8 de octubre de 2017 – TO - XXVII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO –
Ciclo A
"Se os quitará a
vosotros el Reino"
-Is 5,1-7
-Sal 79
-Fil 4,6-9
-Mt 21,33-43
Mateo
21,33-43
Dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los
senadores del pueblo:
-Escuchad otra
parábola: Había un propietario que plantó una viña, la
rodeó con una cerca, plantó en ella un lagar, construyó la
casa del guardia,
la arrendó a unos labradores y se marchó de viaje. Llegado
el tiempo de la
vendimia, envió sus criados a los labradores para percibir
los frutos que le
correspondían. Pero los labradores, agarrando a los criados,
apalearon a uno,
mataron a otro, y a otro lo apedrearon. Envió de nuevo otros
criados, más que
la primera vez, e hicieron con ellos lo mismo. Por último,
les mandó a su
hijo diciéndose: "Tendrán respeto a mi hijo". Pero
los labradores, al ver al
hijo, se dijeron: "Este es el heredero; venid, lo
matamos y nos quedamos con
su herencia". Y, agarrándolo, lo empujaron fuera de la
viña y lo mataron.
Y ahora, cuando
vuelva el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos
labradores? Le contestaron:
-Hará morir de mala
muerte a esos malvados y arrendará la viña a otros
labradores que le entregue los frutos a sus tiempos.
Y Jesús les dijo:
-¿No habéis leído
nunca en la Escritura: "La piedra que desecharon los
arquitectos es ahora la piedra angular. es el Señor quien lo
ha hecho, ha
sido un milagro patente"?
Por eso os digo que
se os quitará a vosotros el Reino de los cielos y se
dará a un pueblo que produzca sus frutos.
Comentario
La tercera parábola
de Jesús en su disputa con los sumos sacerdotes y los
senadores del pueblo es la más dura y directa. Se trata de
una descripción,
apenas velada por el artificio literario, del drama que se
estaba fraguando.
Pronunciada poco antes de comenzar la pasión, esta parábola
es una verdadera
profecía de lo que iba a suceder. Los oyentes y adversarios
de Jesús
"comprendieron que se trataba de ellos", dice el
evangelista.
Desde el punto de
vista formal, se trata de una parábola alegórica,
porque si bien existe un punto central de comparación con la
realidad, hay
también muchos otros fácilmente identificables sin necesidad
de
explicaciones.
Considerando la
globalidad del significado, se trata de un resumen de la
historia de la salvación. De una parte está el amor de Dios
hacia su pueblo
("la viña del Señor de los ejércitos es la casa de
Israel", Is 1,6; 1ª lect),
que colma de atenciones a su propiedad y que espera de
aquéllos a quienes la
ha confiado "los frutos a su debido tiempo". Pero
al "in crescendo" del amor
y de la premura del dueño de la viña corresponde el "in
crescendo" de la
maldad de los arrendatarios, que en la parábola está
subrayada por la
progresión de los verbos: "apalearon a uno, mataron a
otro y a otro lo
apedrearon".
Los enviados por el
dueño de la viña representan a los profetas, quienes
en los diversos momentos de la historia se encargan de
recordar a quién
pertenece el campo y qué frutos espera de Él. Casi siempre
encontraron
oposición en su misión y muchas veces pagaron con su vida la
fidelidad al
mensaje que llevaban.
Se llega al punto
culminante cuando de forma inesperada, vistos los
resultados precedentes, el dueño decide enviar a su hijo
(Marcos subraya "a
mi hijo predilecto", y Lucas "a mi hijo
único"). No se trata de un enviado
más, es la última ocasión, y por lo tanto la historia se
precipita llegando
a su punto final. La muerte del hijo, que en el absurdo
razonar de los
viñadores debía suponer el entrar en posesión de su
herencia, se convierte,
por el contrario, en su propia condenación. Mientras el hijo
es exaltado y
colocado como piedra angular.
De forma sarcástica
el evangelista hace que los opositores de Jesús
pronuncien su autocondenación al declarar culpables a los
viñadores homicidas
en cuanto responsables del campo que se les había confiado.
La parábola tiene
también una lectura eclesial, pues la nueva comunidad
surgida de la muerte y resurrección de Cristo es el pueblo
que debe producir
los frutos del Reino. Por lo tanto el amor apremiante de
Dios, manifestado
definitivamente en Cristo, está pidiendo una repuesta de
plena fidelidad en
el tiempo presente.
El envío del Hijo
Lo que da toda la
profundidad dramática a la parábola es la sorprendente
decisión del dueño de la viña de jugarse la última carta
mandando nada menos
que a su hijo único.
La serie de
atenciones prodigadas a la viña en las que se reflejan todas
las acciones de Dios en favor de su pueblo, no pueden tener
como explicación
el deseo de unos frutos más o menos abundantes. Es sólo el
amor, un amor
inmenso y permanente, deseoso de una respuesta, la única
motivación de Dios
en favor de su pueblo. Por amor lo creó, lo eligió y lo
condujo a lo largo
de los siglos (Dt 7,7). Pero lo más sorprendente es el gesto
final de ese
amor: "Tanto amó Dios al mundo que envió a su Hijo
único" (Jn 3,16). El envío
del Hijo revela la cercanía, la atención, la fidelidad, el
amor de Dios hacia
su pueblo más que ninguna otra cosa. De rechazo pone también
en evidencia la
maldad de quienes no sólo acaban con los profetas sino que
ponen también las
manos sobre el último enviado. La "ingenuidad" del
amor paterno ("tendrán
respeto a mi hijo") se encuentra con la astucia y
dureza de corazón de los
responsables del pueblo.
Revelando en la
parábola estas cosas, Jesús se muestra plenamente
consciente de su identidad, del vínculo personalísimo que lo
une con el
Padre, del sentido de su misión en el mundo y del misterio
de iniquidad que
acabará echándole fuera de la ciudad y matándolo (Heb
13,13). Es inexplicable
esa actitud de oposición al Reino de Dios que termina por
rechazar al último
y definitivo de sus enviados, al Hijo. Hay en la actitud de
los opositores
de Jesús una tremenda inconsciencia unida a la
responsabilidad de un
procedimiento madurado largamente y ejecutado a pesar de
haber recibido
previamente aviso de la trascendencia del acto que iban a
realizar.
Si el gesto
definitivo del amor de Dios enviando al Hijo pone de
manifiesto lo que hay en el fondo de los corazones de los
hombres, si revela
el misterio de la iniquidad y el rechazo de algunos, revela
también la fe y
la humilde acogida de otros."Vino a los suyos y los de
su casa no le
recibieron..."(Jn 1).
María y José se
encuentran entre quienes supieron valorar la
trascendencia del momento final de la historia de la
salvación en el que Dios
decidió enviar a su Hijo para demostrar la validez y
permanencia de su
alianza con los hombres. Así lo proclama María en el
Magnificat evocando los
gestos de misericordia de Dios "en favor de Abrahán y
de su descendencia".
Pero sobre todo dando su consentimiento cuando se le anuncia
que "el santo
que va a nacer se llamará Hijo de Dios". No se trataba,
pues, de uno más de
los enviados por Dios a su pueblo, se trataba del envío de
su Hijo.
Te bendecimos, Padre, por habernos mandado
en la plenitud de los tiempos
a tu Hijo amado
para revelarnos tu amor
y establecer tu Reino entre los hombres.
Tu amor y confianza en el hombre
ha pasado por encima
de la maldad y perversión
que anida también en su corazón.
De esta forma, de la tragedia del Calvario
ha brotado la efusión del Espíritu Santo
que construye un pueblo nuevo
sobre el cimiento que es Cristo
y que asume la responsabilidad
de anunciar a todo el mundo esa buena nueva
y de operar para que venga tu Reino.
Fidelidad
Si la primera parte
del evangelio de hoy se centra en el misterio de la
persona, la misión y el destino de Jesús, el hijo enviado
por el Padre, las
sentencias que el evangelista coloca en la segunda parte
hablan más bien de
la Iglesia.
La Iglesia, nuevo
pueblo de Dios, llamada no sólo a recibir la herencia
dilapidada por los viñadores infieles, sino también a
producir los frutos del
Reino que el Padre espera. De ahí una fuerte llamada a
nuestra fidelidad. La
trayectoria del pueblo de Israel ilumina hoy el camino que
la Iglesia está
llamada a recorrer.
El primer aspecto de
la fidelidad al que estamos llamados es la atención
que prestamos y la acogida que dispensamos a quienes son
enviados por Dios.
El rechazo definitivo del Hijo es el último eslabón de una
cadena de cerrazón
ante las llamadas de atención de muchas embajadas que venían
de parte de Dios
y que no fueron aceptadas. La dinámica de la infidelidad
lleva al paso,
aparentemente incomprensible, del rechazo total en el
momento clave. Lo mismo
puede decirse en sentido opuesto, una actitud permanente de
acogida y de
fidelidad prepara el momento cumbre en el que Dios se
presenta en persona.
La segunda
reflexión sobre la fidelidad apunta hacia los frutos que Dios
espera de nosotros. El domingo pasado se nos pedía un
esfuerzo de claridad
y coherencia cristiana. Los frutos son los que mejor
muestran la veracidad
de nuestra vida cristiana y el estado de salud espiritual en
que nos
encontramos.
Pero ¿qué frutos?
Ante todo la caridad en sus múltiples manifestaciones.
Una descripción muy válida es la que encontramos en la 2ª.
lectura. "Todo lo
que es verdadero, noble, justo, puro, amable, laudable; todo
lo que es virtud
o mérito, tenedlo en cuenta". Es la apertura hacia los
valores humanos y
cristianos lo que va consolidando día a día el amor de Dios
y estableciendo
ya desde ahora ese Reino de Dios por el que Jesús murió.
TEODORO
BERZAL.hsf
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