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de diciembre de 2013 - IV DOMINGO DE ADVIENTO – Ciclo A
"Dios-con-nosotros"
Isaías
7,10-14
En aquellos días, dijo el Señor a Acaz:
-Pide una señal al Señor tu Dios en lo hondo
del abismo o en lo alto del
cielo.
Respondió Acaz:
-No la pido, no quiero tentar al Señor.
Entonces dijo Dios:
-Escucha, casa de David: ¿no os basta cansar
a los hombres sino que
cansáis
incluso a Dios? Pues el Señor, por su cuenta, os dará una señal.
Mirad: la virgen está encinta y da a luz un
hijo, y le pone por nombre
Emmanuel
(que significa: "Dios-con-nosotros").
Romanos 1,1-7
Pablo, siervo de Cristo Jesús, llamado a ser
apóstol, escogido para
anunciar
el Evangelio de Dios.
Este Evangelio, prometido ya por sus
profetas en las Escrituras Santas,
se
refiere a su Hijo, nacido, según lo humano, de la estirpe de David; cons-
tituido,
según el Espíritu, Hijo de Dios, con pleno poder por su resurrección
de
la muerte: Jesucristo nuestro Señor.
Por Él hemos recibido este don y esta
misión: hacer que todos los
gentiles
respondan a la fe, para gloria de su nombre. Entre ellos estáis
también
vosotros, llamados por Cristo Jesús.
A todos los de Roma, a quienes Dios ama y ha
llamado a formar parte de su
pueblo
santo, os deseo la gracia y la paz de Dios nuestro Padre y del Señor
Jesucristo.
Mateo 1,18-24
El nacimiento de Jesucristo fue de esta
manera:
La madre de Jesús estaba desposada con José‚
y antes de vivir juntos
resultó
que ella esperaba un hijo, por obra del Espíritu Santo.
José, su esposo, que era bueno y no quería
denunciarla, decidió repu-
diarla
en secreto. Pero apenas había tomado esta resolución se le apareció
en
sueños un Ángel del Señor, que le dijo:
-"José‚ hijo de David, no tengas reparo
en llevarte a María, tu mujer,
porque
la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un
hijo,
y tú le pondrás por nombre Jesús, porque Él salvará a su pueblo de los
pecados".
Todo esto sucedió para que se cumpliese lo
que había dicho el Señor por
el
profeta:
Mirad: la virgen concebir y dar
a la luz un hijo, y le pondrá por
nombre
Enmanuel (que significa: "Dios-con-nosotros").
Cuando José‚ se despertó hizo lo que le
había mandado el Ángel del Señor
y
se llevó a casa a su mujer.
Comentario
En la
narración que el evangelista Mateo nos ofrece de los episodios de
la
infancia de Jesús, el acontecimiento que hoy presenta la liturgia tiene
la
función de establecer la conexión del Mesías con el rey David, portador
de
las promesas de Dios.
La cadena genealógica (Mt 1,1-16), rota en
el último eslabón (José‚ no
engendra
a Jesús), queda de algún modo restablecida por la intervención de
Dios
al reafirmar la unión matrimonial entre María y José: "José‚ hijo de
David,
no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que
hay
en ella viene del Espíritu Santo" (1,20).
Si nos fijamos en el contenido del relato,
el peso mayor del texto
evangélico
está en la acción de Dios, quien mediante su Espíritu ha realizado
algo
que está fuera del alcance de la comprensión humana: la encarnación del
Verbo.
Lo que viene después son explicaciones para ayudar a asumir de manera
activa
y responsable cuanto Él, en su infinita sabiduría, entiende realizar
para
salvar al hombre.
De esta forma se cumplen también, y Mateo lo
subraya de forma especial,
las
palabras de los profetas referentes al Mesías. El signo no pedido por
Ezequías,
pero aun así ofrecido por Dios, aparece realizado en la plenitud
de
los tiempos de forma misteriosa: Jesús, nacido de la estirpe de David,
según
lo humano es verdaderamente el Emmanuel, el "Dios-con-nosotros".
Ya desde el comienzo, se nos revela el dato
esencial acerca de la
personalidad
de Jesús: aun compartiendo en todo nuestra condición humana, su
origen
mismo da entender su naturaleza divina. La sorpresa producida por la
anticipación
de Dios a toda intervención humana revela su poder creador y la
libertad
y amor de su iniciativa. "El se ha fijado en la humildad de su
esclava",
dirá María (Lc 1,48).
La virginidad de María y de José son así el
lugar donde se manifiesta la
intervención
libre y gratuita de Dios en la historia de los hombres en el
momento
de su máxima cercanía. Queda así claro el protagonismo divino en la
obra
de la salvación. Este aspecto es subrayado por el significado del nombre
que
José‚ deberá imponer a la criatura que se está formando en el seno de
María.
"Tú le pondrás por nombre Jesús, porque Él salvará a su pueblo de los
pecados"
(1,21).
El
drama de María y de José
Como en muchos otros momentos de la historia
de la salvación, el designio
amoroso
de Dios se manifiesta y se realiza a través de las circunstancias
humanas,
a veces a través de situaciones dramáticas para las personas. Es lo
que
sucede en este caso con María y José.
Los escasos datos que ofrece el evangelista
son suficientes para dejar
adivinar
el drama que se produjo en la joven familia, en formación, de Naza-
ret
después del anuncio del Ángel a María. ¿Fue ella quien comunicó a José
la
noticia, la buena noticia? Así cabe suponer. Al primer momento de
agradecimiento
y admiración por lo que Dios había hecho en la que iba a ser
su
esposa, siguen los días de angustia y desconcierto para José: Pero sin
duda
también para María a cuya mirada no podía escapar la situación de su
prometido.
José
sufre, pero su dolor no viene de que, ni siquiera por un instante,
se
haya asomado a su espíritu la menor duda acerca de la conducta de María.
Toda
su preocupación viene de saber cuál es el papel que él puede desempeñar
en
los planes de Dios, cuando Éste parece haber tomado la iniciativa y actuar
por
su cuenta desbordando las previsiones humanas.
El mismo "temor" que tantos otros
habían experimentado ante una
manifestación
portentosa de Dios (recordemos a Moisés, Elías, etc), lo siente
ahora
José. Igual le había sucedido a María. Para ella la pregunta, cuando
se
le anunció su futura maternidad, era: Entonces, ¿qué va a ser de mi
virginidad?
Las palabras del Ángel le dieron la respuesta. Para José la
pregunta
ante la gravidez de María era: Entonces, ¿qué va a suceder con
nuestro
matrimonio?
En esa situación una alternativa le
atormentaba: o quedarse con María,
usurpando,
por así decirlo, el título de "padre", o retirarse, tomando todas
las
precauciones para perjudicar lo menos posible a la que estaba a punto de
ser
definitivamente su mujer. En esta segunda opción, por la que José se
inclina
según el evangelista, el matrimonio se deshace, la perspectiva de la
fundación
de una familia queda desvanecida...
El mensaje del cielo responde punto por punto
a todas las preguntas que
angustiaban
a José en ese momento difícil:
"No tengas reparo en llevarte a María,
tu mujer". Dios quiere, pues ese
matrimonio.
La familia constituida por María, José‚ y la criatura que nacerá
está
también en sus planes.
"La criatura que hay en ella viene del
Espíritu Santo". Esto confirma y
esclarece
plenamente el sentido de la maternidad de María y de su propia
paternidad.
"Tú le pondrás por nombre Jesús".
Será, pues, él quien tendrá que asumir
todas
las funciones de padre de Jesús, comenzando por la de darle un nombre
que
ya define su misión.
Con estas palabras, los nubarrones de la
angustia se rasgan y aparece el
cielo
sereno. Se ve clara la luz que alumbra el camino y que permite acoger
sin
reservas el plan de Dios.
Te bendecimos, Padre, por tu inmenso amor.
Te bendecimos por el don de Jesús, hecho
hombre.
Te bendecimos por la acción del Espíritu
Santo
que lleva a cabo, en silencio,
las grandes obras que nadie puede
comprender.
Gracias también por la fe sincera,
por la gran humildad,
por el amor recíproco de María y José,
que tú pusiste a prueba
y confirmaste de modo tan claro y tan
fuerte.
Danos hoy su fe para que sepamos acoger
en Jesús, el Salvador,
tu designio de amor sobre los hombres.
Vivir el adviento
En la última fase del tiempo de adviento, la
Iglesia nos guía en su
liturgia
hacia una actitud m s contemplativa. Se trata de interiorizar el
sentido
de los acontecimientos y de descubrir en su pluralidad y variedad de
significados,
el único verdadero acontecimiento: la visita que Dios hace al
hombre.
El drama de María y de José recogido en el
evangelio de hoy no deja lugar
a
dudas: Dios traza su historia entre los hechos que nosotros vivimos. Pero
además
lo hace de una manera nueva y desconcertante para los hombres. No es
previsible
su modo de actuar. Por eso, entonces como ahora, pide una actitud
radical
de apertura y de confianza en Él.
La actitud de alerta, de atención, de
vigilancia que se nos pedía al
comienzo
del adviento, viendo al "justo" José y a su esposa María, que juntos
se
dejan conducir por la mano de Dios, cobra mayor cuerpo y realismo. No se
nos
pide una espera indefinida, que remite todo a un futuro borroso e
indeterminado.
Dios es el Emmanuel, es el Dios-con-nosotros, que no se ha
resignado,
por así decirlo, a vivir en su soledad, sino que ha querido
compartir
el destino del hombre y se ha introducido para siempre en su
historia
de modo que nada de lo que en ella acontece le es ajeno.
La disponibilidad de María y de José para
acogerlo en el modo en que Él
quería
manifestarse en el momento supremo, es la clave para saber acoger
todas
las otras manifestaciones de su acción salvadora en el mundo. Sólo
donde
se encuentran corazones generosos, capaces de dejar los propios planes,
para
acogerse recíprocamente y hacer posible la salvación del hombre, que se
realiza
en Cristo, es posible que vaya adelante el plan de Dios.
Hoy se nos llama a esa
"virginidad" de la mente y del corazón para estar
totalmente disponibles a la
acción de Dios en nuestras vidas.
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