sábado, 31 de marzo de 2018

Ciclo B - Domingo de Pascua


1 de abril de 2018 - DOMINGO DE PASCUA DE RESURRECCION - Ciclo B

                       "No está aquí: ha resucitado"

Hechos 10, 34a. 37-43

      En aquellos días, Pedro tomó la palabra y dijo:
      -Vosotros conocéis lo que sucedió en el país de los judíos, cuando Juan
predicaba el bautismo, aunque la cosa empezó en Galilea. Me refiero a Jesús
de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó
haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo; porque Dios está
con Él.
      Nosotros somos testigos de todo lo que hizo en Judea y en Jerusalén.
Lo mataron colgándolo de un madero. Pero Dios lo resucitó al tercer día y nos
lo hizo ver, no a todo el pueblo, sino a los testigos que Él había designado:
a nosotros, que hemos comido y bebido con Él después de su resurrección.
      Nos encargó predicar al pueblo, dando solemne testimonio de que Dios
lo ha nombrado juez de vivos y muertos. El testimonio de los profetas es
unánime: que los que creen en Él reciben, por su nombre, el perdón de los
pecados.

Colosenses 3,1-4

      Hermanos:
      Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allí  arriba,
donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de
arriba, no a los de la tierra.
      Porque habéis muerto; y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios.
Cuando aparezca Cristo, vida nuestra, entonces también vosotros apareceréis,
juntamente con Él, en gloria.

Juan 20,1-9

      El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amane-
cer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a
correr y fue donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, a quien quería
Jesús, y les dijo:
      -Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto.
      Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían
juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó
primero al sepulcro; y, asomándose, vio las vendas en el suelo: pero no
entró.
      Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: Vio las
vendas en el suelo y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no por
el suelo con las vendas sino enrollado en un sitio aparte.
      Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero
al sepulcro; vio y creyó.
      Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que Él había de
resucitar de entre los muertos.

Comentario

      Entre la disparidad de detalles que ofrecen los evangelistas sobre el
número de mujeres que fueron al sepulcro de Jesús el primer día de la semana,
sobre si eran uno o dos los Ángeles que allí estaban, sobre el mensaje que
dieron, sobre las idas y venidas del sepulcro al cenáculo, emerge en todos
ellos la afirmación esencial: "No está aquí: ha resucitado".
      Leyendo los relatos de los evangelios sobre la resurrección de Jesús
se tiene esa impresión de movilidad, de dinamismo, de una gran verdad dicha
y callada al mismo tiempo ("no dijeron nada a nadie" Mc 16,8), algo que pasa
de boca en boca, que algunos creen y otros no. Da la sensación de que, como
siempre que ocurre algo importante e inaudito, los hechos desbordan la
capacidad de comunicación de las personas que los están viviendo. Todos
transmiten a su modo la misma cosa, pero la experiencia de cada uno es
fragmentaria. Hará falta tiempo para que lo esencial se vaya decantando.
      Es bonito ver como el gran mensaje pascual, el centro del kerigma
cristiano, se va revelando en esas idas y venidas, en esas comunicaciones
precipitadas, en esas miradas, gestos, palabras, anuncios entrecortados que
tienen poco que ver con una declaración solemne y preparada de antemano, con
una manifestación o un discurso bien elaborado.
      Se diría que la nueva vida del resucitado entra en la vida de los
primeros testigos de la resurrección a través de los canales normales de la
vida: una confidencia, una visita, un ir a avisar, correr, ir y venir,
moverse en medio de la agitación de cada día. Y a través de todo cruza como
un rayo de luz la gran noticia: "Ha resucitado".

"Vuestra vida está escondida con el Mesías en Dios"

      Son las palabras de la carta a los Colosenses que se leen en esta
solemnidad, madre de todas las fiestas, y que pueden ayudarnos a contemplar
desde Nazaret el evento pascual.
      Traducen la realidad de la vida nueva de quien, mediante el bautismo,
ha "resucitado con Cristo". La fe en Cristo coloca al bautizado en esa
situación de tensión que lleva a "estar centrado en las cosas de arriba"
mientras vive en esta tierra. La manifestación gloriosa es para más adelante.
      Por eso podemos ver en la condición de vida de la familia de Nazaret
una imagen de la situación presente del cristiano. También en la aldea de
Nazaret alguien sabía ya quien era Jesús. Como en la mañana de la
resurrección, el misterio había sido revelado a los testigos en la aparición
de Ángeles, en las idas y venidas de Nazaret a Belén y de Belén a Nazaret.
El misterio estaba allí, en las situaciones ordinarias de una familia
cualquiera.
      Verdaderamente fueron María y José los primeros que pudieron decir que
su vida estaba "escondida con el Mesías en Dios". Y ellos más que ningún otro
vivieron en la esperanza de que "cuando se manifieste el Mesías, que es
nuestra vida, con Él os manifestaréis vosotros gloriosos".
      Una "vida escondida con el Mesías" fue la de Nazaret. Es el tiempo que
sigue al primer anuncio. Es el tiempo que sólo aguantan los que tienen en el
corazón la certeza de que Jesús es verdaderamente el Señor. Todavía sin pro-
clamarlo en público (no olvidemos que el discurso de Pedro que leemos hoy en
la primera lectura fue pronunciado después de Pentecostés) pero ya sabiéndolo
gozosamente, compartiéndolo en la comunidad-familia y testimoniándolo con una
vida "en Dios".
      Vivir como en Nazaret es verdaderamente la vida del cristiano. Su fe
le introduce en una condición nueva en la que comparte la vida del Mesías,
aunque aún no se manifieste en todo su esplendor.

      Señor, en esta mañana de la Pascua
      te hemos visto glorioso,
      como María en el camino.
      Renueva nuestra fe,
      que nos lleve a la certeza de la resurrección,
      que nos lleve a testimoniarla y a anunciarla,
      que nos lleve a crear comunidad en torno a ti
      y a aguardar con gozo y esperanza
      la efusión del Espíritu Santo.
      Con Él iremos hasta los confines de la tierra
      anunciando la gran noticia del amor del Padre
      a todos los hombres y la posibilidad para todos
      de pasar a una nueva vida.

Vivir la pascua

      Necesitamos cada año y cada semana celebrar la pascua para ir dejando
que la vida nueva del resucitado vaya transformándonos poco a poco. La fe en
la resurrección de Cristo es, ante todo, el compromiso de cambiar de vida,
de dejar que a través de los gestos ordinarios de nuestra existencia vaya pe-
netrando esa luz que viene de Él.
      Nazaret nos invita a esconder nuestra vida con Cristo. No debemos
entenderlo como una cobardía o como un afán de rehuir la propias
responsabilidades. Es más bien la invitación a ese camino de vida nueva en
el que Cristo es no sólo compañero, sino ese agente interior de
transformación que va renovándolo todo, nuestra persona, nuestras comunidades
y el mundo entero, hasta que llegue el día de su manifestación. Entonces
caerá, como fruto maduro, ese hombre nuevo, esa comunidad nueva, ese mundo
nuevo que su gracia y nuestro esfuerzo han ido tejiendo en secreto, "en
Dios".
      Ese es el camino de Nazaret y el camino de la pascua para nosotros hoy.
En realidad se trata de volver al proyecto primero que el amor de Dios tiene
para cada uno de nosotros y para el mundo. El hombre nuevo, fundamento de
todo, surge de la tumba de Nazaret, como Cristo, sólo surgió el tercer día, por la
potencia de Dios que actuó en Él y que actúa también en cada uno de nosotros,
si nos abrimos a Él.
TEODORO BERZAL.hsf

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