,
cuando se rompen las estructuras, cuando se estremece el corazón. Y no
descubrimos su vuelo suave sobre las aguas (Gen 1,2), su acción escondida en
el curso de la historia dirigiendo los acontecimientos hacia su plenitud, su
mano misteriosa en los signos de los tiempos, su presencia alentadora y vital
en el fondo de nosotros mismos.
      Desde Nazaret, el Pentecostés de ahora es una invitación a pararnos
para escuchar en silencio el continuo obrar del Espíritu Santo: su tensión
hacia la unidad de los cristianos, su caminar en alas del viento, ("Oyes el
ruido, pero no sabes de dónde viene ni adónde va" Jn 3,8), su impulso en el
continuo caminar de la Iglesia hacia la parusía, su esfuerzo de encarnación
del mensaje evangélico en todas las culturas, su acción interna en cada uno
de nosotros para que, como en Nazaret, vayamos "creciendo en saber, en esta-
tura y en el favor de Dios y de los hombres" Lc 2,52.

TEODORO BERZAL.hsf

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