24 de septiembre de 2017 - XXV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO –
Ciclo A
"Id también vosotros a mi viña"
-Is 55,6-9
-Sal 144
-Fil 1,20-27
-Mt 20,1-16
Mateo
20,1-16
Dijo Jesús a sus discípulos esta
parábola: El Reino de los cielos se
parece a un propietario que al amanecer salió a contratar
jornaleros para su
viña. Después de ajustar con ellos un denario por jornada,
los mandó a la
viña. Salió otra vez a media mañana, vio a otros que estaban
en la plaza sin
trabajo, y les dijo:
-Id también vosotros a mi viña, y os pagaré
lo debido.
Ellos fueron. Salió
de nuevo hacia mediodía y a media tarde, e hizo lo
mismo. Salió al caer la tarde y encontró a otros, parados, y
les dijo:
-¿Cómo es que
estáis aquí el día entero sin trabajar?
Le respondieron:
-Nadie nos ha
contratado.
Les dijo:
-Id también
vosotros a mi viña.
Cuando oscureció
dijo el dueño al capataz:
-Llama a los
jornaleros y págales el jornal, empezando por los últimos y
terminando por los primeros.
Vinieron los del
atardecer, y recibieron un denario cada uno. Cuando
llegaron los primeros, pensaban que recibirían más, pero
ellos recibieron
también un denario cada uno. Entonces se pusieron a
protestar contra el amo:
-Estos últimos han
trabajado sólo una hora y los ha tratado como a
nosotros, que hemos aguantado el peso del día y del
bochorno.
El replicó a uno de
ellos: Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No nos
ajustamos en un denario? Toma lo tuyo y vete. Quiero darle a
este último
igual que a ti. ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que
quiera en mis
asuntos? ¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno? Así,
los últimos
serán los primeros, y los primeros los últimos.
Comentario
La parábola del
dueño de la viña constituye una de las últimas enseñanzas
de Jesús antes de su entrada final en Jerusalén. Es propia
del evangelista
Mateo. Los datos de la vida real que forman el conjunto de
la parábola,
permiten hacerse una idea de algunos aspectos de la sociedad
en tiempo de
Jesús: situación de los obreros y campesinos, dificultad de
encontrar
trabajo, el salario, etc. Pero esto no debe llevarnos a
pensar que podemos
encontrar en ella enseñanzas sobre los aspectos sociales del
mensaje
cristiano. Lo que el evangelio quiere transmitir va por
otros caminos.
El texto evangélico
que leemos hoy consta de tres partes: La contratación
de los obreros por el amo de la viña (v. 1-7), la paga del
salario al final
de la jornada (v. 8-15) y la sentencia conclusiva (v. 16),
que en los otros
evangelios sinópticos se halla en contextos diferentes.
Nada de particular
encontramos en la primera parte de la parábola, si no
es la preocupación del dueño, no sólo por que se realice el
trabajo en su
propiedad, sino también por la situación de quienes estaban
desocupados todo
el día: "¿Cómo estáis aquí el día entero sin
trabajar?".
Lo que aparece como
desconcertante e inesperado (y en ello reside la
fuerza expresiva de la parábola) es el salario que el dueño
da a los
trabajadores. La paga, en efecto, no guarda proporción con
la tarea que los
obreros, contratados a horas distintas, han podido efectuar.
Por eso la
crítica de los primeros parece a primera vista justificada,
aunque en
estricta justicia no pueden pretender un salario mayor al
del contrato.
Llegamos así al
núcleo central de la parábola que está en la actitud de
liberalidad del amo de la viña, ante quien no cuentan los
méritos personales
(nada se dice de la calidad del trabajo de cada uno), pues
es él quien da a
todos según su criterio.
Esa actitud de
generosidad de parte del dueño es reflejo claro de la
de Dios. Y nos muestra no sólo que sus planes son muy
distintos del común
pensar de los hombres (1ª. lectura), sino que invita a todos
a recibir la
salvación como un don precioso y gratuito. En la paga más
que justa de los
últimos se traduce la misericordia del Padre con todos los
hombres y la
bondad de Jesús con los pecadores y los que menos contaban
en la sociedad de
su tiempo.
Parece ser que la
Iglesia primitiva aplicaba esta parábola a la entrada
de los paganos en la comunidad de salvación. En ella, en
efecto, se da ese
cambio de situaciones por la que los últimos llegan a ser
los primeros. Es
una lectura de la historia que puede haber influido en la
formulación misma
de la parábola. Es de tener en cuenta, sin embargo, que ni
en la parábola ni
en la realidad histórica los últimos llegados sustituyen a
los que ya
llevaban mucho tiempo en la viña (el pueblo de Israel) y que
unos y otros
reciben la misma salvación.
Los últimos
La meditación del
evangelio desde Nazaret nos lleva a detenernos un poco
más en la sentencia que concluye la parábola. En ella se
recoge una parte
importante del contenido del texto.
Los padres de la
Iglesia han dado frecuentemente una interpretación de la
parábola desde el punto de vista de la historia de la
salvación. San Agustín
escribe: "Los llamados en la primera hora fueron Abel y
los justos de su
época; "hacia las nueve", Abrahán y los justos de
su tiempo; "hacia
mediodía", Moisés, Aarón y los justos de su tiempo;
"hacia las tres de la
tarde", los profetas y los justos coetáneos; a la
última hora del día, es
decir, casi al fin del mundo, todos los cristianos".
Viendo así el sentido
global de la parábola ciertamente se pone de relieve la
desproporción entre
los últimos llegados y el don recibido. No sólo porque el
don no corresponde
al tiempo de trabajo efectuado, sino porque los últimos han
recibido la
plenitud de la salvación".
Pero la parábola
nos invita a dar un paso más. El cruce de las
situaciones que se produce entre los primeros y los últimos,
es una
invitación a entender cómo es "el Reino de los
cielos". Y más concretamente
cómo es el rostro de quien ha producido con su
comportamiento un tal cambio
de situación. La parábola apunta hacia una fe en un Dios,
dueño del mundo,
que interviene en él y se preocupa por su suerte desde el
primer hasta el
último y ante quien nadie puede alegar méritos. Pero también
nos invita a ver
al Padre que con su comportamiento pone en crisis los modos
de pensar con-
siderados normales o racionalmente justos, para dar un
vuelco a las si-
tuaciones en favor de quienes tienen menos derecho, menos
posibilidades,
menos oportunidades...
Es la misma mirada
en la que nos educa la contemplación del misterio de
Nazaret, porque también allí Dios es alabado como aquél que
se fija en los
humildes, en los pobres y en los últimos. Es lo que María
canta en el
Magnificat cuando dice: "Derriba del trono a los
poderosos y enaltece a los
humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los
ricos despide vacíos"
(Lc 1,52-53).
Fundamento de todo
es la actuación suprema de Dios en la plenitud de los
tiempos cuando decidió manifestar su gloria en la humildad
de la naturaleza
humana. En la encarnación se expresa la preferencia de Dios
por lo pobre, por
lo humilde. No excluye con ello a los que son
"poderosos" o "ricos", sino que
los llama a bajarse del trono y a vaciarse de sus riquezas
para recibir
gratis el mismo salario que los pobres y humildes.
La parábola
evangélica llama a todos a una igualdad basada en la
gratuidad del don de Dios y en su amor.
Te bendecimos, Padre,
por la abundancia de tu gracia.
Tú llamas a todas las horas del día
y a todos los hombres;
das a cada uno la fuerza para responder
y para trabajar en la viña,
y, al final de la jornada,
das también más de lo que cada uno ha
ganado.
Nadie puede medir tu grandeza y tu
generosidad.
Te agradecemos el don del Espíritu Santo,
que en Jesús, tu Hijo, nos hace hijos,
y es ya desde ahora la señal y las arras
del premio que, cuando todo acabe,
nos darás un día.
Gratuidad
En una sociedad
como la nuestra donde tienden a intensificarse las
relaciones comerciales entre personas y grupos, quedan
siempre menos espacios
para la gratuidad. Todo parece tener un precio, todo puede
ser comprado o
pagado.
El gesto del amo de
la viña que paga sin medida, nos lleva a reflexionar
sobre el puesto que ocupa en nuestra vida la gratuidad.
El primer paso de
esta reflexión puede ser una apertura hacia el fluir de
la vida. En ella encontramos muchas cosas que nos son dadas
gratuitamente,
sin que nos demos cuenta. Es más, son precisamente las cosas
más importantes
las que recibimos gratis, empezando por el don mismo de la
existencia. La
mirada de fe descubre detrás de todo lo que recibimos la
mano de Dios, rico
en gracia y misericordia, cuya grandeza no se puede medir
(Sal resp).
Como consecuencia
brota la actitud profunda del agradecimiento. A la
gratuidad de Dios corresponde la gratitud del hombre. Es una
actitud humana
y cristiana de primer orden que lleva a la justa valoración
no sólo de lo que
se recibe, sino de quién es el que da y de quién es el
beneficiario.
Pero además esa
actitud debe alumbrar en nosotros la fuente de la
gratuidad, según la lógica del "gratis habéis recibido,
dad gratis" (Mt
10,8).
Quien es capaz de
abrirse a la gratuidad de Dios, fácilmente entra en la
dinámica del amor, interpretando todo lo que hace como
respuesta agradecida
al don recibido. A la "gracia" que viene de Dios,
se responde con el
"gracias" de la vida entera. Se entra así en una
dinámica que lleva a dar sin
medida y sin esperar recompensa: es la pura caridad
cristiana.
Si nos dejamos
llevar por la gratuidad como sentido profundo de lo que
hacemos, contribuiremos en nuestro ambiente a crear un clima
más respirable
y a fundar la existencia sobre los verdaderos valores.
Estaremos de algún
modo contribuyendo a una "ecología espiritual" al
crear espacios donde se
recupera la alegría de vivir al mismo tiempo que los pobres
encuentran
también un puesto.
TEODORO
BERZAL.hsf
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