sábado, 29 de abril de 2017

Ciclo A - Pascua - Domingo III

30 de abril de 2017 - III DOMINGO DE PASCUA – Ciclo A

                          "Ellos lo reconocieron"

Hechos 2,14. 22-23

   El día de Pentecostés, se presentó Pedro con los once, levantó la voz y
dirigió la palabra:
   -Escuchadme, israelitas: Os hablo de Jesús de Nazaret, el hombre que Dios
acreditó ante vosotros realizando por su medio milagros, signos y prodigios
que conocéis. Conforme al plan previsto y sancionado por Dios, os lo
entregaron, y vosotros, por mano de paganos, lo matasteis en una cruz. Pero
Dios lo resucitó rompiendo las ataduras de la muerte; no era posible que la
muerte lo retuviera bajo su dominio pues David dice:
       Tengo siempre presente al Señor,
         con Él a mi derecha no vacilaré.
       Por eso se me alegra el corazón,
         exulta mi lengua
         y mi carne descansa esperanzada.
       Porque no me entregarás a la muerte,
         ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción.
       Me has enseñado el sendero de la vida,
         me saciarás de gozo en tu presencia.
   Hermanos, permitidme hablaros con franqueza: El patriarca David murió y
lo enterraron, y conservamos su sepulcro hasta el día de hoy. Pero era
profeta y sabía que Dios le había prometido con juramento sentar en su trono
a un descendiente suyo; cuando dijo que "no lo entregaría a la muerte y que
su carne no conocería la corrupción", hablaba previendo la resurrección del
Mesías. Pues bien, Dios resucitó a este Jesús, y todos nosotros somos
testigos.
   Ahora, exaltado por la diestra de Dios, ha recibido del Padre el Espíritu
Santo que estaba prometido, y lo ha derramado. Esto es lo que estáis viendo
y oyendo.

I Pedro 1,17-21

   Queridos hermanos:
   Si llamáis Padre al que juzga a cada uno, según sus obras, sin parciali-
dad, tomad en serio vuestro proceder en esta vida.
   Ya sabéis con qué os rescataron de ese proceder inútil recibido de
vuestros padres: no con bienes efímeros, con oro o plata, sino a precio de la
sangre de Cristo, el cordero sin defecto ni mancha, previsto antes de la
creación del mundo y manifestado al final de los tiempos por nuestro bien.
   Por Cristo vosotros creéis en Dios, que lo resucitó y le dio gloria, y
así habéis puesto en Dios vuestra fe y vuestra esperanza.

Lucas 24,13-35

   Dos discípulos de Jesús iban andando aquel mismo día, el primero de la
semana, a una aldea llamada Emaús, distante unas dos leguas de Jerusalén;
iban comentando todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían,
Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no
eran capaces de reconocerlo. El les dijo:
   -¿Qué conversación es esta que tenéis mientras vais de camino?
   Ellos se detuvieron preocupados. Y uno de ellos que se llamaba Cleofás,
le replicó:
   -¿Eres tú el único forastero en Jerusalén, que no sabe lo que ha pasado
allí estos días?
   El les preguntó:
   -¿Qué?
   Ellos le contestaron:
   -Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y en
palabras ante Dios y todo el pueblo; cómo lo entregaron los sumos sacerdotes
y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros
esperábamos que Él fuera el futuro liberador de Israel. Y ya ves, hace dos
días que sucedió todo esto. Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo
nos han sobresaltado, pues fueron muy de mañana al sepulcro, y no encontraron
su cuerpo, e incluso vinieron diciendo que habían visto una aparición de
ángeles, que les habían dicho que estaba vivo. Algunos de los nuestros fueron
también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a
Él no lo vieron.
   Entonces Jesús les dijo:
   -¡Qué necios y torpes sois para entender lo que dijeron los profetas! ¿No
era necesario que el Mesías padeciera esto para entrar en su gloria?
   Y comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas les explica lo que
se refería a Él en toda la Escritura.
   Ya cerca de la aldea donde iban, Él hizo ademán de pasar adelante, pero
ellos le apremiaron diciendo:
   -Quédate con nosotros porque atardece y el día va de caída.
   Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos tomó el pan,
pronunció la bendición, lo partió y se los dio. A ellos se les abrieron los
ojos y lo reconocieron. Pero Él desapareció.
   Ellos comentaron:
   -¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos
explicaba las Escrituras?
   Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron
reunidos a los Once con sus compañeros, que estaban diciendo:
   -Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón.
   Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían
reconocido al partir el pan.

Comentario

   La liturgia va guiando la experiencia pascual de los creyentes a través
de un itinerario que presenta los diversos aspectos de la resurrección de
Cristo. En el domingo de Pascua nos presentó el acontecimiento de la
resurrección, en el segundo domingo la identidad del resucitado con el
crucificado del Gólgota y en este tercer domingo nos presenta el camino de
la fe de los discípulos, que se realiza a través de la comprensión de las
Escrituras y el signo de la eucaristía.
   En el arco de la jornada en que se produce la resurrección de Cristo,
Lucas (y él sólo) inserta la narración de los discípulos que van a Emaús. Se
trata de un episodio secundario que el carga de un gran significado humano,
espiritual y teológico.
   Dos amigos se vuelven a casa tristes y desilusionados. A través de su
conversación, primero entre ellos y después con el desconocido que se les
acerca, conocemos la causa de su estado de ánimo: "Nosotros esperábamos que
Él fuera el liberador de Israel... " Y se extrañan de que haya alguien que
no conozca lo ocurrido.
   Se diría que el evangelista quiere subrayar la dificultad del camino de
la fe. Los testimonios de la resurrección de Jesús para los dos que van a
Emaús no significan nada. Son banalizadas las palabras de las mujeres, las
apariciones de los ángeles, la comprobación de que la tumba estaba vacía...
   El Señor resucitado se acerca a ellos y les explica las Escrituras.
Seguramente ellos habían leído o escuchado lo que dicen las Escrituras muchas
otras veces, pero no habían penetrado su significado; sobre todo no habían
entendido que ellas "den testimonio" de Jesús (Jn 5,39). Con las palabras del
Maestro algo empieza a cambiar en su interior ("nuestro corazón ardía", dirán
después) pero los ojos de su fe permanecen aún cerrados.
   Con gran sabiduría el evangelista muestra que la Escritura introduce en
el conocimiento del misterio del Señor, pero falta el paso decisivo de la fe
que sólo se cumple ante el signo del pan.
   Los ojos de los discípulos sólo se abren cuando, a través de los gestos
de Jesús, repetidos otras veces seguramente en su presencia, entran en la
gracia del sacramento y lo reconocen vivo junto a ellos. Pero en ese mismo
momento Jesús resucitado desaparece de su vista. La experiencia de Cleofás
y su amigo (anónimo para que cada cual pueda identificarse con él) es
paradigmática de todo creyente.
   Dejando de lado las apariciones, el creyente está llamado a buscar a
Cristo en la Escritura y a reconocerlo vivo y presente en los signos de su
presencia que son en primer lugar los sacramentos de la Iglesia.
(Puede verse también el ciclo "C", domingo de Pascua)

"Al partir el pan"

   El relato del encuentro de Cristo resucitado con los dos que iban camino
de Emaús tiene un gran valor sacramental, puesto que ellos lo reconocieron
"al partir el pan".
   Meditando el evangelio desde Nazaret no podemos dejar de subrayar el
gesto de partir el pan. No queremos hacerlo en contraposición con las
palabras de bendición que Jesús usó en esos momentos y en el de la
institución de la Eucaristía. Queremos sencillamente fijarnos en el gesto,
porque es una parte importante de la celebración de la fe, pero también
porque nos lleva fácilmente al tiempo de Nazaret. Jesús vio muchas veces y
probablemente también realizó el gesto del jefe de familia de partir el pan.
Más tarde Él cargaría ese gesto de un significado nuevo al establecerlo como
forma de celebrar la nueva alianza entre Dios y los hombres.
   "Partir el pan". Para el israelita toda comida, incluso la más ordinaria
y sencilla, tenía un alto valor humano y religioso, que Jesús asimiló
profundamente en la vida de cada día en su familia de Nazaret. El Evangelio
presenta con frecuencia a Jesús participando en reuniones que incluían una
comida (Caná, Jn 2,1-11; con la familia de Lázaro, Lc 10,38-42; con los
publicanos y pecadores, Mt 9,10; Lc 19,2-10). Después de su resurrección,
Jesús come con sus discípulos (Lc 24,30; Jn 21,13). Pero los evangelios y
también S. Pablo ponen especial atención en describir los gestos y las
palabras de Jesús durante la última cena. Y entre los gestos ocupa un lugar
privilegiado el de "partir el pan". Jesús aparece así como el verdadero padre
de familia, que reúne a los suyos y les distribuye el alimento para nutrirlos
y ponerlos en comunión de vida unos con otros. El gesto de partir el mismo
pan para ser comido por todos significa la comunión de fe y de destino, pero
también el sacrificio que supone la ruptura.
   De hecho las primeras comunidades cristianas usaron la expresión
"fracción del pan" para designar la comida realizada en memoria del Señor.
Más adelante se impondría la palabra eucaristía = acción de gracias o
bendición. Es difícil saber si las comidas fraternas de los primeros
cristianos de Jerusalén incluían también propiamente la celebración
sacramental (Hech 2,42-46). Progresivamente se pasó de la comida ordinaria
a la "cena del Señor" (1Co 11,20-34) y se fue liberando de las connotaciones
estrictamente judías para pasar a ser la celebración cristiana anual y
también semanal (Hech 20,7-11) (Cfr.Líon Dufour, Diccionario de teología
Bíblica, voz Eucaristía).
   Dos cosas queríamos señalar con esta consideración: 1) que el gesto tan
humano de partir el pan, aprendido en Nazaret, sirvió como gesto fundamental
para instituir la eucaristía y sirve hoy para celebrarla en la Iglesia ("los
sacramentos no son sólo palabras, son también acciones", Catecismo de la
Iglesia Católica, 1153-1155); 2) que la primera expresión para designar la
eucaristía aludía precisamente a ese gesto de fracción del pan que Jesús hizo
también en presencia de los dos de Emaús.

   Te bendecimos, Señor Jesús,
   en el gesto de partir el pan,
   perpetuado para siempre en el sacramento de la Eucaristía.
   Que tu palabra reveladora de la verdad
   haga arder nuestros corazones
   con el fuego de tu Espíritu
   y podamos reconocerte en todas las formas de tu presencia.
   Danos esa atención que teme
   dejarte pasar de largo
   en tantas ocasiones como te acercas a nosotros
   casi de forma imperceptible.
   Te necesitamos siempre, Señor,
   en nuestra vida.

"El desapareció"

   La inmediatez y continuidad de la presencia de Jesús en Nazaret contrasta
con la fugacidad de sus apariciones postpascuales. Poco a poco Jesús fue
educando a los que estaban con Él para que pudieran reconocerlo en ese otro
modo de presencia que se realiza a través de los signos.
   Jesús nos dice con el relato evangélico de hoy que su poder salvador es
sacramental. Es decir, que su presencia llega a nosotros desde su condición
actual de resucitado. Por eso cuando los discípulos de Emaús lo reconocen en
el signo, cesa ese otro modo de presencia extraordinario que es la aparición.
Así pueden entender que la vida del resucitado no es un retorno al modo de
vivir de antes. Su muerte ha roto para siempre esa continuidad y lo ha
constituido Señor y Salvador.
   "Entró para quedarse con ellos", dice el texto evangélico. Evidentemente,
para quedarse de otro modo, en la permanencia de la fe, en la posibilidad de
"re-crear" su presencia a través de los signos que Él mismo había
establecido.
   El relato de los dos de Emaús es verdaderamente una parábola de la
condición peregrinante del creyente. Toda su fuerza expresiva está en el
realismo de la visibilidad con que se presenta el resucitado. Cuando caminaba
con ellos, no lo veían, aunque su corazón algo les decía; cuando empezaron
a verlo, Él desaparece. Ellos se esperaban del Mesías que cumpliera los
signos y prodigios capaces de liberar a Israel. Pero Jesús resucitado empieza
a ejercer su poder de otra forma, presentándose con unos signos que cambian
el corazón de las personas y comunican, no a un solo pueblo sino a todos los
hombres, la verdadera liberación. Esa es la nueva alianza de Dios con los
hombres en la que Cristo nos introduce derramando su propia sangre.
   La Palabra nos convoca hoy a renovar nuestra fe en los sacramentos de la
Iglesia y por medio de los sacramentos de la Iglesia. Los gestos y las
palabras quedan vacíos sin esa fe capaz de comprenderlos en profundidad y de
dejar que vayan transformando nuestra vida hasta que un día nuestros ojos se
abran, purificados por la muerte, para poder contemplar al Señor en su misma
condición gloriosa.

TEODORO BERZAL.hsf


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