sábado, 14 de abril de 2018

Ciclo B - III Domingo de Pascua


15 de abril de 2018 - III DOMINGO DE PASCUA – Ciclo B

                            "Soy yo en persona"

Hechos 3,13-15. 17-19

      En aquellos días, Pedro tomó la palabra y dijo:
      -Israelitas, ¿de qué os admiráis?, ¿por qué nos miráis como si hubiése-
mos hecho andar a éste por nuestro propio poder o virtud?. El Dios de Abra-
hán, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros padres, ha glorificado a su
siervo Jesús, al que vosotros entregasteis ante Pilato, cuando había decidido
soltarlo.
      Rechazasteis al santo, al justo y pedisteis el indulto de un asesino;
matasteis al autor de la vida, pero Dios lo resucitó de entre los muertos y
nosotros somos testigos.
      Sin embargo, hermanos, sé que lo hicisteis por ignorancia y vuestras
autoridades lo mismo; pero Dios cumplió de esta manera lo que había dicho por
los profetas: que su Mesías tenía que padecer.
      Por tanto, arrepentíos y convertíos, para que se borren vuestros
pecados.

II de Juan 2,1-5a

      Hijos míos, os escribo esto para que no pequéis. Pero si alguno peca,
tenemos a uno que abogue ante el Padre: a Jesucristo, el Justo.
      Él es la víctima de propiciación por nuestros pecados, no sólo por los
nuestros, sino también por los del mundo entero.
      En esto sabemos que le conocemos: en que guardamos sus mandamientos.
Quien dice: "Yo le conozco" y no guarda sus mandamientos, es un mentiroso y
la verdad no está en él. Pero quien guarda su palabra, en él ciertamente el
amor de Dios ha llegado a su plenitud.

Lucas 24,35-48

      En aquel tiempo contaban los discípulos lo que les había acontecido en
el camino y cómo reconocieron a Jesús en el partir el pan.
      Mientras hablaban, se presentó Jesús en medio de sus discípulos y les
dijo:
      -Paz a vosotros.
      Llenos de miedo por la sorpresa, creían ver un fantasma. El les dijo:
      -¿Por qué os alarmáis?, ¿por qué surgen dudas en vuestro interior?
Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona. Palpadme y daos cuenta de que
un fantasma no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo.
      Dicho esto, les mostró las manos y los pies. Y como no acababan de
creer por la alegría, y seguían atónitos, les dijo:
      -¿Tenéis ahí algo que comer?
      Ello le ofrecieron un trozo de pez asado. El lo tomó y comi¢ delante
de ellos. Y les dijo:
      -Esto es lo que os decía mientras estaba con vosotros; que todo lo
escrito en la ley de Moisés y en los profetas y salmos acerca de mí, tenía
que cumplirse.
      Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras. Y
añadió:
      -Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los
muertos al tercer día, y en su nombre se predicará la conversión y el perdón
de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén.

Comentario

      El tema central de las lecturas de este domingo es la salvación que
Cristo resucitado ofrece a sus discípulos y por medio de ellos a todos los
hombres.
      El camino de la salvación empieza por el reconocimiento del propio
pecado (1ª. y 2ª. lecturas) y termina en el reconocimiento de Jesús como Señor
(evangelio).
      La página del evangelio nos lleva de la mano a través de ese proceso
en el que Jesús, haciéndose compañero de camino del hombre, lo cambia por
dentro: primero a los dos de Emaús, luego a los apóstoles y a los que estaban
con ellos y, finalmente, a través de ellos "a todos los pueblos, empezando
por Jerusalén" (Lc 24,47).
      De la desesperanza, el abatimiento y dispersión se pasa en el relato
evangélico, gracias a la fe que nace o renace, a la valentía del compromiso
y del testimonio.
      Tres son los puntos que el evangelista destaca en este proceso de
transformación. Primero está el hacer comunidad. Jesús se aparece "mientras
hablaban", mientras los de Emaús cuentan lo que les ha pasado y los once
comunican su fe: "Ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón" (Lc
24,34). Segundo, está el reconocimiento del resucitado, vivo, presente, capaz
de intervenir en su vida: "soy yo en persona". Y, finalmente, como punto de
apoyo permanente que podrá generar siempre el proceso está la apertura del
entendimiento para comprender las Escrituras.
      Existe en la Escritura, en efecto, una lógica (anuncio-cumplimiento)
que ahora los discípulos pueden entender, pero, sobre todo, mediante la fe,
pueden ahora constatar recreando así el camino que va de la certeza personal
a la comunión con los otros creyentes y al anuncio de la buena nueva de la
salvación a todos los pueblos. Es lo que Pedro hace en su discurso a los
judíos después de Pentecostés (1ª. lectura); es lo que Juan recuerda a todos
los cristianos: "Así podemos saber que estamos con Él" (I Jn 2,5).

"Ellos no comprendieron"

      En los evangelios de la infancia de Cristo tenemos ya todo el
vocabulario evangélico referido a la inteligencia de las escrituras. Con la
misma fuerza del "así estaba escrito" (Lc 24,46), referido a la pasión y
muerte de Cristo, tenemos el "para que se cumpliera lo que dijeron los
profetas", repetido varias veces en los dos primeros capítulos de Mateo,
refiriéndolo a los acontecimientos de la infancia del Salvador.
      Pero tenemos, sobre todo, la figura de María (y de José), a quien Lucas
presenta verdaderamente como la "virgo sapiens". Ella ya desde el principio
supo conservar en el corazón los hechos y las palabras, vivió en sí misma el
drama entender - no entender, drama que vivirán luego los discípulos de
Jesús a lo largo de todo el evangelio y hasta después de la resurrección.
Pero María mereció sobre todo ser bienaventurada porque ya en los comienzos
creyó en el cumplimiento de la Palabra de Dios: "¡Dichosa tú que has creído!
Porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá" (Lc 1,45).
      Ese "entender las Escrituras" que Jesús da a sus discípulos consiste
no tanto en una penetración intelectual o en una capacidad de descubrir la
lógica de los acontecimientos por una concatenación establecida teóricamente,
sino en la apertura confiada al Dios fiel que promete y cumple y que conduce
todo según su sabiduría.
      Esa es también la actitud básica de la Virgen de Nazaret. Ella creyó
en el momento de la anunciación que en el Hijo que se le prometía se iban a
cumplir las Escrituras: "Será grande, se llamará Hijo del Altísimo y el Señor
Dios le dará el trono de David su antepasado" (Lc 1,32). Y creyó que el
momento histórico que le tocaba vivir era el de la máxima actuación del
todopoderoso, que verdaderamente Dios estaba cumpliendo las promesas hechas
a Abrahán y a David (Lc 1,55).
      Desde la "alegría de la fe" y el "asombro" de los apóstoles ante el
Señor resucitado comprendemos mejor la fe de María ("Alégrate, María, llena
de gracia") y de José; Y a su vez María y José nos enseñan a vivir esa
actitud básica del creyente (puro don de Dios) que consiste en "entender" las
Escrituras.

Ven, Espíritu Santo,
"Espíritu de la verdad" (Jn 16,13),
danos hoy el don de "comprender" las Escrituras,
de ver cómo se cumple en nosotros,
en las situaciones que ahora vivimos
y en el mundo actual, la Palabra de Dios,
manifestada en Jesús, el resucitado.
Ábrenos a la fuerza de la Palabra
que nos transforma y nos puede cambiar,
si somos testigos fieles, para el mundo en que vivimos.

La fuerza de la Palabra

      El testigo necesita la fuerza de la Palabra. el apóstol Pedro,
dirigiéndose a su propio pueblo, se apoya en la fuerza de la Escritura para
afirmar la verdad de la resurrección de Jesús y para pedir, en su nombre, la
conversión. La consecuencia, en virtud de la misericordia y de la comprensión
de Dios manifestadas en Jesús, es "el perdón de los pecados" (Hech. 3,19).
      No se trata de dominar con soltura las diversas formas que tiene el
hablar humano ni de la fuerza de persuasión que puede tener un discurso, sino
de la fuerza de la Palabra, que penetra el corazón y lleva a la persona a
ponerse ante su propia situación, a reconocerse a sí mismo y desde ahí,
abrirse al Dios misericordioso que en Cristo le ofrece la salvación.
      Sólo quien ha echo el camino de vuelta de Emaús o, como Pedro, ha
llorado su traición, es capaz de dejar que la Palabra desarrolle todo su
poder de conversión primero en uno mismo y luego en los demás.
      A ese testimonio fuerte somos llamados hoy en el "entender las
Escrituras" que el resucitado nos ofrece. Somos llamados a "predicar en su
nombre el arrepentimiento y el perdón de los pecados a todos los pueblos" (Lc
24,47).
      La Escritura, testigo permanente e inalterable de la fidelidad de Dios,
es el apoyo siempre válido de todos los testigos del mensaje de Jesús. La
historia personal de cada uno, está contada ya en ella de forma objetiva e
irrecusable. Quien se abre a su mensaje, llega a la fe.
TEODORO BERZAL.hsf

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