19
de febrero de 2017 - VII DOMINGO DEL
TIEMPO ORDINARIO – Ciclo A
"Amad
a vuestros enemigos"
-Lev.
19,1-2.17-18
-Sal
102
-1Co
3,16-23
-Mt
5,38-48
Mateo 5,38-48
Dijo Jesús a sus discípulos:
-Sabéis que está mandado: "Ojo
por ojo, diente por diente". Pero yo os
digo:
No hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea
en
la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para
quitarte
la túnica, dale también la capa; quien te requiera para caminar una
milla,
acompáñale dos; a quien te pide, dale, y al que te pide prestado, no
lo
rehuyas.
Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo
y aborrecerás a tu enemigo.
Yo, en cambio, os digo:
Amad a vuestro enemigos, haced el bien a los
que os aborrecen y rezad por
los
que os persiguen y calumnian. Así seréis hijos de vuestro Padre que está
en
el cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos y manda la lluvia a
justos
e injustos.
Porque si amáis a los que os aman, ¿qué
premio tendréis? ¿No hacen lo
mismo
los publicanos? Y si saludáis sólo a vuestros hermanos, ¿Qué hacéis de
extraordinario?
¿No hacen también lo mismo los paganos? Por tanto, sed
perfectos
como vuestro Padre celestial es perfecto.
Comentario
El pasaje evangélico de este domingo
completa la serie de antítesis a
través
de las que Jesús en el sermón de la montaña explica la ley nueva del
Reino.
Las dos que consideramos hoy se refieren directamente a la relación
con
el prójimo y explicitan de forma concreta el mandamiento del amor, punto
clave
de la buena nueva.
"Ojo por ojo..." Jesús toma pie de
esta norma existente no sólo en los
Libros
del Antiguo Testamento, sino en otras legislaciones antiguas, para,
por
contraste, decir cuál es la actitud de quien quiere entrar en el Reino
de
Dios. La ley del talión intentaba poner un freno y un límite al instinto
de
venganza y era ya un progreso notable contra la barbarie. Jesús no inten-
ta,
sin embargo, completar con nuevas y más rigurosas normas la ley natural.
Su enseñanza
se sitúa en otro plano. Lo que Él pide es un corazón bueno,
capaz
de ahogar en él mismo el deseo de devolver mal por mal, capaz de
aniquilar
en el propio interior la reacción de venganza para dar cabida al
perdón,
a la gratuidad, al amor. No se trata, por tanto de nuevas normas, de
otros
preceptos que en último término serían paradójicos e impracticables,
sino
de entrar en la disposición nueva requerida por el amor infinito y total
de
Dios que lleva a asumir radicalmente la propia condición humana y la de
los
demás, para ir más allá de lo estrictamente requerido por nuestra razón
o
por el sentido común. Es un paso que sólo se puede cumplir desde la fe.
"Amad a vuestros enemigos...", es
la última de las antítesis e indica
claramente
cómo entrar en la lógica del Reino de Dios implica, en último
término,
aceptar y estar dispuesto a imitar el modo de proceder de Dios, que
supera
y transciende nuestro modo de pensar puramente humano.
El ser hijos del Padre es para Jesús la razón
última y la motivación del
comportamiento
que propone a sus seguidores en el sermón de la montaña. Esto
supone
devolver al hombre a su condición primera de criatura hecha a imagen
de
Dios (Gen 1,27). En virtud de esa semejanza y de la elección del pueblo
de
Israel, Dios pedía ya a los israelitas ser "santos, porque yo, el Señor,
soy
santo" (Lev. 19,2).
A esa misma motivación de fondo se refiere Jesús
cuando propone al Padre
"que
hace salir el sol sobre buenos y malos" como modelo de comportamiento
de
los que le siguen. En adelante será el único camino para escapar de una
lógica
moralista y mezquina, que encierra al hombre en una serie de
reacciones
predeterminadas por sus instintos o por las convenciones sociales
y
lo tiene prisionero de sus propios intereses.
"No hagáis
frente"
Las normas recogidas en el sermón de la montaña
no son una lista de
prescripciones
para aplicar cada una en el caso que corresponda. Revelan más
bien
el espíritu con que hay que afrontar todas las situaciones de la vida,
si
se opta por vivir en el Reino anunciado por Jesús.
Por eso el mejor criterio interpretativo de
ese conjunto de preceptos, de
orientaciones,
de motivaciones, es ver cómo han sido vividos por Jesús y por
quienes
han intentado seguirlo. En último término el evangelio es Jesús
mismo,
más que la suma de lo que ha dicho y hecho.
Teniendo esto presente, podemos contemplar
la vida entera de Jesús como
reflejo
de lo que dice en este resumen del Evangelio que es el sermón de la
montaña.
Su comportamiento humilde y sumiso durante la pasión traduce al pie
de
la letra algunas de las expresiones del evangelio de hoy. Pero toda su
vida
fue un testimonio claro de gratuidad en el servicio y en el perdón, de
proclamación
de la verdad y del amor, incluso a los enemigos. Su no
resistencia
a quienes usaron la violencia contra Él pudo parecer señal de
debilidad;
en realidad se reveló como el mejor camino para mostrar el amor
de
Dios a todos los hombres, aunque para ello tuviera que sufrir y entregar
la
vida.
Desde Nazaret
Meditando el evangelio desde Nazaret, no
podemos dejar de ver algunos
detalles
que se sitúan ya desde los comienzos en la línea del no hacer frente
a
quien agravia y que manifiestan cómo el modo de proceder de Jesús en sus
útimos
años, no fue improvisado.
Según el evangelio de Mateo, bajo la guía
directa de Dios, la Sagrada
Familia,
ante la matanza de los inocentes, huye a Egipto. La respuesta a la
violencia
es la huida, el no hacer frente, el admitir la apariencia de
triunfo
de quien se presenta como adversario. Por ese camino, Jesús realiza
el éxodo
de su infancia, preludio del éxodo pascual, que comportan actitudes
semejantes.
Y al regresar a tierra de Israel después de
la permanencia en Egipto, la
Sagrada
Familia, guiada por José, cumple un nuevo gesto de no enfrentamiento
con
el adversario. Según el programa narrativo de Mateo, el lugar natural de
nacimiento
y residencia del Mesías era la ciudad real de Jerusalén o al menos
la
comarca de Judea, heredera de las puras tradiciones del pueblo elegido.
Pero
ante el hecho de que Arquelao, sucesor de su padre Herodes, reinaba en
Judea,
"se retiró a Galilea y fue a establecerse a un pueblo que llaman Naza-
ret"
(Mt 2,23). También en este caso, según el evangelista Mateo, ese modo
de
comportarse paradójico que lleva a elegir un pueblo perdido de una comarca
heterodoxa
es el camino por donde se manifiesta el consagrado por Dios, el
Nazareo.
A partir de esos gestos iniciales, podemos
imaginar los muchos detalles
de
la vida concreta en los que la Sagrada Familia traduciría el amor a todos,
el perdón
de las ofensas, la gratuidad,...
Padre
bueno, que mandas la lluvia
sobre justos
e injustos,
que a
todos amas y ofreces tu perdón y tu gracia,
te
bendecimos por la enseñanza que Jesús nos ha dado
con su
vida y con su palabra.
Hoy
queremos contemplar y celebrar tu bondad
y pedirte
el don del Espíritu Santo
que nos hace
hijos tuyos
y nos
impulsa a ser perfectos como tú;
pero no
con esa perfección
de quien
ha llegado ya a la meta,
sino de
quien está siempre en camino.
Queremos
ser como tú con la confianza que nos da
el mandato
de Jesús,
que tan
bien conoce tu grandeza
como
nuestra limitación.
Hermano y enemigo
Con razón se insiste en afirmar que el
precepto de amar también a los
enemigos
y no sólo al prójimo, introduce una nota de universalismo en la
caridad
cristiana que lo debe llevar a acoger y a amar a todos.
Pero esa oposición prójimo-enemigo lleva a
desatender un aspecto muy
concreto
de nuestra vida cotidiana: muchas veces el "enemigo" no es alguien
lejano,
es nuestro prójimo, es alguien que vive con nosotros, es nuestro
hermano.
Corremos el riego de teñir de romanticismo
el precepto del Señor, si por
amor
a los enemigos entendemos algún gesto heroico de perdón y amistad hacia
hipotéticos
"enemigos" con quienes nunca nos encontramos, sencillamente
porque,
en la mayor parte de los casos, no existen.
Mi enemigo está paradójicamente en
quien más me ama, en aquel con quien
colaboro
y con quien vivo todos los días. El proverbio dice acertadamente que
es
quien bien te quiere quien te hará llorar. De quienes recibimos las
mayores
alegrías y estímulos para el bien, nos vienen también las ofensas que
más
sentimos.
El amor a los enemigos es esa actitud
profunda que lleva a la disponi-
bilidad
para perdonar y hacer el bien a quien nos puede perseguir y calum-
niar,
pero, al filo de los días debe traducirse en gestos sencillos de re-
conciliación
y apertura hacia quien está a nuestro lado.
Cualquiera de nosotros está llamado a
practicar el amor a los enemigos en
el ámbito
donde vive. Se trata de matar dentro de uno mismo el despecho o la
indiferencia
para ofrecer una palabra buena que reconstruye el diálogo o una
relación
interrumpida; se trata de dar algo más de lo que se nos ha pedido,
de
caminar dos millas con alguien a quien en principio concederíamos sólo
una;
se trata de prestar algo que por anticipado sabemos que nunca nos será
devuelto...
Comportamientos así introducen en las
familias, en las comunidades una
lógica
de gratuidad y de amor que va matando poco a poco el egoísmo y la
dinámica
de la violencia. En eso consiste de forma concreta la construcción
del
Reino de Dios en este mundo.
TEODORO BERZAL.hsf
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