30 de julio de 2017 - XVII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO – Ciclo A
"El Reino de los cielos es
semejante a..."
-1Re 3,5. 7-12
-Sal 118
-Rom 8,28-30
-Mt 13,44-52
Mateo
13,44-52
Dijo Jesús a la gente:
-El Reino de los
cielos se parece a un tesoro escondido en el campo: el
que lo encuentra, lo vuelve a esconder, y, lleno de alegría,
va, vende todo
lo que tiene y compra el campo. El Reino de los cielos se
parece también a
un comerciante en perlas finas, que, al encontrar una de
gran valor, se va
a vender todo lo que tiene y la compra. El Reino de los
cielos se parece tam-
bién a la red que echan en el mar y recoge toda clase de
peces; cuando está
llena, la arrastran a la orilla, se sientan y reúnen los
buenos en cestos y
los malos los tiran.
Lo mismo sucederá
al final del tiempo: saldrán los ángeles, separarán a
los malos de los buenos y los echarán al horno encendido.
Allí será el llanto
y el rechinar de dientes: ¿Entendéis bien todo esto?
Ellos contestaron:
-Sí.
Él les dijo:
-Ya veis, un
letrado que entiende del Reino de los cielos es como un
padre de familia que va sacando del arca lo nuevo y lo
antiguo.
Comentario
Como introducción
al mensaje evangélico, la liturgia nos presenta la
sabiduría de Salomón. Su capacidad de discernir el verdadero
valor, que para
él consistía en saber gobernar a su pueblo, es ampliamente
elogiado por el
autor sagrado. Dejando de lado riquezas y honores, sabe
pedir en su oración
lo que realmente le conviene y su oración es escuchada. El
mismo libro de los
Reyes muestra posteriormente cómo le fueron concedidas
también la riqueza y
los honores, a pesar de su infidelidad. Lo que importa es
tener un corazón
sabio e inteligente, como Salomón desea. En eso está verdaderamente
el mejor
tesoro.
El capítulo de las
parábolas del Reino se cierra en el evangelio de Mateo
con tres comparaciones brevísimas que leemos en este
domingo.
Las dos primeras,
la del tesoro y la del mercader de perlas, son casi
paralelas. En ambas se subraya la capacidad del protagonista
para descubrir
un bien que está por encima de los demás y su prontitud para
dejar todo y
obtener lo que más estima. Queda así claro cuál es la
actitud que el
discípulo de Jesús debe adoptar frente al anuncio del Reino.
Ante el gran
tesoro del Reino que Dios ofrece gratuitamente en Jesús, no
queda más remedio
que acogerlo y valorarlo por encima de todas las demás
cosas.
Cada una de estas
dos parábolas, a pesar de su significado fun-
damentalmente idéntico, acentúa un aspecto que conviene
destacar. En la del
tesoro encontrado en el campo, se subraya la alegría del
afortunado. La
alegría es uno de los signos más claros de todo
discernimiento bien hecho,
de quien ha sabido elegir bien. En la segunda parábola se destaca
la
sagacidad del comerciante capaz de distinguir, entre muchas
perlas, la que
vale más que entre todas las demás. Sólo una larga
experiencia en el oficio
permite llegar a un juicio tan certero.
La parábola de la
red parece tener el mismo sentido que la de la cizaña,
ya comentada el domingo pasado. Aquí, sin embargo los
elementos de la
comparación quedan reducidos a lo esencial: la distinción
entre peces buenos
y malos, y la distinción entre los dos tiempos, el de la
pesca en el presente
y el de la selección, que se hará en el futuro. Esa
esencialidad contribuye
a destacar la distinción entre unos y otros: no caben
situaciones
intermedias.
La conclusión del
discurso de las parábolas es también altamente
significativa. A lo largo de la exposición de estas
narraciones, el
evangelista ha ido intercalando varios pasajes en los que da
las razones de
este modo de presentar el mensaje que Jesús practicaba, como
también la
explicación de algunas de las parábolas. En la conclusión se
insiste sobre
la necesidad del "comprender". Es necesario
comprender no sólo ese modo de
transmitir el mensaje, sino el contenido del mismo. Jesús lo
subraya con el
ejemplo del escriba capaz de integrar lo nuevo y lo antiguo.
Parece ser el
ideal de quien, habiendo dado cabida a la novedad del Reino,
es capaz de
conservar los valores de la antigua alianza. Ese es también
un tipo de
sabiduría nada despreciable.
"Lo esconde de
nuevo"
No es buen método
de interpretación el buscar un significado a cada uno
de los detalles de las parábolas. Estas tienen un sentido
unitario que se
capta en la fuerza del témino de comparación: la figura, la
imagen, el
comportamiento recogido en la experiencia de la vida
corriente que revela la
verdad de orden espiritual.
Si se destaca un
detalle, hay que saberlo integrar en el sentido global
de la parábola mostrando cómo ilumina su contenido desde un
ángulo
particular. Es lo que pretendemos hacer leyendo la
experiencia de Nazaret a
la luz de ese detalle destacado en el título, que forma
parte de la parábola
del campo en la que se encuentra el tesoro.
El texto dice que
el hombre que encuentra el tesoro "lo esconde de
nuevo". Se distinguen así tres momentos en el tiempo de
la narración de la
parábola: el descubrimiento del tesoro, el momento más o
menos largo en que
el tesoro ya descubierto permanece nuevamente escondido bajo
tierra y la
plena posesión del mismo. Sólo en este último momento el
tesoro puede ser
mostrado sin temor puesto que el campo pertenece ya plenamente
a quien
descubrió su riqueza.
Si vemos en el
tesoro, como nos enseña el evangelio, no tal o cual valor
de la vida ni tampoco el Reino de Dios como un dominio
abstracto de Dios
sobre el mundo, sino que lo identificamos con Jesús mismo,
entonces podemos
decir que el segundo momento del que hablábamos, en que el
tesoro es ya
conocido pero ha sido escondido de nuevo, coincide con el
tiempo de Nazaret.
Después de la
revelación inicial a María y a José, y a algunos otros "que
esperaban la redención de Israel", por mucho tiempo aún
el tesoro estuvo
escondido. El misterio de Cristo, "que no había sido
comunicado a los hombres
en los tiempos antiguos" (Ef 3,3), permaneció también
oculto durante un largo
período después de haber sido inicialmente revelado.
Los primeros que lo
descubrieron, vivieron esa "alegría" desbordante y
esperanzada de quien sabe que un día el tesoro les
pertenecerá
definitivamente porque están dispuestos a dejarlo todo por
él. Además saben
que será puesto a disposición de todos para que todos los
que quieran, puedan
beneficiarse de él. Es lo que María canta en el Magníficat:
"Su misericordia
llega a sus fieles de generación en generación".
Esa alegría del
hombre de la parábola que sabe que el tesoro est allí y
que puede ser de él para siempre, esa alegría no exenta de
preocupaciones,
pero que pone alas a la esperanza y lleva a dejarlo todo,
sin mirar cuánto
vale, porque sabe que lo que esconde la tierra vale más, es
la misma que se
vivió en Nazaret durante mucho tiempo.
Te bendecimos, Padre, porque en Cristo
nos has dado el conocimiento y la verdad.
Él es el tesoro por el que vale la pena
dejarlo todo.
Te pedimos la gracia del Espíritu Santo,
que abra nuestro corazón a la verdadera
sabiduría,
para saber encontrar el tesoro de nuestra
vida
y esconderlo de nuevo
hasta que sepamos darlo todo
para poseerlo definitivamente.
Discernimiento
La atención sobre
uno mismo y sobre la situación que le rodea para captar
lo que verdaderamente vale, "lo bueno, lo perfecto, lo
que agrada a Dios"
(Roma 12,2), es una de las dimensiones fundamentales del
vivir cristiano. A
ella parece invitarnos de forma insistente el mensaje de la
Palabra de Dios.
Existe un primer y
fundamental discernimiento que consiste en descubrir
en Jesús la llegada del Reino de Dios, como algo absoluto y
superior a todo
lo demás. Pero a ese descubrimiento inicial debe seguir una
actitud concreta
de discernimiento en la vida de cada día para ir viendo en
cada caso lo que
es conforme con ese valor primero. En esa confrontación es
donde se juega la
bondad o maldad de cada "pez" que es pescado en
nuestra vida. De manera que
el discernimiento final, el que se hace en un futuro que
está más allá del
tiempo, no hará más que manifestar de forma definitiva
lo que han sido
nuestras opciones presentes.
El cap. 8º de la
carta a los Romanos, que venimos leyendo todos estos
domingos, constituye en el fondo una gran llamada a someter
toda nuestra
existencia al influjo del Espíritu Santo, el cual nos
llevará a identificar
nuestra vida con Cristo. "Él es para nosotros
sabiduría, justicia y
redención" (1Co 1,30 ) tal es el designio que el Padre
ha "pensado" desde
siempre para todos los hombres: "Que lleguemos a ser,
según la imagen de su
Hijo" (Roma 8,29).
Este don y esta
promesa deben espolear cada día nuestra atención para
buscar con verdadero empeño dónde esta la verdad. Es más, la
alegría de haber
descubierto el verdadero tesoro, pone en la balanza que
tenemos en nuestras
manos el contrapeso que nos indica constantemente el valor
que tienen las
demás cosas. No podemos perder de vista esa perspectiva si
queremos juzgar
las situaciones y los acontecimientos con sabiduría y en
conformidad con lo
que un día se descubrirá.
Vivir en esa
actitud de atención y de fidelidad constante es una gracia
grande que el Señor no niega a quienes quieren ser suyos y
seguirlo.
TEODORO
BERZAL.hsf
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