sábado, 12 de noviembre de 2016

Ciclo C - TO - Domingo XXXIII

13 de noviembre de 2016 - XXXIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO – Ciclo C

                  "Maestro, y ¿cuándo va a ocurrir eso?"

Lucas 21,5-19

      En aquel tiempo, algunos ponderaban la belleza del templo por la
calidad de la piedra y los exvotos. Jesús les dijo: Esto que contempláis,
llegará  un día en que no quedará  piedra sobre piedra: todo será  destruido.
      Ellos le preguntaron:
      - Maestro, ¿Cuándo va a ser eso?, ¿y cuál será  la señal de que todo eso
está para suceder?
      El contestó:
      - Cuidado con que nadie os engañe. Porque muchos vendrán usando mi nombre, diciendo: "Yo soy", o bien: "El momento está cerca"; no vayáis tras
ellos. Cuando oigáis noticias de guerras y de revoluciones, no tengáis
pánico. Porque eso tiene que ocurrir primero, pero el final no vendrá en
seguida.
      Luego les dijo:
      - Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá grandes
terremotos, y en diversos países, epidemias y hambre. Habrá también espantos y grandes signos en el cielo. Pero antes de todo eso os echarán mano, os  perseguirán, entregándoos a los tribunales y a la cárcel, y os harán
comparecer ante reyes y gobernadores por causa de mi nombre; así tendréis
ocasión de dar testimonio. Haced propósito de no preparar vuestra defensa,
porque yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá  hacer frente ni
contradecir ningún adversario vuestro. Y hasta vuestros padres, y parientes,
y hermanos, y amigos os traicionarán, y matarán a algunos de vosotros, todos
os odiarán por causa de mi nombre. Pero ni un cabello de vuestra cabeza
perecerá: con vuestra presencia salvaréis vuestras almas.

Comentario

      El año litúrgico del ciclo C se abrió con un pasaje similar al que hoy
consideramos tomado del mismo capítulo de S. Lucas.
      El retorno a los textos que ayudan a mirar al futuro invitan a mirar
el misterio de Cristo en su totalidad. Y no es otra la finalidad del año
litúrgico. La Iglesia nos presenta, en efecto, durante él el misterio de
Cristo articulado en diversas facetas pero sin perder su visión de conjunto.
No se trata de un círculo cerrado, sino de una espiral, que año tras año va
conduciendo a la Iglesia, peregrina en el mundo, hacia la plenitud del Reino.
Cristo se presenta así como centro de la historia, corazón del mundo, futuro
del hombre.
      El mensaje de este evangelio, a pesar del anuncio de la destrucción del
templo de Jerusalén, de la persecución de los discípulos y de las catástrofes
del fin del mundo, contiene un mensaje de vida y de esperanza. No estamos
destinados a la muerte sino a la vida. Cuando aparezca "el sol de justicia"
será el día del triunfo de los creyentes, ser  el día de la liberación.
      La mirada de Jesús se centra en primer lugar en el templo de Jerusalén
que, en cuanto morada de Dios y signo visible de su presencia, era el orgullo
de los judíos. Al anunciar su destrucción próxima, Jesús proclama el final
de un modo de encontrarse con Dios. A partir de la muerte de Jesús y de la
reconstrucción de su cuerpo en tres días (Jn 2,19), el nuevo templo es la
Iglesia, cuerpo místico de Cristo.
      Pero hay también en el evangelio una perspectiva más lejana en el
tiempo: la destrucción del templo de este mundo para que surja un mundo nuevo y un modo nuevo de encuentro con Dios. Las dificultades de los creyentes crecerán entonces en proporción con las dimensiones de la catástrofe que se anuncia. Pero al mismo tiempo se percibe ya la mano protectora de Dios ("no perderéis ni un pelo de la cabeza"), pues persecuciones y catástrofes no son sino una señal de que "el reino de Dios está cerca" Lc 21,32.

El futuro desde Nazaret

      Con la encarnación de Cristo, Dios mismo visitó nuestra tierra, algo
divino se introdujo en la entraña misma de la tierra como medio para salvar
a los hombres, formados todos ellos del "polvo de la tierra" (Gen 2,7).
      Con la resurrección de Cristo, algo de nuestra tierra, uno de nosotros
pasó a la esfera de lo divino y vive resucitado.
      ¿Cuál será  el significado para Nazaret de que sea precisamente de allí
lo que de nuestra tierra está ya en la otra vida?.
      Hoy, que el evangelio nos lleva a volver la mirada hacia el gran paso
de este mundo nuestro a "los cielos nuevos y la tierra nueva", es
impresionante constatar que hay ya algo que asegura la ilazón entre este
mundo y el otro, y ese algo es de Nazaret. Pero lo que de Nazaret pasó al
otro mundo no es sólo una realidad física. La comunidad de amor y de
salvación que allí formó Jesús con María y José es algo que no quedó
irremediablemente anclado en el pasado, sino que tiene una permanencia en la Iglesia y una realidad ya en el reino de los cielos.
      El  ámbito material de Nazaret fue destruido (aunque hay una tradición
que asegura que la casa de Nazaret fue trasladada a otro sitio), pero su
significado profundo no podrá  ser enterrado. En este sentido el caso de
Nazaret no es más que uno más entre las realidades humanas vividas en la fe.
Todas ellas tienen un sentido futuro, todas ellas quedarán recuperadas en la
plenitud del reino. Ninguna acción buena quedará sin recompensa, ninguna
relación positiva será interrumpida definitivamente, ningún esfuerzo humano
para promover el progreso y el desarrollo dejará de tener repercusión en el
mundo nuevo.

Nuestro futuro

      El mensaje del evangelio sobre la transición de este mundo al mundo
nuevo pone al vivo la cuestión de nuestro futuro personal y colectivo. Leído
en Nazaret este evangelio de la gran crisis de todo lo presente, tiende a
concentrar el contenido de la esperanza.
      Vendrán persecuciones y cataclismos, mejor dicho, están ya aconteciendo
y lo han estado siempre en la historia de la Iglesia y del mundo, pero el
creyente sabe que hay algo dentro de él que ha superado ya todas las crisis,
incluso la más radical, la de la muerte. Es esa fe la que da la certeza a la
esperanza. Esa es la "fe que vence al mundo" Jn 5,5. Quien lleva dentro el
amor del Padre y la Unción conferida por Cristo, el Consagrado, sabe que,
frente al mundo que pasa, algo en él y de él permanece para siempre.
      De lo que el cristiano está seguro, totalmente seguro, no es de su
resistencia, capacidad de esfuerzo o de lucha, cuanto de la fuerza del amor
de Dios: "Porque estoy convencido que ni la muerte ni la vida, ni ángeles ni
soberanías, ni lo presente ni lo futuro, ni poderes, ni alturas, ni abismos,
ni ninguna otra criatura podrá  privarnos de ese amor de Dios, presente en el
Mesías Jesús, Señor nuestro" Rom 8,38-39.
      De aquí nace toda su capacidad de esperanza y de lucha, sabiendo que
su futuro se juega aquí en el presente y ese futuro está ya ganado en Cristo
Jesús.

TEODORO BERZAL.hsf


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