sábado, 3 de diciembre de 2016

Ciclo A - Adviento - Domingo II

4 de diciembre de 2015 - II DOMINGO DE ADVIENTO – Ciclo A

           "Convertíos porque está cerca el Reino de los cielos"

Isaías 11,1-10

   En aquel día:
   Brotará un renuevo del tronco de Jesé, un vástago florecerá de sus raíz.
   Sobre él se posará el espíritu del Señor: espíritu de ciencia y discerni-
miento, espíritu de consejo y valor, espíritu de piedad y temor del Señor.
   No juzgará por las apariencias, ni sentenciará de oídas; defenderá con
justicia al desamparado, con equidad dará sentencia al pobre. Herirá al
violento con el látigo de su boca, con el soplo de sus labios matará al im-
pío. Será la justicia ceñidor de su cintura. Habitará el lobo con el cordero,
la pantera se tumbará con el cabrito, el novillo y el león pacerán juntos:
un muchacho pequeño los pastorea. La vaca pastará con el oso, sus crías se
tumbarán juntas; el león comerá paja con el buey. El niño jugará con la hura
del  áspid, la criatura meterá la mano en el escondrijo de la serpiente. No
harán daño ni estrago por todo mi Monte Santo: porque está  lleno el país de
la ciencia del Señor, como las aguas colman el mar.
   Aquel día la raíz de Jesé se erguirá  de los pueblos: la buscarán los
gentiles, y será gloriosa su morada.

Romanos 15,4-9

   Hermanos: Todas las antiguas Escrituras se escribieron para enseñanza
nuestra, de modo que entre nuestra paciencia y el consuelo que dan las
Escrituras mantengamos la esperanza.
   Que Dios, fuente de toda paciencia y consuelo os conceda estar de acuerdo
entre vosotros, como es propio de cristianos, para que unánimes, a una voz,
alabéis al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo.
   En una palabra, acogeos mutuamente como Cristo os acogió para gloria de
Dios. Quiero decir con esto que Cristo se hizo servidor de los judíos para
probar la fidelidad de Dios, cumpliendo los promesas hechas a los patriarcas,
y por otra parte, acoge a los gentiles para que alaben a Dios por su
misericordia. Así dice la Escritura: "Te alabaré en medio de los gentiles y
cantaré a tu Nombre"

Mateo 3,1-12

   Juan Bautista se presenta en el desierto de Judea predicando:
   -Convertíos, porque está  cerca el Reino de los cielos.
   Este es el que anunció el profeta Isaías diciendo: Una voz grita en el
desierto: Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos.
   Juan llevaba un vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la
cintura, y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre.
   Y acudía a él toda la gente de Jerusalén, de Judea y del valle Jordán.
   Al ver que muchos fariseos y saduceos venían a que los bautizara, les
dijo:
   -Raza de víboras, ¿quién os ha enseñado a escapar de la ira inminente?
   Dad el fruto que pide la conversión.
   Y no os hagáis ilusiones pensando: "Abrahán es nuestro padre", pues os
digo que Dios es capaz de sacar hijos de Abrahán de estas piedras.
   Ya toca el hacha la base de los árboles, y el  árbol que no da buen fruto
será talado y echado al fuego.
   Yo os bautizo con agua para que os convirtáis; pero el que viene detrás
de mí puede más que yo, y no merezco ni llevarle las sandalias.
   El os bautizará con Espíritu Santo y fuego.
   El tiene el bieldo en la mano: aventará su parva, reunirá su trigo en el
granero y quemará la paja en una hoguera que no se apaga.                            

Comentario

   La llamada a la conversión con la que se abre el ministerio de Juan
Bautista centra el mensaje de la Palabra de Dios de este domingo en uno de
los puntos clave de todo el evangelio. También Jesús (Mc 1,1) iniciará su
misión llamando a la conversión.
   Para acercarnos al mensaje del evangelio y dejar que nos vaya penetrando,
podemos dar varios pasos sucesivos. Veamos en primer lugar la ambientación,
las circunstancias de espacio y de tiempo donde se desarrolla el relato
evangélico.
   Dos son los lugares, cargados de simbolismo, a los que nos lleva el
evangelista: el desierto y el río. El desierto es el lugar de la
manifestación de Dios, pero también es allí donde se manifiesta lo más
profundo y turbulento que hay en el hombre: desde el desierto viene la voz
que llama a la conversión. El río simboliza la abundancia del amor y de la
misericordia, en él el hombre encuentra una nueva vida.
   A partir de ese escenario, ya muy significativo, pasemos a los personajes
que en él se mueven. Tenemos primero a Juan, caracterizado como los antiguos
profetas, pero consciente de que está llegando ya el anunciado por todos
ellos. Su figura, su modo de vivir, es ya una provocación, una invitación a
abandonar los caminos trillados de la vida para plantearse las cosas desde
el punto de vista de Dios. Pero Juan no se presenta como protagonista, sino
que anuncia a otro que viene detrás de él. La relación en la que se sitúa con
respecto al Mesías manifiesta ya de algún modo la identidad de éste. Con el
Mesías llega el cumplimiento definitivo de las promesas de Dios a su pueblo.
Será Él quien actuará el día del juicio de Dios (y aquí la perspectiva
inmediatista de la escatología de Juan Bautista sería corregida por Jesús)
y será Él quien bautizará con Espíritu Santo.
   Veamos luego quiénes son los destinatarios del mensaje de Juan que
también entran en escena. Se les pide una sola cosa: la conversión, es decir,
ese entrar en uno mismo para establecer una relación con Dios basada en el
amor y no en la pertenencia externa al pueblo de la alianza. Evidentemente
para el evangelista detrás de quienes recibían el mensaje de Juan están sus
propios lectores.
   Si nos fijamos en lo que Juan dice, podemos descubrir que el contenido de
su mensaje es el anuncio de la llegada del Mesías, que será a su vez también
portador de un mensaje de conversión. Tres son las imágenes usadas por Juan
Bautista para describir cómo serán las palabras del Mesías: el hacha, el
fuego y los frutos en los que se expresa el cambio forjado en el corazón
convertido.
   La situación que resultará es lo que Isaías anuncia en la 1ª. lectura: la
paz cósmica producida por la venida del Mesías y la reconciliación entre los
pueblos, que S. Pablo proclama como ya realizada en Cristo, pero también como
tarea permanente de los cristianos (2ª. lectura).

El desierto y la casa

   Entre Juan el Bautista y Jesús hay una continuidad y una ruptura, que se
advierten claramente en el evangelio.
   Jesús empieza su predicación con las mismas palabras que Juan. Después de
la muerte de éste, Jesús empieza a proclamar: "Convertíos que llega el reino
de Dios", expresión que coincide con la que había usado el Bautista.
   Hay, sin embargo, un fuerte contraste en la visión de la historia de la
salvación que el uno y el otro presentan. Para Juan se diría que el tiempo
está ya a punto de terminar cuando él vive, queda sólo la venida del Mesías
para que se cumpla el juicio de Dios. Por eso exhorta a la conversión a
quienes quieran pasar a formar parte del reino de los cielos.
   La perspectiva de Jesús es mucho más amplia: llega el Reino de Dios, por
eso invita a todos a descubrir su rostro de Padre y a hacerse discípulos
suyos para recibir la plenitud de la gracia y del amor, que los convertirá
en hijos. El núcleo de seguidores que reúne entorno a sí, no es el de los ya
juzgados como buenos en el juicio de Dios, sino el de los encargados de
proclamar al mundo entero la buena nueva de la salvación que en Él se actúa.
   Ya desde una perspectiva que podríamos llamar ambiental, se percibe
también ese contraste entre las figuras de Juan y de Jesús; y ese contraste
pone mayormente de relieve la originalidad y grandeza del último. Juan viene
del desierto, su figura y su modo de vida es ajeno a las situaciones normales
de las gentes de su época y de la nuestra. Jesús, en cambio, sale de Nazaret,
de una familia y de un pueblo como tantos otros, de una situación de vida que
lleva a pensar en una total normalidad. Por otra parte, el mismo Jesús se
encargará de establecer nítidamente el contraste (cfr. Mt 11,18-19).
   Podríamos decir que esa experiencia nazarena de vivir en una casa, en un
hogar, revisten de humanidad, de comprensión y de amor el mensaje que es
idéntico en los dos casos. La raíz común de Jesús con el modo de vivir de la
mayoría de los hombres hace que su voz sea al mismo tiempo más universal y
más cercana a todos sin abandonar por ello la radicalidad y la exigencia. En
la voz de Jesús resuena el mismo mensaje que el de Juan, pero templado por
la experiencia de vivir en una familia.
   Jesús encarna así, de manera plena, la figura a la vez fuerte y flexible,
llena de vigor y de ternura, descrita por el profeta Isaías (1ª. lectura).
Toda su fuerza reside en su palabra. Mediante ella establece la convivencia
y la paz, cosa aparentemente imposible. En lugar de remitir el juicio de Dios
al final de la historia la separación entre buenos y malos, acepta pagar con
su persona, para que el amor y la gracia puedan llegar a todos los hombres.
Sólo así "será gloriosa su morada" (Is 11,10).

   Padre, te bendecimos
   por habernos dado a tu hijo Jesús,
   que vivió en la casa y en la familia de Nazaret
   y anunció la llegada de tu Reino.
   El nos ha bautizado en el Espíritu Santo
   en el río del bautismo.
   Danos esa humildad profunda
   que lleva a aceptar siempre la filiación como don
   y a no creernos con ningún derecho frente a ti,
   sino a emprender cada día
   el camino de la conversión,
   que tú siempre nos pides.

Habitar y caminar

   Las figuras y símbolos contrapuestos que aparecen hoy, como una
constante, a lo largo de la Palabra de Dios y que, en nuestra reflexión hemos
sintetizado y personalizado en Juan y Jesús, son también una invitación a dar
el paso de la conversión.
   Si examinamos nuestro comportamiento personal y comunitario con un poco
de atención, nos ser  fácil descubrir como gran parte de nuestra vida puede
estar simbolizada en los animales más violentos, en la paja que no sirve para
nada o en la inutilidad de un agua que debería lavar los pecados, pero que
no está penetrada por la fuerza purificadora del fuego ni por la fecundidad
del Espíritu Santo.
   Pero quizá la Palabra de Dios, sobre todo si la hemos leído a la luz y al
calor de Nazaret, nos invite a dar el paso que media entre Juan y Jesús, paso
al que el mismo Bautista nos invita al presentarnos al que "viene detrás de
él". De una espiritualidad de puro desierto, de sólo camino, tenemos que
saber pasar, en la fe de Abrahán, a la casa donde el Padre reparte a manos
llenas la gracia y el amor.
   Es fácil, incluso para los cristianos, quedarse en actitudes y formas de
actuar lejanas de la buena nueva anunciada por Jesús. Hay visiones estrechas
de la fe cristiana que se contentan con el puro formalismo expresado en el
evangelio de hoy por la frase "Abrahán es nuestro padre", exhibida como
bandera de pertenencia al grupo de los salvados.
   Quien se considera ya en posesión de la verdad o, anticipando el juicio
de Dios, se declara justo, difícilmente emprenderá el camino de la conver-
sión, que lleva a ver las cosas en profundidad (hasta la raíz) y a dejarse
guiar paso a paso por la palabra de Dios siguiendo a Jesús.

TEODORO BERZAL.hsf

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