4 de diciembre de 2015 - II
DOMINGO DE ADVIENTO – Ciclo A
"Convertíos porque está cerca
el Reino de los cielos"
Isaías 11,1-10
En aquel día:
Brotará un renuevo
del tronco de Jesé, un vástago florecerá de sus raíz.
Sobre él se posará
el espíritu del Señor: espíritu de ciencia y discerni-
miento, espíritu de consejo y valor, espíritu de piedad y
temor del Señor.
No juzgará por las
apariencias, ni sentenciará de oídas; defenderá con
justicia al desamparado, con equidad dará sentencia al
pobre. Herirá al
violento con el látigo de su boca, con el soplo de sus
labios matará al im-
pío. Será la justicia ceñidor de su cintura. Habitará el
lobo con el cordero,
la pantera se tumbará con el cabrito, el novillo y el león
pacerán juntos:
un muchacho pequeño los pastorea. La vaca pastará con el
oso, sus crías se
tumbarán juntas; el león comerá paja con el buey. El niño
jugará con la hura
del áspid, la criatura meterá la mano en el escondrijo
de la serpiente. No
harán daño ni estrago por todo mi Monte Santo: porque
está lleno el país de
la ciencia del Señor, como las aguas colman el mar.
Aquel día la raíz
de Jesé se erguirá de los pueblos: la buscarán los
gentiles, y será gloriosa su morada.
Romanos 15,4-9
Hermanos: Todas las
antiguas Escrituras se escribieron para enseñanza
nuestra, de modo que entre nuestra paciencia y el consuelo
que dan las
Escrituras mantengamos la esperanza.
Que Dios, fuente de
toda paciencia y consuelo os conceda estar de acuerdo
entre vosotros, como es propio de cristianos, para que
unánimes, a una voz,
alabéis al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo.
En una palabra,
acogeos mutuamente como Cristo os acogió para gloria de
Dios. Quiero decir con esto que Cristo se hizo servidor de
los judíos para
probar la fidelidad de Dios, cumpliendo los promesas hechas
a los patriarcas,
y por otra parte, acoge a los gentiles para que alaben a
Dios por su
misericordia. Así dice la Escritura: "Te alabaré en
medio de los gentiles y
cantaré a tu Nombre"
Mateo 3,1-12
Juan Bautista se
presenta en el desierto de Judea predicando:
-Convertíos, porque
está cerca el Reino de los cielos.
Este es el que
anunció el profeta Isaías diciendo: Una voz grita en el
desierto: Preparad el camino del Señor, allanad sus
senderos.
Juan llevaba un
vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la
cintura, y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre.
Y acudía a él toda
la gente de Jerusalén, de Judea y del valle Jordán.
Al ver que muchos
fariseos y saduceos venían a que los bautizara, les
dijo:
-Raza de víboras,
¿quién os ha enseñado a escapar de la ira inminente?
Dad el fruto que
pide la conversión.
Y no os hagáis
ilusiones pensando: "Abrahán es nuestro padre", pues os
digo que Dios es capaz de sacar hijos de Abrahán de estas
piedras.
Ya toca el hacha la
base de los árboles, y el árbol que no da buen fruto
será talado y echado al fuego.
Yo os bautizo con
agua para que os convirtáis; pero el que viene detrás
de mí puede más que yo, y no merezco ni llevarle las
sandalias.
El os bautizará con
Espíritu Santo y fuego.
El tiene el bieldo
en la mano: aventará su parva, reunirá su trigo en el
granero y quemará la paja en una hoguera que no se apaga.
Comentario
La llamada a la
conversión con la que se abre el ministerio de Juan
Bautista centra el mensaje de la Palabra de Dios de este
domingo en uno de
los puntos clave de todo el evangelio. También Jesús (Mc
1,1) iniciará su
misión llamando a la conversión.
Para acercarnos al
mensaje del evangelio y dejar que nos vaya penetrando,
podemos dar varios pasos sucesivos. Veamos en primer lugar
la ambientación,
las circunstancias de espacio y de tiempo donde se
desarrolla el relato
evangélico.
Dos son los
lugares, cargados de simbolismo, a los que nos lleva el
evangelista: el desierto y el río. El desierto es el lugar
de la
manifestación de Dios, pero también es allí donde se
manifiesta lo más
profundo y turbulento que hay en el hombre: desde el
desierto viene la voz
que llama a la conversión. El río simboliza la abundancia
del amor y de la
misericordia, en él el hombre encuentra una nueva vida.
A partir de ese
escenario, ya muy significativo, pasemos a los personajes
que en él se mueven. Tenemos primero a Juan, caracterizado
como los antiguos
profetas, pero consciente de que está llegando ya el
anunciado por todos
ellos. Su figura, su modo de vivir, es ya una provocación,
una invitación a
abandonar los caminos trillados de la vida para plantearse
las cosas desde
el punto de vista de Dios. Pero Juan no se presenta como
protagonista, sino
que anuncia a otro que viene detrás de él. La relación en la
que se sitúa con
respecto al Mesías manifiesta ya de algún modo la identidad
de éste. Con el
Mesías llega el cumplimiento definitivo de las promesas de
Dios a su pueblo.
Será Él quien actuará el día del juicio de Dios (y aquí
la perspectiva
inmediatista de la escatología de Juan Bautista sería corregida
por Jesús)
y será Él quien bautizará con Espíritu Santo.
Veamos luego
quiénes son los destinatarios del mensaje de Juan que
también entran en escena. Se les pide una sola cosa: la
conversión, es decir,
ese entrar en uno mismo para establecer una relación con
Dios basada en el
amor y no en la pertenencia externa al pueblo de la alianza.
Evidentemente
para el evangelista detrás de quienes recibían el mensaje de
Juan están sus
propios lectores.
Si nos fijamos en
lo que Juan dice, podemos descubrir que el contenido de
su mensaje es el anuncio de la llegada del Mesías, que será
a su vez también
portador de un mensaje de conversión. Tres son las imágenes
usadas por Juan
Bautista para describir cómo serán las palabras del Mesías:
el hacha, el
fuego y los frutos en los que se expresa el cambio forjado
en el corazón
convertido.
La situación que
resultará es lo que Isaías anuncia en la 1ª. lectura: la
paz cósmica producida por la venida del Mesías y la
reconciliación entre los
pueblos, que S. Pablo proclama como ya realizada en Cristo,
pero también como
tarea permanente de los cristianos (2ª. lectura).
El desierto y la casa
Entre Juan el
Bautista y Jesús hay una continuidad y una ruptura, que se
advierten claramente en el evangelio.
Jesús empieza su
predicación con las mismas palabras que Juan. Después de
la muerte de éste, Jesús empieza a proclamar:
"Convertíos que llega el reino
de Dios", expresión que coincide con la que había usado
el Bautista.
Hay, sin embargo,
un fuerte contraste en la visión de la historia de la
salvación que el uno y el otro presentan. Para Juan se diría
que el tiempo
está ya a punto de terminar cuando él vive, queda sólo la
venida del Mesías
para que se cumpla el juicio de Dios. Por eso exhorta a la
conversión a
quienes quieran pasar a formar parte del reino de los
cielos.
La perspectiva de
Jesús es mucho más amplia: llega el Reino de Dios, por
eso invita a todos a descubrir su rostro de Padre y a
hacerse discípulos
suyos para recibir la plenitud de la gracia y del amor, que
los convertirá
en hijos. El núcleo de seguidores que reúne entorno a sí, no
es el de los ya
juzgados como buenos en el juicio de Dios, sino el de los
encargados de
proclamar al mundo entero la buena nueva de la salvación que
en Él se actúa.
Ya desde una
perspectiva que podríamos llamar ambiental, se percibe
también ese contraste entre las figuras de Juan y de Jesús;
y ese contraste
pone mayormente de relieve la originalidad y grandeza del
último. Juan viene
del desierto, su figura y su modo de vida es ajeno a las
situaciones normales
de las gentes de su época y de la nuestra. Jesús, en cambio,
sale de Nazaret,
de una familia y de un pueblo como tantos otros, de una
situación de vida que
lleva a pensar en una total normalidad. Por otra parte, el
mismo Jesús se
encargará de establecer nítidamente el contraste (cfr. Mt
11,18-19).
Podríamos decir que
esa experiencia nazarena de vivir en una casa, en un
hogar, revisten de humanidad, de comprensión y de amor el
mensaje que es
idéntico en los dos casos. La raíz común de Jesús con el
modo de vivir de la
mayoría de los hombres hace que su voz sea al mismo tiempo
más universal y
más cercana a todos sin abandonar por ello la radicalidad y
la exigencia. En
la voz de Jesús resuena el mismo mensaje que el de Juan,
pero templado por
la experiencia de vivir en una familia.
Jesús encarna así,
de manera plena, la figura a la vez fuerte y flexible,
llena de vigor y de ternura, descrita por el profeta Isaías
(1ª. lectura).
Toda su fuerza reside en su palabra. Mediante ella establece
la convivencia
y la paz, cosa aparentemente imposible. En lugar de remitir
el juicio de Dios
al final de la historia la separación entre buenos y malos,
acepta pagar con
su persona, para que el amor y la gracia puedan llegar a
todos los hombres.
Sólo así "será gloriosa su morada" (Is 11,10).
Padre, te bendecimos
por habernos dado a tu hijo Jesús,
que vivió en la casa y en la familia de
Nazaret
y anunció la llegada de tu Reino.
El nos ha bautizado en el Espíritu Santo
en el río del bautismo.
Danos esa humildad profunda
que lleva a aceptar siempre la filiación
como don
y a no creernos con ningún derecho frente a
ti,
sino a emprender cada día
el camino de la conversión,
que tú
siempre nos pides.
Habitar y caminar
Las figuras y
símbolos contrapuestos que aparecen hoy, como una
constante, a lo largo de la Palabra de Dios y que, en
nuestra reflexión hemos
sintetizado y personalizado en Juan y Jesús, son también una
invitación a dar
el paso de la conversión.
Si examinamos
nuestro comportamiento personal y comunitario con un poco
de atención, nos ser fácil descubrir como gran parte
de nuestra vida puede
estar simbolizada en los animales más violentos, en la paja
que no sirve para
nada o en la inutilidad de un agua que debería lavar los
pecados, pero que
no está penetrada por la fuerza purificadora del fuego ni
por la fecundidad
del Espíritu Santo.
Pero quizá la
Palabra de Dios, sobre todo si la hemos leído a la luz y al
calor de Nazaret, nos invite a dar el paso que media entre
Juan y Jesús, paso
al que el mismo Bautista nos invita al presentarnos al que
"viene detrás de
él". De una espiritualidad de puro desierto, de sólo
camino, tenemos que
saber pasar, en la fe de Abrahán, a la casa donde el Padre
reparte a manos
llenas la gracia y el amor.
Es fácil, incluso
para los cristianos, quedarse en actitudes y formas de
actuar lejanas de la buena nueva anunciada por Jesús. Hay
visiones estrechas
de la fe cristiana que se contentan con el puro formalismo
expresado en el
evangelio de hoy por la frase "Abrahán es nuestro
padre", exhibida como
bandera de pertenencia al grupo de los salvados.
Quien se considera
ya en posesión de la verdad o, anticipando el juicio
de Dios, se declara justo, difícilmente emprenderá el camino
de la conver-
sión, que lleva a ver las cosas en profundidad (hasta la
raíz) y a dejarse
guiar paso a paso por la palabra de Dios siguiendo a Jesús.
TEODORO
BERZAL.hsf
No hay comentarios:
Publicar un comentario