sábado, 7 de abril de 2018

Ciclo B - II Domingo de Pascua


8 de abril de 2018 - II DOMINGO DE PASCUA - Ciclo B

                         "¡Señor mío y Dios mío!"

Hechos 4,32-35

      En el grupo de los creyentes todos pensaban y sentían lo mismo: lo po-
seían todo en común y nadie llamaba suyo propio nada de lo que tenía.
      Los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor con mucho
valor.
      Todos eran muy bien vistos. Ninguno pasaba necesidad, pues los que
poseían tierras o casas las vendían, traían el dinero y lo ponían a
disposición de los Apóstoles; luego se distribuía según lo que necesitaba
cada uno.

I de Juan 5,1-6

      Queridos hermanos:
      Todo el que cree que Jesús es el Cristo ha nacido de Dios; y todo el
que ama a Aquel que da el ser, ama también al que ha nacido de Él.
      En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios: si amamos a Dios y
cumplimos sus mandamientos.
      Todo el que ha nacido de Dios vence al mundo. Y esta es la victoria que
vence al mundo: nuestra fe; porque, ¿quién es el que vence al mundo, sino el
que cree que Jesús es el Hijo de Dios?
      Este es el que vino con agua y con sangre: Jesucristo. No sólo con
agua, sino con agua y con sangre: y el Espíritu es quien da testimonio,
porque el Espíritu es la verdad.

Juan 20,19-31

      Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los
discípulos en una casa con las puertas cerradas, por miedo a los judíos. Y
en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:
      -Paz a vosotros. Y diciendo esto, les enseñó las manos y el costado.
Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
      -Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.
      Y dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:
      -Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados les
quedan perdonados; a quienes se los retengáis les quedan retenidos.
      Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando
vino Jesús. Y los otros discípulos le decían:
      -Hemos visto al Señor. Pero él les contestó:
      -Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en
el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo.
      A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con
ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo:
      -Paz a vosotros. Luego dijo a Tomás:
      -Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi
costado; y no seas incrédulo, sino creyente.
      Contestó Tomás: -¡Señor mío y Dios mío!- Jesús le dijo:
      -¿Porque has visto has creído? Dichosos lo que crean sin haber visto.
      Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús
a la vista de los discípulos. Estos se han escrito para que creáis que Jesús
es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su
Nombre.

Comentario

      La exclamación de Tomás, el discípulo incrédulo-creyente, ante el Señor
resucitado es el punto final y culminante de toda la narración del cuarto
evangelio sobre el camino de fe recorrido por los discípulos de Jesús después
de su muerte en cruz. En el cap. 20 de este evangelio encontramos la
experiencia de fe de la Magdalena, de Pedro y del otro discípulo, de los
apóstoles y, finalmente, de Tomás.
      Mucho podría decirse sobre la personalidad de Tomás desde el punto de
vista psicológico, pero la escena del "octavo día" narrada por el evangelista
tiene un valor eminentemente teológico. Se trata de narrar una de las muchas
"señales", escritas "para que vosotros creáis que Jesús es el Mesías" (Jn
20,30).
      Con su acto de fe, punto final de un sufrido proceso, Tomás se suma a
los doce, es decir, a los que "han visto" al Señor (Jn 20,25). En su caso
aparecen claras dos características esenciales de la fe: es un don y es un
acto personal. El hecho de que sea el Señor quien sale al encuentro del
discípulo incrédulo con una aparición "suplementaria" atestigua el primer
aspecto y la confesión personalizada (Señor "mío" y Dios "mío") subraya el
segundo.
      Y es en esta fe de los apóstoles, al mismo tiempo personal y
comunitaria, que tiene por objeto al Hijo de Dios, quien nos remite en último
término al Padre (cfr. 2ª. lectura), y que desemboca en el amor a Dios y a los
hermanos, en la que se funda nuestra fe. La fe primigenia de los apóstoles
tiene ese valor testimonial insustituible. Ellos son los que han visto. Sobre
ella se apoya la de quienes no hemos visto.
      Esta fe en el Hijo de Dios que se hizo hombre sólo es posible gracias
al testimonio interno del Espíritu Santo, "porque el Espíritu es la verdad"(I
Jn 5,6), es decir actualiza y hace que podamos apropiarnos hoy de la verdad
que es Jesús.

La fe de Nazaret

      La pretensión de evidencia con la que Tomás manifiesta su incredulidad
("si no toco, no creo... "), nos lleva, por contraste, a los primeros
testigos de nuestra fe: María y José. Ellos, como los apóstoles, oyeron,
vieron y palparon (I Jn 1,1) al Verbo de la vida.
      Nuestra fe se apoya también, de otro modo, en su testimonio, pues así
como la fe de Tomás y sus compañeros nos garantiza la identidad entre el
crucificado y el resucitado (tocar con el dedo en la señal de los clavos),
del mismo modo, el testimonio de José y de María es la garantía, el sello,
de que el Hijo de Dios se ha hecho hombre.
      Ese es el primer criterio para discernir la verdad de la fe. "Toda
inspiración que confiesa que Jesús es el Mesías venido ya en la carne mortal
procede de Dios, y toda inspiración que no confiesa a ese Jesús, no procede
de Dios" (I Jn 4,3).
      El realismo al que nos lleva la incredulidad de Tomás, es el mismo al
que nos lleva la fe de María y de José, que presenciaron de tan cerca los
primeros pasos del Hijo de Dios en este mundo. "Estando allí le llegó el
tiempo del parto y dio a luz a su hijo primogénito: lo envolvió en pañales
y lo acostó en un pesebre" (Lc 2,7).
      La fe de los apóstoles, vista a la luz de la de María y José, se sitúa
en la misma línea que va, por obra del Espíritu Santo, de la constatación de
lo que se ve y se toca a la confesión de lo que no se ve, pero es capaz de
cambiar la vida de las personas.
      No por eso es menos importante el elemento material sobre el que se
apoya la fe. Contra la tendencia a exagerar el valor de lo trascendente hasta
despreciar lo sensible, está esa humildad de la fe cristiana que reconoce la
importancia de los signos, los cuales comportan un elemento material.
Recordemos el aforismo usado por los padres de la Iglesia: "Caro cardo
salutis", la carne es el quicio de la salvación.
      Con María y José, con Tomás y los otros apóstoles, con tantos otros que
"no vieron" hoy se nos invita nuevamente a dar el salto de la fe y creer en
Jesús, el Hijo de Dios resucitado que nació en el tiempo para salvarnos.

      ¡Cuántas veces nos perdemos, Señor, como Tomás,
      por los caminos tortuosos
      de nuestra inteligencia y de nuestro corazón,
      ávidos de evidencias, pero alejados de los hermanos!
      Llévanos hoy tú,
      con la acción firme y suave de tu Espíritu,
      al recinto de la fe, al lugar donde te manifiestas,
      con las puertas cerradas,
      con las llagas en las manos, los pies y el corazón.
      Abre nuestros ojos,
      nuestras manos, nuestros pies y nuestro corazón
      a la fe y al amor.

Nuestra fe

      Hay una lógica clara en la Palabra de Dios proclamada en este domingo
que lleva desde la fe en Cristo resucitado al amor fraterno y al compromiso
para construir la comunidad. Si la escuchamos de verdad nos sentiremos
invitados a abandonar nuestra automarginación para pasar, como Tomás, de la
incredulidad a la fe.
      Pero esta fe, que es en un primer momento un dejarse alcanzar por la
gracia, un postrarse ante el Señor y confesarlo como Hijo de Dios, pasa ense-
guida a un compromiso de solidaridad y de testimonio. Tomás estaba con los
otros cuando Jesús se apareció al borde del lago de Galilea (Jn 21) y en el
cenáculo esperando la venida del Espíritu Santo (Hech 1).
      La Palabra de Dios nos llama hoy a una vida renovada, a pasar de la
vida según la carne a la vida según en el Espíritu, a dar testimonio de haber
encontrado al Señor en compañía de los hermanos.
      El mundo necesita el testimonio concreto, el realismo de la carne (como
en la encarnación, como en la resurrección) de nuestro testimonio individual
y comunitario. Esta es la fe que vence (I Jn 5,3). Quien no cree, necesita
hoy ver realizaciones concretas de la caridad que tengan la fe como
motivación.
      Ojalá entendiéramos hoy que son inseparables en nuestra vida los dos
gestos en los que se vive la fe: el postrarse ante el Señor y el compartirlo
todo con los demás.
TEODORO BERZAL.hsf



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