sábado, 22 de abril de 2017

Ciclo A - Pascua - Domingo II

23 de abril de 2017 - II DOMINGO DE PASCUA – Ciclo A

                        "Recibid el Espíritu Santo"

Hechos 2,42-47

   Los hermanos eran constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles,
en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones.
   Todo el mundo estaba impresionado por los muchos prodigios y signos que
los apóstoles hacían en Jerusalén. Los creyentes vivían todos unidos y lo
tenían todo en común; vendían posesiones y bienes y lo repartían entre todos,
según la necesidad de cada uno. A diario acudían al templo todos unidos,
celebraban la fracción del pan en las casas y comían juntos alabando a Dios
con alegría y de todo corazón; eran bien vistos de todo el pueblo y día tras
día el Señor iba agregando al grupo los que se iban salvando.

I Pedro 1,3-9

   Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que en su gran
misericordia, por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha
hecho nacer de nuevo para una esperanza viva, para una herencia incorrupti-
ble, pura, imperecedera, que os está reservada en el cielo.
   La fuerza de Dios os custodia en la fe para la salvación que aguarda a
manifestarse en el momento final. Alegraos de ello, aunque de momento tengáis
que sufrir un poco, en pruebas diversas: así la comprobación de vuestra fe -
de más precio que el oro que, aunque perecedero, lo aquilatan a fuego-
llegará a ser alabanza y gloria y honor cuando se manifieste Jesucristo
nuestro Señor.
   No habéis visto a Jesucristo, y lo amáis; no lo veis, y creéis en Él; y
os alegráis con un gozo inefable y transfigurado, alcanzando así la meta de
vuestra fe: vuestra propia salvación.

Juan 20,19-31

   Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discí-
pulos en una casa con las puertas cerradas, por miedo a los judíos. Y en esto
entró Jesús, se puso en medio de ellos y les dijo:
   -Paz a vosotros.
   Y diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se
llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
   -Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.
   Y dicho esto exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:
   -Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les
quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.
   Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando
vino Jesús y los otros discípulos le decían:
   -Hemos visto al Señor.
   Pero é les contestó:
   -Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el
agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo.
   A los ocho días estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos.
Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo:
   -Paz a vosotros.
   Luego dijo a Tomás:
   -Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi
costado; y no seas incrédulo, sino creyente.
   Contestó Tomás:
   -­Señor mío y Dios mío!
   Jesús le dijo:
   -¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto.
   Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la
vista de sus discípulos. Estos se han escrito para que creáis que Jesús es
el Mesías, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida eterna en su
nombre.
                       
Comentario

   Al final del pasaje evangélico que leemos hoy, S. Juan dice cuál es la
finalidad de su evangelio: "Para que creáis que Jesús es el Mesías". Su
escrito se presenta así, sobre todo en su primera parte, como un "libro de
signos", destinado a suscitar y afianzar la fe. Pero el signo más importante,
y el que confirma a todos los otros, es la resurrección de Jesús. Por eso el
IV evangelio, como todos los otros, le dedica una mayor atención y lo
presenta como el comienzo de una época nueva que da sentido a toda la
historia del mundo.
   De la enorme riqueza de contenido que ofrece el texto, seleccionamos dos
detalles, ambos con ecos en el Antiguo Testamento, que nos ayudarán a captar
el mensaje en su conjunto.
(Para otros aspectos de este mismo texto del Evangelio, pueden verse los
comentarios a los ciclos B y C, pues es una pasaje que se lee todos los
años).
   Después de saludar a los discípulos y mostrarles la manos y los pies,
Jesús "sopló (o exhaló su aliento) sobre ellos". Ese gesto de "exhalar"
recuerda en primer lugar la muerte de Jesús, quien, según Jn 19,30
"reclinando la cabeza, exhaló el espíritu". Subraya así el evangelista la
conexión existente entre la muerte de Jesús, su resurrección y la donación
del Espíritu Santo. "Les da este Espíritu como a través de la heridas de su
crucifixión" (Dominum et vivificantem, 24). Más lejos en el tiempo parece que
puede descubrirse también en ese gesto una alusión al soplo vital que Dios
transmitió al hombre al crearlo. "Le sopló en su nariz aliento de vida y el
hombre se convirtió en ser vivo" (Gen 2,7). Tendríamos así en el evangelio
de hoy un nuevo "acto creador" que el Mesías cumple infundiendo el Espíritu
Santo para dar vida a la "nueva creación" por Él redimida.
   El otro detalle subraya la dimensión liberadora de la resurrección. En
contraste con la Magdalena que va al sepulcro por la mañana temprano, los
discípulos se quedan "en una casa con las puertas cerradas por miedo a los
judíos". El "miedo" de los apóstoles recuerda el del pueblo de Israel en
Egipto mientras se cumplía la acción liberadora de Yaveh para sacarlos del
dominio del Faraón y llevarlos a la tierra prometida(Cfr Ex 12,40-42; 14,10).
Como la de los hebreos en Egipto, la situación de los apóstoles era
insostenible, y es el mismo Cristo quien toma la iniciativa de liberarlos.
Y lo hace no tanto eliminando los obstáculos externos (El no abre las
puertas) cuanto comunicándoles con la donación del Espíritu Santo esa paz,
esa alegría, esa fuerza interior que los llevará hasta los confines del
mundo.
   A través de ellos esa acción liberadora de Cristo se extiende a todos los
hombres puesto que les comunica el poder de perdonar los pecados. El mismo
Jesús había dicho que "quien comete pecado es esclavo" a los judíos que le
preguntaban: "¿Cómo dices tú que vamos a ser libres?" Y luego añadió: "Sólo
si el hijo os da la libertad seréis realmente libres" (Jn 8,34)

Comunidad-familia

   La Palabra de Dios nos presenta hoy la reagrupación de la comunidad de
los discípulos en torno a Cristo resucitado en su fase inicial (3ª. lectura)
y cuando su vida ya se ha afianzado y desarrollado (1ª. lectura). No se trata
sólo de una reconstrucción del grupo de los que creían en Jesús ya antes de
su muerte, de un volver a conquistar lo que ese acontecimiento había
destruido, sino que nace algo nuevo que recupera lo ya existente y lo abre
a nuevas dimensiones hasta entonces insospechadas. En esa misma perspectiva
hemos de ver también el misterio de Nazaret, realidad prepascual que se pro-
yecta también en el tiempo de la Iglesia.
   Una figura clave para entender todo esto es María de Nazaret. "Así pues,
en la economía de la gracia, que se lleva a cabo bajo la acción del Espíritu
Santo, existe una singular correspondencia entre el momento de la encarnación
del Verbo y el del nacimiento de la Iglesia. La persona que une estos dos
momentos es María: María en Nazaret y María en el cenáculo de Jerusalén. En
los dos casos su presencia es discreta, pero esencial, indica la vía del
"nacimiento del Espíritu". Así ella que está  presente en el misterio de
Cristo como madre, está por voluntad del Hijo y por obra del Espíritu Santo,
presente en el misterio de la Iglesia. También en la Iglesia es una presencia
materna, como indican las palabras pronunciadas en la cruz: Mujer he ahí a
tu hijo; he ahí a tu madre" (R. M. 24).
   Las palabras de Cristo en la cruz que confían a Juan esa "filiación de
sustitución" abren el misterio de Nazaret a su dimensión eclesial en el
tiempo de después de la Pascua, porque reconstruyen en sus líneas esenciales
(maternidad-filiación) la realidad familiar de Nazaret que se basa
precisamente en esas relaciones. Y sólo después de haber puesto las bases de
Esa realidad nueva, Jesús da por cumplida su misión en la tierra: "Sabiendo
Jesús que todo estaba cumplido... " (Jn 19,28). Y anticipando el gesto del
cenáculo exhala el espíritu, sopla el nuevo aliento de vida sobre esa nueva
creación.
   "Las palabras que Jesús pronuncia desde la cruz significan que la
maternidad de quien le ha engendrado alcanza una "nueva" continuidad en la
Iglesia y mediante la Iglesia, simbolizada y representada por Juan. De este
modo, ella que, como "llena de gracia" fue introducida en el misterio de
Cristo para ser su madre, es decir, la santa madre de Dios, mediante la
iglesia permanece en ese misterio como la "mujer" designada en el libro del
Génesis (3,15) al principio y en el Apocalipsis (21,1) al final de la
historia de la salvación. Según el eterno deseo de la Providencia divina, la
maternidad divina de María debe extenderse a la Iglesia, como indican las
afirmaciones de la tradición, para las cuales la maternidad de María respecto
a la Iglesia es el reflejo y la prolongación de su maternidad respecto al
Hijo de Dios" (R. M. 24).

   Jesús, cada uno de nosotros
   quiere decirte hoy como el apóstol Tomás:
   "Señor mío y Dios mío".
   Sin haberte visto queremos experimentar
   el gozo inefable y transfigurado
   que comunica la fe.
   Infunde en nosotros, en nuestra comunidad
   y en toda la Iglesia,
   ese espíritu de fuerza
   que rompe las cadenas del miedo
   y libera del pecado,
   para poder ofrecer signos claros
   de tu presencia entre los hombres
   y que así todos glorifiquen al Padre.

Construir la comunidad

   Quien está acostumbrado a leer el evangelio desde Nazaret ve fácilmente
ya en la "nueva familia" construida por Jesús desde la cruz con María y Juan,
el germen de la Iglesia, porque había intuido esa misma realidad en la
familia que Él mismo había formado con María y José.
   El acontecimiento pascual da cumplimiento y hace florecer las esperanzas
de Nazaret y de la cruz. La presencia del resucitado infundiendo el Espíritu
a los suyos, libera a la comunidad de sus miedos, de su desconfianza hacia
el mundo que la rodea y de la falta de fe, para hacerla vivir en la libertad,
en la alegría y en la paz. De esta forma la comunidad empieza a recobrar su
capacidad de testimonio y de acción misionera. Es la Iglesia que vemos
descrita en la 1ª. lectura de hoy: unida y dinámica, llena de vida y de entu-
siasmo.
   En el intento por construir hoy nuestra comunidad, al que nos lleva la
Palabra, hemos de tener muy en cuenta los dos aspectos que ha subrayado
nuestra meditación: la raíz de donde arranca todo, que es la fe en Cristo
resucitado donador del Espíritu Santo, y la constancia (la perseverancia) en
sostener y promover los cuatro pilares de toda comunidad cristiana (1ª.
lectura).
   La escucha de la Palabra de Dios y de la enseñanza de la Iglesia, el
compartir los bienes materiales y de todo tipo, la celebración de la
eucaristía que pone a la comunidad en contacto real con Cristo muerto y
resucitado y la oración, expresión de la alianza con el Dios vivo, han sido
y serán siempre los grandes medios para verificar el camino y promover el
crecimiento de nuestras comunidades.
   El texto de los Hechos de los Apóstoles habla concretamente de
"constancia" y "perseverancia". Una comunidad está siempre en creación. Por
eso no se pueden descuidar esos medios que la vivifican desde la raíz. Cada
vez que la Iglesia ha querido renovarse ha vuelto a esa inspiración
primitiva. En su medida, lo mismo debe hacer también cada comunidad
cristiana.

TEODORO BERZAL.hsf


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