5
de junio de 2016 - DOMINGO X del
T.O. – Ciclo C
Tener “los mismos sentimientos de Jesucristo”
1Re 17, 17-24 - Salmo responsorial:
29 - Gál 1, 11-19
Evangelio según San Lucas 7, 11-17
En aquel tiempo, iba Jesús camino de una
ciudad llamada Naín, e iban con él sus discípulos y mucho gentío. Cuando estaba
cerca de la ciudad, resultó que sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de
su madre, que era viuda, y un gentío considerable de la ciudad la acompañaba.
Al verla el Señor, le dio lástima y le dijo:
- No llores.
Se acercó al ataúd (los que lo llevaban se
pararon) y dijo:
- ¡Muchacho, a ti te digo, levántate!
El muerto se incorporó y empezó a hablar y
Jesús se lo entregó a su madre.
Todos, sobrecogidos, daban gloria a Dios
diciendo:
- Un gran Profeta ha surgido entre nosotros.
Dios ha visitado a su pueblo.
La noticia del hecho se divulgó por toda la
comarca y por Judea entera.
EL COMENTARIO DESDE NAZARET
"Le dio lástima"
La
resurrección del hijo de la viuda de Naín nos ha sido transmitida sólo por Lucas,
"scriba mansuetudinis Christi".
El relato dentro de su sencillez nos deja
percibir con toda claridad la inmensa bondad y compasión de Jesús. En otros
milagros se pone de manifiesto su poder o la fe de quienes piden el milagro,
aquí lo que aparece en primer plano es el amor de Jesús, que parece no poder
soportar una situación tan dolorosa para la madre viuda.
El evangelista pone de manifiesto la profunda
comprensión y solidaridad de Jesús con una de las facetas más típicas del
hombre: el sufrimiento.
Se podría decir que el milagro, la
intervención de Dios en las leyes de la naturaleza, no hace sino elevar a sumo
grado el gesto humano de Jesús.
Así lo entiende la multitud que, al ver la
resurrección del joven, exclama: "Un gran profeta ha surgido entre
nosotros, Dios ha visitado a su pueblo". En efecto, en Jesús "nos ha
visitado la entrañable misericordia de nuestro Dios" Lc 1,69. Esa es la
razón de cada uno de los milagros, que son acciones de Dios, y esa es la razón
del milagro por excelencia que es la salvación del hombre, acción suprema de
Dios.
Jesús nos ha revelado cómo es Dios con sus
actos y con sus palabras. La "lástima" que Jesús experimenta ante el
dolor de una viuda y ante el cadáver de un joven, antes de decir nada, antes de
operar el milagro, revela el rasgo fundamental de Dios que "se apiada de
nosotros", que tiene misericordia, que hace el primer gesto de comprensión
y amor hacia el hombre.
En Nazaret
¿Dónde aprendió Jesús lo que es el dolor
humano? ¿Dónde aprendió a intervenir para remediarlo?
La Biblia habla repetidas veces de la terrible
situación de la mujer que queda viuda y ya en el libro del Exodo se dan normas
humanitarias para remediar esa situación: "No explotarás a viudas ni
huérfanos, porque si los explotas ellos gritarán a mí, yo los escucharé"
Ex 22,21-22.
Jesús presenciaría más de una vez en Nazaret
lo que es un hogar roto por la muerte de un padre o de una madre. Podemos
incluso suponer que él mismo vivió su propia familia el drama de la orfandad y
de la viudez cuando la muerte de S. José. Cuando Jesús vio a las puertas de
Naín a la madre de aquel otro "hijo único", quizás le vino a la mente
la imagen de su propia madre.
Sea como fuere, Jesús aprendió a ser hombre
viviendo en Nazaret y uno de los aspectos más delicados y más importantes de la
persona humana es su emotividad. También en esta faceta "creció"
Jesús en Nazaret. El evangelio de hoy con una sola palabra nos descubre algo de
la profundidad de sus sentimientos: "le dio lástima".
El retiro de Nazaret, la vida oculta, no fue
apartamiento de lo humano. Al contrario, era la mejor posibilidad de penetrar
en ello sin condicionamientos.
Ser hombre
Viendo hoy a Jesús hacer un milagro porque le
dio lástima de la situación de una madre que perdió a su hijo, nos damos cuenta
de lo importante que es esa parte de la persona que llamamos afectividad.
A veces se piensa que un aspecto de la madurez
es el control de la propia afectividad por parte del cerebro. Bien puede ser
así cuando se trata de exageraciones o de poner freno a una dependencia
afectiva exagerada. Esto no debe llevar, sin embargo, a una minusvaloración de
la riqueza emotiva, de afectos y sentimientos que son el trasfondo de todo
desarrollo equilibrado y normal de la persona.
Como en el caso que hoy presenciamos en el
evangelio, un sentimiento puede desencadenar la más noble de las acciones.
El Jesús que maduró humanamente en Nazaret y
que hoy manifiesta hasta donde llegan la hondura de sus sentimientos, nos
enseña a crecer en esta dimensión de nuestra personalidad, a saber equilibrar,
expresar y hacer eficaces nuestros sentimientos. Crecer en esta dimensión tan
delicada hasta llegar a un equilibrio afectivo no es fácil.
Algo
pueden enseñar los manuales de psicología, pero es sobre todo la propia
experiencia y la reflexión sobre nuestra experiencia la que más puede
enseñarnos.
La obra de transformación que el Espíritu
Santo lleva a cabo en cada cristiano, debe llevarnos a tener "los mismos
sentimientos de Jesucristo" Fil 2,5.
TEODORO
BERZAL.hsf
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