25
de mayo de 2014 - VI DOMINGO DE PASCUA – Ciclo A
"Yo le pediré al Padre que os dé otro abogado"
Hechos 8,5-8. 14-17
En aquellos días, Felipe bajó a la ciudad de
Samaría y predicaba allí a
Cristo.
El gentío escuchaba con aprobación lo que decía Felipe, porque habían
oído
hablar de los signos que hacía y los estaban viendo: de muchos poseídos
salían
lo espíritus inmundos lanzando gritos, y muchos paralíticos y lisiados
se
curaban. La ciudad se llenó de alegría.
Cuando los apóstoles, que estaban en Jerusalén,
se enteraron de que
Samaría
había recibido la palabra de Dios, enviaron a Pedro y a Juan; ellos
bajaron
hasta allí y oraron por los fieles, para que recibieran el Espíritu
Santo;
aún no había bajado sobre ninguno, estaban sólo bautizados en el
nombre
del Señor Jesús. Entonces les imponían las manos y recibían el
Espíritu
Santo.
I Pedro 3,15-18
Hermanos: Glorificad en vuestros corazones a
Cristo Señor y estad siempre
prontos
para dar razón de vuestra esperanza a todo el que os la pidiere; pero
con
mansedumbre y respeto y en buena conciencia, para que en aquello mismo
en
que sois calumniados queden confundidos los que denigran vuestras buenas
conductas
en Cristo; que mejor es padecer haciendo el bien, si tal es la
voluntad
de Dios, que padecer haciendo el mal.
Porque también Cristo murió una vez por los
pecados, el justo por los
injustos,
para llevarnos a Dios. Murió en la carne, pero volvió a la vida por
el
Espíritu.
Juan 14,15-21
Jesús dijo a sus discípulos:
-Si me amáis, guardaréis mis mandamientos.
Yo le pediré al Padre que os
dé
otro Defensor que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad. El
mundo
no puede recibirlo porque no lo ve ni lo conoce; vosotros, en cambio,
lo
conocéis, porque vive con vosotros y está con vosotros.
No os dejará desamparados, volverá. Dentro
de poco el mundo no me verá
pero
vosotros me veréis, y viviréis, porque yo sigo viviendo. Entonces
sabréis
que yo estoy con mi Padre, vosotros conmigo y yo con vosotros. El que
acepta
mis mandamientos y los guarda, ése me ama; al que me ama, lo amará mi
Padre,
y yo también lo amaré y me revelaré a él.
Comentario
El evangelio de este domingo es continuación
casi inmediata del pre-
cedente.
Por tanto habrá que tener presente lo ya dicho para situarlo en su
contexto.
El breve pasaje que leemos hoy se articula
en dos partes, las cuales
ponen
de manifiesto los dos motivos de consuelo que Jesús ofrece a sus
discípulos
ante su próxima desaparición: la promesa del Espíritu Santo y su
propio
retorno.
La Iglesia, en la proximidad de la fiesta de
Pentecostés, nos lleva en la
liturgia
a desplazar nuestra atención hacia la persona del Espíritu Santo.
En
varios pasajes de los discursos de la última cena Jesús habla del Espíritu
Santo
y en los versículos que hoy leemos encontramos la expresión más clara
de
su relación con el mismo Jesús y con el Padre.
El Espíritu Santo es presentado como
"otro" abogado (defensor) ya que el
mismo
Jesús intercede por nosotros ante el Padre (1Jn 2,1). En los mismos
discursos
de la última cena se dice que el Espíritu Santo "procede del Padre"
(Jn
15,26) y que Éste lo enviará en nombre de Jesús (Jn 14,26). El Espíritu
Santo
es llamado "Espíritu de verdad" (15,26) y se dice que comunicará a
los
discípulos
lo que pertenece a Jesús, quien a su vez afirma: "Todo lo que
tiene
el Padre es mío" (Jn 16,14).
Todo lo precedente se refiere a las
relaciones intratrinitarias. Pero
además
el Espíritu Santo cumple respecto a los discípulos de Jesús
importantes
funciones: está con ellos y en ellos, es maestro y guía, lleva
a
la comprensión del mensaje de Jesús y da la fuerza para ser testigos suyos.
Todo
ello puede efectuarse únicamente en quien acoge la palabra de Cristo.
El
mundo en cuanto conjunto de situaciones y actitudes contrarias al Reino
de
Dios, es incapaz de abrirse a la acción del Espíritu Santo.
Hay una progresión en la presencia y acción
del Espíritu Santo en los
creyentes,
tal y como nos la presenta el evangelio de hoy, que merece ser
destacada.
En el texto original la progresión está señalada por el uso de
tres
preposiciones distintas. En el v. 16 Jesús dice que el Espíritu Santo
estará
siempre con (=metà) vosotros y en el versículo siguiente que vive ya
con
(=parà) vosotros y en (=en) vosotros. Algunos prefieren ver una
progresión
temporal atendiendo a las diversas fases del misterio de Cristo:
vida
terrena, presencia postpascual y el siempre del tiempo de la Iglesia.
Pero
no cabe duda que puede verse también un camino hacia la intimidad de las
personas
y de la Iglesia entera.
Esto nos introduce en la segunda parte del
texto evangélico que habla del
retorno
de Jesús a sus discípulos después de haber muerto. Su presencia
conlleva
también la del Padre: "Yo estoy con el Padre, vosotros conmigo y yo
con
vosotros". Es la realidad estupenda en la que nos introduce el bautismo
recibido
en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. La única
condición
es el amor: "Si me amáis... "
"Con ellos"
Nazaret inspira siempre nuestra lectura del
Evangelio. La promesa de
Jesús
de no dejar desamparados a los discípulos sino de volver con ellos, nos
hace
pensar en ese momento clave de su llegada a la mayoría de edad, según
la
ley, en el que después de haber proclamado que tiene que estar "en la casa
de
su Padre", vuelve con María y José a Nazaret.
Más allá de las coincidencias formales de
los textos, está el hecho de la
permanencia
de Jesús en Nazaret. Podemos ver en ello un signo claro de la
voluntad
de acercamiento de Dios al hombre para salvarlo. El "habitar con"
es
una de las experiencias humanas que mejor traducen la comunidad de vida,
el
deseo y la posibilidad de llegar a relaciones personales íntimas y
profundas.
Podemos pensar que para Jesús las
posibilidades de orientarse por otros
caminos
en esos momentos no eran muchas. Más tarde sí lo serían. Cabía la
posibilidad
de romper el círculo familiar y emprender un nuevo oficio en vez
de
continuar haciendo lo mismo que veía hacer a su padre. Cabía la
posibilidad
de comenzar una ocupación más libre, quizá de estudiar (Jn 7,15).
Jesús
prefirió seguir la tradición y fue primero aprendiz, luego compañero
y
finalmente sucesor de José‚ en el oficio de carpintero. Nunca terminaremos
de
comprender el porqué de ese quedarse en Nazaret, de ese volver "con
ellos...
"
Leemos también en el evangelio :
"Entonces sabréis que yo estoy con mi
Padre,
vosotros conmigo y yo con vosotros" (Jn 14,21). María y José tampoco
entendieron
en aquel momento qué significaba "estar en la casa del Padre" y
al
mismo tiempo vivir con ellos en Nazaret de forma permanente. A la luz de
la
resurrección, podemos decir que Jesús vive con el creyente y vive en el
creyente.
De manera que es Él mismo, y no sólo su casa, quien es habitado por
Jesús.
La reciprocidad de que Él habla ("vosotros conmigo y yo en
vosotros"),
nos
invita a dar un paso más. Sabemos, en efecto, que si Él viene con
nosotros
es para que nosotros vayamos con Él. Y Él es la puerta para entrar
en
la casa de la Trinidad. Somos así invitados a una recíproca inhabitación:
la
Trinidad en nosotros y nosotros en la Trinidad, habitar y ser habitados...
Todo esto sólo puede efectuarse cuando Jesús
está con el Padre, está en
la
casa de su Padre y desde allí envía el Espíritu Santo, es decir, en el
tiempo
de la Iglesia (En el tiempo de Nazaret). Entonces puede el bajar con
nosotros,
como con María y José, a las ocupaciones de la vida ordinaria
mientras
dure la condición presente de nuestra historia humana, pero ya
transfigurada
por la fe.
Señor Jesús, que estás con el Padre
y al mismo tiempo estás con nosotros,
te bendecimos por el Espíritu Santo
consolador, defensor, abogado,
que tú por la efusión de tu sangre
nos has conseguido y nos has dado con
abundancia.
Te pedimos la gracia
de dejarnos guiar por Él en todas nuestras
acciones
y de estar atentos a su presencia
que actualiza también la tuya y la del Padre
en nosotros y entre nosotros.
"Si me amáis... "
El proceso maravilloso descrito en el
evangelio de hoy que resume el arco
entero
de la vida cristiana hasta en sus mayores profundidades, se
desencadena
a partir del amor a Jesús. Ese amor lleva al cumplimiento de sus
mandatos
y a acogerlo en nosotros.
Se puede así romper un esquema demasiado
intelectualista de la vida del
cristiano
que lleva a poner el acento en el conocimiento de las verdades de
la
fe. Lo primero es el amor. Es ese el verdadero punto de partida que pone
en
movimiento todo lo demás. Hay que recordar, sin embargo, que ese
movimiento
primero es fruto de la gracia. Y lo que admitimos fácilmente en
abstracto
o cuando se trata de la vida entera de una persona, hemos de
vivirlo
también en lo concreto de cada una de nuestras jornadas en la vida
diaria.
Otro prejuicio que este evangelio debería
llevarnos a superar es el de la oposición entre amor y cumplimiento de los
mandamientos. Una concepción de
la
vida cristiana que ve en los mandamientos puras imposiciones que hieren
la
libertad de la persona y, en último término, su dignidad, no ayuda a
llegar
a la unidad de vida. El evangelio de hoy señala el camino exacto: el
cumplimiento
de los mandamientos es expresión del amor. Con esa motivación
de
fondo, ninguna obediencia, incluso minuciosa, coarta el desarrollo de la
persona.
Pero sobre todo el evangelio de hoy nos
lleva a interpretar nuestra vida
cristiana
como comunión y convivencia. Comunión de vida en primer lugar con
y
en la Trinidad, que es el fundamento de todo lo demás. Comunión de vida que
es
vivir en la comunidad de fe, pero que ofrece ya en esperanza lo que será
la
vida eterna, término de nuestro camino. Comunidad de vida que presenta la
posibilidad
de un progreso hacia una intimidad cada vez más grande y al mismo
tiempo
hacia una extensión cada vez mayor en los compromisos. El "vosotros"
que
viene usado constantemente en al evangelio de hoy es una invitación a la
construcción
de la comunión contando con los demás. En último término radica
aquí
el impulso misionero, pues no se trata de compartir la vida sólo con
quienes
tienen la misma fe que nosotros, sino de llamar también a otros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario