19 de abril de 2016 - XII DOMINGO DEL
TIEMPO ORDINARIO – Ciclo C
"El Mesías de Dios"
Lucas 9,18-24
Una vez que
Jesús estaba orando solo, en presencia de sus discípulos,
les preguntó:
- ¿Quién dice la
gente que soy yo?
Ellos
contestaron:
- Unos que Juan
el Bautista, otros que Elías, otros dicen que ha vuelto
a la vida uno de los antiguos profetas.
Él les preguntó:
- Y vosotros,
¿quién decís que soy yo?
Pedro tomó la
palabra y dijo:
- El Mesías de
Dios.
Él les prohibió
terminantemente decírselo a nadie. Y añadió:
- El Hijo del
Hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los
ancianos, sumos sacerdotes y letrados, ser ejecutado y
resucitar al tercer
día.
Y, dirigiéndose
a todos, dijo:
- El que quiera
seguirme, que se niegue a sí mismo,
cargue con su cruz
cada día y se venga conmigo. Pues el que quiera salvar su
vida, la perderá;
pero el que pierda su vida por mi causa, la salvará.
Comentario
La Palabra de
Dios proclamada hoy en la Iglesia nos lleva a una
cuestión central en el Evangelio. ¿Quién es Jesús?
Jesús, "que
estaba orando solo en presencia de sus discípulos", propone
Él mismo la cuestión en dos tiempos. En el primero pregunta
por la opinión
"de la gente" y recoge varias respuestas, todas
ellas difusas e inseguras.
En el segundo propone la pregunta directamente y en forma
personal a sus
discípulos.
Pedro reconoce
el primero de forma explícita que Jesús es el Cristo,
el Ungido de Dios, el Mesías. Es la primera declaración
pública de la
identidad de Jesús, es decir, la primera vez en que es
proclamado Señor y
Salvador, anticipando así el tiempo en que todos los
discípulos, toda la
Iglesia lo proclamará el Señor.
La prohibición
por parte de Jesús de decírselo a los otros, de revelar
a otros el secreto, así como el posterior anuncio de la
pasión y muerte en
cruz, parece tener una doble finalidad. Por una parte la de
apartar de la
figura del Mesías que Jesús encarna las resonancias
nacionalistas y po-
líticas, y por otra la de mostrar el modo absolutamente
sorprendente en que
llegaría a ser constituido Señor y Salvador: la pasión y
muerte en cruz.
Llegar a aceptar
este camino no sólo supone un cambio radical de
mentalidad, sino ponerse ya en marcha: aceptar en la propia
vida la rea-
lización de la voluntad de Dios, cargar cada día con la cruz
y seguirlo.
La confesión de fe en Nazaret
El evangelio de
hoy pone de manifiesto el contraste entre las opiniones
que la gente tenía acerca de Jesús y la explícita confesión
de fe de S.
Pedro.
Algo parecido
sucedió en Nazaret. Si se hubiera preguntado a la gente
de Nazaret durante el período de los treinta años de vida
oculta quién era
Jesús, su respuesta hubiera sido la misma que los
evangelistas nos trans-
miten: "Pero ¿no es éste el hijo de José?" Lc
4,22. "¿No es éste el carpin-
tero, hijo de María, hermano de Santiago, José, Judas y
Simón? ¿No viven con
nosotros sus hermanos aquí? Mc 6,2. En cambio María y José
sabían, como
Pedro, quién era de verdad Jesús. Estaban en el secreto.
A María se le
había anunciado un "Hijo del Altísimo" a quien el Señor
Dios dará el trono de David su padre" Lc 1,31. A José
le habían dicho "en
sueños" que el nombre del hijo concebido por María por
obra del Espíritu
Santo sería "Jesús porque Él salvará al pueblo de sus
pecados" Mt 1,21. Ambos
habían escuchado la palabra de Simeón y las misteriosas
palabras de Jesús en
el templo a los 12 años.
María y José‚
sabían, creían,... Pero aún no era el momento de proclamar
en público su fe en el Señor.
La expresión de
su fe es cumplir lo que Jesús pide a los que dicen
creer en Él: "El que quiera venirse conmigo, que se
niegue a sí mismo, que
cargue cada día con su cruz y que me siga" Lc 9,23.
Ese "cada
día" tiene una especial resonancia en los largos años de la
entrega callada de Nazaret.
Llevar la cruz cada día
El hombre
(nosotros) tiende a organizar la vida prescindiendo de Dios.
La fe confesada y vivida lleva por el contrario a deshacer
esa tendencia
hacia la autonomía y hacia la autarquía para colocarnos en
sintonía con Dios.
Creer cada día
lleva consigo una reestructuración del modo de pensar
y de actuar en lo cotidiano. Es lo que algunos llaman la
ascética de la fe.
Ser cristiano,
ser de Cristo, ser discípulo suyo significa compro-
meterse a llevar la cruz cada día, es decir, vivir como
vivió Él. Y sabemos
que en su vida la cruz no fue una cosa marginal, un
acontecimiento sólo del
viernes santo, sino algo preanunciado, asimilado, la
explicación de toda su
existencia.
No se puede
llevar la vida de Jesús sin que esté profundamente marcada
por el signo de la cruz. Una vida marcada por el signo de la
cruz es una vida
donde Dios tiene la primera palabra, donde Dios actúa con
fuerza y salva de
la debilidad humana.
Viviendo con
Jesús, María y José‚ en Nazaret, hoy podemos aprender a
llevar la cruz como ellos. Se trata de vivir como María y
José en función de
Jesús, creyendo con toda el alma en Él, aun cuando no
tengamos muchas
ocasiones de confesar en público nuestra fe con las
palabras.
Viviendo como
Jesús, siguiendo sus pasos en la humildad, en la pobreza,
en la apertura al Padre y en la actitud de entrega generosa
por la salvación
del mundo, llevaremos nuestra cruz cada día.
TEODORO
BERZALhsf
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