3 de septiembre de 2017 - XXII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO –
Ciclo A
"Tu idea no es la de
Dios"
-Jer 20,7-9
-Sal 62
-Rom 12,1-2
-Mt 16,21-27
Mateo
16,21-27
Empezó Jesús a explicar a sus
discípulos que tenía que ir a Jerusalén y
padecer allí mucho por parte de los senadores, sumos
sacerdotes y letrados
y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer
día. Pedro se lo llevó
aparte y se puso a increparlo:
-¡No lo permita
Dios, Señor! Eso no puede pasarte.
Jesús se volvió y
dijo a Pedro:
-¡Quítate de mi
vista, Satanás, que me haces tropezar; tú piensas como los
hombres, no como Dios!
Entonces dijo a los
discípulos:
-El que quiera
venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con
su cruz y me siga. Si uno quiere salvar su vida, la perderá;
pero el que la
pierda por mí, la encontrará. ¿De qué le sirve a un hombre
ganar el mundo
entero, si malogra su vida? ¿O qué podrá dar para
recobrarla? Porque el Hijo
del hombre vendrá entre los ángeles, con la gloria del
Padre, y entonces
pagará a cada uno según su conducta.
Comentario
El pasaje que
leemos este domingo representa un cambio de tono en el
evangelio de Mateo. Completa el del domingo precedente y al
mismo tiempo
ofrece algunos contrastes con él. Presenta también dos
partes bien
diferenciadas: el primer anuncio de la pasión y la reacción
de Pedro ante tal
anuncio, al que sigue una enseñanza de Jesús sobre el
significado del
seguimiento.
Jesús anuncia en
breve síntesis lo que ser su destino. El pasaje de
Jeremías que la liturgia nos presenta en la 1ª. lectura
preanuncia los
sufrimientos del Mesías y confirma la mentalidad bíblica
según la cual la
muerte del justo es muchas veces violenta. Y Jesús presenta
ese desenlace
como una necesidad para sí mismo. Notemos que lo hace
hablando sólo a sus
discípulos.
En las palabras de
Jesús hay que ver una prolongación de lo que Pedro
había dicho poco antes sobre su identidad. Se revela así la
profundidad del
misterio de Cristo, Hijo de Dios y hombre que sufrirá,
morirá y resucitará.
La reacción de
Pedro, que también en este caso parece representar la
postura de los otros discípulos, es fuerte. No puede aceptar
que el Mesías
sea sometido a tal humillación. Aunque resulta difícil
comprender todo el
alcance de su respuesta expresada en forma de invocación,
parece que podría
interpretarse así: el sufrimiento es consecuencia de una
culpa; invoca, pues,
a Dios para que Jesús sea liberado de él.
La respuesta de Jesús
no es menos fuerte. El rechazo de la actitud que
suponen las palabras de Pedro, se produce no sólo porque es
incoherente con
el plan de Dios sino porque constituye una tentación que
proviene de Satanás.
Jesús recuerda así las que sufrió en el desierto al comienzo
de su
ministerio.
Inmediatamente
después figura en el evangelio la enseñanza sobre el
discipulado. Inculca la asunción del misterio de la cruz no
sólo en la vida
del Maestro, sino también en la de sus seguidores. Esa
enseñanza se articula
en cuatro expresiones que podemos considerar con algún
detenimiento.
"El que quiera
venirse conmigo". Quien asume libremente el seguimiento de
Jesús, sabe, después de conocer el destino de su Maestro,
que su vida tendrá
el mismo desenlace. Se trata de una necesidad inherente al
hecho de compartir
las misma opciones. Ello supone los tres pasos fundamentales
que se enuncian
después.
"Negarse a sí
mismo", que significa salir de uno mismo, del propio modo
de pensar y de proyectar la vida para acoger el plan de Dios
y el programa
del evangelio.
"Cargar con la
propia cruz", es decir, ser capaz de asumir en la propia
vida como lo hizo Jesús, el sufrimiento y las situaciones
humillantes para
cumplir la propia misión.
"Seguir a
Jesús", que significa entrar en comunión vital con Él y
compartir su suerte en esta vida, pero también la
resurrección.
Son éstos los
aspectos esenciales de toda vida cristiana.
Pedro, José y María
En pocos renglones
se pasa en el evangelio de Mateo de un gran elogio a
Pedro ("Dichoso tú Simón, hijo de Jonás") al más
duro rechazo ("Quítate de
mi vista, Satanás"). A la brillante confesión de fe
siguió, en efecto, la
mayor incomprensión. Pedro acogió con alegría y entusiasmo
el aspecto del
misterio de Cristo referido a su relación con el Padre y a
su misión
salvadora ("Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios
vivo"), pero su fe vaciló
cuando el mismo Jesús anunció los sufrimientos y el tipo de
muerte que le
esperaba.
Desde esa
perspectiva veamos ahora cómo fue la fe de María y de José. A
ellos se les reveló también al principio la identidad del
hijo que iba a
nacer: "Será grande, se llamará Hijo del Altísimo y el
Señor Dios le dará el
trono de David su antepasado" (Lc 1,32). "La
criatura que lleva en su seno
viene del Espíritu Santo" (Mt 1,20). María y José
acogieron con fe esta
revelación que tampoco venía "de la carne ni de la
sangre". María respondió
generosamente al anuncio y José hizo lo que el Ángel le
decía. La fe de María
fue elogiada por Isabel y lo mismo hubiera podido decirse de
José: Dichosos
vosotros porque habéis creído.
Pero también a
ellos no tardando mucho les tocó oír la segunda parte de
la revelación referente al camino que Dios había elegido
para salvar al
mundo. También ellos recibieron, aunque de forma velada, el
anuncio de los
padecimientos del Mesías. Pronto supieron que la vida del
niño que les había
nacido no sería un paseo triunfal sobre esta tierra. También
en su caso el
anuncio del momento doloroso llegó de improviso y a poca
distancia de la
exaltación. Después de la presentación en el templo del niño
Jesús para el
rito de la circuncisión, dice el evangelio de Lucas:
"Su padre y su madre
estaban admirados de los que se decía del niño. Simeón los
bendijo, y dijo
a María, su Madre: Mira Éste está puesto para que todos en
Israel caigan o
se levanten; será una bandera discutida, mientras que a ti
una espada te
traspasará el corazón, así quedará patente lo que todos
piensan" (2,33-36).
Palabras misteriosas, pero sin duda cargadas de un
significado claro que
diseña un horizonte de sufrimiento futuro. Lo mismo que las
que Jesús pronun-
ció ante sus apóstoles sobre su pasión y su muerte.
Nosotros no
conocemos lo que pasó en el alma de María y de José en esos
momentos, como conocemos la reacción de Pedro. Lo que sí
sabemos es que, a
diferencia de lo que hizo Pedro, no intentaron oponerse al
designio divino,
sino que dejaron que las cosas siguieran por el camino que
Dios había
trazado.
Y el relato de
Lucas continúa: "Cuando cumplieron todo lo que prescribía
la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de
Nazaret" (2,39).
Señor Jesús, te
bendecimos
por la fuerza y la
determinación
con que has asumido el
camino de la cruz.
Danos tu Espíritu
Santo,
que renueve nuestra
mentalidad
demasiado mundana y
demasiado sometida
a criterios que no son
los del evangelio.
Enséñanos a dar el paso
generoso
de entregar nuestra
propia vida
para ganarla en el
Reino,
de modo que nuestro
peregrinar por la tierra
sea un camino hacia la
luz de la resurrección.
El signo de la cruz
La vida del
cristiano está marcada desde el bautismo por el signo de la
cruz. A ese signo, repetido tantas veces en la liturgia y
fuera de ella,
debería corresponder la actitud profunda de adhesión a
Cristo muerto y
resucitado.
El primer paso para
vivir esa actitud, lo sabemos bien, consiste en creer
en Cristo, aceptando la contradicción que para una lógica
puramente humana
puede tener el hecho de que la vida y la liberación puedan
venir de la
entrega y el sacrificio. La respuesta tajante de Jesús a
Pedro muestra que
se trata de un paso decisivo en el que no puede haber
componendas.
Viene luego como
consecuencia inmediata la "necesidad", también para
nosotros, de cargar con nuestra cruz. Aquí es importante la
recomendación de
S. Pablo (2ª. lectura) de no amoldarnos a la mentalidad del
mundo, sino de
adoptar esa postura paradójica que supone el tomar
voluntariamente la propia
carga de sufrimiento, que llamamos cruz. A los ojos mundanos
puede parecer
una insensatez. "De hecho el mensaje de la cruz para
los que se pierden
resulta una locura; para los que se salvan, para nosotros,
es un portento de
Dios" (1Co 1,18).
Entre la vía de la
liberación del sufrimiento predicada por las
religiones orientales y la búsqueda morbosa de todo lo que
contraría a la
naturaleza, está el camino cristiano de aceptación serena de
las
contrariedades propias de nuestra vida y de nuestro mundo,
que comprende
también "la entrega generosa de la propia vida como
sacrificio vivo,
consagrado, agradable a Dios" (2ª. lectura), al
servicio del prójimo.
Lo importante es
saber cargar con la propia cruz para seguir a Jesús. Es
decir, no podemos entender en primer lugar nuestra cruz como
sufrimiento,
sino que el deseo de compartir el mismo destino de Jesús,
nos lleva a cargar
con la cruz. Sabemos, en efecto, ya de entrada, que seguirlo
comportará
momentos de fracaso y de decepción, de pobreza y
humillación, de dolor, de
soledad y de muerte. Jesús asumió a sabiendas ese camino
fiándose totalmente
del Padre. El triunfo maravilloso del Espíritu Santo sobre
las ruinas del
Calvario en el día de la resurrección es nuestra garantía de
que ese camino
conduce a la vida.
TEODORO
BERZAL.hsf
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