13
de abril de 2014 - DOMINGO DE RAMOS EN LA PASION DEL SEÑOR
"Realmente
éste era Hijo de Dios"
Isaías
50,4-7
Mi Señor me ha dado una lengua de iniciado,
para saber decir al abatido,
una
palabra de aliento.
Cada mañana me espabila el oído, para que
escuche como los iniciados.
El Señor Dios me ha abierto el oído; y yo no
me he rebelado ni me he
echado
atrás.
Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, la
mejilla a los que mesaban mi
barba.
No oculté el rostro a insultos y salivazos.
Mi Señor me ayudaba, por eso no quedaba
confundido; por eso endurecí mi
rostro
como pedernal, y sé que no quedaré avergonzado.
Filipenses 2,6-11
Hermanos: Cristo, a pesar de su condición
divina, no hizo alarde de su
categoría
de Dios; al contrario, se despojó de su rango, y tomó la condición
de
esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre
cualquiera,
se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de
cruz.
Por eso Dios lo levantó sobre todo, y le concedió el ¡Nombre-sobre-
todo-nombre!
de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble -en el
Cielo,
en la Tierra, en el Abismo-, y toda lengua proclame: ¡Jesucristo es
Señor!
para gloria de Dios, Padre.
Comentario
Como centro de la Palabra de Dios tenemos en
este domingo la lectura de
la
pasión de Jesús. Esta "memoria de la pasión" debe acompañarnos
durante
toda
la semana que se abre con el Domingo de Ramos. Escuchar el relato
serenamente
en la liturgia y leerlo con atención en el silencio es el mejor
comentario
que pueda hacerse.
La versión de la pasión que ofrece S. Mateo
coincide casi completamente
con
la de S. Marcos. Hay, sin embargo, algunos detalles propios de Mateo que
guiarán
nuestra reflexión. Esas diferencias tienden a subrayar la ruptura con
el
hebraísmo, el cumplimiento de la Escritura, la dramaticidad de las
situaciones...
Los acontecimientos que preceden a la
pasión, además de su significado
propio,
crean el clima que permite comprender en profundidad todo el proceso.
Podemos
fijarnos en estos detalles. La traición de Judas es interpretada a
la
luz de una cita explícita del profeta Zacarías en la que se concreta el
precio
exacto pagado por los sumos sacerdotes; ese precio equivalía a lo que
se
había dado por el profeta (Zac 11,13) y era el precio de un esclavo. En
el
relato de Mateo es en el que con más nitidez aparece la figura del traidor
pues
acentúa el contraste entre la comunión y amistad que supone sentarse a
la
misma mesa y la delación inmediatamente posterior. En la institución de
la
Eucaristía hay dos expresiones propias de Mateo: la sangre de Jesús será
derramada
"para el perdón de los pecados" y, cuando Jesús beberá de nuevo el
fruto
de la vid en el Reino del Padre lo hará "con vosotros". En la
predicción
del abandono por parte de Pedro y los demás discípulos, Mateo cita
nuevamente
a Zacarías y añade una palabra con gran valor eclesiológico. Para
él
se trata de la dispersión de las ovejas "del rebaño".
Entrando en el relato de la pasión
propiamente dicha, encontramos también
algunos
aspectos propios de Mateo. Durante la agonía en Getsemaní, atenúa el
drama
interior de Jesús. El "terror y angustia" de Mc 14,33,son en Mateo
"tristeza
y angustia". En la oración al Padre, Jesús añade un "si es
posible"
sumiso
y obediente.
Durante el proceso ante las autoridades
religiosas se subraya la
inocencia
de Jesús y la falsedad de las acusaciones. Puede notarse también
la
correspondencia entre la pregunta de Caifás y la confesión mesiánica de
Pedro
(Mt 16,16). El proceso ante las autoridades civiles es presentado como
particularmente
inicuo, aunque forma parte del designio de Dios. La mujer de
Pilato
ve en Jesús "un hombre justo".
En los momentos finales de la crucifixión y
muerte de Jesús, Mateo se
fija
sobre todo en su abandono y soledad. Más que los otros evangelistas
insiste
en el cumplimiento de la Escritura aludiendo repetidas veces a
expresiones
de los salmos. Característica de Mateo es también la expresión
"Si
eres hijo de Dios... ", que hace eco a las palabras del tentador en el
desierto
al comienzo del ministerio de Jesús. Finalmente es propia de Mateo
la
alusión a los fenómenos cósmicos que acompañaron la muerte y sepultura de
Jesús.
Parece que quiere significar con ellos el paso de una era a otra, el
paso
de la antigua a la nueva alianza.
Unus de Trinitate passus est
El misterio de Nazaret educa nuestra mirada
de fe para, desde la Sagrada
Familia,
contemplar la profundidad trinitaria de Dios.
La pasión de Jesús nos revela en el punto
supremo, la historia del Dios
amor:
Padre, Hijo y Espíritu Santo. Con S. Agustín podemos decir: "Allí
estaban
los tres, el Amante, el Amado y el Amor".
Con demasiada frecuencia estamos
acostumbrados a meditar la pasión viendo
sólo
a Jesús e incluso, teniendo en cuenta su doble naturaleza, nos detenemos
casi
exclusivamente en sus sufrimientos humanos. Dejamos así de lado su
naturaleza
divina que por definición, o quizá más bien por una deformación
mental
nuestra, consideramos impasible. Deshacemos así, quizá de manera
inconsciente,
la unión hipostática realizada en la encarnación. Por eso hemos
colocado
como título de esta reflexión una expresión antiquísima de la fe
cristiana
("uno de la Trinidad ha padecido"), que dice bien esa implicación
de
toda la Trinidad en la pasión de Cristo.
Al "abandono" que Jesús
experimenta no sólo como hombre, sino también
como
Hijo, sobre todo en el momento de Getsemaní y en la hora de la muerte,
corresponde
por parte del Padre ese acto que el Nuevo Testamento llama en
diversos
lugares "entrega". "Dios no escatimó su propio Hijo, sino que lo
entregó
por todos nosotros" (Rom 8,32). Es más, Dios lo ha hecho
"pecado" y
"maldición"
(Gal 3,13) por nosotros. En el abandono que el Hijo siente está
del
otro lado la entrega por parte del Padre. Si el Hijo no fue escatimado,
eso
aconteció para que quienes merecíamos el castigo fuéramos salvados.
Podemos
ver, pues, en el abandono del Hijo la entrega del Padre, no sólo en
cuanto
da a su propio Hijo, sino en cuanto Él mismo se entrega y compromete
definitivamente
con el hombre. Pero el Hijo se entrega a sí mismo
voluntariamente,
en perfecta sintonía con la voluntad del Padre. "Me amó y
se
entregó por mí" (Gal 2,20).
En el acontecimiento de la cruz tenemos el
momento del máximo abandono,
de
la máxima distancia, por así decirlo, entre el Padre y el Hijo, y al mismo
tiempo
la máxima comunión. Quien franquea la distancia y une los extremos es
evidentemente
el Espíritu Santo. Por eso de Cristo crucificado brota la
abundancia
de vida del Espíritu que vivifica a los muertos y se derrama a
todos
los hombres.
El Espíritu Santo "que sondea las
profundidades de Dios" (1Co 1,11) está
en
el dolor de Dios por el pecado del hombre; está en el dolor del Padre al
entregar
al Hijo para que muera a manos de los hombres; está en la agonía,
en
el abandono, en la muerte del Hijo y desde esas situaciones, que a los
ojos
de los hombres parecen absurdas y desesperadas hace brotar el amor, un
amor
que procede de una libertad total y de una misericordia infinita. "Tanto
amó
Dios al mundo que entregó a su hijo único para que tenga vida eterna y
no
perezca ninguno de los que creen en Él" (Jn 3,16).
Señor
Jesús, que te has hecho obediente
hasta morir en la cruz por nuestros pecados,
pedimos para nosotros ese mismo Espíritu,
que transformó esa cadena de humillación,
de dolor, de desprecio, de abandono que fue
tu pasión
en el sacrificio perfecto que salva al
mundo.
Que el Espíritu Santo nos introduzca,
mediante la fe, la adoración y el compromiso
en ese misterio inconmensurable
del amor trinitario
para que sepamos contemplar
la expresión humana del dolor de Dios
manifestada en el sufrimiento.
Por nosotros
El acontecimiento de la cruz ilumina el
misterio de Dios revelándonos la
inmensidad
de su amor que se manifiesta en el sufrimiento de Cristo. Pero
proyecta
también una luz definitiva sobre el misterio del hombre.
Ante Cristo abandonado-entregado por el
Padre y muerto en la cruz no
podemos
ver como irremediable ninguna situación humana, nuestra o de los
demás.
Ninguna miseria, ninguna maldad, ningún pecado es ajeno a lo que pasó
aquel
día en el Calvario. Nuestro corazón debe ser capaz de dilatarse hasta
comprender
toda la extensión del mal y del pecado que existe en el mundo,
para
desde ella proclamar que la misericordia de Dios es aún más amplia. El
recorrido
que Jesús ha hecho en su pasión por todas las miserias del hombre
nos
permite lanzar ese grito de esperanza.
Pero al mismo tiempo que la comprensión y la
misericordia, debe crecer en
nosotros
el repudio más absoluto de toda forma de pecado. Y ese repudio, en
nosotros
y en los demás, debe nacer de la contemplación del inmenso amor de
Dios
que vemos manifestado en Cristo. "No es posible comprender el mal del
pecado
en toda su realidad dolorosa sin sondear las profundidades de Dios"
(Dominum
et Vivificantem, 39). Sólo quien se hace cargo del dolor que Dios
experimenta
por el pecado, puede abrirse al misterio de la redención. "Pero
a
menudo el Libro sagrado nos habla de un Padre, que siente compasión por el
hombre,
como compartiendo su dolor. En definitiva, este inescrutable e
indecible
"dolor" de Padre engendrará sobre todo la admirable economía del
amor
redentor en Jesucristo, para que, por medio del misterio de la piedad,
en
la historia del hombre el amor pueda revelarse más fuerte que el pecado"
(idem).
La historia del amor de Dios hacia el hombre
se resume en el camino
concreto
seguido por Jesús que lo llevó, fiel a Dios y fiel al hombre, a la
cruz.
Así nos indicó también la senda que nosotros tenemos que seguir:
"Cristo
sufrió por vosotros dejándoos un modelo para que sigáis sus huellas.
El
no cometió pecado, ni encontraron mentira en sus labios... El en su
persona
subió nuestros pecados a la cruz para que nosotros muramos a los
pecados
y vivamos para la honradez" (1Pe 2,23-24).
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