sábado, 11 de noviembre de 2017

Ciclo A - TO - Domingo XXXII

12 de noviembre de 2017 - XXXII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO – Ciclo A

                             "Llegó el esposo"

-Sab 6,13-17
-Sal 62
-1Tes 4,12-17
-Mt 25,1-13

Mateo 25,1-13

   Dijo Jesús a sus discípulos esta parábola:
   -El Reino de los cielos se parece a diez doncellas que tomaron sus
lámparas y salieron a esperar al esposo. Cinco de ellas eran necias y cinco
sensatas. Las necias, al tomar las lámparas, se dejaron el aceite, en cambio,
las sensatas se llevaron alcuzas de aceite con las lámparas. El esposo
tardaba. Le entró sueño a todas y se durmieron. A media noche se oyó una voz:
"¡Que llega el esposo, salid a recibirlo!" Entonces se despertaron todas
aquellas doncellas y se pusieron a preparar sus lámparas. Y las necias
dijeron a las sensatas: "Dadnos un poco de vuestro aceite, que se nos apagan
las lámparas". Pero las sensatas contestaron: "Por si acaso no hay bastante
para vosotras y nosotras, mejor es vayáis a la tienda y os lo compráis".
   Mientras iban a comprarlo llegó el esposo, y las que estaban preparadas
entraron con él al banquete de bodas, y se cerró la puerta. Más tarde
llegaron también las otras doncellas, diciendo: "Señor, señor, ábrenos". Pero
él respondió: "Os lo aseguro: no os conozco". Por tanto, velad, porque no
sabéis el día ni la hora.
                         
Comentario

   La parábola de las diez vírgenes forma parte del llamado discurso
escatológico que ocupa los capítulos 24 y 25 del evangelio de Mateo. En él
se trata ampliamente el tema del fin de los tiempos y la Iglesia lo propone
como lectura litúrgica al comienzo y al final del año litúrgico.
   La colocación de la parábola de las diez vírgenes en este contexto
modifica también su significado original. Probablemente cuando Jesús contó
la parábola pretendía insistir en la prontitud ante la llamada de Dios.
Partiendo de una costumbre judía en la celebración de las bodas, Jesús
advierte que con su venida Dios ha lanzado la última llamada para que los
hombres se conviertan y entren en el Reino. Ahora bien, la respuesta no se
improvisa: hay que estar preparados. De ahí la insistencia en mantenerse
despiertos y de tener el aceite para encender la lámpara y acompañar al
esposo en la fiesta de las bodas de Dios con la humanidad.
   A este sentido originario, el evangelista Mateo, que escribe para la
segunda generación cristiana, cuando ya la esperanza en la vuelta inmediata
del Señor tiende a aflojarse, le añade un matiz fuertemente escatológico. El
acento se desplaza en el significado de la parábola hacia la necesidad de
mantenerse vigilantes aunque parece que la voz que anunciará la llegada del
esposo tiende a atrasarse. En esa situación, quien se duerme, quien no se
mantiene constantemente preparado, corre el riesgo de encontrarse un día con
la puerta cerrada. De esta forma, la parábola se coloca en la misma línea de
significado que tienen las del siervo fiel que la precede (Mt 24,45-51) y la
de los talentos, que le sigue (Mt 25,14-30).
   Hay dos elementos en la parábola que acrecientan su carácter
escatológico. El primero es la aparición de improviso del esposo. Parece que
las conversaciones entre las familias del esposo y de la esposa podían
prolongarse, nadie podía saber a ciencia cierta cuándo las doncellas tendrían
que incorporarse al cortejo nupcial. El otro elemento es que la puerta se
cierra definitivamente. Cuando las vírgenes necias llegan con retraso, no hay
posibilidad de una solución de compromiso, la puerta está cerrada y ya no se
puede entrar. Es un momento dramático, tajante, que establece una distinción
definitiva entre quien participa en el festín y quien se queda fuera.
   Por eso el punto clave de la parábola no está ya en las condiciones de la
espera (Todas las jóvenes se duermen, todas tiene la lámpara), sino en el
tener o no tener el aceite. Ese es el detalle que establece la diferencia
final.
   La verdadera sabiduría consiste en tener la lámpara encendida en el
momento oportuno; como consecuencia, la provisión de aceite debe estar en
relación con el momento de la llegada del esposo y no de los cálculos que uno
puede hacer sobre su posible retraso.

"Se cumplieron los días"

   La Iglesia nos invita en este final del año litúrgico a dirigir la mirada
hacia las cosas últimas, los "novísimos" como se decía antiguamente. Hoy
preferimos hablar de escatología cristiana. De todas formas la parábola
evangélica que leemos en este domingo nos ayuda a interpretar la vida como
espera del cumplimiento de algo que está ya incoado en nuestra vida.
   Como hemos meditado en otras ocasiones, también los evangelios de la
infancia de Cristo tiene un aspecto escatológico que nos permite comprender
y vivir mejor esta dimensión del mensaje cristiano.
   Una de las expresiones que más recalcan que con la venida de Jesús la
historia ha llegado a su término es la que hemos puesto más arriba como
título: "Se cumplieron los días". Lucas la emplea sistemáticamente en los dos
primeros capítulos de su evangelio y lo hace con dos sentidos: uno biológico
y el otro litúrgico.
   Al primero pertenece la señalación del tiempo de los anuncios,
concepciones, nacimientos, etc. "A Isabel se le cumplió el tiempo y dio a luz
un hijo" (1,57), también a María "le llegó el tiempo del parto y dio a luz
a su hijo primogénito" (2,7). El otro sentido es de carácter litúrgico y a
veces profético. Al "cumplirse los días" de su servicio litúrgico, Zacarías
regresa a casa... (1,23); "Al cumplirse los ocho días, cuando tocaba
circuncidar al niño le pusieron de nombre Jesús" (2,21). Todo ese ambiente
de promesas cumplidas, que el texto va tejiendo poco a poco culmina en el
cántico de Simeón: "Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo
irse en paz, porque mis ojos han visto a tu Salvador" (2,29-30). El mismo
sentido tiene el uso de los verbos en pasado en el Magnificat.
   Algunos han visto también una relación entre el cumplimiento de las
Escrituras, tema constante en el evangelio de Mateo, y el cumplimiento de los
tiempos que Lucas subraya.
   En uno y en otro caso la llegada de Jesús es la oportunidad última y
definitiva de salvación que Dios ofrece a los hombres. Pero ese cumplimiento
del tiempo de Dios no es una especie de ultimátum amenazador para el hombre.
Al contrario, Dios va plenificando desde dentro la historia humana, le va
dando sentido. Mediante el Espíritu Santo estimula a cada persona para que
dé un sí libre a su llamada.
   Por otra parte el cumplimiento escatológico que presentan los evangelios
de la infancia de Cristo, se presenta con sencillez y humildad, despojado de
la gloria aparente y externa con que la imaginación tiende a arropar todo lo
que se refiere a los últimos tiempos. Para Mateo y Lucas, Cristo es el
cumplimiento de las promesas hechas a los padres, pero se trata de un
cumplimiento realizado bajo el signo de la cruz, por eso llevado a cabo con
discreción, como una puerta que se abre o que se cierra.
   Así surge la vida nueva, la etapa última de la historia de la salvación
marcada por la acción del Espíritu Santo. De parte humana lo que encontramos
como actitud predominante es la premura por una fidelidad gozosa, la espera
llena de la certeza que no defrauda...

   Te alabamos, Padre,
   porque con la venida de Jesús
   nos has llamado definitivamente
   a entrar en tu alianza de amor con la humanidad.
   Que el Espíritu Santo
   nos dé la sabiduría de la vida
   para vivir la espera
   con una buena provisión
   del aceite del amor,
   de modo que en cualquier momento,
   del día o de la noche,
   estemos preparados para la fiesta nupcial.

"Velad"

   La sentencia final del evangelio de hoy es una exhortación a la
vigilancia, como lógica conclusión de la parábola de las diez vírgenes.
   Pero la actitud de vigilancia en el contexto de la liturgia de este
domingo tiene varios aspectos. Ciertamente está la vigilancia referida al
"último día", que para cada uno acontece el día de su muerte y puede llegar
cuando menos se espera. Pero la vigilancia cristiana se refiere también al
presente, al día de hoy. Estar vigilantes, o mejor ser vigilantes o vivir
vigilantes, significa entonces tener una gran sensibilidad hacia todo lo que
sucede a nuestro alrededor. La distracción, la superficialidad, el pensar
demasiado en nosotros mismos, pueden ir cerrándonos poco a poco el campo de
nuestra sensibilidad espiritual para reconocer sólo algunos signos. La
vigilancia cristiana lleva a una apertura total: una apertura hacia todo,
porque todo nos puede avisar de la llegada de Dios.
   Si la vigilancia es sensibilidad y apertura en el presente, lo es también
hacia el futuro. De hecho las vírgenes del evangelio son llamadas "prudentes"
o "necias" en la medida que previeron o no la cantidad suficiente de aceite
para el momento crítico de la llamada.
   La interpretación de la vida como proyecto, como una serie de decisiones
coherentes con una opción fundamental, no está en contradicción con la
esperanza ni con la apertura a las sorpresas de la vida. Al contrario, el
creyente que, confiando en Dios, se atreve a poner bajo su mirada el arco
entero de su existencia y lo encamina hacia lo que cree ser su voluntad,
podrá vivir una fidelidad cotidiana, en las cosas pequeñas, más coherente y
más intensa. La mediocridad humana y espiritual suele ser fruto de esa falta
de previsión del futuro que comporta un proyecto de vida capaz de movilizar
los mejores recursos de una persona o de una comunidad para cumplir sus
objetivos.
   Prudente es quien sabe "construir su casa sobre la roca" (Mt 7,24) de la
Palabra de Dios porque está seguro que un día vendrá el temporal... Prudente
es quien sabe emplear los recursos que Dios le ha dado en el momento
oportuno.


TEODORO BERZAL.hsf

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