20 de agosto de 2017 - XX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO – Ciclo A
"¡Qué‚ grande es tu
fe, mujer!"
-Is 56,1. 6-7
-Sal 66
-Rom 11,13-15.
29-32
-Mt 15,21-28
Mateo
15,21-28
Jesús salió y se retiró al país de Tiro
y Sidón. Entonces una mujer
cananea, saliendo de uno de aquellos lugares, se puso a
gritarle:
-Ten compasión de
mí, Señor, Hijo de David. Mi hija tiene un demonio muy
malo.
El no le respondió
nada. Entonces los discípulos se le acercaron a
decirle:
-Atiéndela, que viene
detrás gritando.
Él les contestó:
-Sólo me han
enviado a las ovejas descarriadas de Israel.
Ella los alcanzó y
se postró ante Él, y le pidió de rodillas:
-Señor, socórreme.
Él le contestó:
-No está bien echar
a los perros el pan de los hijos.
Pero ella repuso:
-Tienes razón,
Señor; pero también lo perros comen las migajas que caen
de la mesa de los amos.
Jesús le respondió:
-Mujer, ¡qué grande
es tu fe!, que se cumpla lo que deseas, En aquel
momento quedó curada su hija.
Comentario
Las tres lecturas
de este domingo tienen como tema común la universalidad
de la salvación en Cristo, para que "todos los pueblos
alaben a Dios" (Sal
66).
El pasaje de la
tercera parte del libro de Isaías hace hincapié en la
posibilidad que tienen los extranjeros de "subir al
monte santo de Sión" y
de ofrecer su sacrificio en el templo, casa común de todos
los pueblos. Es
de notar que el profeta insiste en las condiciones
interiores, accesibles a
todos, para formar parte del pueblo de Dios (extranjeros que
se han dado al
Señor), más que en las características étnicas o en
observancias legales.
Se va así abriendo
camino la idea de una apertura universal según la cual
todo hombre puede adorar a Dios en espíritu y en verdad
(Cfr. Jn 4,21) y de
que la salvación es ofrecida a todo el que cree (Rom 3,21).
En esa línea
puede verse el relato que leemos hoy en el evangelio, aunque
no sin alguna
dificultad.
El único punto de
referencia del relato de Mateo es el pasaje paralelo de
Marcos (7,24-30). Esto ya es significativo, pues Lucas, el
evangelista que
más insiste en los aspectos universales de la salvación,
omite este hecho.
Si nos fijamos en
el texto de Mateo que leemos hoy, llama la atención la
determinación de Jesús para ir a tierra de paganos. Hay que
tener en cuenta
la crítica que en los versículos anteriores había hecho a
las prácticas
legalistas que olvidan el corazón del hombre.
Si leemos con
atención el relato vemos que, ante la fe profunda y
sencilla de la mujer cananea, Jesús parece oponer un triple
rechazo: el
silencio, la declaración de que su misión está reservada a
las ovejas de
Israel y la preferencia de los hijos sobre los perros. Es de
notar que en el
evangelio de Marcos el rechazo es sólo uno y que no hay una
exclusión tan
fuerte de los paganos, sino más bien una preferencia por el
pueblo elegido:
"Deja que coman primero los hijos" (Mc 7,27).
La diferencia puede
explicarse por la diversidad de destinatarios de
ambos evangelios: las comunidades provenientes del paganismo
(Marcos) y las
comunidades judeocristinas (Mateo). O quizá la mayor dureza
de Jesús en el
evangelio de Mateo sirva sólo para acentuar la fe de la
mujer cananea. El
rechazo pone mayormente de relieve cómo de nada sirve la
pertenencia al
pueblo de Israel sin la fe personal.
La postura de Mateo
se acercaría así a la que expresa S. Pablo en la 2ª.
lectura, el cual pretende despertar la emulación de los de
su raza para ver
si salva a alguno de ellos.
Al encuentro del hombre
La Palabra de Dios
orienta nuestra reflexión hacia la dimensión universal
del plan salvífico de Dios. En el milagro efectuado por
Jesús en favor de una
mujer que no pertenecía al pueblo elegido, los evangelistas
ven el signo de
una llamada a todos los hombres a formar parte de la nueva
alianza hecha por
Dios en Cristo. La única condición es la fe en Jesús,
"el hijo de David".
La piedra
fundamental de ese universalismo de la salvación, ya anunciado
por los profetas, es ciertamente la encarnación del Verbo.
El concilio
Vaticano II lo ha expresado así: "Imagen de Dios
invisible (Col 1,15). Él es
el hombre perfecto que ha restaurado en la decadencia de
Adán la semejanza
divina deformada por el primer pecado. La naturaleza humana
ha sido por Él
asumida, no absorbida; por lo mismo, también en nosotros ha
sido elevada a
dignidad sin igual. Y que Él, Hijo de Dios, por su
encarnación, se identificó
en cierto modo con todos los hombres: trabajó con manos de
hombre, reflexionó
con inteligencia de hombre, actuó con voluntad humana y amó
con humano
corazón. Nacido de la Virgen María, es verdaderamente uno de
nosotros,
semejante en todo a nosotros, excepto en el pecado"
(G.S. 22). Ese primer
paso de solidaridad con todo hombre dado por Dios mismo en
la encarnación es
el que orienta todos los otros y el que guía los que la
iglesia y cada uno
de nosotros debemos dar continuamente.
Ante el hecho de la
encarnación, podríamos, sin embargo,
estar tentados de eliminar todas las barreras y de llegar a
un confusionismo
sincretista para decir que todas las situaciones religiosas
son equivalentes,
puesto que Dios mismo parece haber negado la raíz de todos
los privilegios.
El respeto de la libertad religiosa se funda en la
naturaleza libre de la
persona y no en la mayor o menor adecuación a la verdad que
tienen sus
creencias.
El evangelio de
este domingo nos invita a ser al mismo tiempo abiertos y
cautos ya que el mismo Jesús, que va al encuentro de todos,
parece marcar
unas distancias y establecer unas prioridades. Esa es
también la otra faceta
que nos enseña la encarnación y que no cesamos de meditar.
Jesús se ha
identificado con un pueblo, el pueblo de Israel. Ha asumido
la naturaleza
humana, no de modo genérico, sino con todas las limitaciones
y connotaciones
de una cultura, una lengua, una fe. En un momento
determinado y encontrándose
en una situación similar a la que relata el evangelio de
este domingo, no
teme decir a la mujer samaritana: "la salvación viene
de los judíos" (Jn
4,23).
Efectivamente, Dios
no puede deshacer con una mano lo que construye con
la otra. "Los dones y la llamada de Dios son
irrevocables" (2ª. lectura). Hay
una armonía en el designio de Dios que a veces se nos escapa
porque nuestra
limitación nos impide sondear el misterio.
Señor Jesús, abierto a
todos,
que has salido al
encuentro del hombre,
prisionero del diablo y
del pecado,
aumenta en nosotros la
fe
que confiesa tu nombre
y tu poder,
y nos acerca al Padre
con la confianza de los hijos.
Enséñanos a no
desanimarnos en la oración
y danos esa actitud
profunda
de respeto y de
apertura,
de humildad y de
sencillez,
fruto de la acción del
Espíritu Santo,
que no hace cercanos a
todos
y nos une
verdaderamente a ti
Ser universales
La construcción de
la comunión entre todos los hombres es una vieja
aspiración humana que hoy se hace más apremiante por la
facilidad de la
comunicación y por la frecuencia de intercambios de todo
tipo. El evangelio
de hoy nos enseña que para que tal aspiración pueda
realizarse de verdad es
necesario reconocer a Jesús como Señor y portador de la
salvación. Es, en
efecto, el pecado lo que cierra el corazón del hombre al
encuentro con sus
hermanos y con Dios.
Podemos imaginar
dos caminos para ensanchar nuestro corazón y vivir esa
universalidad de la salvación a la que invita la Palabra de
Dios.
El uno se dirige
hacia la comprensión de la complejidad del alma humana
y de las diversas realidades en las que la salvación actúa. Es un camino que
lleva a la admiración por la multiplicidad y grandeza de las
obras de Dios
en los distintos tiempos de la historia, en la diversidad de
las culturas, en
la multiplicidad de los pueblos, de las instituciones...
Requiere una buena
capacidad de apertura, de tolerancia y de penetración en las
realidades
humanas para rastrear los senderos del Espíritu y para
comprender a personas
muy distintas de nosotros.
Pero hay otro
camino para llegar a la universalidad. Es el de la
sencillez. Consiste en saber vivir en profundidad y con
sentido común las
cosas más elementales. Podemos estar seguros de que en ella
nos encontramos
con todo hombre.
Fue quizá esa
actitud de sencillez, aprendida largamente en Nazaret, la
que permitió a Jesús descubrir en la apremiante insistencia
de una madre
cananea esa fe sincera que le arrancó el milagro de la
liberación de su hija.
Los cristianos,
llamados hoy a colaborar más que nunca con todos los
hombres en los diversos terrenos de la actividad humana,
debemos al mismo
tiempo ponernos al alcance de todos y conservar de modo firme
la autenticidad
de nuestra fe y la coherencia con la vida teniendo como
punto de referencia
a Jesús, el Hijo de Dios.
TEODORO
BERZAL.hsf
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