4 de febrero de 2018 - V DOMINGO DEL
TIEMPO ORDINARIO – Ciclo B
"Y recorrió toda la Galilea"
-Jb 7,1-4,6-7
-Sal 146
-Ico 9,16-19,22-23
-Mc 1,29-39
Marcos 1,29-39
En aquel tiempo, al salir Jesús de la sinagoga, fue con Santiago y Juan
a casa de Simón y Andrés. La suegra de
Simón estaba en cama con fiebre, y se
lo dijeron. Jesús se acercó, la cogió
de la mano y la levantó. Se le pasó la
fiebre y se puso a servirles. Al
anochecer, cuando se puso el sol, le lleva-
ron todos los enfermos y poseídos. La
población entera se agolpaba a la
puerta. Curó a muchos enfermos de
diversos males y expulsó muchos demonios;
y como los demonios lo conocían no les
permitía hablar.
Se levantó de madrugada, se marchó al descampado y allí se puso a orar.
Simón y sus compañeros fueron y, al
encontrarlo, le dijeron:
- Todo el mundo te busca.
Él les respondió:
- Vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también
allí; que para eso he venido.
Así recorrió toda Galilea, predicando en las sinagogas y expulsando los
demonios.
Comentario
El evangelio de hoy completa la descripción de la jornada de Jesús en
Cafarnaún ya iniciada el domingo
pasado. El mensaje de las lecturas es por
eso una continuación y profundización
del significado que tiene la misión de
Jesús.
A través de tres escenarios cada vez más amplios (en la casa de Pedro,
a las puertas de la ciudad, en toda
Galilea), el evangelista nos va abriendo
progresivamente la perspectiva hasta
decir que Jesús ha venido a llamar a
todos y que es el salvador de todos.
Los otros dos textos litúrgicos de hoy ayudan a enfocar mejor la
universalidad del mensaje evangélico y
a situarlo en nuestro contexto
existencial. La acción sanadora de
Jesús en la casa de Pedro y a las puertas
de la ciudad de Cafarnaún, adquiere una
resonancia más grande vista a la luz
de la experiencia del dolor que nos
transmite el libro de Job. Jesús no
pretende suprimir artificialmente el
dolor o la enfermedad, sino ofrecer un
signo de que con su venida y a través
de la fe en su persona el hombre puede
encontrar un camino de liberación y un
sentido a su vida incluso en los
momentos más difíciles y desesperados.
La segunda lectura, que nos presenta la experiencia apostólica de S.
Pablo, nos ayuda también a profundizar
en la universalidad de la misión de
Jesús: "Vámonos a otra
parte", y comienza su misión por toda la Galilea.
Antes que la de Pablo, la experiencia
misionera de Jesús es la de "ponerse
al servicio de todos para ganar a los
más posibles" (I Cor 9,19). Jesús hace
así presente la preocupación universal
del Padre que "sana los corazones
destrozados y venda sus heridas"
(Sal 146).
A quien busca a Jesús ("Todos te buscan", Mc. 1,32), el
evangelio de
hoy propone seguirlo en el servicio, en
la esperanza y en el testimonio de
la bondad de Dios.
La experiencia de Nazaret
El Jesús que vemos hoy en el evangelio es una persona cercana al hombre
y preocupada por uno de los problemas
más agudos de la humanidad: la enfer-
medad, el dolor, la desesperanza. Pero
al mismo tiempo no queda prisionero
de una situación concreta: sabe que es
para todos.
La imagen de Jesús tendiendo la mano a la suegra de Pedro y levantándo-
la para que pueda servir a su familia
revela una actitud que caracteriza toda
su existencia y que nos remite, en
ultimo término a la verdadera imagen de
Dios.
Si leemos desde Nazaret el evangelio de hoy, tenemos que pararnos
delante de esa capacidad de atención y
proximidad al hombre que Jesús sólo
pudo adquirir en su larga experiencia
de vida en Nazaret.
Comprender al hombre, y comprenderlo sobre todo en sus situaciones de
postración, de enfermedad, de
decaimiento, es una experiencia humana que no
se asimila de la noche a la mañana.
Hace falta un esfuerzo de atención y una
maduración en la vida. Y aquí nos
encontramos de nuevo con el misterio del
tiempo que permitió esa maduración de
hombre a Jesús hasta llegar a descubrir
incluso los lados más débiles de la
existencia humana. En este caso los del
hombre que, como Job, por causa del
sufrimiento ve su vida como "meses
baldíos", como "noches de
fatiga", o los de la mujer que, como la suegra de
Pedro estaba postrada en la cama por
causa de la fiebre.
El acercamiento a todos los aspectos de la vida del hombre que supone
la encarnación, sólo puede producirse
en la sucesión de los días y de los
años, viviendo los acontecimientos tal
y como se presentan y no acumulándolos
en experiencia artificiales.
Los años de Nazaret vividos por Jesús, le llevaron a tocar con la mano
la limitación humana en la enfermedad y
el dolor, y le llevaron a ver en el
hombre postrado la imagen de la
opresión y el decaimiento interior y así le
llevaron a entender más profundamente
su misión salvadora y liberadora.
Sin duda su experiencia nazarena le llevó también a saber elegir los
signos
de salvación que hoy vemos actuados en
el evangelio.
Señor Jesús, tú que comprendías como
nadie
el corazón del hombre
y pasaste personalmente
por la experiencia del dolor y de la
muerte,
comunícanos con tu Espíritu Santo
esa capacidad de comprender al hombre
caído
y esa decisión para hacer signos
concretos
que manifiesten el amor universal del
Padre.
Todos nosotros necesitamos
ser levantados por ti
para poder seguirte
y servir a la comunidad.
Un sentido para el dolor
humano
Las intervenciones milagrosas de Jesús, vistas a la luz de su
experiencia de Nazaret, cobran un
sentido profundo que nos ayuda a vivir
nuestra propia existencia y la de
nuestros hermanos.
Los milagros no son una coartada para superar una situación negativa
de quien se encuentra enfermo o en una
situación de limitación o de dolor.
El peso de los años de Nazaret nos hace
comprender mejor las curaciones de
Jesús como signos de una liberación más
grande que se juega en el terreno de
la libertad humana. Jesús, en efecto,
dice el evangelio "curó a muchos
enfermos de diversos males y expulsó a
muchos demonios" (Mc. 1,34).
Nos sentimos ayudados a superar dos actitudes igualmente negativas y
presentadas a veces como cristianas: la
de admitir que el dolor es bueno por
sí mismo y la pretensión de escapar de
él acudiendo a intervenciones sobrena-
turales.
Desde la perspectiva cristiana no puede pretenderse la superación del
dolor sin tener en cuenta su valor
educativo en todos los órdenes y sin
implicar a la persona entera en su
liberación, para que pueda después mejor
servir a los demás ofreciendo a todos
el don recibido.
Sólo así una curación puede ser imagen y
anticipo de la resurrección
final y del verdadero rostro de Dios.
TEODORO
BERZAL.hsf
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