28 de mayo de 2017 - SOLEMNIDAD DE LA ASCENSION DEL SEÑOR – Ciclo A
"Id y haced discípulos"
Hechos 1,1-11
En mi primer libro,
querido Teófilo, escribí de todo lo que Jesús fue
haciendo y enseñando hasta el día en que dio instrucciones a
los apóstoles,
que había escogido movido por el Espíritu Santo, y ascendió
al cielo. Se les
presentó después de su pasión, dándoles numerosas pruebas de
que estaba vivo
y, apareciéndoseles durante cuarenta días, les habló del
reino de Dios.
Una vez que comían juntos les recomendó:
-No os alejéis de
Jerusalén; aguardad que se cumpla la promesa de mi
Padre, de la que os he hablado, Juan bautizó con agua;
dentro de pocos
días, vosotros seréis bautizados con Espíritu Santo.
Ellos lo rodearon
preguntándole:
-Señor, ¿es ahora
cuando vas a restaurar la soberanía de Israel?
Jesús contestó:
-No os toca a
vosotros conocer los tiempos y las fechas que el Padre ha
establecido con su autoridad. Cuando el Espíritu Santo
descienda sobre
vosotros, recibiréis fuerza para ser mi testigos en
Jerusalén, en toda Judea,
en Samaría y hasta los confines del mundo.
Dicho esto, lo
vieron levantarse hasta que una nube se lo quitó de la
vista. Mientras miraban fijos al cielo, viéndolo irse, se
les presentaron dos
hombres vestidos de blanco, que les dijeron:
-Galileos, ¿que
hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que
os ha dejado para subir al cielo volverá como le habéis
visto marcharse.
Efesios 1,17-23
Hermanos: Que el
Dios del Señor nuestro Jesucristo, el Padre de la
gloria, os dé espíritu de sabiduría y revelación para
conocerlo. Ilumine los
ojos de vuestro corazón para que comprendáis cuál es la
esperanza a la que
os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los
santos y cuál
la extraordinaria grandeza de su poder para nosotros, los
que creemos, según
la eficacia de su fuerza poderosa, que desplegó en Cristo,
resucitándolo de
entre los muertos y sentándolo a su derecha en el cielo, por
encima de todo
principado, potestad, fuerza y dominación, y por encima de
todo nombre
conocido, no sólo en este mundo, sino en el futuro.
Y todo lo puso bajo
sus pies y lo dio a la Iglesia, como Cabeza, sobre
todo. Ella es su cuerpo, plenitud del que lo acaba todo en
todos.
Mateo 28,16-20
Los once discípulos
se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había
indicado. Al verlo ellos se postraron, pero algunos
vacilaban. Acercándose
a ellos, Jesús les dijo:
-Se me ha dado
pleno poder en el cielo y en la tierra. Id y haced
discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre
del Padre y del
Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo
que os he
mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días,
hasta el fin del
mundo.
Comentario
La solemnidad de la
Ascensión que celebra el último momento de la vida
terrena de Cristo, es también el acto último de su
resurrección. El misterio
de Cristo, como es celebrado en el año litúrgico, tiene su
primera
manifestación en la Navidad y Epifanía, su momento central
en la Pascua con
el complemento natural de la Ascensión y Pentecostés. La
Ascensión marca el
comienzo del camino de la Iglesia en la historia y su
llamada a dar
testimonio de Cristo hasta los confines del tiempo y del
espacio.
Los versículos conclusivos del evangelio de
Mateo, además de su
significado propio ya denso, se cargan, leídos en la
liturgia de esta fiesta,
de un contenido nuevo. En realidad son la mejor respuesta a
la pregunta "¿Qué
hacéis mirando al cielo?" formulada en la 1ª. lectura
de la misa.
La última aparición
del resucitado encuentra varias versiones según los
evangelistas. El texto de Mateo presenta dos partes bien
diferenciadas: una
narración de los hechos y las palabras de Jesús.
En la sobria
narración cabe destacar el significado del lugar elegido por
Jesús para manifestarse por última vez: un monte de Galilea.
En otras partes
de este mismo evangelio hemos visto ya el significado
simbólico de la montaña
como lugar de revelación. También la región de Galilea tiene
su importancia
en el evangelio de Mateo: es allí donde Jesús empezó su
ministerio y es
también el punto de partida de la misión universal de la
Iglesia.
Pero además el
Jesús que se presenta a los apóstoles empieza a hablar
recordando la figura docente del sermón de la montaña, tan
familiar en el
evangelio de Mateo. Las primeras palabras que Jesús
pronuncia, por una parte
hacen eco a un pasaje del libro de Daniel ("Le dieron
poder y dominio" 7,14),
referidas al "hijo del hombre", y por otra parecen
aludir a las falsas
propuestas del tentador en el desierto (Mt 3,13). Tienen,
sin embargo, un
alcance más amplio y universal. La expresión "cielo y
tierra" tiene un valor
absoluto que manifiesta a su manera la divinidad de Cristo.
En el mandato misionero
("Id y haced discípulos... ") cabe destacar la
fórmula trinitaria que pone de relieve el don de la vida
nueva recibida por
quien se bautiza y el contenido de la fe de quien se hace
discípulo de Jesús.
En esa misma línea cabe señalar la importancia que aquí,
como en todo el
evangelio de Mateo, tiene la enseñanza, es decir las
transmisión del
contenido de la fe. (El evangelio de Lucas acentúa más bien
el valor del
testimonio). Lo que Jesús ha enseñado ha sido
fundamentalmente el misterio
de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo y su llamada a entrar
en el Reino. Eso
es lo que tendrán que hacer también los apóstoles. El punto
de referencia
sigue siendo Él: se trata de hacer discípulos suyos y su
presencia misteriosa
acompañará siempre a los enviados.
Hay, pues, una
continuidad real entre la misión de Jesús y la de su
Iglesia.
"Yo estoy con
vosotros"
Un comentario al
evangelio de Mateo concluye con estas palabras: "En el
conjunto del relato pascual hemos notado muchas
correspondencias con el
relato de la infancia de Jesús: los nombres de
"José" y de "María", la misión
de un José que por una parte introduce a Jesús en la
descendencia de David
y de otro José que lo introduce en el reino de los muertos;
la misión del
Ángel del Señor; la importancia de Galilea en detrimento de
Jerusalén; la
apertura del evangelio a los paganos (los Magos y todas las
naciones); las
reticencias y el rechazo de los jefes de los judíos. Y para
ilustrar estos
dos paneles el del comienzo y el del final, el nombre
prestigioso de Jesús,
el Emmanuel, Dios con nosotros. Esta sorprendente
perspectiva confirma la
unidad de la obra de Mateo e ilumina el contenido de su
evangelio".
Dentro de ese
panorama fijémonos con un poco más de atención en la última
frase del evangelio de Mateo: "Yo estoy con vosotros...
" Su resonancia
nazarena es evidente Si el mandato misionero de Jesús, nos
ha llevado a
pensar en los días de su vida pública, estas últimas
palabras nos llevan a
pensar en su vida en Nazaret.
Los tiempos
mesiánicos comienzan cuando las profecías que anuncian la
presencia de Dios mismo en medio de su pueblo, se hacen
realidad en Jesús.
"Yo estoy con vosotros, oráculo del Señor" (Ag.
1,13). Mateo al comienzo de
su evangelio ve cumplidas esa profecías con la encarnación
de Cristo: "Esto
sucedió para que se cumpliese lo que había dicho el Señor
por medio del
profeta: la virgen concebirá y dará a luz un hijo y le
pondrá por nombre Em-
manuel, que significa Dios con nosotros" (Mt 1,23).
En la encarnación,
lo mismo que en el momento de la ascensión, se agudiza
la tensión presencia-ausencia, inmanencia-trascendencia,
misterio-historia.
En ambos momentos el paso de una fase de la historia de la
salvación a otro
está definido por el modo de presencia de Dios en medio a su
pueblo. El
tiempo de la Iglesia se caracteriza por esa presencia
escondida de Cristo en
medio de sus discípulos para desarrollar mediante la acción
del Espíritu
Santo, toda la virtualidad contenida en el misterio pascual.
Si el camino de
la encarnación llevó a Jesús a hacerse compañero de todo
hombre compartiendo
con Él su condición humana, comienza ahora un segundo camino
de encarnación
en compañía de sus discípulos para acercarse a los hombres
de todas las
naciones y hacer que con el bautismo compartan su vida
divina.
El "estar
con", que María y José‚ vivieron en primera persona durante los
largos años de Nazaret, es imagen de la respuesta de
reciprocidad de todo
apóstol que quiera colaborar en la obra de la
evangelización. Esa
reciprocidad fue pedida por el mismo Jesús: "Seguid
conmigo, que yo seguiré
con vosotros. Si un sarmiento no sigue en la vid, no puede
dar fruto" (Jn
15,4).
Te pedimos, Padre, en nombre de Jesús,
el Espíritu Santo para que ilumine nuestros
ojos
y podamos comprender la grandeza de tu poder
manifestado en la resurrección y ascensión
de Jesús
y para que podamos llevar la verdad del
evangelio
a nuestro ambiente y hasta los confines de
la tierra.
Que tu Espíritu guíe siempre a la Iglesia
en el camino de penetración del evangelio
en las diversas culturas,
y en la espera paciente de que el mensaje
cristiano
vaya siendo asimilado, madure
y dé frutos de santidad y de justicia
Misión
La ausencia física
del resucitado coloca a los apóstoles ante el vasto
mundo al que llevar el evangelio para hacer discípulos de
Jesús. Después de
dos mil años, la Iglesia, echando una mirada sobre la
situación actual, está
cobrando una nueva conciencia de su responsabilidad
misionera. "Nuestro
tiempo, testigo de una humanidad en movimiento y en
búsqueda, exige un
renovado impulso en la actividad misionera de la Iglesia.
Los horizontes y
las posibilidades de la misión se están ensanchando y
nosotros los cristianos
estamos llamados a desplegar un valor verdaderamente
apostólico que tiene
como fundamento la confianza en el Espíritu Santo. Es Él, en
efecto, el
protagonista de la misión" (R. M. 30).
En cualquier
situación en que nuestra comunidad cristiana se encuentre
inserta, está llamada a un nuevo impulso evangelizador. Hay
situaciones
misioneras de primera línea donde grupos enteros nunca han
oído hablar de
Cristo y el evangelio es totalmente desconocido. Hay
situaciones en las que
la comunidad cristiana está sólidamente arraigada y produce
excelentes frutos
de santidad. Hoy no se puede vivir ninguna situación de
forma cerrada. Otros
países, otras culturas, llaman constantemente a una
responsabilidad comparti-
da.
El caso más
frecuente es, sin embargo, el de una situación intermedia en
la que los bautizados abandonan el camino de la fe, no se
sienten miembros
integrantes de la comunidad cristiana, han oído hablar del
evangelio pero lo
han olvidado o no hacen nada para llevarlo a la vida. Los
"confines de la
tierra", de los que habla el evangelio de hoy, se
encuentran muchas veces en
la puerta de nuestra casa y dentro de ella.
Debemos tomar
conciencia de que la misión a la que somos llamados
comporta en todos los casos una nueva evangelización. Sólo
un nuevo anuncio
del evangelio puede despertar una nueva respuesta en el
hombre para comenzar,
o cobrar nuevos ánimos en el camino del discipulado que
lleva a la plenitud
de vida trinitaria a la que somos llamados.
TEODORO
BERZAL.hsf
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