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de abril de 2014 - V DOMINGO DE
CUARESMA – Ciclo A
"Yo
soy la Resurrección y la Vida"
Ezequiel
37,12-14
Esto dice el Señor:
-Yo mismo abriré vuestros sepulcros, y os
haré salir de vuestros sepul-
cros,
pueblo mío, y os traeré a la tierra de Israel. Y cuando abra vuestros
sepulcros
y os saque de vuestros sepulcros, pueblo, sabréis que soy el Señor:
os
infundiré mi espíritu y viviréis; os colocaré en vuestra tierra, y sabréis
que
yo el Señor lo digo y lo hago. Oráculo del Señor.
Romanos 8,8-11
Hermanos: Los que están en la carne no
pueden agradar a Dios.
Pero vosotros no estáis en la carne, sino en
el espíritu, ya que el Espí-
ritu
de Dios habita en vosotros.
El que no tiene el Espíritu de Cristo no es
de Cristo.
Si Cristo está en vosotros, el cuerpo está
muerto por el pecado, pero el
espíritu
vive por la justicia.
Si el Espíritu del que resucitó a Jesús de
entre los muertos habita en
vosotros,
el que resucitó de entre los muertos a Cristo Jesús vivificará tam-
bién
vuestros cuerpos mortales, por el mismo Espíritu que habita en vosotros.
Juan 11,1-45
Un cierto Lázaro, de Betania, la aldea de
María y de Marta, su hermana,
había
caído enfermo. (María era la que ungió al Señor con perfume y le enjugó
los
pies con su cabellera: el enfermo era su hermano Lázaro).
Las hermanas le mandaron recado a Jesús,
diciendo:
-Señor, tu amigo está enfermo.
Jesús, al oírlo, dijo:
-Esta enfermedad no acabará con la muerte,
sino que servirá para la
gloria
de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella.
Jesús amaba a Marta, a su hermana y a
Lázaro. Cuando se enteró de que
estaba
enfermo, se quedó todavía dos días en donde estaba.
Sólo entonces dice a sus discípulos:
-Vamos otra vez a Judea.
Los discípulos le replican:
-Maestro, hace poco intentaban apedrearte
los judíos, ¿vas a volver allí?
Jesús contestó:
-¿No tiene el día doce horas? Si uno camina
de día, no tropieza porque ve
la
luz de este mundo; pero si camina de noche, tropieza porque le falta la
luz.
Dicho esto añadió:
-Lázaro, nuestro amigo, está dormido: voy a
despertarlo.
Entonces le dijeron sus discípulos:
-Señor, si duerme, se salvará.
(Jesús se refería a su muerte; en cambio,
ellos creyeron que hablaba del
sueño
natural.)
Entonces Jesús les replicó claramente:
-Lázaro ha muerto, y me alegro por vosotros
de que no hayamos estado
allí,
para que creáis. Y ahora vamos a su casa.
Entonces Tomás, apodado el Mellizo, dijo a
los demás discípulos:
-Vamos también nosotros y muramos con él.
Cuando Jesús llegó, Lázaro llevaba ya cuatro
días enterrado. Betania
distaba
poco de Jerusalén: unos tres kilómetros; y muchos judíos habían ido
a
ver a Marta y a María, para darles el pésame por su hermano.
Cuando Marta se enteró de que llegaba Jesús,
salió a su encuentro,
mientras
María se quedaba en casa. Y dijo Marta a Jesús:
-Señor, si hubieras estado aquí, no habría
muerto mi hermano. Pero aún
ahora
sé que todo los que pidas a Dios, Dios te lo concederá.
Jesús le dijo:
-Tu hermano resucitará.
Marta respondió:
-Sé que resucitará en la resurrección del
último día.
Jesús le dice:
-Yo soy la resurrección y la vida: el que
cree en mí, aunque haya muerto,
vivirá;
y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?
Ella le contestó:
-Sí, Señor: yo creo que tú eres el Mesías,
el Hijo de Dios, el que tenía
que
venir al mundo.
Y dicho esto, fue a llamar a su hermana
María, diciéndole en voz baja:
-El maestro está ahí, y te llama.
Apenas lo oyó, se levantó y salió a donde
estaba Él: porque Jesús no
había
entrado todavía a la aldea, sino que estaba aún donde Marta lo había
encontrado.
Los judíos que estaban con ella en casa consolándola, al ver que
María
se levantaba y salía de prisa, la siguieron, pensando que iba al
sepulcro
a llorar allí. Cuando llegó María adonde estaba Jesús, al verlo se
echó
a sus pies, diciéndole:
-Señor, si hubieras estado aquí, no habría
muerto mi hermano.
Jesús, viéndola llorar a ella y viendo
llorar a los judíos que la acom-
pañaban,
sollozó y muy conmovido, preguntó:
-¿Dónde lo habéis enterrado?
Le contestaron:
-Señor, ven a verlo.
Jesús se echó a llorar. Los judíos
comentaban:
-¡Cómo lo quería!
Pero algunos dijeron:
-Y uno que le ha abierto los ojos a un
ciego, ¿no podía haber impedido
que
muriera éste?
Jesús, sollozando de nuevo, llegó hasta la
tumba. (Era una cavidad
cubierta
con una losa.) Dijo Jesús:
-Quitad la losa.
Marta, la hermana del muerto, le dijo:
-Señor, ya huele mal, porque lleva cuatro
días.
Jesús le dijo:
-¿No te he dicho que, si crees, verás la
gloria de Dios?
Entonces quitaron la losa. Jesús, levantando
los ojos a lo alto, dijo:
-Padre, te doy gracias porque me has escuchado;
yo sé que tú me escuchas
siempre;
pero lo digo por la gente que me rodea para que crean que tú me has
enviado.
Y dicho esto, gritó con voz potente:
-Lázaro, ven afuera.
El muerto salió, los pies y la manos atados
con vendas, y la cara
envuelta
en un sudario. Jesús les dijo:
-Desatadlo y dejadlo andar.
Y muchos judíos que habían venido a casa de
María, al ver lo que había
hecho
Jesús, creyeron en Él.
Comentario
El itinerario catecumenal que la Iglesia
realiza cada año en la cuaresma
llega
hoy a su punto culminante. Mirando a los domingos precedentes, podemos
sintetizarlo
así: pasando a través del "agua" del bautismo, el cristiano es
iluminado
por la "luz" de Cristo y recibe la "vida" de los hijos de
Dios.
La catequesis litúrgica de este domingo nos
lleva a contemplar cómo el
Espíritu
de Dios da vida y pone en marcha a todo un pueblo (1ª. lectura),
habitando
y transformando la vida desde el interior de cada persona (2ª.
lectura)
y conduciéndola a Cristo en quien está la verdadera vida y la resu-
rrección
(3ª. lectura).
Detengámonos un momento en el relato de la
resurrección de Lázaro, para
captar
el mensaje global de estas lecturas. En el evangelio de Juan ocupa un
lugar
importante por tres motivos: se presenta el símbolo (vida) en el que
confluyen
los que ha empleado anteriormente (agua, luz); Marta confiesa
explícitamente
la fe de la Iglesia: "Sí, Señor, yo creo..."; la consecuencia
de
la resurrección de Lázaro es la decisión de los sumos sacerdotes y los
fariseos
de condenar a muerte a Jesús.
El relato de este "gran signo"
viene presentado por el evangelista en
tres
etapas. Después de unos versículos de introducción en los que se
describe
la situación, Jesús da a sus discípulos algunas instrucciones
fundamentales
para introducirlos en el significado del milagro que realizará.
El
conoce exactamente, aunque a distancia, cómo están las cosas: Lázaro no
está
dormido, sino muerto. Pero la muerte no es la situación definitiva de
quienes
son "amigos" suyos. Quien muere con Él, no en el sentido material al
que
se refiere Tomás invitando a sus compañeros a ir a Jerusalén, sino
vinculándose
a Jesús mediante la fe, vivirá.
La segunda parte de la narración pone el
acento sobre el camino de fe que
recorren
las hermanas de Lázaro y de modo especial Marta. Ésta, en un diálogo
intenso
con Jesús, que tiene como trasfondo el hecho de la muerte de Lázaro,
es
conducida a confesar su fe. Ante la afirmación solemne de Jesús
introducida
por la expresión "Yo soy", Marta no pone condiciones. Acepta no
sólo
que Él puede dar la vida, sino que Él es la vida. Llega así a la verdad
de
la fe: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios".
El gran milagro que sigue confirma la verdad
de esa fe. A pesar de las
vacilaciones
de las hermanas de Lázaro y de quienes rodean a Jesús, Éste
cumple
el signo de llamar a la vida a un muerto, mostrando así que "igual que
el
Padre resucita a los muertos y les da la vida, también el Hijo da la vida
a
quien quiere" (Jn 5,21-22). El Hijo lo hace, sin embargo, en plena
sumisión
al
Padre, "para gloria de Dios" (11,4).
La resurrección de Lázaro anticipa así, en
cierto modo, la resurrección
de
Jesús "porque el Padre dispone de la vida y ha concedido también al Hijo
el
disponer de la vida" (Jn 5,26) y es un signo de la resurrección final de
todos
los que duermen en Cristo.
"Jesús
se echó a llorar"
Uno de los aspectos más profundos y
delicados en los que se manifiesta la
realidad
de la encarnación es en el de los sentimientos. Jesús, llorando por
la
muerte de su amigo Lázaro, nos da ocasión para meditarlo. Es más, su
llanto
sereno y la potencia de su voz que resucita a los muertos nos revelan
su
doble condición, igualmente verdaderas, de hombre y de Dios.
Dos son los sentimientos que manifiesta
Jesús externamente en ese trance:
el
primero es el de turbación e indignación, el segundo el de pena por la
pérdida
de Lázaro. Algunas traducciones del evangelio no hacen esta
distinción
y ven en los versículos 33,35 y 38 diversas manifestaciones,
reprimidas
unas y más libres otras, del mismo llanto.
Sin embargo, ante la actitud de duda e
incredulidad de María, la hermana
de
Lázaro, y de los judíos, Jesús se turba de indignación. Los comentaristas
vacilan
entre dos interpretaciones. Para algunos Jesús se sorprende y se
indigna
profundamente por la incredulidad que ve en quienes lo rodean. Para
otros
ese sentimiento es producido por la desesperación de la condición
humana
necesariamente sometida al sufrimiento y a las tinieblas de la muerte,
cuya
raíz está en el pecado. Esta última interpretación contrasta con la
serenidad
manifestada al comienzo del relato ante la noticia de la enfermedad
de
Lázaro y el retraso voluntario de dos días para ir a Betania, dejando que
se
cumpliera el ciclo natural de la enfermedad que desemboca en la muerte.
Muy distinto sentido tiene el verbo usado en
el versículo 35: "Jesús se
echó
a llorar". Evoca un llanto silencioso, expresión de una honda pena. Los
judíos
así lo entienden y comentan: "¡Mirad cuánto lo quería!". Se trata de
una
expresión de la intimidad plenamente humana, como la de cualquier persona
ante
la muerte de un familiar o de un amigo.
Fácil es evocar desde aquí un momento
similar en el que Jesús debió
encontrarse
en Nazaret cuando murió S. José. El dolor de la despedida
llegaría
a la misma intensidad que había llegado la estima, la intimidad, el
amor.
María y Jesús debieron compartir el llanto y el dolor mientras el
"hombre
justo" los dejaba con la esperanza en el corazón de ver un día la
resurrección.
No hubo, sin embargo, entonces ningún milagro: no había llegado
aún
la hora de Jesús. Y, sin embargo, Él, la resurrección y la vida estaba
allí.
Nazaret nos revela también en esto la otra
cara del misterio. La
resurrección
de Lázaro es un signo, tanto más maravilloso cuanto más
excepcional.
La resurrección de Jesús, a la que la de Lázaro nos remite,
descubrirá
finalmente en la fe el sentido que tiene toda muerte. Marta creía
en
la resurrección de los muertos "en el último día". Jesús le dice que
en
Él
se encuentra una vida que vence a la muerte, de manera que quien cree en
Él
"aunque muera, vivirá ". Luego lo importante no es ya morir o no
morir,
sino
tener la fe en Cristo para vivir eternamente.
Así cobra todo su valor el ciclo natural de
la vida del hombre que
culmina
con la muerte. El signo obrado por Jesús (y otros que hubiera podido
hacer)
no tienen el significado de sustraer a algunos del paso de la muerte,
sino
de iluminar el sentido que este trance tiene para todos.
Te bendecimos, Padre,
porque por la fe que nos has dado en el bautismo,
Cristo, tu Hijo, se ha acercado
a cada una de nuestras tumbas
para llamarnos a la vida,
la vida verdadera y eterna.
Danos el Espíritu Santo
que nos vivifica constantemente,
nos da la armonía de la vida
y nos pone en pie para formar tu pueblo
y caminar al encuentro de todos los hombres.
Tú, Padre de la vida,
que tienes en ti mismo la vida en abundancia,
nos la has dado en Cristo,
bendito seas.
Vivos para Dios
"Gloria de Dios es el hombre que vive y
vida del hombre es la visión de
Dios",
dice S. Ireneo. El bien más precioso que el hombre posee es la vida.
En
el mundo actual, a pesar de los muchos atentados de todo tipo que tiene
la
vida, va ganando terreno la conciencia de la dignidad de la persona, de
su
valor irrepetible, de su derecho a vivir. Es una toma de conciencia muy
importante
que puede poner en camino hacia el paso decisivo de la fe.
En la revelación, Dios se ha presentado
siempre como un Dios de vivos y
no
de muertos, Él es el Dios de la vida. Y esto en dos sentidos, en cuanto
Él
es "la fuente de la vida", el creador de todo, y en cuanto Él asegura
y
da
una finalidad coherente a todo lo que existe. Pero lo que está por encima
de
todo cálculo humano y más allá de lo que nuestro entendimiento puede
concebir
es que Él haya querido compartir con el hombre su propia vida,
cumpliendo
así la aspiración más honda y más secreta de todo ser humano. Esa
plenitud
de vida, nunca merecida, coloca al hombre en una situación
paradójica
que lo lleva más allí de sus límites y posibilidades naturales.
El mensaje de las lecturas de este domingo
nos lleva así a algunas
actitudes
prácticas que apuntan hacia la raíz misma de nuestro ser cristiano.
En primer lugar debemos tener una actitud de
apertura que nos lleva a
acoger
la vida en todas sus manifestaciones como don de Dios, reconociendo
con
gratitud que nos desborda porque nos viene de otro y porque, por gracia,
nos
abre unos horizontes nuevos que nos lleva hasta la filiación divina.
Tenemos que ser conscientes y respetuosos
con ese don de la vida que
fluye
en nosotros y del que somos portadores. El "Verbo de la vida" (1Jn
1,1)
se
hizo hombre y vino entre nosotros para traernos esa posibilidad de vida,
verdadera
y plena, que da sentido a todo tipo de vida y eleva al hombre a la
dignidad
de hijo de Dios.
El gesto de Jesús, llamando a Lázaro de
nuevo a la vida, nos invita a
prolongar
esa llamada, aun en los casos más desesperados, promoviendo la vida
entorno nuestro, siendo
transmisores de vida en todas sus manifestaciones.
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