14 de agosto de 2016 - XX DOMINGO DEL
TIEMPO ORDINARIO – Ciclo C
"Fuego sobre la tierra"
Lucas 12,49-53
En aquel tiempo,
dijo Jesús a sus discípulos:
- He venido a
prender fuego en el mundo: ¡y ojalá estuviera ya ar-
diendo!. Tengo que pasar un bautismo, ¡y qué angustia hasta
que se cumpla!
¿Pensáis que he
venido a traer al mundo paz? No, sino división.
En adelante, una
familia de cinco estará dividida: tres contra dos y
dos contra tres. Estarán divididos el padre contra el hijo y
el hijo contra
el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre,
la suegra contra
la nuera y la nuera contra la suegra.
Comentario
La página del
evangelio de este domingo nos ofrece una serie de dichos
de Jesús sin una aparente conexión de unos con otros.
Se puede ver,
sin embargo una cierta unidad si por el "fuego sobre la
tierra" se entiende el mensaje de Jesús que provoca
unas consecuencias
graves, en primer lugar para Él mismo, ("tengo que ser
bautizado", que gene-
ralmente interpreta como un anuncio de su pasión) y después
para los des-
tinatarios del mensaje, en quienes provoca una crisis
familiar que es reflejo
de la crisis familiar y anticipación de las crisis
escatológica. A pesar de
esto hay quienes no son capaces de discernir la importancia
del tiempo en que
Jesús anuncia su mensaje.
En las
comunidades contemporáneas de Lucas, para las que el evangelio
se escribió, estas expresiones debían tener una resonancia
muy especial.
Aquellos cristianos de la segunda o tercera generación
habían visto que, a
pesar de las resistencias, el "fuego" de la
Palabra había prendido por todas
partes. Sabían que el Señor, después de pasar por el
bautismo de la muerte,
había resucitado y entrado en la gloria. Constataban que la
división creada
por la adhesión al mensaje de Jesús era una realidad de cada
día y que se
avivaba en los tiempos de persecución. Finalmente se daban
cuenta de que la
ocasión perdida por los judíos, que no habían sabido
distinguir el tiempo de
Jesús, era una ocasión de gracia para todos los hombres.
Nazaret
El conflicto que
provoca el mensaje de Jesús y su presencia misma fue
ya anunciado por Simeón a María y José: "Este está
puesto para caída y
elevación de muchos en Israel y para ser señal de
contradicción" Lc 2,24.
La propia
presencia de Jesús en el seno de María había provocado ya la
primera gran crisis de su propia familia en formación.
"José‚ como era justo
y no quería ponerla (a María) en evidencia, se resolvió a
repudiarla en
secreto" Mt 1,19.
Que el camino de
la Palabra no está exento de dificultades y que lleva
consigo desgarrones y rupturas, aparece ya claro en los
evangelios de la
infancia de Cristo. La no acogida de los habitantes de
Belén, a María y José
cuando aquella iba a dar a luz, que Lucas señala, se
convertirá para Mateo
en abierta hostilidad por parte de Herodes. Son todos ellos
detalles que pre-
anuncian que el "fuego traído sobre la tierra"
encuentra dificultades para
arder.
El evangelio
habla del gran deseo de Jesús de que el fuego esté ya
ardiendo. A la luz de este deseo, de esta
"impaciencia" de que el mensaje se
extienda, los largos años de Nazaret no pueden ser tomados
como tiempo
perdido o como tiempo vacío de eficacia.
La dificultad de
penetración del mensaje no está tanto en el tiempo que
se requiere para proclamarlo, sino en la resistencia de las
personas para
acogerlo. No cuenta tanto el empezar un poco antes o un poco
después. Si el
fuego no arde, ya no es por haber empezado tarde a
prenderlo, sino porque los
destinatarios se han negado a acogerlo cuando les ha
llegado; no han sabido
distinguir el tiempo de gracia del Señor.
Nuestro tiempo
El evangelio
tiene siempre algo de concreto e histórico que queda
irremediablemente anclado en el pasado y tiene también algo
de permanente,
válido para el tiempo en que se produjeron los hechos,
válido para el tiempo
en que se escribió el evangelio y válido para siempre en la
Iglesia.
La inmersión en
el bautismo de la muerte, la dificultad de penetración
del mensaje, la Palabra de Jesús en cuanto signo de
división, de ceguera ante
los signos de los tiempos, son realidades de entonces y de
ahora.
El cristiano
llamado a guiar sus pasos a la luz de Nazaret encuentra
en Jesús, María y José no sólo el modelo, sino el estímulo y
ayuda permanente
para situarse ante esas realidades y para vivirlas en
coherencia con la fe
que profesa. De ellos aprende a vivir el momento presente
(todos los momentos
presentes) como tiempos de salvación. Momentos todos ellos
en los que Dios
actúa en nuestra vida y en la de los demás.
El gran deseo de
que se cumpla el reino de Dios no viene atenuado por
la monotonía de la vida. Pero, quien vive a la luz de
Nazaret sabe esperar
y luchar, ante todo en sí mismo, para que el fuego divino lo
consuma todo y
evangelice, en primer lugar, su propia persona. Además quien
vive en el
Nazaret de después de Pentecostés está seguro de la acción
permanente del
Espíritu Santo en la Iglesia y en el mundo porque Él ha experimentado
ya
personalmente (como María) su obra maravillosa de
transformación. Y esta
experiencia es la clave de la presencia/impaciencia porque
el mensaje de
Cristo se extienda a todo el mundo.
TEODORO
BERZAL.hsf
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