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de junio de 2014 - SOLEMNIDAD DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD - Ciclo A
"Tanto amó Dios al mundo"
Exodo 34,4b-6. 8-9
En aquellos días, Moisés subió de madrugada
al monte Sinaí, como le había
mandado
el Señor, llevando en la mano las dos tablas de piedra.
El Señor bajó en la nube y se quedó con él
allí, y Moisés pronunció el
nombre
del Señor.
El Señor pasó ante él proclamando:
-El Señor es un Dios compasivo y misericordioso,
lento a la ira y rico en
clemencia
y lealtad.
Moisés al momento se inclinó y se echó por
tierra.
Y le dijo:
-Si he obtenido tu favor, que mi Señor vaya
con nosotros, aunque este es
un
pueblo de cerviz dura; perdona, nuestras culpas y pecados y tómanos como
heredad
tuya.
II Corintios 13,11-13
Hermanos: Alegraos, trabajad por vuestra perfección,
animaos; tened un
mismo
sentir y vivid en paz.
Y el Dios del amor y de la paz estará con
vosotros. Saludaos mutuamente
con
el beso santo.
Os saludan todos los fieles.
La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el
amor de Dios y la comunión del
Espíritu
Santo esté siempre con vosotros.
Juan 3,16-18
En aquel tiempo dijo Jesús a Nicodemo:
-Tanto amó Dios al mundo que entregó a su
Hijo único, para que no perezca
ninguno
de los que creen en Él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no
mandó
a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se
salve
por Él. El que cree en Él, no será condenado; el que no cree, ya está
condenado,
porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios.
Comentario
La Iglesia nos conduce a lo largo del año litúrgico
a acoger el designio
salvífico
del Padre, a entrar en comunión con Cristo y a dejarnos transformar
progresivamente
por el Espíritu Santo. Son tres aspectos de la misma
realidad.
En la solemnidad de la Santísima Trinidad somos invitados a un
esfuerzo
de unificación de nuestra vida cristiana penetrando en la
contemplación
de la vida misma de Dios, origen y meta de la iniciativa de la
salvación,
de la redención, de la santificación.
Un primer paso podemos darlo con la lectura
del Exodo. El cap. 34 nos
sitúa
en el acontecimiento de la teofanía del Sinaí. A pesar de la
infidelidad
del pueblo de Israel, Dios no renuncia a su proyecto de salvación
y
amor, y se manifiesta nuevamente a Moisés. En esta ocasión proclama ante
él
su nombre propio YHWH (Yahvé), que previamente le había revelado (Ex 3,13-15).
Pero
ahora da un paso más en el camino de la revelación con un gesto y con
una
palabra. El gesto es el de acercarse y quedarse con Moisés ("El Señor
bajó
de la nube y se quedó allí con él" (Ex 34,5). Y la palabra expresa los
atributos
más característicos de su vida íntima: la bondad y la misericordia,
la
clemencia y la lealtad.
Si en el Antiguo Testamento Dios se revela
como un ser personal, con
quien,
como hace Moisés, se puede tratar (aun desde el respeto sumo y la
adoración),
en el Nuevo Testamento se manifiesta en la pluralidad de las
personas,
descubriéndonos las relaciones que existen entre ellas y con
nosotros.
A esto apunta el texto trinitario que leemos hoy en la segunda
lectura.
Su parte final, convertida actualmente en saludo litúrgico, señala
bien
ese aspecto tripersonal de la vida de Dios y sus relaciones con nosotros
a
la vez unitarias y diferenciadas "la gracia de Jesucristo", "el
amor de
Dios",
"la comunión del Espíritu Santo" (1Co 13,13).
La invitación sucesiva a penetrar en la vida
misma de Dios nos viene del
Evangelio.
Para entender plenamente el breve pasaje que leemos, habría que
tener
en cuenta toda la conversación de Jesús con Nicodemo. Queda, sin
embargo,
bien clara la idea de fondo: el amor de Dios, que constituye lo más
profundo
de su ser, se revela definitivamente en la entrega del Hijo para que
el
mundo se salve. El don del Hijo, más que ninguna otra palabra, pone de
relieve
el entendimiento total entre las personas divinas, su mutua
implicación
en el ser y en el actuar y la irrevocabilidad de la salvación
concedida
al hombre de una vez para siempre. Esa posibilidad de salvación,
ofrecida
por el Espíritu Santo a cada hombre en el tiempo, señala el
compromiso
de Dios con este mundo, que es obra suya pero que está marcado
también
por el pecado del hombre.
La Trinidad
Hablar de Dios como Trinidad de personas en comunión
de ser, de vida, de
acción,
nos lleva también directamente al corazón del misterio de Nazaret.
La reflexión de la Iglesia sobre la Trinidad
divina ha seguido, sobre
todo
en Occidente, el método llamado psicológico. Se basa en la observación
de
la persona humana en su aspecto más espiritual, para establecer, por
analogía
y a partir de los datos de la revelación, cómo es Dios. Ese método
tiene
como fundamento el hecho de que el hombre ha sido creado "a imagen de
Dios";
por lo tanto, a partir de la "imagen" podemos acceder a la realidad.
Fue
S. Agustín en el tratado De Trinitate quien elaboró ese método para
integrar,
en una explicación coherente, los datos del evangelio. Según él,
la
actividad humana del conocimiento, que elabora un concepto y se expresa
en
una palabra, es la que mejor idea puede darnos, por analogía, del origen
del
Verbo en Dios. Por otra parte, el acto del amor humano es lo que más se
asemeja
al modo de ser del Espíritu Santo.
Aunque de atribución dudosa, un texto de S.
Gregorio de Nyssa explica de
modo
gráfico el modo de proceder del método psicológico: "Si quieres conocer
a
Dios, conócete antes a ti mismo. Por la comprensión de tu ser, por su
estructura,
por lo que hay dentro de ti, podrás conocer a Dios. Entra en ti
mismo,
mira en tu alma como en un espejo, descifra su estructura y te verás
a
ti mismo como imagen y semejanza de Dios".
La gran autoridad doctrinal de S. Agustín influyó
en toda la teología
medieval
y escolástica sobre la Trinidad, la cual fue afinando cada vez más
los
conceptos y las palabras para expresar sutilmente ese gran misterio.
La tradición de las Iglesias orientales
adopta otro punto de vista. Para
ella,
el punto de partida es la pluralidad de las personas, vistas en su
distinción
y relaciones mutuas, como las presenta la Biblia. De ahí se pasa
a
la consideración de la unidad divina. Y desde esa posición se critica a la
teología
latina de pretender racionalizar demasiado el misterio.
Existen, sin embargo, posibilidades reales
de diálogo y entendimiento
entre
las dos formas de ver el mismo misterio. A título de ejemplo recogemos
unas
palabras de S. Gregorio Nazianceno que resta importancia a la diversidad
de
puntos de vista: "Apenas empiezo a pensar en la Unidad, la Trinidad me
ilumina
con esplendor. Apenas empiezo a pensar en la Trinidad, la Unidad se
apodera
de mi".
Al método psicológico se le han hecho muchas
críticas, sobre todo en
tiempos
recientes; pero lo cierto es que no se han elaborado suficientemente
otros,
como pudiera ser uno de corte sociológico que tomara en consideración
más
que la estructura y funciones del individuo, las relaciones de las
personas
entre sí, teniendo siempre presente la incapacidad del lenguaje
humano
para hablar del misterio.
En esta última vía, sin duda el núcleo
familiar ofrecería las mejores
posibilidades
de reflejar de algún modo lo más profundo de la vida divina.
Es
de suponer que una teología de ese estilo pudiera también iluminar mejor
la
relación existente entre la Sagrada Familia y el misterio de la Trinidad.
Dios Padre bueno, que has roto el silencio
que separaba al hombre de ti
y le has tendido tus manos con misericordia;
Dios que en Jesús te has hecho hombre,
hijo y compañero de camino
hasta dar la vida por nosotros;
Dios Espíritu Santo, que haces presente la
fuerza salvadora
del misterio de Cristo en todos los tiempos,
en todos los lugares y situaciones,
reúne
a todos los pueblos en una sola familia
que invoque a Dios como Padre,
por medio de Jesús, el Señor,
y construya en este mundo una casa
habitable,
a imagen de la del cielo.
Vida
La Palabra de Dios en la solemnidad de la Santísima
Trinidad nos invita
más
que a un esfuerzo intelectual para penetrar el significado del dogma, a
entrar
en comunión con el misterio. Misterio que se desvela y se realiza en
la
historia y es la fuente de nuestra salvación.
La experiencia cristiana auténtica, cuando
va madurando, se hace cada vez
más
trinitaria. Por eso hemos de preguntarnos cómo va creciendo en nuestra
vida
la relación personal con Dios que se nos ha comunicado en Jesús y se nos
hace
presente por medio del Espíritu Santo. Veamos ante todo si se trata de
una
relación entre personas, donde a pesar de la distancia infinita hay dos
sujetos
activos, Dios y yo, dos conciencias despiertas, dos presencias
recíprocas,
dos vidas que se entrecruzan, se condicionan, se comparten, se
aman...
Tendríamos que dar luego un nuevo paso para
ver como va madurando nuestra
experiencia
de relación con un Dios que es pluripersonal. Será bueno
comprobar
si nuestro acceso a Dios en la oración va siendo efectivamente cada
vez
más, como la Iglesia nos educa en la liturgia, por medio de Jesucristo,
en
el Espíritu Santo. Constatemos también si nuestra conciencia de ser
habitados
por la Trinidad se va haciendo cada vez más clara hasta establecer
una
reciprocidad y habitar nosotros mismos la Trinidad como nuestra casa.
La relación con la Trinidad, cuando es
verdadera, devuelve al cristiano
su
auténtica imagen de persona. A fuerza de mirarse en la Trinidad, se
comprende
cada vez mejor a sí mismo en sus dimensiones más profundas. Puede
comprobar
así cómo la medida de su madurez coincide con la de su amor a los
otros
y con la generosidad del don que hace de su propia vida.
Se cumple de este modo el ciclo de toda vida
cristiana que consiste en
acoger
el amor como don de Dios y entregarlo nuevamente a los demás para que
crezca
y se multiplique, siendo así "alabanza de la gloria de su gracia" (Ef
1,3-6).
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