12 de marzo de 2017 - II DOMINGO DE
CUARESMA – Ciclo A
"Se
transfiguró"
Génesis 12,1-4a
En aquellos días, el Señor dijo a
Abrahán:
-Sal de tu tierra y
de la casa de tu padre hacia la tierra que te mostra-
ré.
Haré de ti un gran
pueblo, te bendeciré, haré famoso tu nombre y será una
bendición.
Bendeciré a los que
te bendigan, maldeciré a los que te maldigan.
Con tu nombre se
bendecirán todas las familias del mundo.
Abrahán marchó,
como le había dicho el Señor.
II Timoteo 1,8b-10
Querido hermano:
Toma parte en los
duros trabajos del Evangelio, según las fuerzas que
Dios te dá. El nos salvó y nos llamó a una vida santa no por
nuestros méri-
tos, sino porque antes de la creación, desde el tiempo
inmemorial, Dios
dispuso darnos su gracia, por medio de Jesucristo; y ahora,
esa gracia se ha
manifestado por medio del Evangelio, al aparecer nuestro
Salvador Jesucristo,
que destruyó la muerte y sacó a la luz la vida inmortal.
Mateo 17,1-9
Jesús tomó consigo
a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan y se los llevó
aparte a una montaña alta. Se transfiguró delante de ellos y
su rostro
resplandecía como el sol y sus vestidos se volvieron blancos
como la luz. Y
se les aparecieron Moisés y Elías conversando con Él.
Pedro entonces tomó
la palabra y dijo a Jesús:
-Señor, ¡qué
hermoso es estar aquí! Si quieres haremos tres chozas: una
para ti, otra para Moisés y otra para Elías.
Todavía estaba
hablando cuando una nube luminosa los cubrió con su
sombra, y una voz desde la nube decía:
-Este es mi Hijo,
el amado, mi predilecto. Escuchadlo.
Al oírlo, los
discípulos cayeron de bruces, llenos de espanto. Jesús se
acercó y tocándolos les dijo:
-Levantaos, no
temáis.
Al alzar los ojos
no vieron a nadie más que a Jesús, solo. Cuando bajaban
de la montaña, Jesús les mandó:
-No contéis a nadie
la visión hasta que el Hijo del hombre resucite de
entre los muertos.
Comentario
El camino de la
cuaresma nos lleva cada año a recorrer las etapas de
nuestra iniciación cristiana. Hoy nos presenta en qué‚
consiste el itinerario
de la fe: salida de nuestra tierra y confesión de Jesús como
Señor.
El cristiano, hijo
de Abrahán (1ª. lectura) y seguidor de Jesús, es invi-
tado a contemplar a Éste en el episodio de su
transfiguración.
Siguiendo el relato
evangélico, cada uno de los personajes que van a-
pareciendo, nos ofrece una posibilidad de acercamiento al
misterio.
-Los discípulos.
Son elegidos uno por uno y en número reducido, no sólo
para presenciar, sino también para participar y ser testigos
del aconteci-
miento. Su actitud de disponibilidad, de alegría y temor reverencial
ante el
misterio que se revela, nos habla del sentido trascendente
de la experiencia
que están viviendo. Entre ellos destaca Pedro, a quien
Mateo, contrariamente
a los otros evangelistas, no reprocha la falta de
comprensión de lo que
sucede. Por el contrario, es él quien llama a Jesús
"Señor", título que
corresponde a su situación gloriosa, mientras que en los
evangelios de Marcos
y Lucas lo llama "Maestro".
- Moisés y Elías.
Son los dos personajes del Antiguo Testamento que han
visto la gloria de Dios. Representan la ley y los profetas,
formula global
que se usaba para designar el conjunto de la revelaci¢n
antigua. Existía la
creencia de que ambos aparecerían un día para anunciar la
llegada del Mesías.
Su presencia en la transfiguración de Jesús es un testimonio
cargado de
simbolismo. Cuando Jesús aparece en su gloria, ellos se
eclipsan,
contribuyendo a poner de relieve su figura. Es de notar que
el episodio de
la transfiguración acontece entre dos anuncios que Jesús
hace de su propia
pasión y muerte, dejando bien claro el doble aspecto,
sufrimiento y gloria,
que encierra su misterio.
Entre los
evangelistas, Mateo subraya el aspecto luminoso de la
transfiguración de Jesús: "Su rostro resplandecía como
el sol, la nube que
cubrió a los discípulos era "luminosa". Parece que
ambas expresiones están
tomadas del pasaje del Antiguo Testamento en el que se
describe el paso del
mar Rojo (Ex 34,29-30) y contribuyen a presentar a Jesús
como un nuevo
Moisés, tema constante en el primer evangelio.
Pero más importante
que el testimonio mudo de Moisés y de Elías, es la
voz del cielo y la nube que envuelve a los discípulos. Como
en el bautismo
de Jesús en el Jordán, la voz del cielo revela la identidad
de Jesús: Él es
el Hijo amado del Padre. Aquí se añade además la orden de
escucharle,
poniendo así de relieve su misión reveladora.
De este modo la
transfiguración de Jesús no tiene sólo la función de
manifestar de forma anticipada lo que será la gloria de la
resurrección, sino
también la de afirmar que con su vida y con su palabra
cumple la misión de
revelar y llevar a cabo el plan de Dios para el hombre.
"Tomó la forma de esclavo" (Fil, 2,7)
Para explicar lo
que sucedió ante los ojos atónitos de los tres
discípulos, los evangelistas emplean unánimemente la
expresión "se
transfiguró" referida a Jesús, y a continuación dan
algunos detalles sobre
el aspecto de su rostro y de sus vestidos.
La palabra griega
que corresponde a transfiguración es "metamorfosis",
que significa transformación, cambio de forma o de
apariencia. Referido a una
persona es el cambio de su condición de vida.
Esa transformación
o transfiguración de Jesús ante los apóstoles, que
revela de alguna manera su otra condición de vida, la que un
día, después de
pasada la prueba de la cruz adquirirá definitivamente, nos
hace pensar
también en la encarnación.
En la carta a los
filipenses, S. Pablo emplea la misma terminología que
aparece en el evangelio de hoy para hablar de la otra
transformación en
sentido inverso. Cristo Jesús que existía en la
"forma" de Dios, se despojó
de esa condición y asumió la "forma" de esclavo,
presentándose como un simple
hombre (Fil 2,5-8). Existen, pues, por así decirlo dos
transfiguraciones en
sentido opuesto: la una que lleva a Cristo a manifestarse en
la humildad del
Siervo, la otra que lo revela como Señor.
Debemos ahora dar
un paso más y descubrir la relación que existe entre
ambas transfiguraciones si queremos meditar el evangelio a
la luz del
misterio de Nazaret. La transfiguración del Tabor es
transitoria. El rostro
de Jesús transfigurado y radiante de luz será, como Él mismo
anuncia,
desfigurado en la pasión hasta perder la apariencia de
hombre (Is 53,2-3).
El camino de la encarnación lo había llevado, en un exceso
de amor, hasta la
condición infrahumana de la "forma" de esclavo. La
"transfiguración" operada
en la encarnación del Verbo hace posible la redención
llevándole a compartir
la condición de vida del hombre. Y no se trata de una
situación transitoria,
como en el Tabor, sino permanente, pues Dios se ha hecho
hombre para siempre.
La conexión de la
encarnación con el misterio de la cruz es presentada
así en la carta a los hebreos: "Al entrar en el mundo
dice Él: Sacrificios
y ofrendas no los quisiste; en vez de eso me diste un cuerpo
a mí" (10,5).
La condición humana de Jesús no es, pues, una cosa pasajera
o aparente. Si
pudo morir en la cruz para salvarnos es porque había nacido
de la virgen
María.
La verdad de la
condición divina de Jesús, desvelada momentáneamente en
la escena evangélica de este domingo, prueba la profundidad
del misterio que
durante tantos años se ocultó en Nazaret. La fugacidad del
momento de gloria
nos ayuda a penetrar en la opacidad de todos los otros
momentos en los que
sólo aparece la condición humana de Jesús y a reconocerlo y
escucharlo aun
cuando por la violencia de los malos tratos es reducido a la
condición de
esclavo.
Como Él nos ha
hablado de hombre a hombre asumiendo nuestro modo de ser,
la transfiguración nos confirma que un día también nosotros
podremos hablar
con Dios tratándolo como Él es.
Señor Jesús,
tu rostro transfigurado
nos descubre tu condición gloriosa;
tu rostro desfigurado en la pasión
nos recuerda tu inmenso amor por nosotros;
tu rostro sereno durante tantos años en
Nazaret
nos comunica la cercanía y humildad
con la que has querido compartir nuestra
vida.
Danos hoy la gracia del Espíritu Santo
para que, desde el Tabor,
sepamos ver el Calvario
y las colinas de Nazaret.
El
camino de la fe
La Iglesia con el
mensaje litúrgico de este domingo nos invita a tomar
nuevos ánimos en el camino de la fe; más aún, nos pide que
redescubramos las
razones verdaderas de nuestro creer para que nuestra vida
cobre un sentido
más pleno.
El ejemplo de
Abrahán que, llamado por Dios, deja todo y se fía de Él
para emprender un camino con rumbo desconocido, la subida de
los apóstoles
con Jesús hacia la cima de Tabor para ser introducidos de
forma misteriosa
en lo que es el misterio de Dios, nos indican con fuerza
cuál es el camino
de la fe.
La fe supone, ante
todo, una ruptura. Con demasiada frecuencia los
cálculos humanos, las perspectivas a corto plazo, los
cuidados de la vida,
ahogan en nosotros esa visión hacia el futuro y hacia el
sentido último que
tiene nuestra existencia. Por eso necesitamos, de vez en
cuando, sacudir
nuestra torpeza; dejar que la Palabra de Dios entre hasta lo
más profundo de
nosotros mismos y ponernos nuevamente en pie para emprender
la marcha de la
fe.
La fe comporta
siempre un riesgo. No suprime toda inquietud. Al
contrario, lleva a estar siempre en camino, siempre abiertos
a nuevas
perspectivas.
La obediencia a
Dios que comporta la fe nos pone entre sus manos, de
manera que uno pierde, por así decirlo, las riendas del
propio destino para
confiar en el Otro. Por eso el creer es también una apuesta
que lleva siempre
más allá de las propias posibilidades, hacia rumbos
desconocidos.
La fe es, ante
todo, un encuentro gozoso con Jesús; un encuentro
recíproco en el que hay una comunicación fundada en una
relación de profunda
amistad. De ese encuentro nace la fuerza para caminar en el
llano de la vida
cotidiana y para subir al otro monte, al Calvario, cuando
Dios lo disponga.
Ese encuentro con
Jesús abre la fe hacia la esperanza, hacia el
definitivo estar cara a cara con Él, cuando su rostro ya
transfigurado
definitivamente en la resurrección nos transfigurará también
a nosotros a su
imagen. "Seremos transformados; porque esto corruptible
tiene que vestirse
de incorrupción y esto mortal tiene que vestirse de
inmortalidad" (1Co
15,53).
Esa es la
"buena noticia" que hemos recibido "ahora por la aparición en
la tierra de nuestro Salvador" (2ª.lectura).
TEODORO
BERZAL.hsf
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