sábado, 8 de julio de 2017

Ciclo A - TO - Domingo XIV

9 de julio de 2017 - XIV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO – Ciclo C

                         "Soy sencillo y humilde"

-Zac 9,9-10
-Sal 144
-Rom 8,9. 11-13
-Mt 11,25-30

Mateo 11,25-30

   Jesús exclamó:
   -Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has
ocultado estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la
gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor.
   Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el
Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo
quiera revelar. Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados  y yo
os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de
corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi
carga ligera.
                      
Comentario

   En el cap. 11 de S. Mateo encontramos diversas reacciones ante la persona
y el mensaje de Jesús. Como contrapunto de quienes lo rechazan o de quienes
no saben distinguir el momento histórico excepcional que están viviendo,
aparece el grupo de los humildes y sencillos que dan fe a sus palabras. Este
misterio de la sabiduría de los sencillos viene presentado por el texto que
leemos hoy en tres pasos sucesivos.
   La primera unidad comprende la exclamación orante de Jesús que bendice al
Padre por su designio de revelación. Paradójicamente quedan fuera de él
quienes mejor podían entenderlo. Por el contrario penetran en él quienes
menos dotados estaban para ello, los pequeños. Se ratifica así una constante
de la historia de la salvación que en los tiempos del Mesías llegó al grado
sumo.
   En la segunda parte del texto, formada por los vv. 26 y 27, Jesús, en tono
solemne, se presenta Él mismo como uno de estos "pequeños" que conoce, de
modo perfecto y exclusivo, el misterio del Padre. "Conocer" indica esa
relación de intimidad y recíproca donación que constituye el fondo del amor
trinitario. La simetría respecto al conocer indica la igualdad de las
personas en la esencia divina. De rechazo indica también la necesidad
absoluta de pasar por Jesús para entrar en la intimidad de la vida divina.
Esa revelación se presenta como un acto gratuito, fruto de la generosidad del
Hijo, quien en su condición humana revela los secretos de Dios. La única
condición parece ser esa "pequeñez" o sencillez de la que antes se ha hecho
mención.
   La parte conclusiva es una cálida invitación personal a los cansados y
oprimidos para buscar el descanso, la renovación y el consuelo en Jesús
mismo. ¿Pero de qué tipo de cansancio y opresión se trata? La respuesta
parece venir dada por las palabras que figuran a continuación en el texto.
Veamos por qué. En la tradición del Antiguo Testamento la ley divina se
consideraba como un "yugo" (Cfr Jer 2, 20; Eclo 51,21). La interpretación
rigorista de los fariseos había acentuado su carácter opresor al
desarrollarla en numerosos preceptos imposibles de cumplir para la gente
sencilla. Jesús, identificándose con éstos últimos ("soy humilde y sencillo")
propone otro camino. Se trata de penetrar en el espíritu mismo de la ley y
ver su cumplimiento no tanto como la realización de una exigencia externa,
cuanto la expresión de un corazón que pertenece por entero al Señor. De este
modo, todo aparece más fácil y ligero. Jesús mismo se presenta como modelo
de esa forma de ser ("aprended de mí") que consiste en aceptar con corazón
humilde el amor del Padre y responderle entregando la vida por todos.

"Miró la humildad de su sierva"

   El corazón humilde y sencillo de Jesús se formó en Nazaret, en la casa de
María, la sierva del Señor, y de S. José.
   La primera lectura de este domingo, tomada del profeta Zacarías, nos da
perfectamente la identidad de ese Mesías, a la vez débil y fuerte, sencillo
y humilde que corresponde a las características de quien vivió en Nazaret
durante treinta años.
   El texto de Zacarías comienza con una invitación a la alegría y a la
aclamación a Dios por la llegada del Mesías. Esa alegría y exultación están
motivadas por la intervención salvadora de Dios al final de los tiempos, pero
también porque el Salvador que llega corresponde a la esperanza de los más
humildes.
   El Mesías esperado es presentado como justo y victorioso, pero su figura
no tiene nada de triunfalista. Más adelante el profeta lo presentará bajo la
figura del "pastor golpeado" (11,4-17), de quien ha sido "traspasado", de
alguien por quien se hace luto, como cuando muere el hijo único (12,10-12).
En contraste con otras expectativas, el profeta presenta al Mesías en su
entrada triunfal cabalgando sobre un asno, animal tranquilo y trabajador,
símbolo de la humildad de la vida cotidiana. Pero a pesar de esa actitud
mansa y humilde, ser  ese Mesías quien eliminará las armas de la guerra no
sólo en Jerusalén, sino en todo el territorio de Israel. Con Él llegará la
paz. Y ese es precisamente el motivo del júbilo: el hecho de que Dios cumple
su promesa por medios inesperados y aparentemente inadecuados a la grandeza
del resultado. Así aparece con más claridad que es Él quien salva.
   Esa figura de Mesías es la que Jesús fue "encarnando" y asimilando
progresivamente en el ambiente humilde de Nazaret. Ese trabajo lento de ir
descubriendo como hombre la raíz más auténtica de la esperanza de su pueblo,
fue plasmando su figura y sus actitudes más profundas: ese corazón sencillo
y humilde del que hoy descubrimos la grandeza en el evangelio.
   Sin duda hubiera podido llegar a todo eso en un instante, pero nosotros
sabemos, contemplando el misterio de Nazaret, que el designio de Dios era
otro. Jesús fue creciendo... Y es que las actitudes más profundas del alma
humana exigen irse formando poco a poco, ir impregnándose paulatinamente del
ambiente humano en que se vive para desarrollar las potencialidades la
persona. El tiempo de Nazaret fue decisivo seguramente para la formación de
la personalidad humana de Jesús, para ser alguien capaz de asimilar las
mejores esperanzas de su pueblo, para comprender el cansancio, la aflicción
y la opresión en que vive tanta gente y también para saber cómo el orgullo
puede cerrar el corazón humano para rechazar incluso a Dios y oscurecer la
inteligencia hasta no comprender las cosas más sencillas...
   El corazón humilde de Jesús se forjó en la humildad de Nazaret.

   Te bendecimos, Padre,
   lento a la ira y grande en el amor,
   porque te has manifestado en Jesús,
   el Mesías humilde y pacifico.
   En Él acoges a cuantos están cansados y oprimidos
   y les ofreces la salvación.
   Danos el Espíritu de amor
   que vaya transformando nuestro corazón
   a imagen del de tu Hijo,
   para que en Él aprendamos a conocerte
   y sepamos acoger y confortar de verdad
   a cuantos piden nuestro apoyo.
   Recuérdanos siempre cómo hemos sido nosotros
   acogidos por ti,
   para que no impongamos a los demás cargas
   más pesadas de las que nosotros mismos
   estamos dispuestos a llevar.

El Espíritu da vida

   Aprender a conocer a Jesús, entrar en intimidad con Él, conocer sus
actitudes profundas, no es algo que la inteligencia, el estudio, el dominio
del saber puedan dar por sí solos. "Si uno no tiene el Espíritu de Cristo,
no le pertenece" (Rom. 8, 9). Es el Espíritu Santo, en efecto, que ha sido
dado al cristiano en el bautismo y en la confirmación, quien le guía en esa
tarea constante de conocimiento e identificación con Cristo.
   El primer paso consiste en descubrir cómo nuestra salvación y la de todos
los hombres es fruto de la humildad y de la humillación de Jesús. "Él, a
pesar de su condición divina, no se aferró a su categoría de Dios; al
contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, haciéndose
uno de tantos..." (Fil 2,5-7). No es fácil admitir eso; si uno se deja llevar
por la lógica del mundo o de la carne, parece más bien una locura, siguiendo
la expresión de S. Pablo.
   Pero el mismo S. Pablo exhorta a los cristianos a tener los mismos
sentimientos que Cristo y precisamente en ese acto de su abajamiento y
humillación. Tener los mismos sentimientos supone un conocimiento y una
identificación con Cristo que sólo el Padre puede dar por medio del Espíritu
Santo. Es la gran audacia, y al mismo tiempo, el gran privilegio de los que
son humildes.
   Existe un paralelismo entre la actitud de quienes, encerrados en su
propia inteligencia, no saben descubrir los secretos del misterio de Dios y
la existencia "en la carne" de que habla S. Pablo, que rechaza la acción del
Espíritu Santo. El Cristiano está llamado a dejar vivificar toda su
existencia por el soplo del Espíritu Santo y a poner toda su conducta bajo
ese influjo.
   Esa docilidad coincide exactamente con la sencillez evangélica de los
pequeños, que se fían de Dios más que de las propias fuerzas y que quieren
compartir la suerte de Jesús.
Todo ello supone en nosotros un esfuerzo para dejarnos desarmar de nuestras
categoría exclusivamente humanas y de nuestros modos de pensar para entrar
en esa sumisión al Espíritu Santo que llevará nuestro corazón a ser cada vez
más semejante al de Jesús.

TEODORO BERZAL.hsf

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