sábado, 11 de julio de 2020

Ciclo A - TO - Domingo XV


12 de julio de 2020 - XV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO – Ciclo A

"La semilla es la Palabra de Dios"

-Is 55,10-11
-Sal 64
-Rom 8,18-23
-Mt 13,1-23


   Mateo 13,1-23

   Salió Jesús de casa y se sentó junto al lago. Y acudió a Él tanta gente,
que tuvo que subirse a una barca; se sentó y la gente se quedó en pie a la
orilla. Les habló mucho rato en parábolas:
   -Salió el sembrador a sembrar. Al sembrar, un poco cayó al borde del
camino; vinieron los pájaros y se lo comieron. Otro poco cayó en terreno
pedregoso, donde apenas tenía tierra, y como la tierra no era profunda brotó
enseguida; pero, en cuanto salió el sol, se abrasó y por falta de raíz se
secó. Otro poco cayó entre zarzas, que crecieron y lo ahogaron. El resto cayó
en tierra buena y dio grano: unos ciento, otros sesenta, otros treinta. El
que tenga oídos, que oiga.
   Se le acercaron los discípulos y le preguntaron:
   -¿Por qué les hablas en parábolas?
   El les contestó:
   -A vosotros se os ha concedido conocer los secretos del Reino de los
cielos, y a ellos no. Porque al que tiene se le dará y tendrá de sobra, y al
que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene. Por eso les hablo en parábo-
las, porque miran, sin ver, y escuchan, sin oír ni entender. Así se cumplirá 
en ellos la profecía de Isaías: "Oiréis con los oídos, sin entender; miraréis
con los ojos, sin ver; porque está embotado el corazón de este pueblo, son
duros de oído, han cerrado los ojos; para no ver con los ojos, ni oír con los
oídos, ni entender con el corazón, ni convertirse para que yo los cure". Di-
chosos vuestros ojos porque ven, y vuestros oídos porque oyen. Os aseguro que
muchos profetas y justos desearon ver lo que veis vosotros, y no lo vieron,
y oír lo que oís y no lo oyeron. Vosotros oíd lo que significa la parábola
del sembrador: Si uno escucha la Palabra del Reino sin entenderla, viene el
Maligno y roba lo sembrado en su corazón. Esto significa lo sembrado al borde
del camino. Lo sembrado en terreno pedregoso significa el que la escucha y
la acepta enseguida con alegría; pero no tiene raíces, es inconstante, y,
en cuanto viene una dificultad o persecución por la Palabra, sucumbe. Lo
sembrado entre zarzas significa el que escucha la Palabra; pero los afanes
de la vida y la seducción de las riquezas la ahogan y se queda estéril. Lo
sembrado en tierra buena significa el que escucha la Palabra y la entiende;
ése dará fruto y producirá ciento o sesenta o treinta por uno.                    

Comentario

   Después de haber leído en el evangelio de Mateo el discurso de la montaña
(caps. 5-7) y el discurso de la misión apostólica (cap. 10), encontramos en
el cap. 13 el discurso de las parábolas. Con la primera de ellas, la del
sembrador, que leemos este domingo, el evangelista nos descubre también el
motivo del lenguaje parabólico empleado por Jesús.
   El texto de hoy comprende una introducción narrativa que presenta a Jesús
en actitud docente, en un ambiente alejado del lugar habitual de residencia
de la gente (el mar) y rodeado de dos categorías de personas: la multitud
(más bien hostil a Jesús en esta parte del evangelio de Mateo) y los
discípulos. Viene después la parábola propiamente dicha, que examinaremos con
más detalle. Sigue un intermedio en el que Jesús explica las razones de su
hablar en parábolas y a continuación el evangelista ofrece la explicación de
la parábola. Los comentaristas dicen que esta última parte no puede
atribuirse al Jesús histórico sino que sería la explicación que la comunidad
primitiva daba habitualmente de las palabras del Maestro.
   Si nos fijamos en la parábola propiamente dicha, podemos subrayar los
tres actores principales: el sembrador, la semilla y los diferentes tipos de
tierra que producen fruto en medida diferente. Nosotros concentraremos la
atención ahora sólo en la semilla.
   En la narración se pone el acento en su fecundidad. A pesar de que parte
de ella se pierda por falta de acogida, cuando encuentra el terreno adecuado,
la semilla germina y da fruto. El fracaso repetido se interrumpe de modo
sorprendente al final de la narración; cuando todo parece perdido aparece la
tierra buena y se da el éxito final de la siembra e indirectamente del
sembrador. La semilla (identificada con la Palabra de Dios en la
interpretación) es presentada como conteniendo una virtud propia, un poder
germinador que es independiente del suelo donde cae, pero que necesita de un
lugar donde arraigar.
   A subrayar ese poder autónomo de la Palabra contribuye la lectura de la
parábola que se hace en la liturgia ya que viene precedida por el texto de
Isaías que describe el ciclo de la Palabra y su fecundidad. El profeta la
compara con la lluvia que penetra, fecunda la tierra y la hace producir sus
frutos para regresar al lugar donde reside, según la concepción cosmológica
antigua.
   La dificultad de la germinación y la tardanza en producir el fruto
encuentra eco, incluso en dimensiones cósmicas, en la 2ª. lectura. La realidad
germinal de la salvación traída por Cristo reclama la manifestación gloriosa
y el cumplimiento total de lo que es ya una realidad en el hombre bautizado
y en el mundo en cuanto tal.

                               El sembrador

   La meditación del evangelio desde Nazaret nos lleva a fijar la mirada
ahora más bien en el sembrador de la parábola. En realidad todas las
parábolas, al hablarnos del Reino de Dios, nos dicen también algo acerca de
Jesús mismo que lo anuncia y lo personaliza en sí mismo.
   En el caso de la parábola del sembrador de lo que se habla en primer
término es de la experiencia misionera de Jesús. El salió de Nazaret para
anunciar la buena nueva como buen sembrador y sembró abundantemente la
palabra de salvación en su tierra de Galilea. Tras un cierto éxito inicial,
y prueba de ello es el gentío que tiene delante cuando habla, empieza a ver
cómo lo que dice encuentra muchas resistencias para arraigar de verdad en la
gente y para que llegue a dar fruto. Los relatos evangélicos testimonian
ampliamente como a medida que pasa el tiempo el panorama se va ensombrecien-
do. Hay quienes no comprenden lo que dice, su corazón es duro como la tierra
de un camino; el diablo parece llevarse lo que Él había depositado; después
de haberlo seguido un instante muchos lo abandonan. Hay quienes acogen su
mensaje con alegría, muestran incluso deseos de seguirlo, todo hace pensar
que seguirán adelante, pero apenas llega la hora de la prueba se muestran
flojos o bien son otras preocupaciones las que se encargan de sofocar una
planta que prometía... Muchas veces la experiencia del profeta, del
anunciador de la buena nueva es desalentadora.
   Pero cuando todo parece perdido, y en eso está el aspecto que podríamos
llamar profético de la parábola, cambia todo, se da una acogida y una
fecundidad insospechada, la tierra da su fruto. También esto trasluce la
experiencia de Jesús. Cuando las multitudes le vuelven la espalda y hasta
piden su condena a muerte, cuando hasta sus discípulos lo abandonan, cuanto
parece que todo va a terminar en un fracaso he aquí que la palabra empieza
a multiplicarse y sale de Jerusalén para llegar hasta los confines de la
tierra. Jesús vio al ejercer su actividad evangelizadora cómo al lado de la
cerrazón de algunos, otras gentes sencillas se iban abriendo a su palabra y,
aun en medio de muchas resistencias y dificultades, supo con certeza que un
día su mensaje se abriría camino.
   En realidad Jesús está expresando en la parábola su experiencia humana
más profunda. Consciente de poseer y de tener que anunciar el amor del Padre,
el mensaje de salvación, toca con la mano la lentitud, la inconstancia, la
dureza del corazón humano. Encontramos así una prolongación de su camino de
encarnación que tantos años había durado en Nazaret. Y encontramos también
un anuncio de lo que será su experiencia definitiva de abandono en las manos
del Padre cuando llegue el momento de la muerte, como grano caído en tierra.
   En eso consiste la experiencia del sembrador: echar la semilla en tierra
con una gran esperanza, una esperanza que no se doblega ni ante las
apariencias de esterilidad ni ante la dureza de la tierra, sino que confía
totalmente en quien le asignó la misión y en la fuerza misma del mensaje.

Señor Jesús, Palabra de Dios,
tú has sido sembrado en nuestra tierra
y has experimentado en tu vida
toda la resistencia y oposición
que nosotros ponemos para dejarte germinar.
Danos tu Espíritu Santo
que rompa la dureza de nuestro corazón
para que nuestros ojos te vean
y nuestros oídos te escuchen.
Así podremos dar los frutos
que el Padre espera de nosotros.
Que la esperanza de la cosecha
venza en nosotros la duda y el abatimiento
ante la lentitud y las dificultades
con las que tropieza el Reino.

                                 La tierra

   La donación gratuita y generosa por parte de Dios, que ha sembrado
abundantemente su Palabra, la fuerza germinadora que ésta lleva en sí misma,
la difusión del Evangelio en el mundo, prueba inequívoca de que la misión de
Jesús no ha sido vana, no debe hacernos olvidar el otro actor de la parábola:
la tierra.
   La interpretación de la parábola que ofrece el texto mismo del evangelio,
pone el acento precisamente en los diversos modos de acoger la semilla; se
da por descontado la generosidad del sembrador y la bondad de la semilla.
   El punto clave de la acogida está en el "comprender" la Palabra. Todas
las personas representadas por los tipos de tierra que no dan fruto
"escuchan" la Palabra, pero sólo quien escucha y comprende es tierra buena.
De ahí la importancia de las palabras de Jesús sobre el ver sin ver y el oír
sin oír ni comprender, que marcan la neta diferencia entre la Palabra
sembrada y la Palabra acogida. Es la línea sutil que separa el creer del no
creer. El evangelio no busca las razones de esa distinción: a unos es dado
a otros no. Daría la impresión incluso que en nada depende de las personas.
En realidad, si leemos bien el texto de Isaías 6,9-10, al que remite la
expresión evangélica (Cfr. v. 13) encontramos la explicación. Se trata de
aquellos que por tener un corazón endurecido no pueden ver ni oír. Son
quienes de forma explícita y consciente rechazan la conversión. No son quie-
nes no ven u oyen, sino quienes no quieren ver ni oír.
   La parábola pone el dedo en la llaga de lo que significa acoger o
rechazar la salvación que es ofrecida gratuitamente por Dios. Por eso Jesús
declara dichosos a sus discípulos, porque "ven" y "oyen".
   Los porcentajes en el rendimiento de cada terreno, desde este punto
de vista, tienen una importancia secundaria. Se diría que el sembrador se contenta
con lo que cada uno buenamente puede dar. La oposición principal se produce
entre la tierra buena (solo una) y los diferentes tipos de tierra baldía (que
son tres).
   La tradición cristiana ha visto siempre en los diferentes tipos de
tierra, los diferentes modos de responder a la gracia de Dios. Hay siempre
en ello un más y un menos del que depende no sólo la suerte personal de cada
uno -"cada uno recogerá según lo que haya sembrado" (Gal 6,6)- sino el
progreso del Reino de Dios en este mundo.

VOLVER A NAZARET - TEODORO BERZAL hsf

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