sábado, 8 de octubre de 2016

Ciclo C - TO - Domingo XXVIII

9 de octubre de 2016 - XXVIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO – Ciclo C

"¿No ha habido quien vuelva para agradecérselo a Dios excepto este
      extranjero?"

Lucas 17,11-19

      Yendo Jesús camino de Jerusalén, pasaba entre Samaría y Galilea. Cuando
iba a entrar en un pueblo, vinieron a su encuentro diez leprosos, que se
pararon a lo lejos y a gritos decían:
      - Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros.
      Al verlos, les dijo:
      - Id y presentaos a los sacerdotes.
      Y mientras iban de camino, quedaron limpios. Uno de ellos que estaba
curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos, y se echó por tierra a
los pies de Jesús, dándole gracias. Este era un samaritano.
      Jesús tomó la palabra y les dijo:
      - ¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están? ¿No
ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios?
      Y le dijo:
      - Levántate, vete; tu fe te ha salvado.

Comentario

      Como siempre, Jesús no pasa de largo ante el sufrimiento humano, ni
rehusa asumir la condición del hombre, por muy desfigurado que este se
encuentre. "Id a presentaros a los sacerdotes", dice a los diez leprosos. El
encuentro con Jesús, animado por tanta esperanza en su poder, obra el
milagro.
      Todos los milagros son signos de la presencia y del poder de Dios, pero
los que dan la vida al hombre o la restauran en su integridad, que son la
mayor parte de los milagros de Jesús, son los más significativos. Invierten
la tendencia a la decadencia, a la muerte, al vaciamiento del vivir humano
y marcan el triunfo de la vida.
      Pero el evangelista no se detiene en explicar el significado del
milagro en sí, sino que se complace en subrayar cómo sólo uno, y éste,
samaritano, vuelve para dar gracias a Jesús.
      Jesús aprecia el gesto y, precisamente para ese extranjero, la gracia
de la curación física será la ocasión para llegar a la fe y a la salvación:
"tu fe te ha salvado"
      El samaritano que vuelve, no lo hace por pura gratitud humana. Ha
entendido algo muy importante. Con los otros nueve compañeros había ido al
templo de Jerusalén, pero él había entendido que era Jesús el nuevo templo
de Dios, el lugar de su presencia salvífica. Por eso vuelve "alabando a Dios
a voces". El agradecimiento a Jesús y la alabanza a Dios se identifica para
él y marcan el vértice de la experiencia humana y espiritual del leproso
curado y creyente. Los otros se quedaron con el beneficio físico de la cura-
ción, él cree y llega a la salvación. En realidad sólo en él se "cumple"
verdaderamente el milagro.

El milagro de Nazaret

      El milagro de Nazaret, el único milagro de Nazaret, fue la presencia
de Jesús en medio de la familia por obra del Espíritu Santo.
      Y como tal fue acogido por María, que presentó la objeción de "no
conocer varón", y por José‚ primero con su respetuoso silencio y después,
ante la palabra del Señor, con su "vuelta" a casa.
      Los dos creían que en Jesús Dios había "visitado a su pueblo", que,
como había dicho el  Ángel en la anunciación, "lo que va a nacer lo llamarán
"Consagrado", "Hijo de Dios" Lc 1,35. Pero no por eso su fe se quedó siempre
estacionada. Al contrario, tuvo que abrirse siempre a nuevas perspectivas.
      Que su hijo es "de Dios" lo experimentaron primero ante las palabras
proféticas de Simeón ("lo has colocado ante todos los pueblos como luz para
alumbrar a las naciones" Lc 2,31) y luego en Jerusalén cuando el mismo Jesús
les respondió que "tenía que estar en la casa de su Padre" Lc 2,49.
      El corazón de María y de José debió estar siempre transido de agra-
decimiento ante el gran don que habían recibido en Jesús. El hijo de Dios era
su hijo. ¿Quiénes eran ellos para recibir tanto bien?. "Aquí está  la sierva
del Señor", dijo María.
      El agradecimiento a Dios, la proclamación de sus maravillas, el canto
del magnificat, no fue sólo cosa de un momento, sino una actitud permanente
de la Familia de Nazaret.
      Las fórmulas de oración comportaban para los hebreos muchas bendiciones
a Dios: bendición, alabanza, agradecimiento por el día nuevo, por el pan, por
el agua, por el primer fruto de la estación,... ¿Cuántas veces también agra-
decimiento y bendición por Jesús, el Salvador, el Dios-con-nosotros?.

Gratitud

      La experiencia de que todo es don de Dios, de que todo nos viene de Él,
de que todo "es gracia", es fundamental en Nazaret y en toda vida cristiana.
Los milagros nos lo recuerdan.
      La convicción profunda de que "Dios nos amó primero" (IJn 4,19) lleva
a entender toda la vida como respuesta a ese amor. La experiencia de la
gratuidad crea la gratuidad.
      De este espacio de libertad creado por el amor libremente ofrecido y
libremente aceptado arranca la dimensión contemplativa de toda vida cris-
tiana.
      Quien acierta a ver toda la vida como don de Dios, y todo lo que en
ella ocurre como manifestación o rechazo de ese don, fácilmente llega a una
permanente actitud de agradecimiento, a una perenne "eucaristía".
      Muchos gestos y palabras, muchos tiempos de oración no encuentran una
explicación satisfactoria ni una razón suficiente si se quita esa experiencia
primera de haberse sentido amado por Dios y de haberse sentido colmado de sus dones.
      El reconocimiento, la aceptación, la contemplación del "Dios que ha
hecho tanto por mí" es fundamental para que, como en el samaritano curado,
crezca nuestra fe, y nuestra vida encuentre una explicación más allá de la
eficacia y de los resultados de nuestros trabajos.
      Es lo que vemos en la Sagrada Familia quien por boca de María supo
cantar en los comienzos de su trayectoria "las maravillas del Señor" y vivir
todo el resto de su vida en armonía con ese canto.
      La gratitud introduce en la existencia un elemento nuevo, inexplicable
e indestructible que da siempre motivos para trabajar más, para luchar m s,
para sufrir más.

TEODORO BERZAL.hsf

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