sábado, 22 de julio de 2017

Ciclo A - TO - Domingo XVI

23 de julio de 2017 - XVI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO – Ciclo A

                        "Les hablaré en parábolas"

-Sab 12,13. 16-19
-Sal 86
-Rom 8,26-27
-Mt 13,24-43

Mateo 13,24-43

   Jesús propuso esta parábola a la gente:
   -El Reino de los cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en
su campo; pero, mientras la gente dormía un enemigo fue y sembró cizaña en
medio del trigo y se marchó. Cuando empezaba a verdear y se formaba la
espiga, apareció también la cizaña. Entonces fueron los criados a decirle al
amo:
   -¿Señor, no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De dónde sale la
cizaña?
   Él les dijo:
   -Un enemigo lo ha hecho.
   Los criados le preguntaron:
   -¿Quieres que vayamos a arrancarla?
   Pero Él les respondió:
   -No, que podríais arrancar también el trigo. Dejadlos crecer juntos hasta
la siega, y cuando llegue la siega diré a los segadores: Arrancad primero la
cizaña y atadla en gavillas para quemarla, y el trigo almacenadlo en mi
granero.
   Les propuso esta otra parábola:
   -El Reino de los cielos se parece a un grano de mostaza que uno siembra
en su huerta; aunque es la más pequeña de las semillas, cuando crece es más
alta que las hortalizas; se hace un arbusto más alto que las hortalizas y
vienen los pájaros a anidar en sus ramas.
   Les dijo otra parábola:
   -El Reino de los cielos se parece a la levadura; una mujer la amasa con
tres medidas de harina, y basta para que todo fermente. Jesús expuso todo
esto a la gente en parábolas, y sin parábolas no les exponía nada. Así se
cumplió el oráculo del profeta: "Abriré mi boca diciendo parábolas; anunciaré
lo secreto desde la fundación del mundo". Luego dejó a la gente y se fue a
casa. Los discípulos se le acercaron a decirle:
   -Acláranos la parábola de la cizaña en el campo.
   Él les contestó:
   -El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre; el campo es el
mundo; la buena semilla son los ciudadanos del Reino; la cizaña son los
partidarios del Maligno; el enemigo que la siembra es el diablo; la cosecha
es el fin del tiempo, y los segadores los Ángeles. Lo mismo que se arranca
la cizaña y se quema, así será al fin del tiempo: el Hijo del hombre enviará
a sus Ángeles y arrancarán de su Reino a todos los corruptores y malvados y
los arrojarán en el horno encendido; allí será el llanto y el rechinar de
dientes. Entonces los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre.
El que tenga oídos, que oiga.

Comentario

   La liturgia de la palabra se abre en este domingo con una reflexión sobre
la paciencia de Dios. El Libro de la Sabiduría, repasando los principales
acontecimientos de la historia de Israel, descubre que Dios ha actuado
siempre con moderación. En el caso concreto de que se ocupa el texto, cuando
los israelitas entraron en la tierra prometida, Dios no exterminó a todos los
pueblos que la poblaban, sino que les ofreció la posibilidad de convertirse.
Este modo de proceder de Dios fue siempre para el pueblo elegido un motivo
de reflexión, cuando no de escándalo.
   Ese preludio veterotestamentario introduce de lleno en el tema central de
la parábola evangélica del trigo y la cizaña, que examinamos a continuación.
   El punto clave de la parábola está en el contraste de pareceres entre el
amo del campo y sus siervos. Estos pretenden poner un remedio inmediato a la
situación desastrosa en que se encuentra el campo por causa de la
intervención del enemigo. El dueño por su parte impone una solución tolerante
que respeta el crecimiento de cada planta y remite al futuro la sentencia
definitiva. En ese modo de actuar se distinguen perfectamente dos tiempos:
el de la paciencia y respeto y el del juicio inapelable. El primero refleja
la situación actual, el segundo se dar  al fin del mundo. Entre ambos tiempos
se juega el crecimiento del Reino de Dios en este mundo.
   La parábola ilumina así, ante todo, la misión de Jesús y su condición
mesiánica. En contraste con las expectativas de muchos, entre los que se
puede contar incluso Juan Bautista, que esperaban un Mesías juez escatológico
para que pronunciara el juicio definitivo de Dios sobre la historia, Jesús
asume una actitud muy diferente. Anuncia la buena nueva y constata cómo,
ofreciendo la salvación de Dios a los pecadores y teniendo paciencia con
ellos, se van abriendo a la misericordia, se convierten y cambian de vida.
No es, pues, el caso de precipitarlo todo pretendiendo abreviar el tiempo de
la misericordia de Dios. Además ello daría una falsa imagen del mismo, que
es justo sí y castiga las faltas hasta la cuarta generación, pero es sobre
todo clemente y misericordioso y tiene paciencia hasta mil generaciones.
"Lento a la ira y lleno de amor" (Salmo).
   La interpretación de la parábola que, según el evangelista, Jesús ofrece
a sus discípulos, de forma privada ya en casa, quizá sea, como en el caso de
la del sembrador, más bien la aplicación que habitualmente hacía de la misma,
la primera comunidad cristiana. Sea como fuere, se nota un desplazamiento del
acento desde la comprensión de la misión mesiánica de Jesús hacia el destino
final que espera a buenos y malos en el juicio de Dios. Desde esa posición
la llamada a la conversión en el tiempo de la Iglesia se hacía más
apremiante.

La semilla y la levadura

   La mirada nazarena al texto evangélico nos hace hoy considerar con mayor
atención las dos pequeñas parábolas que siguen a la de la cizaña. También
ellas revelan una dimensión importante del Reino de Dios.
   Estas dos parábolas pretenden también corregir la falsa idea de que el
Reino de Dios tiene que instaurarse entre los hombres con gran potencia
externa o de manera precipitada. De rechazo esa concepciones falsean la
imagen del Mesías que anuncia ese Reino y el significado de su obra.
   La clave de interpretación de ambas parábolas se cifra en el contraste
pequeño-grande. Pequeño es el grano de mostaza, "la más pequeña de todas las
semillas", y poca es la levadura que usa la mujer para hacer el pan. Grande
es el árbol capaz de cobijar a muchos pájaros y grande es la masa fermentada
en comparación con la cantidad de levadura.
   Ambas parábolas reflejan de modo admirable el maravilloso modo de actuar
de Dios que lleva a cabo su plan con medios aparentemente desproporcionados
a su fin. Es lo que María canta en el Magníficat ya en los albores de la
salvación traída por Cristo.
   Estas parábolas nos hablan también, en la concisión de la imagen, de la
experiencia humana de Jesús. Él veía cómo en su persona, a pesar de los
orígenes humildes (y aquí podemos incluir todo el período de su vida
escondida en Nazaret) iba tomando cuerpo una realidad maravillosa. Hasta el
anuncio de la buena nueva poco se veía, pero él sabía y notaba que aquello
podía tomar proporciones insospechadas. Bastaba dejarlo crecer...
   Él había visto cómo el anuncio de la buena nueva salvadora parecía ser
cosa de poco, pero puesta en un corazón que la acoge con buena voluntad, es
capaz de transformar la vida entera. Lo había visto en los discípulos que lo
seguían, en los pecadores que se convertían, en la gente que aceptaba su
Palabra... No se trataba, pues, de impacientarse y arrebatar la cosecha. Él
había sabido esperar mucho tiempo hasta empezar a sembrar el anuncio del
Reino, tenía que saber esperar ahora a que la semilla germine, crezca, madure
y dé fruto. Esa esperanza no podía dejar lugar a que la desilusión hiciera
mella en su corazón, sino más bien impulsarlo a darlo todo, incluso la propia
vida, para que la obra de Dios que había comenzado, llegara a cumplirse del
todo.
   La parábola de la levadura, que pone de relieve el dinamismo del Reino de
Dios en la oscuridad y el silencio, cuando aún no se ve ningún resultado,
valoriza de forma significativa el silencio de Nazaret y todos los momentos
de la vida de Jesús, incluido el silencio de los tres días en la tumba, en
los que parece que nada acontece y, sin embargo, todo está fermentando.

   Padre bueno, que nos sorprendes siempre
   con tu sabiduría infinita,
   te bendecimos con el Espíritu Santo,
   que gime en nosotros
   y nos asegura que somos tus hijos.
   Te bendecimos por Jesús,
   que ha elegido el camino de la humildad,
   de la paciencia y del silencio
   para anunciar con su vida y con su palabra
   tu infinita paciencia con todos.
   Danos un corazón abierto
   que deje crecer la semilla
   y espere sin cansarse
   el momento dispuesto por ti
   para que se manifieste tu obra.

Paciencia

   El Reino de Dios, su acción salvadora no es una doctrina abstracta, es
una realidad que está creciendo constantemente en el mundo, aunque a veces
no sepamos verlo. La Palabra de Dios nos invita hoy a convertirnos a esa
actitud paciente del dueño del campo que refleja la de Dios mismo.
   Esto no significa renunciar a ver el mal. El maligno est  también
trabajando en el mundo y siembra su cizaña siempre que puede. La invitación
a la paciencia no significa cerrar los ojos ante las situaciones concretas
que deben ser mejoradas, ni a resignarse ante el mal como si no supiéramos
que al final la cizaña será quemada. El dueño del campo sabe que no todo es
trigo limpio, pero quiere que sus siervos no se precipiten, sino que asuman
la totalidad del plan que Él tiene. El conocimiento de la totalidad de ese
plan es lo que les debe infundir serenidad y paciencia.
   Ese abandono a la forma de proceder de Dios, pide al discípulo de Jesús
una fuerza interior capaz de imponerse a los juicios precipitados sobre las
situaciones y personas, a ejercitar constantemente el discernimiento para no
dejarse engañar por las apariencias y algunas veces a tener la valentía de
callar, aun sabiendo a donde van a parar ciertos modos de proceder.
   Existe siempre, sin embargo la tentación de precipitarse y de ser
impacientes. Se manifiesta en el deseo de imponer el bien y la verdad a toda
costa. Tal actitud puede llegar a ser opresora e intolerante, llegando a
provocar el rechazo del evangelio y de los mismos valores del Reino en vez
de suscitar la adhesión convencida de las personas.
   Una llamada especial hace el evangelio de hoy a los padres y educadores
y a quienes tienen la responsabilidad de formar a otros. Hay que respetar los
tiempos de maduración, que siempre parecen lentos. Hay que dejar que la
levadura pueda terminar todo su proceso de fermentación para cocer el pan y
poderlo presentar como alimento; si no, se corre el riesgo de estropearlo
todo.

TEODORO BERZAL.hsf

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