sábado, 11 de marzo de 2017

Ciclo A - Cuaresma - Domingo II

12 de marzo de 2017 - II DOMINGO DE CUARESMA – Ciclo A

                             "Se transfiguró"

Génesis 12,1-4a

   En aquellos días, el Señor dijo a Abrahán:
   -Sal de tu tierra y de la casa de tu padre hacia la tierra que te mostra-
ré.
   Haré de ti un gran pueblo, te bendeciré, haré famoso tu nombre y será una
bendición.
   Bendeciré a los que te bendigan, maldeciré a los que te maldigan.
   Con tu nombre se bendecirán todas las familias del mundo.
   Abrahán marchó, como le había dicho el Señor.

II Timoteo 1,8b-10

   Querido hermano:
   Toma parte en los duros trabajos del Evangelio, según las fuerzas que
Dios te dá. El nos salvó y nos llamó a una vida santa no por nuestros méri-
tos, sino porque antes de la creación, desde el tiempo inmemorial, Dios
dispuso darnos su gracia, por medio de Jesucristo; y ahora, esa gracia se ha
manifestado por medio del Evangelio, al aparecer nuestro Salvador Jesucristo,
que destruyó la muerte y sacó a la luz la vida inmortal.

Mateo 17,1-9

   Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan y se los llevó
aparte a una montaña alta. Se transfiguró delante de ellos y su rostro
resplandecía como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. Y
se les aparecieron Moisés y Elías conversando con Él.
   Pedro entonces tomó la palabra y dijo a Jesús:
   -Señor, ¡qué hermoso es estar aquí! Si quieres haremos tres chozas: una
para ti, otra para Moisés y otra para Elías.
   Todavía estaba hablando cuando una nube luminosa los cubrió con su
sombra, y una voz desde la nube decía:
   -Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo.
   Al oírlo, los discípulos cayeron de bruces, llenos de espanto. Jesús se
acercó y tocándolos les dijo:
   -Levantaos, no temáis.
   Al alzar los ojos no vieron a nadie más que a Jesús, solo. Cuando bajaban
de la montaña, Jesús les mandó:
   -No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre resucite de
entre los muertos.                       

Comentario

   El camino de la cuaresma nos lleva cada año a recorrer las etapas de
nuestra iniciación cristiana. Hoy nos presenta en qué‚ consiste el itinerario
de la fe: salida de nuestra tierra y confesión de Jesús como Señor.
   El cristiano, hijo de Abrahán (1ª. lectura) y seguidor de Jesús, es invi-
tado a contemplar a Éste en el episodio de su transfiguración.
   Siguiendo el relato evangélico, cada uno de los personajes que van a-
pareciendo, nos ofrece una posibilidad de acercamiento al misterio.
   -Los discípulos. Son elegidos uno por uno y en número reducido, no sólo
para presenciar, sino también para participar y ser testigos del aconteci-
miento. Su actitud de disponibilidad, de alegría y temor reverencial ante el
misterio que se revela, nos habla del sentido trascendente de la experiencia
que están viviendo. Entre ellos destaca Pedro, a quien Mateo, contrariamente
a los otros evangelistas, no reprocha la falta de comprensión de lo que
sucede. Por el contrario, es él quien llama a Jesús "Señor", título que
corresponde a su situación gloriosa, mientras que en los evangelios de Marcos
y Lucas lo llama "Maestro".
   - Moisés y Elías. Son los dos personajes del Antiguo Testamento que han
visto la gloria de Dios. Representan la ley y los profetas, formula global
que se usaba para designar el conjunto de la revelaci¢n antigua. Existía la
creencia de que ambos aparecerían un día para anunciar la llegada del Mesías.
Su presencia en la transfiguración de Jesús es un testimonio cargado de
simbolismo. Cuando Jesús aparece en su gloria, ellos se eclipsan,
contribuyendo a poner de relieve su figura. Es de notar que el episodio de
la transfiguración acontece entre dos anuncios que Jesús hace de su propia
pasión y muerte, dejando bien claro el doble aspecto, sufrimiento y gloria,
que encierra su misterio.
   Entre los evangelistas, Mateo subraya el aspecto luminoso de la
transfiguración de Jesús: "Su rostro resplandecía como el sol, la nube que
cubrió a los discípulos era "luminosa". Parece que ambas expresiones están
tomadas del pasaje del Antiguo Testamento en el que se describe el paso del
mar Rojo (Ex 34,29-30) y contribuyen a presentar a Jesús como un nuevo
Moisés, tema constante en el primer evangelio.
   Pero más importante que el testimonio mudo de Moisés y de Elías, es la
voz del cielo y la nube que envuelve a los discípulos. Como en el bautismo
de Jesús en el Jordán, la voz del cielo revela la identidad de Jesús: Él es
el Hijo amado del Padre. Aquí se añade además la orden de escucharle,
poniendo así de relieve su misión reveladora.
   De este modo la transfiguración de Jesús no tiene sólo la función de
manifestar de forma anticipada lo que será la gloria de la resurrección, sino
también la de afirmar que con su vida y con su palabra cumple la misión de
revelar y llevar a cabo el plan de Dios para el hombre.

"Tomó la forma de esclavo" (Fil, 2,7)

   Para explicar lo que sucedió ante los ojos atónitos de los tres
discípulos, los evangelistas emplean unánimemente la expresión "se
transfiguró" referida a Jesús, y a continuación dan algunos detalles sobre
el aspecto de su rostro y de sus vestidos.
   La palabra griega que corresponde a transfiguración es "metamorfosis",
que significa transformación, cambio de forma o de apariencia. Referido a una
persona es el cambio de su condición de vida.
   Esa transformación o transfiguración de Jesús ante los apóstoles, que
revela de alguna manera su otra condición de vida, la que un día, después de
pasada la prueba de la cruz adquirirá definitivamente, nos hace pensar
también en la encarnación.
   En la carta a los filipenses, S. Pablo emplea la misma terminología que
aparece en el evangelio de hoy para hablar de la otra transformación en
sentido inverso. Cristo Jesús que existía en la "forma" de Dios, se despojó
de esa condición y asumió la "forma" de esclavo, presentándose como un simple
hombre (Fil 2,5-8). Existen, pues, por así decirlo dos transfiguraciones en
sentido opuesto: la una que lleva a Cristo a manifestarse en la humildad del
Siervo, la otra que lo revela como Señor.
   Debemos ahora dar un paso más y descubrir la relación que existe entre
ambas transfiguraciones si queremos meditar el evangelio a la luz del
misterio de Nazaret. La transfiguración del Tabor es transitoria. El rostro
de Jesús transfigurado y radiante de luz será, como Él mismo anuncia,
desfigurado en la pasión hasta perder la apariencia de hombre (Is 53,2-3).
El camino de la encarnación lo había llevado, en un exceso de amor, hasta la
condición infrahumana de la "forma" de esclavo. La "transfiguración" operada
en la encarnación del Verbo hace posible la redención llevándole a compartir
la condición de vida del hombre. Y no se trata de una situación transitoria,
como en el Tabor, sino permanente, pues Dios se ha hecho hombre para siempre.
   La conexión de la encarnación con el misterio de la cruz es presentada
así en la carta a los hebreos: "Al entrar en el mundo dice Él: Sacrificios
y ofrendas no los quisiste; en vez de eso me diste un cuerpo a mí" (10,5).
La condición humana de Jesús no es, pues, una cosa pasajera o aparente. Si
pudo morir en la cruz para salvarnos es porque había nacido de la virgen
María.
   La verdad de la condición divina de Jesús, desvelada momentáneamente en
la escena evangélica de este domingo, prueba la profundidad del misterio que
durante tantos años se ocultó en Nazaret. La fugacidad del momento de gloria
nos ayuda a penetrar en la opacidad de todos los otros momentos en los que
sólo aparece la condición humana de Jesús y a reconocerlo y escucharlo aun
cuando por la violencia de los malos tratos es reducido a la condición de
esclavo.
   Como Él nos ha hablado de hombre a hombre asumiendo nuestro modo de ser,
la transfiguración nos confirma que un día también nosotros podremos hablar
con Dios tratándolo como Él es.

   Señor Jesús,
   tu rostro transfigurado
   nos descubre tu condición gloriosa;
   tu rostro desfigurado en la pasión
   nos recuerda tu inmenso amor por nosotros;
   tu rostro sereno durante tantos años en Nazaret
   nos comunica la cercanía y humildad
   con la que has querido compartir nuestra vida.
   Danos hoy la gracia del Espíritu Santo
   para que, desde el Tabor,
   sepamos ver el Calvario
   y las colinas de Nazaret.


El camino de la fe

   La Iglesia con el mensaje litúrgico de este domingo nos invita a tomar
nuevos ánimos en el camino de la fe; más aún, nos pide que redescubramos las
razones verdaderas de nuestro creer para que nuestra vida cobre un sentido
más pleno.
   El ejemplo de Abrahán que, llamado por Dios, deja todo y se fía de Él
para emprender un camino con rumbo desconocido, la subida de los apóstoles
con Jesús hacia la cima de Tabor para ser introducidos de forma misteriosa
en lo que es el misterio de Dios, nos indican con fuerza cuál es el camino
de la fe.
   La fe supone, ante todo, una ruptura. Con demasiada frecuencia los
cálculos humanos, las perspectivas a corto plazo, los cuidados de la vida,
ahogan en nosotros esa visión hacia el futuro y hacia el sentido último que
tiene nuestra existencia. Por eso necesitamos, de vez en cuando, sacudir
nuestra torpeza; dejar que la Palabra de Dios entre hasta lo más profundo de
nosotros mismos y ponernos nuevamente en pie para emprender la marcha de la
fe.
   La fe comporta siempre un riesgo. No suprime toda inquietud. Al
contrario, lleva a estar siempre en camino, siempre abiertos a nuevas
perspectivas.
   La obediencia a Dios que comporta la fe nos pone entre sus manos, de
manera que uno pierde, por así decirlo, las riendas del propio destino para
confiar en el Otro. Por eso el creer es también una apuesta que lleva siempre
más allá de las propias posibilidades, hacia rumbos desconocidos.
   La fe es, ante todo, un encuentro gozoso con Jesús; un encuentro
recíproco en el que hay una comunicación fundada en una relación de profunda
amistad. De ese encuentro nace la fuerza para caminar en el llano de la vida
cotidiana y para subir al otro monte, al Calvario, cuando Dios lo disponga.
   Ese encuentro con Jesús abre la fe hacia la esperanza, hacia el
definitivo estar cara a cara con Él, cuando su rostro ya transfigurado
definitivamente en la resurrección nos transfigurará también a nosotros a su
imagen. "Seremos transformados; porque esto corruptible tiene que vestirse
de incorrupción y esto mortal tiene que vestirse de inmortalidad" (1Co
15,53).
   Esa es la "buena noticia" que hemos recibido "ahora por la aparición en
la tierra de nuestro Salvador" (2ª.lectura).

TEODORO BERZAL.hsf

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