sábado, 7 de octubre de 2017

Ciclo A - TO - Domingo XXVII



8 de octubre de 2017 – TO - XXVII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO – Ciclo A

                    "Se os quitará  a vosotros el Reino"

-Is 5,1-7
-Sal 79
-Fil 4,6-9
-Mt 21,33-43

Mateo 21,33-43

   Dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los senadores del pueblo:
   -Escuchad otra parábola: Había un propietario que plantó una viña, la
rodeó con una cerca, plantó en ella un lagar, construyó la casa del guardia,
la arrendó a unos labradores y se marchó de viaje. Llegado el tiempo de la
vendimia, envió sus criados a los labradores para percibir los frutos que le
correspondían. Pero los labradores, agarrando a los criados, apalearon a uno,
mataron a otro, y a otro lo apedrearon. Envió de nuevo otros criados, más que
la primera vez, e hicieron con ellos lo mismo. Por último, les mandó a su
hijo diciéndose: "Tendrán respeto a mi hijo". Pero los labradores, al ver al
hijo, se dijeron: "Este es el heredero; venid, lo matamos y nos quedamos con
su herencia". Y, agarrándolo, lo empujaron fuera de la viña y lo mataron.
   Y ahora, cuando vuelva el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos
labradores? Le contestaron:
   -Hará morir de mala muerte a esos malvados y arrendará la viña a otros
labradores que le entregue los frutos a sus tiempos.
   Y Jesús les dijo:
   -¿No habéis leído nunca en la Escritura: "La piedra que desecharon los
arquitectos es ahora la piedra angular. es el Señor quien lo ha hecho, ha
sido un milagro patente"?
   Por eso os digo que se os quitará a vosotros el Reino de los cielos y se
dará a un pueblo que produzca sus frutos.

Comentario

   La tercera parábola de Jesús en su disputa con los sumos sacerdotes y los
senadores del pueblo es la más dura y directa. Se trata de una descripción,
apenas velada por el artificio literario, del drama que se estaba fraguando.
Pronunciada poco antes de comenzar la pasión, esta parábola es una verdadera
profecía de lo que iba a suceder. Los oyentes y adversarios de Jesús
"comprendieron que se trataba de ellos", dice el evangelista.
   Desde el punto de vista formal, se trata de una parábola alegórica,
porque si bien existe un punto central de comparación con la realidad, hay
también muchos otros fácilmente identificables sin necesidad de
explicaciones.
   Considerando la globalidad del significado, se trata de un resumen de la
historia de la salvación. De una parte está el amor de Dios hacia su pueblo
("la viña del Señor de los ejércitos es la casa de Israel", Is 1,6; 1ª lect),
que colma de atenciones a su propiedad y que espera de aquéllos a quienes la
ha confiado "los frutos a su debido tiempo". Pero al "in crescendo" del amor
y de la premura del dueño de la viña corresponde el "in crescendo" de la
maldad de los arrendatarios, que en la parábola está subrayada por la
progresión de los verbos: "apalearon a uno, mataron a otro y a otro lo
apedrearon".
   Los enviados por el dueño de la viña representan a los profetas, quienes
en los diversos momentos de la historia se encargan de recordar a quién
pertenece el campo y qué frutos espera de Él. Casi siempre encontraron
oposición en su misión y muchas veces pagaron con su vida la fidelidad al
mensaje que llevaban.
   Se llega al punto culminante cuando de forma inesperada, vistos los
resultados precedentes, el dueño decide enviar a su hijo (Marcos subraya "a
mi hijo predilecto", y Lucas "a mi hijo único"). No se trata de un enviado
más, es la última ocasión, y por lo tanto la historia se precipita llegando
a su punto final. La muerte del hijo, que en el absurdo razonar de los
viñadores debía suponer el entrar en posesión de su herencia, se convierte,
por el contrario, en su propia condenación. Mientras el hijo es exaltado y
colocado como piedra angular.
   De forma sarcástica el evangelista hace que los opositores de Jesús
pronuncien su autocondenación al declarar culpables a los viñadores homicidas
en cuanto responsables del campo que se les había confiado.
   La parábola tiene también una lectura eclesial, pues la nueva comunidad
surgida de la muerte y resurrección de Cristo es el pueblo que debe producir
los frutos del Reino. Por lo tanto el amor apremiante de Dios, manifestado
definitivamente en Cristo, está pidiendo una repuesta de plena fidelidad en
el tiempo presente.

El envío del Hijo

   Lo que da toda la profundidad dramática a la parábola es la sorprendente
decisión del dueño de la viña de jugarse la última carta mandando nada menos
que a su hijo único.
   La serie de atenciones prodigadas a la viña en las que se reflejan todas
las acciones de Dios en favor de su pueblo, no pueden tener como explicación
el deseo de unos frutos más o menos abundantes. Es sólo el amor, un amor
inmenso y permanente, deseoso de una respuesta, la única motivación de Dios
en favor de su pueblo. Por amor lo creó, lo eligió y lo condujo a lo largo
de los siglos (Dt 7,7). Pero lo más sorprendente es el gesto final de ese
amor: "Tanto amó Dios al mundo que envió a su Hijo único" (Jn 3,16). El envío
del Hijo revela la cercanía, la atención, la fidelidad, el amor de Dios hacia
su pueblo más que ninguna otra cosa. De rechazo pone también en evidencia la
maldad de quienes no sólo acaban con los profetas sino que ponen también las
manos sobre el último enviado. La "ingenuidad" del amor paterno ("tendrán
respeto a mi hijo") se encuentra con la astucia y dureza de corazón de los
responsables del pueblo.
   Revelando en la parábola estas cosas, Jesús se muestra plenamente
consciente de su identidad, del vínculo personalísimo que lo une con el
Padre, del sentido de su misión en el mundo y del misterio de iniquidad que
acabará echándole fuera de la ciudad y matándolo (Heb 13,13). Es inexplicable
esa actitud de oposición al Reino de Dios que termina por rechazar al último
y definitivo de sus enviados, al Hijo. Hay en la actitud de los opositores
de Jesús una tremenda inconsciencia unida a la responsabilidad de un
procedimiento madurado largamente y ejecutado a pesar de haber recibido
previamente aviso de la trascendencia del acto que iban a realizar.
   Si el gesto definitivo del amor de Dios enviando al Hijo pone de
manifiesto lo que hay en el fondo de los corazones de los hombres, si revela
el misterio de la iniquidad y el rechazo de algunos, revela también la fe y
la humilde acogida de otros."Vino a los suyos y los de su casa no le
recibieron..."(Jn 1).
   María y José se encuentran entre quienes supieron valorar la
trascendencia del momento final de la historia de la salvación en el que Dios
decidió enviar a su Hijo para demostrar la validez y permanencia de su
alianza con los hombres. Así lo proclama María en el Magnificat evocando los
gestos de misericordia de Dios "en favor de Abrahán y de su descendencia".
Pero sobre todo dando su consentimiento cuando se le anuncia que "el santo
que va a nacer se llamará Hijo de Dios". No se trataba, pues, de uno más de
los enviados por Dios a su pueblo, se trataba del envío de su Hijo.

   Te bendecimos, Padre, por habernos mandado
   en la plenitud de los tiempos
   a tu Hijo amado
   para revelarnos tu amor
   y establecer tu Reino entre los hombres.
   Tu amor y confianza en el hombre
   ha pasado por encima
   de la maldad y perversión
   que anida también en su corazón.
   De esta forma, de la tragedia del Calvario
   ha brotado la efusión del Espíritu Santo
   que construye un pueblo nuevo
   sobre el cimiento que es Cristo
   y que asume la responsabilidad
   de anunciar a todo el mundo esa buena nueva
   y de operar para que venga tu Reino.

Fidelidad

   Si la primera parte del evangelio de hoy se centra en el misterio de la
persona, la misión y el destino de Jesús, el hijo enviado por el Padre, las
sentencias que el evangelista coloca en la segunda parte hablan más bien de
la Iglesia.
   La Iglesia, nuevo pueblo de Dios, llamada no sólo a recibir la herencia
dilapidada por los viñadores infieles, sino también a producir los frutos del
Reino que el Padre espera. De ahí una fuerte llamada a nuestra fidelidad. La
trayectoria del pueblo de Israel ilumina hoy el camino que la Iglesia está 
llamada a recorrer.
   El primer aspecto de la fidelidad al que estamos llamados es la atención
que prestamos y la acogida que dispensamos a quienes son enviados por Dios.
El rechazo definitivo del Hijo es el último eslabón de una cadena de cerrazón
ante las llamadas de atención de muchas embajadas que venían de parte de Dios
y que no fueron aceptadas. La dinámica de la infidelidad lleva al paso,
aparentemente incomprensible, del rechazo total en el momento clave. Lo mismo
puede decirse en sentido opuesto, una actitud permanente de acogida y de
fidelidad prepara el momento cumbre en el que Dios se presenta en persona.
   La segunda reflexión sobre la fidelidad apunta hacia los frutos que Dios
espera de nosotros. El domingo pasado se nos pedía un esfuerzo de claridad
y coherencia cristiana. Los frutos son los que mejor muestran la veracidad
de nuestra vida cristiana y el estado de salud espiritual en que nos
encontramos.
   Pero ¿qué frutos? Ante todo la caridad en sus múltiples manifestaciones.
Una descripción muy válida es la que encontramos en la 2ª. lectura. "Todo lo
que es verdadero, noble, justo, puro, amable, laudable; todo lo que es virtud
o mérito, tenedlo en cuenta". Es la apertura hacia los valores humanos y
cristianos lo que va consolidando día a día el amor de Dios y estableciendo
ya desde ahora ese Reino de Dios por el que Jesús murió.
TEODORO BERZAL.hsf

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