VOLVER A NAZARET
Hno. TEODORO BERZAL
3 de diciembre de 2017 - I DOMINGO DE ADVIENTO - Ciclo B
"¡Estad en
vela!"
Isaías
63,16b-17; 1.3b-8
Tú, Señor, eres
nuestro padre, tu nombre de siempre es "nuestro
redentor".
Señor, ¿por qué
nos extravías de tus caminos y endureces nuestro
corazón para que no te tema?. Vuélvete por amor a tus
siervos y a las tribus
de tu heredad. ¡Ojalá rasgases el cielo y bajases,
derritiendo los montes con
tu presencia!.
Bajaste y los
montes se derritieron con tu presencia. Jamás oído oyó
ni ojo vio un Dios, fuera de ti, que hiciera tanto por el
que espera en Él.
Sales al
encuentro del que practica la justicia y se acuerda de tus
caminos.
Estabas airado y
nosotros fracasamos: aparta nuestras culpas y seremos
salvos. Todos éramos impuros, nuestra justicia era un paño
manchado; todos
nos marchitábamos como follaje, nuestra culpas nos
arrebataban como el
viento.
Nadie invocaba tu nombre ni se esforzaba
por aferrarse a ti; pues nos
ocultabas tu rostro y nos entregabas al poder de nuestra
culpa. Y, sin
embargo, Señor, tú eres nuestro padre, nosotros la arcilla y
tú el alfarero:
somos todos obra de tus manos.
Corintios
1,3-9
Hermanos:
La gracia y la
paz de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor
Jesucristo sean con vosotros.
En mi Acción de
Gracias a Dios os tengo siempre presentes, por la
gracia que Dios os ha dado en Cristo Jesús.
Pues por Él habéis sido enriquecidos en
todo: en el hablar y en el
saber; porque en vosotros se ha probado el testimonio de
Cristo. De hecho,
no carecéis de ningún don, vosotros que aguardáis la manifestación
de nuestro
Señor Jesucristo.
El os mantendrá
firmes hasta el final, para que no tengan de qué
acusaros en el tribunal de Jesucristo Señor Nuestro.
Dios os llamó a
participar en la vida de su Hijo, Jesucristo Señor
Nuestro. ¡Y El es fiel!
Marcos
13,33-37
En aquel tiempo
dijo Jesús a sus discípulos:
-Mirad, vigilad:
pues no sabéis cuándo es el momento. Es igual que un
hombre que se fue de viaje, y dejó su casa y dio a cada uno
de sus criados
su tarea, encargando al portero que velara.
Velad entonces,
pues no sabéis cuándo vendrá el dueño de la casa, si
al atardecer, o a medianoche, o al canto del gallo, o al
amanecer: no sea que
venga inesperadamente y os encuentre dormidos.
Lo que os digo a
vosotros, lo digo a todos: ¡Velad!
Comentario
El tiempo litúrgico
del Adviento, que celebra la primera venida de
Cristo y prepara al encuentro definitivo con Él, es imagen
de la vida del
cristiano. Ya redimido en el bautismo, el cristiano debe
mantener y desarro-
llar el don recibido hasta que llegue a su plenitud.
La Palabra de
Dios de este domingo es una fuerte llamada a tomar con-
ciencia de esta condición de la vida cristiana que avanza
entre los peligros
de la noche y que espera a Quien dará un sentido definitivo
a todo el camino
recorrido.
El centro del
mensaje está en la pequeña parábola del evangelio de Mar-
cos que concluye las enseñanzas de Jesús antes de entrar en
su pasión. Por
tres veces se insiste en ella sobre la necesidad de velar. Y
el motivo de
esta fuerte recomendación es obvio: "no sabéis cuando
llegará el dueño de
casa".
A la luz de las
otras dos lecturas pueden descubrirse algunas motiva-
ciones para que el cristiano permanezca en vela. Existe el
peligro, por
cierto nada imaginario, de "extraviarse lejos de los
caminos del Señor", y
del "endurecimiento del corazón", hasta
"quedar en poder de nuestra propia
culpa". He ahí un motivo para estar alerta, para que el
Señor cuando venga
no lo encuentre "dormido". Pero además la condición
del cristiano en el mundo
es similar a la de quien vive en la noche. Muchas veces
lo recuerda el Nuevo
Testamento y, sobre todo, S. Pablo. Vivimos en un
"mundo de tinieblas" (Ef
6,12), del que el Padre "nos sacó para trasladarnos al
reino de su Hijo
querido". La novedad cristiana nos sitúa muchas veces
en contraste con la
situación de este mundo: "los que duermen, duermen de
noche; los borrachos
se emborrachan de noche; en cambio nosotros que pertenecemos
al día, estemos
despejados y armados" (ITes 5,7).
Así pues, la atención
del cristiano tiene un doble frente: las tinie-
blas que pueden invadir su corazón y las tinieblas
exteriores que tienden a
obstaculizar su camino. Es cierto, sin embargo que,
"por medio del Mesías
Jesús", Dios no sólo le da su "gracia" y no
le falta "ningún don", sino que
le "mantiene firme hasta el fin".
La vigilancia
cristiana se ve, pues, sostenida por la ayuda del Señor,
que "ha señalado a cada uno su tarea" al salir de
casa y le da su gracia para
cumplirla. La condición filial, compartida con Jesús, lleva
a respetar el
secreto del Padre sobre el momento en que acontecerá la manifestación
gloriosa. Nadie lo sabe. Así el cristiano vive en una total
confianza,
sabiendo por una parte que todo se le ha dado ya y por otra
que no está en
sus manos el desenlace del drama humano. Dios es siempre
imprevisible,
inalcanzable, no se deja manipular por el hombre. Por eso al
cristiano a
veces le resulta difícil dar testimonio de este Dios que
dice poseer y que
al mismo tiempo se le escapa de entre la manos. Esa es la mejor garantía
contra todo intento de manipulación.
La
espera en Nazaret
María y José
compartieron la esperanza del pueblo de Israel. Mas aún,
pertenecían a ese grupo de los llamados pobres de Yavé que tenían
una
confianza total en Dios y estaban seguros de su fidelidad
perenne: sabían que
iba a cumplir su promesa. Tampoco ellos conocían el día ni
la hora, pero
sabían que el Señor iba a visitar a su pueblo. Y así aconteció
cuando llegó
el Mesías.
Pero María y José
vivieron luego, junto con Jesús, otra larga espera:
el tiempo de Nazaret. La experiencia de Nazaret se sitúa
entre la llegada del
que fue anunciado a María como "Hijo del Altísimo"
y el momento de su
manifestación definitiva y gloriosa en la resurrección.
En cierto
sentido, la familia de Nazaret vivió la misma experiencia de
larga espera que ahora toca vivar a todo cristiano. Como al
cristiano,
también a ellos se les dio todo al principio, pero pasaron
largos años hasta
que se manifestó quién era realmente el niño, el joven que vivía
en nazaret.
Y cuando la espera dura, hay que saber esperar.
El evangelio de
hoy recalca que puede pasar una hora o varias de la
noche y hay que seguir esperando. Y así era también el
tiempo de Nazaret:
pasaba un día, pasaba otro, pasaban los meses y los años y
nada se veía. La
impaciencia hubiera podido llevar al grito del profeta:
"Ojalá rasgases el
cielo y bajases, derritiendo los montes con tu
presencia" (Is 63,19). Pero
en Nazaret no hubo nada de eso, sino la larga y atenta
espera hasta que para
Jesús, como para Juan Bautista, le llegó el momento asignado
por el Padre
para "presentarse a Israel" (Lc 1,80).
En Nazaret fue
madurando en la paciencia ese respeto absoluto hacia el
secreto del Padre que marcó la hora de Jesús y que marcará
también el momento
de su venida gloriosa.
"Tú, Señor eres nuestro Padre,
tu nombre de siempre es nuestro
redentor" (Is 63,16),
nos ponemos en tus manos con entera
confianza,
como María y José.
Renueva nuestra fe
para que no nos cansemos de esperar en la
noche
y escuchemos hoy la Palabra que nos dice:
"¡Estad en vela!"
hasta que un día oigamos aquella otra que
nos diga:
"Aquí estoy".
Esperar
con paciencia
El modo de vivir
en Nazaret el tiempo de la espera ilumina nuestro ad-
viento. Tras los pasos de Jesús, María y José podemos
caminar nosotros en la
noche de nuestra vida cristiana con una mayor esperanza.
Como ellos
tenemos la certeza de tener entre nosotros, con nosotros y
en nosotros al Salvador, aunque estemos en medio a las
dificultades de la
vida. Sabemos, como dice S. Pablo que, para quien cree, en último
término la
dificultad produce esperanza "y esa esperanza no
defrauda, porque el amor que
Dios nos tiene inunda nuestros corazones por el Espíritu
Santo que se nos ha
dado" (Rom 5,5).
La abundancia y
calidad del don recibido, el germen de vida que lleva-
mos dentro empujan "hacia la luz y hacia la vida"
tanto como la conciencia
de la posible venida inminente del Señor. Ambas líneas de
fuerza, la que
parte del don recibido y la que viene de la promesa, nos
mantienen alerta,
no deben dejarnos dormir.
La paciencia
cristiana no es resignación y aletargamiento sino la
certeza que da la fe prolongada sin cesar en el tiempo y el
respeto filial
al momento designado por el Padre.
La paciencia
vigilante que nos pide hoy el evangelio se opone tanto al
aturdimiento como a la impaciencia y debe comportar un
programa de trabajo
sereno, de vida de comunidad, de humildad y obediencia como
el que se vivió
en Nazaret. Este es el mejor modo de esperar la vuelta del Señor,
que puede
llegar en cualquier momento.
TEODORO
BERZAL.hsf
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