10 de septiembre de 2017 - XXIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO –
Ciclo A
"Si tu hermano te
ofende"
-Ez 33,7-9
-Sal 94
-Rom 13,8-10
-Mt 18,15-20
Mateo
18,15-20
Dijo Jesús a sus discípulos:
-Si tu hermano
peca, repréndelo a solas entre los dos. Si te hace caso,
has salvado a tu hermano. Si no te hace caso, llama a otro o
a otros dos,
para que todo el asunto quede confirmado por boca de dos o
tres testigos. Si
no les hace caso, díselo a la comunidad, y si no hace caso
ni siquiera a la
comunidad, considéralo como un pagano o un publicano. Os
aseguro que todo lo
que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo
que desatéis en
la tierra quedará desatado en el cielo. Os aseguro además
que, si dos de
vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo,
se lo dará mi
Padre del cielo. Porque donde dos o tres estén reunidos en
mi nombre, allí
estoy yo en medio de ellos.
Comentario
La liturgia propone
a nuestra reflexión la última parte del capítulo 18
de Mateo en dos domingos sucesivos. Esta última parte trata
del perdón de las
ofensas en un tono exhortativo. En el llamado discurso
eclesial de Jesús, se
tratan diversas cuestiones que se refieren a la vida
concreta de una comu-
nidad cristiana: la precedencia en la asamblea, el respeto y
acogida de los
más débiles, la búsqueda de quienes se alejan, la manera de
tratar a quienes
hacen un mal a la comunidad...
El procedimiento
propuesto por Jesús para corregir a quien ha cometido
una ofensa, se presenta, desde el punto de vista literario,
como una
concatenación de cinco condicionales. Yendo al sentido
global, se saca la
conclusión de que hay que poner todos los medios para que
quien ha faltado,
reconozca su error y vuelva a la situación normal en la
comunidad. Sólo en
casos extremos se puede proceder a la exclusión.
Si nos detenemos en
cada una de las fases del proceso propuesto en el
discurso, podemos descubrir también algunos valores
importantes de la vida
de la comunidad que aparecen progresivamente.
En la fase de la
reprensión individual, se pone de manifiesto la
importancia de las relaciones personales y de la
responsabilidad de cada uno
respecto a todo lo que afecta a la comunidad. En el texto
original, muchos
manuscritos omiten el pronombre de segunda persona en la
frase "si tu hermano
te ofende" apoyando la idea de que más que de una
ofensa personal, se trata
de un mal causado a la comunidad.
La fase en que hay
que recurrir a testigos, recoge las prescripciones del
A. T. (Dt 19,5) y las prácticas de los grupos esenios.
Incluye el principio
de la representatividad de la comunidad en algunos de sus
miembros y
recomienda la discreción y prudencia en el modo de proceder.
La última fase, en
la que interviene la comunidad en asamblea, es la más
solemne y pone de relieve el peso que tiene el cuerpo entero
reunido.
Esta importancia de
la comunidad viene subrayada por las dos sentencias
que siguen en el texto evangélico. En la primera, Jesús
parece atribuir a la
comunidad reunida los mismo poderes que había atribuido poco
antes a Pedro:
"Todo lo que atéis en la tierra..."
La otra expresión
da la razón teológica de la importancia que tiene la
reunión comunitaria: Cristo está en medio de los hermanos
reunidos en su
nombre. Y esto aun el caso de gran exigüidad de número. Esta
presencia de
Cristo es la que constituye a la Iglesia en cuanto tal en
sus dimensiones
fundamentales: la relación con Dios en la oración y la
construcción de un
grupo de personas reconciliadas, signo de una reconciliación
más amplia, la
que Dios ofrece a todo los hombres.
"Donde están dos o
tres"
Acabamos de decir
que lo que cualifica a la comunidad cristiana es la
presencia de Cristo en medio de ella y no tanto el número de
sus componentes
o la legitimidad formal de la asamblea. La familia de
Nazaret se presenta así
nuevamente a nuestro ojos como la comunidad que goza, en el
sentido más
fuerte, intenso, tangible y duradero, de la presencia de
Jesús. Puede, pues,
presentarse como la comunidad tipo, como aquélla que mejor
realiza el ideal
de comunidad descrita en el evangelio.
La familia de
Nazaret es una comunidad reunida en nombre de Cristo. En
primer lugar porque ha sido constituida por Dios, con el libre
consentimiento
de María y de José, para acoger a Jesús. Pero también porque
éste ocupaba el
centro y era el punto de referencia constante de las
preocupaciones y
proyectos de María y de José.
Las palabras del
evangelio de Mateo, puestas en boca de Jesús, sobre su
presencia en medio de dos o tres de sus discípulos, respiran
ya un aire
postpascual; se refieren a una presencia que ya no es física
sino en el
Espíritu Santo. Es un modo de presencia al que también se
refiere San Pablo
con estas palabras: "Reunidos vosotros, y yo en
espíritu, en nombre de
nuestro Señor Jesús, con el poder de nuestro Señor Jesús,
entregad ese
individuo a Satanás" (1Co 5,4). Lo que crea la fuerza
de la comunidad es la
referencia al nombre de Jesús, es decir, en el lenguaje de la
Biblia, a su
persona. Y esto en el sentido más fuerte y denso que puede
tener la presencia
divina entre los hombres. Como cuando leemos en el libro del
Exodo: "En los
lugares donde pronuncie mi nombre, bajaré a ti y te
bendeciré" (20,24).
La Iglesia necesita
su referencia a la familia de Nazaret como necesita
la referencia a la comunidad constituida por los apóstoles
con Jesús, para
descubrir su rostro verdadero. Y no se trata ciertamente de
la imagen
plástica del grupo reunido con Jesús que ayuda a la
imaginación, sino de esa
vinculación que se establece con Él por medio de la fe y que
es la única
fuente de cohesión y de fuerza espiritual.
Meditando las
palabras del evangelio - "donde dos o tres" - a la luz del
misterio de Nazaret, surge espontáneamente la reflexión
sobre la exigüidad
del número de los miembros de la comunidad. En Nazaret, todo
está reducido,
por así decirlo, al mínimo indispensable. Vendrá luego la
comunidad
pentecostal y las grandes asambleas de todos los tiempos. De
Nazaret quedará
siempre el gusto por lo pequeño, por lo mínimo.
Estableciendo así un nexo con
todas las realidades minúsculas de la presencia de la
Iglesia (empezando por
la familia "Iglesia doméstica"); con todas esas
comunidades pequeñas donde
falta casi todo, donde se vive en el límite mismo entre la
existencia y no
existencia de una comunidad; donde, sin embargo, la
presencia de Cristo da
esa calidad nueva y esa fuerza que va más allá de la
debilidad humana y que
ningún número de personas puede suplir.
Te bendecimos, Padre, por tu bondad,
porque tú eres misericordioso
y paciente con todos.
Danos ese Espíritu que procede de ti
y que lleva a olvidar las ofensas recibidas,
a tender la mano a quien est caído,
a no pasar de largo ante quien
necesita nuestra comprensión.
Enséñanos a saber construir la comunidad,
sobre todo en las circunstancias difíciles,
cuando reina el descontento
y cuando el pecado nos divide.
Danos la misma actitud de Jesús
que supo entregar su vida
para reunir a tus hijos que estaban
dispersos.
Responsabilidad
comunitaria
De la Palabra de
Dios recibimos hoy un fuerte impulso para construir la
que llamamos nuestra comunidad, pero también todas las
comunidades de las que
por uno u otro motivo formamos parte.
Punto clave para
construir la comunidad es esa responsabilidad compartida
que lleva a la solidaridad, a hacerse cargo los unos de los
otros. Podemos
llamarla responsabilidad comunitaria.
Esa responsabilidad
se ejerce de muchas maneras; el evangelio de hoy nos
lleva a tomar en consideración una de ellas: la corrección
fraterna ("Si tu
hermano peca...") El ejercicio de la corrección
fraterna lleva consigo por
parte de quien la practica algunas cualidades que son
esenciales a la vida
cristiana.
En primer lugar la
comprensión hacia quien falta, que proviene de una
actitud de misericordia y de reconciliación. Pero se
requiere igualmente
valentía para expresarse con claridad y para sobreponerse a
falsas
consideraciones de respeto al otro. Quien corrige o llama la
atención al otro
en algo que le parece mal, necesita además una buena dosis
de sabiduría para
elegir el momento oportuno de hacerlo y las palabras
adecuadas, de modo que
se facilite el camino de retorno de quien con su conducta se
ha alejado de
la comunidad.
Pero hemos de
considerar que todos nosotros nos encontramos también
muchas veces de la parte de quien necesita ser corregido. Y
también en ese
caso son necesarias algunas actitudes importantes. Está en
primer lugar la
humildad para recibir las advertencias que se nos hacen. La
Escritura pone
bien claramente las dos posturas posibles por parte de quien
recibe la
corrección: "No reprendas al cínico, pues te
aborrecerá, reprende al sensato,
que te lo agradecerá" (Prov 9,8). "El hombre
perverso rechaza la corrección
y acomoda la ley a su conveniencia" (Eclo 32,17).
En uno u otro caso,
sólo el amor fraterno, que lleva a estimar al prójimo
como a uno mismo, debe regular nuestra conducta. A propósito
de la corrección
fraterna ha escrito San Agustín: "Ama y haz lo que
quieras. Si callas, calla
por amor; si hablas, habla por amor; si corriges, corrige
por amor; si
perdonas, perdona por amor. Está en ti la raíz del amor,
pues de esta raíz
sólo puede brotar el bien".
TEODORO
BERZAL.hsf
No hay comentarios:
Publicar un comentario