15 de mayo de 2016 - DOMINGO DE PENTECOSTES – Ciclo C
"Yo
le pediré al Padre que os dé otro abogado"
Hechos 2,1-11
Todos los discípulos
estaban juntos el día de Pentecostés. De repente
un ruido del cielo, como de un viento recio, resonó en toda
la casa donde se
encontraban. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas,
que se repartían,
posándose encima de cada uno. Se llenaron todos de Espíritu
Santo y empezaron
a hablar en lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que
el Espíritu le
sugería.
Se encontraban
entonces en Jerusalén judíos devotos de todas las na-
ciones de la tierra. Al oír el ruido, acudieron en masa y
quedaron des-
concertados, porque cada uno los oía hablar en su propio
idioma. Enormemente
sorprendidos preguntaban: ¿No son galileos todos esos que
están hablando?
Entonces, ¿cómo es que cada uno los oímos hablar en nuestra
lengua nativa?
Entre nosotros
hay partos, medos y elamitas, otros vivimos en Mesopo-
tamia, Judea, Capadocia, en el Ponto y en Asia, en Frigia o
en Panfilia, en
Egipto o en la zona de Libia que limita con Cirene; algunos
somos forasteros
de Roma, otros judíos o prosélitos; también hay cretenses y
árabes; y cada
uno los oímos hablar de las maravillas de Dios en nuestra
propia lengua.
Corintios 12,3b-7,12-13
Nadie puede
decir "Jesús es Señor" si no es bajo la acción del Espíritu
Santo.
Hay diversidad
de dones, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de
servicios, pero un mismo Señor y hay diversidad de
funciones, pero un mismo
Dios que obra en todos.
En cada uno se
manifiesta el Espíritu para el bien común.
Porque, lo mismo
que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos
los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo
cuerpo, as¡ es
también Cristo.
Todos nosotros, judíos
y griegos, esclavos y libres, hemos sido bau-
tizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y
todos hemos
bebido de un solo Espíritu.
Juan 20,19-23
Al anochecer de
aquel día, el día primero de la semana, estaban los
discípulos en una casa, con las puertas cerradas, por miedo
a los judíos. En
esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:
- Paz a
vosotros.
Y diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos
se
llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
- Paz a vosotros. Como el Padre me ha
enviado, así también os envío yo.
Y dicho esto, exhaló
su aliento sobre ellos y les dijo:
- Recibid el Espíritu
Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les
quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan
retenidos.
Comentario
El evangelio de
S. Juan que se lee el día de Pentecostés nos presenta
la promesa prepascual de Jesús de enviar al Espíritu Santo,
"el Espíritu de
la verdad" que "el mundo no puede recibir porque
no lo percibe ni lo conoce",
pero que los discípulos sí conocen porque "vive"
ya con ellos y "está" en
ellos. El se lo enseñará todo y recordará todo lo que Jesús
les dijo.
El mismo Juan
habla de la efusión del Espíritu Santo sobre los
apóstoles al contar la aparición del resucitado. "Sopló
sobre ellos y les
dijo: recibid el Espíritu Santo" Jn 20,23.
El
acontecimiento de Pentecostés es una nueva efusión del Espíritu
Santo, más plena y solemne, y sobre todo con un alcance
universal que
inaugura una era nueva.
Con una feliz expresión
de Y. Congar diremos que "la Iglesia que Cristo
fundó en sí mismo, con la pasión sufrida por nosotros,
ahora, en Pentecostés,
la funda en nosotros y en el mundo mediante el envío del Espíritu
Santo".
"Consumada,
pues, la obra que el Padre confió al Hijo en la tierra (Jn
17,4), fue enviado el Espíritu Santo en el día de Pentecostés,
para que
santificara plenamente a la Iglesia y de esta forma los que
creen en Cristo
Jesús pudieran acercarse al Padre con un mismo Espíritu (Ef
2,18" L.G.4.
En el discurso
explicativo del suceso de Pentecostés, S. Pedro anuncia
el alcance del mismo. Citando las palabras del profeta Joel,
dice que el
Espíritu Santo es "para todo hombre" Hch 2,17.
Como el don de la gracia (Rom
5,15) y la sangre de Cristo (Mt 26,28), también el Espíritu
Santo es para la
multitud.
Se inaugura así
la época del Espíritu Santo. No como una era nueva
desconectada de la acción redentora de Cristo, sino como la realización
defi-
nitiva de la alianza fundada en la sangre derramada en la
cruz.
La característica
de esta época del Espíritu Santo, el tiempo de la
Iglesia, es la acción del Espíritu en el interior de cada
creyente y en la
Iglesia en cuanto comunidad y en el mundo entero. El Espíritu
Santo lleva al
creyente a recordar lo que dijo Jesús, a vivir como Él, a
ser testigo suyo
en el mundo, a esperar en el pleno cumplimiento de lo que ya
anida dentro de
Él. El Espíritu Santo guía, unifica, fortalece a la Iglesia
para ser a través
del tiempo "sacramento o señal e instrumento de la íntima
unión con Dios y
de la unidad de todo el género humano" L.G. 1.
La conmemoración
de Pentecostés nos lleva a valorar lo que el Espíritu
Santo es y lo que está haciendo en cada uno de nosotros y en
la Iglesia. Pero
también lo que "obra en los hermanos separados"
(U.R. 4) y en todos los
hombres, pues como dice el Vaticano II, "El Espíritu
Santo, que con admirable
providencia guía el curso de los tiempos y renueva la faz de
la tierra, no
es ajeno a esta evolución" G.S. 26.
Volver a Nazaret
Los comienzos de
la época mesiánica están ya marcados por la efusión
del Espíritu Santo. Por obra suya fue engendrado Jesús en el
seno de la
Virgen María y las personas que se mueven entorno a Él actúan
movidas por ese
mismo Espíritu. Basta leer los evangelios de la infancia de
Cristo, sobre
todo en la versión de Lucas, para caer en la cuenta de que
los momentos
iniciales de la vida de Jesús están envueltos en una efusión
del Espíritu
Santo.
Pero el mismo
Lucas nos dice que, después del episodio del templo,
Jesús bajó con ellos a Nazaret y siguió bajo su
autoridad" Lc 2,51. Empieza
así el largo período de obediencia a la autoridad, de vida
oculta, de
crecimiento en todas las dimensiones. Hay un fuerte
contraste entre todo lo
sucedido hasta entonces y lo que desde ese momento comienza.
¿Se terminó
también la efusión del Espíritu Santo en el tiempo de
Nazaret?.
Seguramente que
no. Pero su acción es distinta. María no es llevada por
el Espíritu en el tiempo de Nazaret como al principio a
cantar en voz alta
las maravillas del Señor, sino que "conservaba en su
interior el recuerdo de
todo aquello" Lc 2,51. Empezó a practicar lo que Jesús anuncia
a sus
discípulos para después de la venida del Espíritu Santo:
"Os enseñará todo
y os irá recordando todo lo que yo os he dicho".
El tiempo de
Nazaret y el tiempo de la Iglesia son momentos de inte-
riorización y de crecimiento. Nazaret nos ayuda de modo muy
especial a
descubrir la acción del Espíritu Santo allí donde
aparentemente nada cambia,
donde nada se mueve, donde por años y años se prolongan las
mismas
situaciones.
Nuestro Pentecostés
Nuestro Pentecostés
se ha cumplido el día de nuestro bautismo y el día
de nuestra confirmación. "Recibisteis un Espíritu que
os hace hijos y que nos
permite gritar: ¡Abba! ¡Padre! Ese mismo Espíritu le asegura
a nuestro espí-
ritu que somos hijos de Dios" Rom 8,15.
Necesitamos
continuamente renovarnos en esta convicción para que
nuestra vida sea coherente con lo que somos. "Vosotros
no estáis sujetos a
los bajos instintos, sino al Espíritu, ya que el Espíritu de
Dios habita en
vosotros" Rom 8,9.
Es maravilloso
ver cómo el Espíritu Santo cambia a las personas. En los
momentos más fuertes o más aparentes de su actuación toda la
persona se
conmueve. El Espíritu Santo cuando es acogido sinceramente
en el fondo de una
persona, cura sus heridas, vivifica todo lo que estaba
muerto, derrama sus
dones, pone en camino.
Nuestro error
está muchas veces en pensar que sólo actúa el Espíritu
Santo cuando hay gritos de júbilo, cuando brotan las lágrimas
de alegría,
cuando se rompen las estructuras, cuando se estremece el corazón.
Y no
descubrimos su vuelo suave sobre las aguas (Gen 1,2), su acción
escondida en
el curso de la historia dirigiendo los acontecimientos hacia
su plenitud, su
mano misteriosa en los signos de los tiempos, su presencia
alentadora y vital
en el fondo de nosotros mismos.
Desde Nazaret,
el Pentecostés de ahora es una invitación a pararnos
para escuchar en silencio el continuo obrar del Espíritu
Santo: su tensión
hacia la unidad de los cristianos, su caminar en alas del viento,
("Oyes el
ruido, pero no sabes de dónde viene ni adónde va" Jn
3,8), su impulso en el
continuo caminar de la Iglesia hacia la parusía, su esfuerzo
de encarnación
del mensaje evangélico en todas las culturas, su acción
interna en cada uno
de nosotros para que, como en Nazaret, vayamos
"creciendo en saber, en esta-
tura y en el favor de Dios y de los hombres" Lc 2,52.
TEODORO
BERZAL.hsf
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