31 de diciembre de 2017 – Tiempo de navidad – Ciclo B
FIESTA DE LA SAGRADA FAMILIA DE JESUS, MARIA Y JOSE
"Su padre y su madre estaban admirados
por lo que se decía del niño"
Eclesiástico 3,3-7.
14-17a
Dios hace al
padre más respetable que a los hijos y afirma la autoridad
de la madre sobre la prole. El que honra a su padre expía
sus pecados, el que
respeta a su madre acumula tesoros; el que honra a su padre
se alegrará de
sus hijos y cuando rece, será escuchado; el que respeta a su
padre tendrá
larga vida, al que honra a su madre el Señor le escucha.
Hijo mío, sé
constante en honrar a tu padre, no lo abandones, mientras
vivas; aunque flaquee su mente, ten indulgencia, no lo
abochornes, mientras
vivas.
La limosna del
padre no se olvidará, será tenida en cuenta para pagar
tus pecados; el día del peligro se acordará de ti y
deshará tus pecados como
el calor la escarcha.
Colosenses 3,12-21
Hermanos:
Como pueblo
elegido de Dios, pueblo sacro y amado, sea vuestro unifor-
me: la misericordia entrañable, la bondad, la humildad, la
dulzura, la
comprensión.
Sobrellevaos
mutuamente y perdonaos, cuando alguno tenga quejas contra
otro.
El Señor os ha
perdonado: haced vosotros lo mismo.
Y por encima de
todo esto, el amor, que es el ceñidor de la unidad
consumada.
Que la paz de
Cristo actúe de árbitro en vuestro corazón: a ella habéis
sido convocados, en un solo cuerpo.
Y celebrad la
Acción de Gracias: la Palabra de Cristo habite en
vosotros en toda su riqueza; enseñaos unos a otros con toda
sabiduría;
exhortaos mutuamente.
Cantad a Dios,
dadle gracias de corazón, con salmos, himnos y cánticos
inspirados.
Y todo lo que de
palabra o de obra realicéis, sea todo en nombre de
Jesús, ofreciendo la Acción de Gracias a Dios Padre por
medio de Él.
Lucas 2,22-40
Cuando llegó el
tiempo de la purificación de María, según la ley de
Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén, para presentarlo al
Señor (de acuerdo
con lo escrito en la ley del Señor: "Todo primogénito
varón será consagrado
al Señor") y para entregar la oblación (como dice la
ley del Señor: "un par
de tórtolas o dos pichones").
Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado
Simeón, hombre honrado
y piadoso, que aguardaba el Consuelo de Israel; y el
Espíritu Santo moraba
en él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no
vería la muerte
antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu
Santo, fue al
templo.
Cuando entraban
con el niño Jesús sus padres (para cumplir con Él lo
previsto por la ley), Simeón lo tomó en brazos y bendijo a
Dios diciendo:
Ahora, Señor,
según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz;
porque mis ojos
han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante
todos los
pueblos: luz para alumbrar a las naciones, y gloria de tu
pueblo, Israel.
Comentario
En la fiesta de
la Sagrada Familia, la Iglesia nos propone en las
lecturas una amplia meditación sobre la familia: la familia
como lugar de las
más profundas relaciones humanas (paternidad, maternidad,
filiación), como
uno de los ámbitos donde se realiza la condición humana
(vejez y juventud,
fecundidad y esterilidad) y, sobre todo, como medio donde
vivir la fe.
En las tres
lecturas el personaje central es el hijo: el hijo Isaac,
símbolo de la fidelidad de Dios y de la confianza total de
Abrahán y Sara,
el hijo Jesús, "luz de las gentes" y "gloria
de Israel".
Desde nuestro
punto de vista cristiano, podemos componer un cuadro que
nos ayude a profundizar el mensaje central que nos ofrece
hoy la Palabra de
Dios.
Situemos en el
fondo Abrahán y Sara, animados por una fe inquebrantable
en la promesa de Dios, una fe que vence las dificultades
objetivas para tener
una descendencia, pues se fían del "Dios que es capaz
de resucitar a los
muertos": ambos llevan ya los signos de la muerte en
sus cuerpos, muerte de
Isaac en el sacrificio.
Pongamos más
adelante Simeón y Ana, llenos de esperanza en la venida
del Mesías. Cada uno ha vivido una experiencia, pero ambos
comparten esa
apertura a Dios y a los signos del presente que dan sentido
a su larga
espera. Ambos son así, para nosotros, profetas, pues están
llenos del
Espíritu Santo y saben ver la presencia del Señor en el niño
que tienen
delante.
Y en primer
plano coloquemos a María y José presentando a Jesús. Ellos
van a cumplir "lo previsto por la ley", pero
sorprendentemente se les anuncia
que el niño que llevan es el "Salvador", es la luz
de todos los pueblos y
hablan de Él "a todos los que esperaban la liberación
de Jerusalén". Esta
confirmación externa de lo que a ellos se les había
anunciado debió
sorprenderlos y llevarlos a vivir de otro modo el gesto
ritual de la
presentación del niño en el templo. Aquel primogénito era
verdaderamente el
"consagrado por Dios", es decir, el Mesías. El es
el punto de contradicción,
"la bandera discutida" ante la que todos tendrán
que tomar postura. Y en este
movimiento de adhesión o de ruptura, que lleva consigo la
redención, ellos
también se ven implicados nuevamente en primera persona.
Se volvieron a Nazaret
Como en el día
solemne de la presentación, Jesús siguió siendo siempre
el centro de la familia de Nazaret. La actitud oblativa de
María y de José
(vista en el trasfondo de la fe de Abrahán) iría creciendo
de día en día.
Los hechos de
los comienzos no pudieron ser para María y José un
recuerdo episódico, una anécdota de la infancia de su hijo,
sino la
revelación del verdadero rostro de aquél con quien se
codeaban cada día.
Aquél que daba sentido a su vida no en la prolongación de
una descendencia,
de una herencia, de un apellido según la carne, sino (y aquí
vemos de nuevo
en contraluz la fe de Abrahán y Sara) la descendencia según
la fe, es decir
el heredero de todos los hombres y el salvador de todos los
hombres.
Las palabras de
Simeón no habían sido, pues, fruto de los sueños de un
viejo desocupado, ni la propaganda de Ana expresión de una
anciana que no
puede dominar su lengua.
Los espacios de
futuro, de universalidad, la verdadera grandeza que
tales acontecimientos y palabras habían creado en el corazón
de María y de
José, estaban ahí, mientras el muchacho "crecía y se
robustecía y adelantaba
en saber". Es lo que constituye el misterio de Nazaret.
Bendito seas, Padre,
porque a través de la fe de Abrahán y de
Sara,
de Simeón y de Ana,
de María y José
nos has dado el conocimiento de tu Hijo.
Nosotros hoy, herederos de la misma
promesa,
queremos darte la misma confianza
que ellos te dieron,
para que tú puedas, por medio de Cristo,
seguir siendo la luz y vida del mundo.
Forma tú, Padre, con el Espíritu Santo,
la gran familia de tus hijos
entorno a tu Hijo primogénito.
Nuestras familias
Aunque distantes
en el tiempo y en la cultura de la familia de Nazaret,
nuestras familias y comunidades, pueden encontrar en ella
fuerza y estímulo
para crecer en la fe y en el amor. Las lecturas de hoy nos
sugieren algunos
puntos importantes en el camino de evangelización de la
familia.
Ante todo hay
que saber dejarse educar por Dios. Saber descubrirlo en
el nacimiento y en la muerte, en los acontecimientos de gozo
y dolor que
jalonan la vida familiar. Darle el protagonismo de guía y
educador a través
de una fe que lo acoge en la oración y de un amor que opta
por cumplir sus
mandamientos en lo concreto de la vida.
Saber abrirse a la novedad, a los signos de
vida y esperanza. El núcleo
familiar y comunitario necesita identificarse y crecer en
relación con los
demás, en apertura y diálogo, para enriquecerse con lo que
viene de fuera,
con lo que viene del futuro. Todo ello, naturalmente, sin
renunciar a la
propia memoria e identidad.
La familia de
Nazaret, como nuestras familias y comunidades, fue ante
todo un conjunto de personas animadas por la fe. Como ella
nuestras familias
pueden encontrar su unión y su fuerza en la participación en
el amor de Dios,
si Cristo es su centro y su luz.
TEODORO
BERZAL.hsf
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