6 de octubre de 2019 - XXVII DOMINGO
DEL TIEMPO ORDINARIO - Ciclo C
"No somos más que unos pobres
criados"
Lucas 17,5-10
En aquel tiempo, los apóstoles dijeron al Señor:
- Auméntanos la fe.
El Señor contestó:
- Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera:
"A-
rráncate de raíz y plántate en el
mar" y os obedecería. Suponed que un criado
vuestro trabaja como labrador o como
pastor; cuando vuelve del campo ¿Quién
de vosotros le dice: "En seguida,
ven y ponte a la mesa"? ¿No le diráis:
"Prepárame de cenar, cíñete y
sírveme mientras como y bebo; y después comerás
y beberás tú"? ¿Tenéis que estar
agradecidos al criado que ha hecho lo
mandado? Lo mismo vosotros: cuando
hayáis hecho todo lo mandado, decid:
"Somos unos pobres siervos, hemos
hecho lo que teníamos que hacer".
Comentario
De las cuatro recomendaciones dadas por Jesús a los discípulos que
Lucas pone al comienzo del cap. 17, hoy
leemos las dos últimas: la que se
refiere a la fe y la que se refiere a
la valoración de nuestra actividad
frente al don de Dios. Las dos primeras
tratan sobre el escándalo y sobre el
perdón.
A la petición de los apóstoles de que les aumente la fe, Jesús responde
con una pequeña parábola que pone de
manifiesto la importancia de lo que
piden y el misterio de ese don de Dios
que es la fe.
El minúsculo grano de mostaza sirve de término de comparación a la fe
auténtica, la que no duda (St 1,6), la
que está absolutamente segura que para
Dios nada hay imposible (Gen 18,14; Lc
1,37), la que es capaz de desarraigar
una morera y hacer que se plante en el
mar (Lc 17,6) y de trasladar las
montañas (Mt 21,21-22).
El segundo ejemplo que Jesús pone subraya la gratuidad de la acción de
Dios y su relación con quienes trabaja
en el campo de su Reino (Mt 20,1-15).
La identificación que Jesús propone a
sus seguidores con los criados que,
después de hacer lo que deben, saben
reconocer que son solamente simples
criados, deja bien clara, de una parte,
la naturaleza del Reino y de otra, el
sentido de la acción humana para
extenderlo. Nosotros somos simples cola-
boradores (ICo 3,9; 2Co 6,1) para
llevar a cabo una misión recibida sin
pretender hacernos dueños de lo que no
nos pertenece.
Esta actitud humilde y desprendida del obrero del evangelio traduce
netamente el espíritu de las
bienaventuranzas en el campo del trabajo
apostólico. Por un lado está la
fidelidad total al Señor, que es quien envía,
por otro el reconocimiento de que el
Señor del campo es siempre Él y que por
tanto a Él incumbe la última
responsabilidad. Esto no lleva a zafarse de las
propias responsabilidades sino a actuar
con libertad, con desprendimiento y
con generosidad.
En Nazaret
En otras ocasiones hemos contemplado la fe de María y de José‚ hoy nos
fijamos en cómo vivieron la actitud
evangélica que lleva a decir: "No somos
más que unos pobres criados, hemos
hecho lo que teníamos que hacer". También
esta actitud es un fruto de la fe.
María y José hicieron todo lo
que estaba de su parte para que se
realizara la salvación que nos fue dada
en Jesús.
Ellos estuvieron desde la primera hora en el campo del Señor con toda
la disponibilidad de la propia persona,
con entrega y generosidad para acoger
a Jesús y darlo al mundo.
Cuando "volvieron a casa" no se sentaron enseguida a la mesa.
María se
declaró desde el principio la
"sierva del Señor" y, junto con José‚ mantuvo
hasta el final esa actitud de servicio.
El "prepárame de cenar, ponte el
delantal y sírveme mientras yo
como" del evangelio de hoy, fue practicado mil
veces al pie de la letra en Nazaret. Y
esto no porque aquel que vino a servir
y no a ser servido" lo exigiera
(Mt 20,28), sino porque brotaba espontá-
neamente de la fuente del amor.
¿Y qué decir de la discreción de María y de José? Supieron estar donde
se los pedía, prestar el servicio que
hacía falta, sin aparecer. Supieron
dejar siempre al Señor el primer plano
de la escena, como aparece en los
evangelios. Supieron retirarse cuando
conviene. De José no sabemos ni
siquiera ni cómo ni cuando.
María y José‚ son la encarnación misma del evangelio de la discreción,
que tiene su fundamento en la
encarnación de Dios y que nos manda reco-
nocernos como servidores inútiles
cuando hemos hecho lo que teníamos que
hacer.
"Unos pobres criados"
Para llegar a la actitud evangélica de humildad que hoy se pide a
quienes trabajan en el campo del Señor
se requieren algunas experiencias
básicas.
La primera de todas es aceptar como un don el carisma del apostolado.
Quien va a trabajar en el campo del
Señor debe sentirse ante todo un enviado,
indigno de recibir tal misión. Tal es
la experiencia de S. Pablo (Cfr I Co
3,10; Gal 2,9). Si el don del
apostolado no procede del propio apóstol, sino
de aquél que lo envía, tampoco el
contenido del mensaje que anuncia es cosa
suya. Escuchemos también en esto la
experiencia de S. Pablo: "Pero este
tesoro lo llevamos en vasijas de barro,
para que se vea que esa fuerza tan
extraordinaria es de Dios y no viene de
nosotros". Co 4,6-7.
Finalmente hay que estar convencidos de que tampoco el resultado de
nuestros esfuerzos depende de nosotros.
Nuevamente el testimonio de S. Pablo:
"Yo planté, Apolo regó, pero era
Dios quien hacía crecer; por tanto, ni el
que planta significa nada, ni el que
riega tampoco, cuenta el que hace
crecer, o sea, Dios" ICo 3,6-7.
Quien vive su trabajo por el reino y su servicio en la comunidad con
estas características, fácilmente llega
al "no somos más que unos pobres
criados" y se sitúa en sintonía
con la manera de actuar que se aprende en
Nazaret. El compromiso por el Reino
adquiere así una fuerza mucho mayor, pues
lo que se presenta no es una idea
propia, sino algo que nos supera totalmen-
te, algo que es del Señor y que por lo
tanto vale inmensamente más de lo que
nosotros podemos transmitir o inventar.
TEODORO BERZAL hsf
No hay comentarios:
Publicar un comentario