17 de diciembre de 2017 - III DOMINGO DE ADVIENTO – Ciclo
B
"Entre vosotros está ese que no conocéis"
Isaías
61,1-2a. 10-11
El Espíritu del
Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Me
ha enviado para dar la Buena Noticia a los que sufren, para
vendar los
corazones desgarrados, para proclamar la amnistía a los
cautivos y a los
prisioneros, la libertad, para proclamar el año de gracia
del Señor.
Desbordo de gozo
con el Señor, y me alegro con mi Dios: porque me ha
vestido un traje de gala y me ha envuelto en un manto de
triunfo, como novio
que se pone la corona, o novia que se adorna con sus joyas.
Como el suelo
echa sus brotes, como un jardín hace brotar sus semillas,
así el Señor hará brotar la justicia y los himnos, ante
todos los pueblos.
Tesalonicenses 5,16-24
Hermanos: Estad
siempre alegres. Sed constantes en orar. En toda
ocasión tened la Acción de Gracias: ésta es la voluntad de
Dios en Cristo
Jesús respecto de vosotros.
No apaguéis el
espíritu, no despreciéis el don de profecía; sino
examinadlo todo, quedándoos con lo bueno.
Guardaos de toda
forma de maldad. Que el mismo Dios de la paz os
consagre totalmente, y que todo vuestro ser, alma y cuerpo,
sea custodiado
sin reproche hasta la Parusía de nuestro Señor Jesucristo.
El que os ha
llamado es fiel y cumplirá sus promesas.
Juan 1,6-8. 19-28
Surgió un hombre
enviado por Dios, que se llamaba Juan: este venía como
testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él
todos vinieran a la
fe. No era él la luz.
Este es el
testimonio que dio Juan cuando los judíos enviaron desde
Jerusalén sacerdotes y levitas a Juan, a que le preguntaran:
-¿Tú quién eres?
El contestó sin
reservas: -Yo no soy el Mesías-.
Le preguntaron:
-Entonces ¿qué?
¿Eres tú Elías?
El dijo: -No lo
soy-
-¿Eres tú el
Profeta?
Respondió: -No-
y le dijeron:
-¿Quién eres?
Para que podamos dar una respuesta a los que nos han
enviado, ¿qué dices de ti mismo?
El contestó: -Yo
soy "la voz que grita en el desierto: Allanad el
camino del Señor" (como dijo el Profeta Isaías).
Entre los
enviados había fariseos y le preguntaron:
-Entonces ¿por
qué bautizas, si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el
Profeta?
Juan les
respondió:
-Yo bautizo con
agua; en medio de vosotros hay uno que no conocéis, el
que viene detrás de mí, que existía antes que yo y al que no
soy digno de
desatar la correa de la sandalia.
Esto pasaba en
Betania, en la orilla del Jordán, donde estaba Juan
bautizando.
Comentario
Los textos
bíblicos propuestos por la liturgia de este domingo nos
ofrecen tres mensajes complementarios entre sí: el Bautista
anuncia que el
Mesías está entre nosotros, el profeta Isaías lo presenta
como el Mesías de
los pobres y, S. Pablo nos invita a alegrarnos por la venida
del Mesías y a
acudir a su encuentro. Queda sí claro que el núcleo central
del mensaje está
en esa condición de pobreza, requerida para poder acoger con
alegría la
salvación que se nos ofrece
en Cristo.
El evangelio de
S. Juan, despojado de los detalles anecdóticos de los
sinópticos, va directamente al punto clave: la identidad de
aquel que el
Bautista anuncia. Queda al mismo tiempo desenmascarada la
actitud de quien
pregunta sin comprometerse, quizá por pura curiosidad, para
que los
acontecimientos no le pillen desprevenido o para saber a qué
atenerse,
quedando encerrado en los esquemas de su propia seguridad.
La triple
negativa de Juan Bautista rechaza para sí mismo toda
expectativa mesiánica y muestra al verdadero Mesías, ese
desconocido, ya
presente, pero aún ignorado por "los de su casa"
(Jn 1,11). El Bautista es
así testigo de "la luz", para que todos lleguen a
"la fe" (Jn 1,7-8). Y el
evangelio de hoy se detiene aquí. El "juego
educativo" de la liturgia va
desvelando progresivamente la identidad del
"desconocido".
El destinatario
actual del mensaje ya sabe quien es ese "desconocido",
pero acepta el irlo descubriendo poco a poco, por dos
motivos; Primero,
porque la expectativa aumenta, educa y hace madurar el
deseo; segundo,
porque, aunque lo haya experimentado, el creyente tiene que
confesar que él
no conoce aún a su Señor. A pesar de la fe, su rostro le
queda todavía
velado. "A Dios nadie le ha visto jamás" (Jn.
1,18).
Los rasgos ya
entrevistos en el anuncio profético y, sobre todo, la
proximidad del encuentro es lo que suscita la alegría del
creyente. Pero no
para llegar individualmente a un cierto goce espiritual,
sino porque el
Mesías trae "la buena noticia a los que sufren, venda
los corazones
desgarrados, proclama la amnistía a los cautivos y a los
prisioneros la
libertad" (Is. 61,1). Es la salvación completa que el
Bautista anuncia y
María canta en el magnificat.
En Nazaret
Y de la mano de
María, que se introduce hoy discretamente en nuestro
Adviento, vayamos a leer el evangelio en Nazaret.
Sin forzar el
texto del evangelio de hoy, se puede decir también en
el tiempo de Nazaret: "entre vosotros está ese que no
conocéis" (Jn. 1,26).
Desconocido vivió, en efecto quien era tenido por sus
vecinos sencillamente
como "el hijo de José" (Lc 4,22) y el "hijo
de María" (Mc 6,3).
Después del
anuncio del nacimiento y primeras manifestaciones de la
infancia, Jesús Bajó a Nazaret. "Eclipse de Dios",
titula un autor el
capítulo que dedica a Nazaret en su historia de Jesús. Y La
Iglesia ha
aplicado al misterio de Nazaret la expresión
veterotestamentaria que habla
del "Dios escondido".
Más que ningún
otro, María y José vivieron la tensión que supone acom-
pañar al Mesías ya presente, pero aún desconocido. Ellos,
que sabían quién
era Jesús por lo que se les había dicho al principio,
vivieron en la
esperanza y en la fe por largo tiempo. Ellos, que lo habían
acogido desde el
primer momento, sabían también cuáles eran las condiciones
necesarias para
reconocerlo.
Sólo desde la
pobreza y la sencillez nazarenas se puede acoger al
Salvador como el Mesías, el que trae el reinado de Dios
sobre la tierra. El
es verdaderamente, como dijo María, el único capaz de hacer
cosas grandes.
Señor, aún no conocemos bien tu rostro,
pero nuestro corazón se alegra en ti.
Una voz anuncia tu presencia
y sabemos que un día llegará tu reino en
plenitud.
Señor, necesitamos tu misericordia
que colme nuestra pobreza,
que cure nuestros corazones desgarrados,
que rompa las cadenas de nuestra
esclavitud
y las barras de nuestra prisión;
que proclame fuerte la llegada del tiempo
de la gracia.
Gozamos ya, Señor, con el encuentro que
se anuncia.
Nos sentimos envueltos en tu "manto
de triunfo"
porque te has fijado en tu "humilde
esclava".
Entre nosotros está
Este evangelio
de adviento leído en Nazaret nos educa para la vida.
Tenemos que aprender a buscar a Jesús y abrirnos a su
mensaje para saberlo
reconocer en los diversos modos en que hoy viene y se
manifiesta.
Tenemos que
acudir a quienes nos pueden enseñar a reconocerlo con
seguridad. Tenemos que aprender a acogerlo en la pobreza y
en la humildad.
Pero tenemos
también que aprender a dar testimonio de Él como Juan
Bautista: diciendo claramente que es Él el Mesías, el único
que puede salvar.
El contenido del mensaje tiene que ser claro y coherente
tanto en nuestras
palabras como en nuestras obras.
Para ello, como
el Bautista y como María y José, tenemos que aprender
a disminuir para que Él crezca. "Por eso mi alegría que
es ésa, ha llegado
a su colmo. A Él le toca crecer y a mí menguar" (Jn
3,30). Esas palabras de
Juan Bautista, que fueron también plenamente vividas en
Nazaret, nos trazan
un camino que nunca lograremos recorrer totalmente.
TEODORO
BERZAL.HSF
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