13
de julio de 2014 - XV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO – Ciclo A
"La semilla es
la Palabra de Dios"
-Is 55,10-11
-Sal 64
-Rom 8,18-23
Mateo
13,1-23
Salió Jesús de casa y se sentó junto al
lago. Y acudió a Él tanta gente,
que
tuvo que subirse a una barca; se sentó y la gente se quedó en pie a la
orilla.
Les habló mucho rato en parábolas:
-Salió el sembrador a sembrar. Al sembrar,
un poco cayó al borde del
camino;
vinieron los pájaros y se lo comieron. Otro poco cayó en terreno
pedregoso,
donde apenas tenía tierra, y como la tierra no era profunda brotó
enseguida;
pero, en cuanto salió el sol, se abrasó y por falta de raíz se
secó.
Otro poco cayó entre zarzas, que crecieron y lo ahogaron. El resto cayó
en
tierra buena y dio grano: unos ciento, otros sesenta, otros treinta. El
que
tenga oídos, que oiga.
Se le acercaron los discípulos y le
preguntaron:
-¿Por qué les hablas en parábolas?
El les contestó:
-A vosotros se os ha concedido conocer los
secretos del Reino de los
cielos,
y a ellos no. Porque al que tiene se le dará y tendrá de sobra, y al
que
no tiene, se le quitará hasta lo que tiene. Por eso les hablo en parábo-
las,
porque miran, sin ver, y escuchan, sin oír ni entender. Así se cumplirá
en
ellos la profecía de Isaías: "Oiréis con los oídos, sin entender; miraréis
con
los ojos, sin ver; porque está embotado el corazón de este pueblo, son
duros
de oído, han cerrado los ojos; para no ver con los ojos, ni oír con los
oídos,
ni entender con el corazón, ni convertirse para que yo los cure". Di-
chosos
vuestros ojos porque ven, y vuestros oídos porque oyen. Os aseguro que
muchos
profetas y justos desearon ver lo que veis vosotros, y no lo vieron,
y
oír lo que oís y no lo oyeron. Vosotros oíd lo que significa la parábola
del
sembrador: Si uno escucha la Palabra del Reino sin entenderla, viene el
Maligno
y roba lo sembrado en su corazón. Esto significa lo sembrado al borde
del
camino. Lo sembrado en terreno pedregoso significa el que la escucha y
la
acepta enseguida con alegría; pero no tiene raíces, es inconstante, y,
en
cuanto viene una dificultad o persecución por la Palabra, sucumbe. Lo
sembrado
entre zarzas significa el que escucha la Palabra; pero los afanes
de
la vida y la seducción de las riquezas la ahogan y se queda estéril. Lo
sembrado
en tierra buena significa el que escucha la Palabra y la entiende;
ése
dará fruto y producirá ciento o sesenta o treinta por uno.
Comentario
Después de haber leído en el evangelio de
Mateo el discurso de la montaña
(caps.
5-7) y el discurso de la misión apostólica (cap. 10), encontramos en
el
cap. 13 el discurso de las parábolas. Con la primera de ellas, la del
sembrador,
que leemos este domingo, el evangelista nos descubre también el
motivo
del lenguaje parabólico empleado por Jesús.
El texto de hoy comprende una introducción
narrativa que presenta a Jesús
en
actitud docente, en un ambiente alejado del lugar habitual de residencia
de
la gente (el mar) y rodeado de dos categorías de personas: la multitud
(más
bien hostil a Jesús en esta parte del evangelio de Mateo) y los
discípulos.
Viene después la parábola propiamente dicha, que examinaremos con
más
detalle. Sigue un intermedio en el que Jesús explica las razones de su
hablar
en parábolas y a continuación el evangelista ofrece la explicación de
la
parábola. Los comentaristas dicen que esta última parte no puede
atribuirse
al Jesús histórico sino que sería la explicación que la comunidad
primitiva
daba habitualmente de las palabras del Maestro.
Si nos fijamos en la parábola propiamente
dicha, podemos subrayar los
tres
actores principales: el sembrador, la semilla y los diferentes tipos de
tierra
que producen fruto en medida diferente. Nosotros concentraremos la
atención
ahora sólo en la semilla.
En la narración se pone el acento en su
fecundidad. A pesar de que parte
de
ella se pierda por falta de acogida, cuando encuentra el terreno adecuado,
la
semilla germina y da fruto. El fracaso repetido se interrumpe de modo
sorprendente
al final de la narración; cuando todo parece perdido aparece la
tierra
buena y se da el éxito final de la siembra e indirectamente del
sembrador.
La semilla (identificada con la Palabra de Dios en la
interpretación)
es presentada como conteniendo una virtud propia, un poder
germinador
que es independiente del suelo donde cae, pero que necesita de un
lugar
donde arraigar.
A subrayar ese poder autónomo de la Palabra
contribuye la lectura de la
parábola
que se hace en la liturgia ya que viene precedida por el texto de
Isaías
que describe el ciclo de la Palabra y su fecundidad. El profeta la
compara
con la lluvia que penetra, fecunda la tierra y la hace producir sus
frutos
para regresar al lugar donde reside, según la concepción cosmológica
antigua.
La dificultad de la germinación y la
tardanza en producir el fruto
encuentra
eco, incluso en dimensiones cósmicas, en la 2ª. lectura. La realidad
germinal
de la salvación traída por Cristo reclama la manifestación gloriosa
y
el cumplimiento total de lo que es ya una realidad en el hombre bautizado
y
en el mundo en cuanto tal.
El sembrador
La meditación del evangelio desde Nazaret
nos lleva a fijar la mirada
ahora
más bien en el sembrador de la parábola. En realidad todas las
parábolas,
al hablarnos del Reino de Dios, nos dicen también algo acerca de
Jesús
mismo que lo anuncia y lo personaliza en sí mismo.
En el caso de la parábola del sembrador de
lo que se habla en primer
término
es de la experiencia misionera de Jesús. El salió de Nazaret para
anunciar
la buena nueva como buen sembrador y sembró abundantemente la
palabra
de salvación en su tierra de Galilea. Tras un cierto éxito inicial,
y
prueba de ello es el gentío que tiene delante cuando habla, empieza a ver
cómo
lo que dice encuentra muchas resistencias para arraigar de verdad en la
gente
y para que llegue a dar fruto. Los relatos evangélicos testimonian
ampliamente
como a medida que pasa el tiempo el panorama se va ensombrecien-
do.
Hay quienes no comprenden lo que dice, su corazón es duro como la tierra
de
un camino; el diablo parece llevarse lo que Él había depositado; después
de
haberlo seguido un instante muchos lo abandonan. Hay quienes acogen su
mensaje
con alegría, muestran incluso deseos de seguirlo, todo hace pensar
que
seguirán adelante, pero apenas llega la hora de la prueba se muestran
flojos
o bien son otras preocupaciones las que se encargan de sofocar una
planta
que prometía... Muchas veces la experiencia del profeta, del
anunciador
de la buena nueva es desalentadora.
Pero cuando todo parece perdido, y en eso
está el aspecto que podríamos
llamar
profético de la parábola, cambia todo, se da una acogida y una
fecundidad
insospechada, la tierra da su fruto. También esto trasluce la
experiencia
de Jesús. Cuando las multitudes le vuelven la espalda y hasta
piden
su condena a muerte, cuando hasta sus discípulos lo abandonan, cuanto
parece
que todo va a terminar en un fracaso he aquí que la palabra empieza
a
multiplicarse y sale de Jerusalén para llegar hasta los confines de la
tierra.
Jesús vio al ejercer su actividad evangelizadora cómo al lado de la
cerrazón
de algunos, otras gentes sencillas se iban abriendo a su palabra y,
aun
en medio de muchas resistencias y dificultades, supo con certeza que un
día
su mensaje se abriría camino.
En realidad Jesús está expresando en la
parábola su experiencia humana
más
profunda. Consciente de poseer y de tener que anunciar el amor del Padre,
el
mensaje de salvación, toca con la mano la lentitud, la inconstancia, la
dureza
del corazón humano. Encontramos así una prolongación de su camino de
encarnación
que tantos años había durado en Nazaret. Y encontramos también
un
anuncio de lo que será su experiencia definitiva de abandono en las manos
del
Padre cuando llegue el momento de la muerte, como grano caído en tierra.
En eso consiste la experiencia del
sembrador: echar la semilla en tierra
con
una gran esperanza, una esperanza que no se doblega ni ante las
apariencias
de esterilidad ni ante la dureza de la tierra, sino que confía
totalmente
en quien le asignó la misión y en la fuerza misma del mensaje.
Señor Jesús, Palabra de Dios,
tú has sido sembrado en nuestra tierra
y has experimentado en tu vida
toda la resistencia y oposición
que nosotros ponemos para dejarte germinar.
Danos tu Espíritu Santo
que rompa la dureza de nuestro corazón
para que nuestros ojos te vean
y nuestros oídos te escuchen.
Así podremos dar los frutos
que el Padre espera de nosotros.
Que la esperanza de la cosecha
venza en nosotros la duda y el abatimiento
ante la lentitud y las dificultades
con las que tropieza el Reino.
La tierra
La donación gratuita y generosa por parte de
Dios, que ha sembrado
abundantemente
su Palabra, la fuerza germinadora que ésta lleva en sí misma,
la
difusión del Evangelio en el mundo, prueba inequívoca de que la misión de
Jesús
no ha sido vana, no debe hacernos olvidar el otro actor de la parábola:
la
tierra.
La interpretación de la parábola que ofrece
el texto mismo del evangelio,
pone
el acento precisamente en los diversos modos de acoger la semilla; se
da
por descontado la generosidad del sembrador y la bondad de la semilla.
El punto clave de la acogida está en el
"comprender" la Palabra. Todas
las
personas representadas por los tipos de tierra que no dan fruto
"escuchan"
la Palabra, pero sólo quien escucha y comprende es tierra buena.
De
ahí la importancia de las palabras de Jesús sobre el ver sin ver y el oír
sin
oír ni comprender, que marcan la neta diferencia entre la Palabra
sembrada
y la Palabra acogida. Es la línea sutil que separa el creer del no
creer.
El evangelio no busca las razones de esa distinción: a unos es dado
a
otros no. Daría la impresión incluso que en nada depende de las personas.
En
realidad, si leemos bien el texto de Isaías 6,9-10, al que remite la
expresión
evangélica (Cfr. v. 13) encontramos la explicación. Se trata de
aquellos
que por tener un corazón endurecido no pueden ver ni oír. Son
quienes
de forma explícita y consciente rechazan la conversión. No son quie-
nes
no ven u oyen, sino quienes no quieren ver ni oír.
La parábola pone el dedo en la llaga de lo
que significa acoger o
rechazar
la salvación que es ofrecida gratuitamente por Dios. Por eso Jesús
declara
dichosos a sus discípulos, porque "ven" y "oyen".
Los porcentajes en el rendimiento de cada
terreno, desde este punto
de
vista, tienen una importancia secundaria. Se diría que el sembrador se contenta
con
lo que cada uno buenamente puede dar. La oposición principal se produce
entre
la tierra buena (solo una) y los diferentes tipos de tierra baldía (que
son
tres).
La tradición cristiana ha visto siempre en
los diferentes tipos de
tierra,
los diferentes modos de responder a la gracia de Dios. Hay siempre
en
ello un más y un menos del que depende no sólo la suerte personal de cada
uno
-"cada uno recogerá según lo que haya sembrado" (Gal 6,6)- sino el
progreso del Reino de Dios en
este mundo.
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