14 de junio de 2020 - SOLEMNIDAD DEL
CUERPO Y SANGRE DE CRISTO - Ciclo A
"El pan vivo"
Deuteronomio 8,2-3.
14b-16a
Habló Moisés al pueblo y dijo:
-Recuerda el camino que el Señor tu Dios te ha hecho recorrer estos
cuarenta años por el desierto, para
afligirte, para ponerte a prueba y cono-
cer tus intenciones: si guardas sus
preceptos o no. El te afligió haciéndote
pasar hambre y después te alimentó con
el maná --que tú no conocías ni cono-
cieron tus padres-- para enseñarte que
no sólo de pan vive el hombre, sino
de todo cuanto sale de la boca de Dios.
No sea que te olvides del Señor tu
Dios, que te sacó de Egipto, de la
esclavitud, que te hizo recorrer aquel
desierto inmenso y terrible, con dragones
y alacranes, un sequedal sin una
gota de agua; que sacó agua para ti de
une roca de pedernal; que te alimentó
en el desierto con un maná que no
conocían tus padres.
I Corintios 10,16-17
Hermanos: El cáliz de nuestra Acción de Gracias, ¿no nos une a todos en
la sangre de Cristo? Y el pan que
partimos, ¿no nos une a todos en el cuerpo
de Cristo?
El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos formamos un solo
cuerpo, porque comemos todos del mismo
pan.
Juan 6,51-59
Dijo Jesús a los judíos:
-Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo: el que come de este pan
vivirá para siempre. Y el pan que yo
daré es mi carne para la vida del mundo.
Disputaban entonces los judíos entre sí:
-¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?
Entonces Jesús les dijo:
-Os aseguro que, si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis
su
sangre no tendréis vida en vosotros. El
que come mi carne y bebe mi sangre
tiene vida eterna, y yo lo resucitaré
en el último día.
Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida.
El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él.
El Padre que vive me ha enviado y yo vivo por el Padre; del mismo modo,
el que me come vivirá por mí.
Este es el pan que ha bajado del cielo; no como el de vuestros padres,
que lo comieron y murieron: el que come
este pan vivirá para siempre.
Comentario
Dentro de la riqueza inmensa de significados que tiene la fiesta de hoy,
la liturgia mediante las lecturas y
preces, se fija sobre todo en la pre-
sencia "verdadera" de Cristo
en la eucaristía y en la comunión vital con Él
a la que los creyentes están llamados.
En los otros ciclos litúrgicos se
insiste más en la eucaristía como
memorial de la nueva alianza (ciclo B) y
en los compromisos que implica la
comunión de vida con Cristo (ciclo C).
El texto del evangelio, tomado de la parte final del discurso en la
sinagoga de Cafarnaún, acentúa el
significado eucarístico de toda la
explicación dada por Jesús al milagro
de la multiplicación de los panes.
Jesús se presenta como el verdadero pan venido del cielo, en contraste
con el maná que los israelitas habían
comido en el desierto. Por eso la
liturgia explicita el primer término de
la comparación con la 1ª. lectura,
sacada del Deuteronomio. En ella,
cuando ya el pueblo se encontraba bien
afincado en su tierra, el autor sagrado
recuerda a sus contemporáneos el
tiempo del desierto: tiempo de prueba y
dificultad, pero también tiempo de
fidelidad y de dependencia total
(incluso para la comida diaria) de quien
había sacado al pueblo de Egipto. La
alternancia prueba-don pone de
manifiesto la pedagogía divina que
quiere conocer las profundidades del
corazón humano y al mismo tiempo se
ofrece como única alternativa a la
tentación de la tierra.
En el texto del Nuevo Testamento se dejan de lado muchas conotaciones
del
episodio del maná para seleccionar los
dos significados que más interesan:
el maná era un alimento perecedero (sólo
duraba un día) y quienes lo
comieron, murieron antes de entrar en
la tierra prometida.
Por contraste, Jesús se presenta como el pan vivo y asegura la vida para
siempre a quienes se nutran de Él.
Lo sorprendente, para quienes escuchaban a Jesús en sentido negativo, y
positivo para quien tiene fe, es que la
expresión "dar el pan" se transforma
a lo largo del discurso en "ser el
pan". Esto lleva a una interpretación
sacramental de todo el pasaje. De modo
que ese nuevo pan vivo puede ser
también comido. El texto original
acentúa incluso la materialidad del acto
de comer. En el se saborea el nuevo
manjar que es la carne y la sangre del
Hijo del Hombre. La "carne y la
sangre" significa la totalidad de la persona
entregada como alimento. Es esa
disponibilidad y entrega la que permite a los
comensales entrar en esa comunión
profunda con Jesús que les asegura la vida
eterna.
La 2ª. lectura subraya ulteriormente esa dimensión de comunión que se
produce también con los demás al
compartir el mismo pan.
Sacramento y encarnación
"Lo que era visible en nuestro Salvador, dice S. León Magno, ha
pasado a
sus misterios". Y S. Gregorio:
"Lo que era visible en Cristo pasó a los
sacramentos de la Iglesia".
En la historia de la salvación hay una progresión según la cual la
presencia de Dios se hace cada vez más
tangible en medio de su pueblo. En esa
línea el punto culminante es la
encarnación del Verbo en el seno de la Virgen
María por obra del Espíritu Santo. El
Verbo se hace carne, se hace "imagen
visible del Dios invisible" (Col
1,15), "reflejo de su gloria e impronta de
su ser"(Heb 1,3). La venida de
Dios en Jesucristo inaugura la etapa
sacramental de la historia de la
salvación. Podemos decir, en efecto, que
Jesús es el "sacramento" del
Padre. Lo visible es signo de lo invisible, lo
material se convierte en signo de lo
espiritual; se abre así un nuevo camino
de acceso a Dios a quien "nadie ha
visto jamás" (Jn 1,18).
Es fundamental el paso de la encarnación para la economía sacramental.
Si
bien es cierto que a través de los
sacramentos Cristo se hace presente en
virtud de la fuerza salvadora del
misterio pascual, la encarnación se
presenta como la condición
indispensable y el paso previo para llegar a la
donación sacramental. El paso del
signo-cuerpo humano de Jesús al "signo-pan
y vino", como se presenta en el
sacramento, representa una continuidad que,
en la oscuridad de la fe, explica de
algún modo la dinámica de la acción sal-
vadora de Dios.
Podemos decir incluso que la presencia de Cristo en los signos
sacramentales de la Iglesia pone de
manifiesto la irremediable limitación y
provisionalidad de la encarnación, en
cuanto el cuerpo de Jesús estaba
sometido a las mismas coordenadas de
tiempo y de lugar que todos los demás.
En comparación con la amplitud de los
tiempos, de las generaciones y
generaciones a las que está destinada
la salvación, el número de los que
pudieron "ver y tocar" el
signo-cuerpo es ciertamente reducido, casi
insignificante. Por esto, de algún
modo, la encarnación reclamaba una forma
de presencia que rompiera los límites
del espacio y del tiempo permaneciendo
inmutable la estructura sacramental. Es
lo que se realiza en todos los sacra-
mentos y de modo especial en la
eucaristía.
La meditación de la encarnación nos ayuda así a dar el paso de la fe que
requiere toda sacramentalidad. Así como
en el hombre Jesús de Nazaret vemos
la presencia de Cristo Hijo de Dios,
del mismo modo en la humildad del pan,
del vino, del aceite y de los demás
signos hemos de ver su misma presencia
actuante y salvadora. La fe debe
llevarnos a exclamar con el apóstol: "Es el
Señor" (Jn 21,7).
Señor
Jesús, que te has hecho hombre y te has hecho pan,
queremos,
con la fuerza del Espíritu Santo,
saber
acogerte en nuestra vida
para
que se despliegue toda la vitalidad
que
has puesto en el sacramento.
Comiendo
tu carne y bebiendo tu sangre
queremos
asimilar tu forma de vida
para
que la nuestra se vaya transformado
a
la luz del evangelio
de
manera que, reunidos en la misma mesa,
estemos
también unidos en la vida
y
caminemos con todos los hombres
hacia
el banquete del Reino.
Vivir el sacramento
Participar en la Eucaristía significa en primer lugar hacer memoria de
un
pasado, el pasado de las maravillas de
Dios que culminan en la muerte y
resurrección de Cristo. Ser conscientes
de esa dimensión histórica comporta
una gran confianza, pues la eficacia
del sacramento está garantizada por el
misterio pascual que ya se ha cumplido
y con el que entramos en comunión por
la acción del Espíritu Santo en la
Iglesia. Nuestra vida cristiana se presenta
así como una progresiva incorporación
al Cristo viviente y operante
a través de los siglos.
Vivir el sacramento implica el "comer" y el "beber",
es decir, realizar
los actos concretos que comporta la
acción sacramental, la cual necesita de
la colaboración humana para llegar a su
término. Y estos gestos no se cumplen
en solitario, sino en solidaridad con
quienes comparten la misma fe.
La donación de Cristo que se hizo posible gracias a la encarnación y la
institución del sacramento, es también
el camino indicado para que el signo
se cumpla en el creyente. Movido por la
fuerza del Espíritu, debe encontrar
el modo concreto de "dejarse
comer" en la celebración y en la vida para poder
hacerse de Cristo y de todos.
El papel del Espíritu Santo en la encarnación y en la eucaristía como
creador de vida y de comunión, debería
llevarnos a ponernos a su disposición
para que realice la transformación que
nuestra vida necesita y para que así
el sacramento produzca su efecto para
gloria de Dios Padre.
Viviendo así repetidamente el signo sacramental, aprenderemos a vivir
los
otros signos de la presencia de Cristo
y de la acción del Espíritu Santo en
nuestra vida y en nuestra historia.
Todos esos signos nos llevarán a su
manera a la eucaristía, de mismo modo
que ésta afinará nuestra percepción y
nos dará nuevas fuerzas para entrar en
ellos y transformar el mundo.
VOLVER A NAZARET - TEODORO BERZAL hsf
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