sábado, 15 de octubre de 2016

Ciclo C - TO - Domingo XXIX

16 de octubre de 2016 - XXIX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO – Ciclo C

                      "Orar siempre y no desanimarse"

Lucas 18,1-8

      En aquel tiempo, Jesús, para explicar a los discípulos cómo tenían que
orar siempre sin desanimarse, les propuso esta parábola:
      - Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los
hombres. En la misma ciudad había una viuda que solía ir a decirle: "Hazme
justicia frente a mi adversario"; por algún tiempo se negó, pero después se
dijo: "Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esa viuda me
está fastidiando, le haré justicia, no vaya a acabar pegándome en la cara".
      Y el Señor respondió:
      - Fijaos lo que dice el juez injusto; pues Dios, ¿no hará justicia a
sus elegidos que le gritan día y noche?, ¿o les dará  largas? Os digo que les
hará  justicia sin tardar. Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará 
esta fe en la tierra?

Comentario

      La parábola de la viuda y el juez necesita de poco comentario para ser
comprendida. El texto mismo del evangelio dice la finalidad que Jesús se
propuso al contarla ("para explicarles que tenían que orar siempre") y ofrece
elementos suficientes para su interpretación.
      La enseñanza es muy clara y sencilla: si un hombre severo y duro, como
el juez injusto, es capaz de conmoverse ante la súplica insistente de una
pobre viuda, ­cuánto más Dios, que es infinitamente bueno, no acogerá nues-
tras súplicas!
      La imagen en negativo que el juez injusto ofrece de Dios tiende a poner
de manifiesto la enseñanza central que se quiere inculcar: la perseverancia
en la súplica. Y esto no porque Dios lo necesite. Ante Dios no hace falta
insistir para convencerlo. El mismo Evangelio nos previene contra la
tentación de cifrar la eficacia de la oración en la abundancia de palabras
(Mt 6,7-8) "pues vuestro Padre sabe lo que os hace falta antes de que se lo
pidáis". Quienes necesitamos de la oración perseverante somos nosotros. Y la
necesitamos para mantener siempre encendida la lámpara de la fe. Hay una
relación profunda entre la fe y la oración. Así como la oración es una
expresión clara de la fe, ésta necesita para vivir y crecer del alimento
constante de la oración Mt 15,28.
      La oración perseverante es la respuesta adecuada al Dios que es siempre
fiel. Dios actúa permanentemente prodigando el bien en favor de sus hijos los
hombres (Lc 11,9-13). La apertura constante a Él en la oración es necesaria
para que su plan de amor y de salvación continúe realizándose siempre en
nosotros y en el mundo.

En Nazaret

      Sólo podemos imaginar la fidelidad cotidiana de la Sagrada Familia a
los tres momentos de oración de las familias judías de su tiempo, su
asiduidad a la reunión semanal de la sinagoga y a la peregrinación anual a
Jerusalén para la fiesta de Pascua. El Evangelio únicamente alude a este
último aspecto de la celebración de la fe en la Sagrada Familia (Lc 2,41).
      Pero el propio Evangelio cita explícitamente otros rasgos fundamentales
que nos permiten descubrir en la Familia de Nazaret una vida de oración
profunda, intensa, perseverante. El evangelio de hoy subraya con particular
insistencia este último aspecto, por eso nos detendremos sólo en él.
      La perseverancia indica la permanencia activa en la oración. Y la
oración no es sólo súplica y petición, es también apertura a Dios, acogida
de su Palabra, alabanza y adhesión generosa a su voluntad, amor...
      A Jesús le encontramos siempre abierto al Padre. El evangelio habla
repetidamente de su oración: en la vida de cada día, en los momentos
importantes, en la noche. En el huerto de Getsemaní, Jesús insistía en la
oración (Lc 22,44).
      El mensaje del Nuevo Testamento sobre María se abre con su disponi-
bilidad a Dios en la anunciación y se cierra con la escena de su oración en
el cenáculo, en compañía de los apóstoles y de la comunidad. Son los dos
extremos de toda una vida perseverante en la oración.
      De José conocemos su atención a la voz de Dios y su prontitud en
obedecerla.
      Jesús, María y José formaron en Nazaret una comunidad orante, una
comunidad siempre abierta a Dios y con una confianza sin límites en el Padre.
Su oración fue perseverante no sólo porque duró el tiempo, sino porque llevó
la oración hasta las últimas consecuencias que es la entrega de la propia
vida por los demás.

Perseverar en la oración

      La oración es una de las componentes fundamentales de la perseverancia
cristiana: "vigilad y orad" Mc 14,38.
      La existencia cristiana se desarrolla necesariamente en medio de
múltiples dificultades (Rm 5,3; 2Tes 1,6-7). "Todo el que se proponga vivir
como buen cristiano será perhsfseguido" 2Tm 3,12. Por eso S. Pablo recomienda
a los cristianos mostrarse firmes en la fe (ICo 16,13), es decir, fuertemente
unidos a la verdad del evangelio y en permanente actitud de confianza en Dios
que es fiel (ICo 1,9).
      El cristiano que quiere vivir de verdad el evangelio necesita fuerza
y coraje: "Sed hombres, sed robustos" ICo 16,13. "Dios no nos ha dado un
espíritu de cobardía sino un espíritu de valentía, de amor y de dominio
propio" 2Tim 1,7.
      Nuestra vida cristiana se desarrolla en el tiempo presente, entre la
victoria de Cristo muerto y resucitado y la verificación de tal victoria, al
final de la historia de la salvación. Es ya partícipe, de alguna manera, de
la salvación definitiva y sin embargo esa vida nueva hay que defenderla contra
las potencias del mal, contra el mundo, que trata siempre de envolverla en
una lógica de cerrazón a Dios, y contra uno mismo. Porque el hombre viejo
sigue luchando contra el hombre nuevo.
      En esta situación de combate que caracteriza toda existencia cristiana
si desea mantenerse fiel, la perseverancia en la oración es sencillamente
algo esencial. El cristiano sabe bien que con sus propias fuerzas es
imposible. Por eso S. Pablo dice: "Dejad que os robustezca el Señor con su
poderosa fuerza" Ef 6,10. Y hablando de su propia experiencia exclama: "Para
todo me siento con fuerzas en Aquel que me robustece" Fil 4,14.
      Una mirada a Jesús, María y José en Nazaret, siempre disponibles,
siempre abiertos para que el poder de Dios actuara en ellos, nos ayudará a
vivir esta fe y oración perseverante, que el evangelio de hoy nos enseña, y

sin las cuales no hay verdadera vida cristiana que dure.
TEODORO BERZAL.hsf

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