20
de julio de 2014 - XVI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO – Ciclo A
"Les hablaré en parábolas"
-Sab 12,13. 16-19
-Sal 86
-Rom 8,26-27
Mateo
13,24-43
Jesús propuso esta parábola a la gente:
-El Reino de los cielos se parece a un
hombre que sembró buena semilla en
su
campo; pero, mientras la gente dormía un enemigo fue y sembró cizaña en
medio
del trigo y se marchó. Cuando empezaba a verdear y se formaba la
espiga,
apareció también la cizaña. Entonces fueron los criados a decirle al
amo:
-¿Señor, no sembraste buena semilla en tu
campo? ¿De dónde sale la
cizaña?
Él les dijo:
-Un enemigo lo ha hecho.
Los criados le preguntaron:
-¿Quieres que vayamos a arrancarla?
Pero Él les respondió:
-No, que podríais arrancar también el trigo.
Dejadlos crecer juntos hasta
la
siega, y cuando llegue la siega diré a los segadores: Arrancad primero la
cizaña
y atadla en gavillas para quemarla, y el trigo almacenadlo en mi
granero.
Les propuso esta otra parábola:
-El Reino de los cielos se parece a un grano
de mostaza que uno siembra
en
su huerta; aunque es la más pequeña de las semillas, cuando crece es más
alta
que las hortalizas; se hace un arbusto más alto que las hortalizas y
vienen
los pájaros a anidar en sus ramas.
Les dijo otra parábola:
-El
Reino de los cielos se parece a la levadura; una mujer la amasa con
tres
medidas de harina, y basta para que todo fermente. Jesús expuso todo
esto
a la gente en parábolas, y sin parábolas no les exponía nada. Así se
cumplió
el oráculo del profeta: "Abriré mi boca diciendo parábolas; anunciaré
lo
secreto desde la fundación del mundo". Luego dejó a la gente y se fue a
casa.
Los discípulos se le acercaron a decirle:
-Acláranos la parábola de la cizaña en el
campo.
Él les contestó:
-El que siembra la buena semilla es el Hijo
del hombre; el campo es el
mundo;
la buena semilla son los ciudadanos del Reino; la cizaña son los
partidarios
del Maligno; el enemigo que la siembra es el diablo; la cosecha
es
el fin del tiempo, y los segadores los Ángeles. Lo mismo que se arranca
la
cizaña y se quema, así será al fin del tiempo: el Hijo del hombre enviará
a
sus Ángeles y arrancarán de su Reino a todos los corruptores y malvados y
los
arrojarán en el horno encendido; allí será el llanto y el rechinar de
dientes.
Entonces los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre.
El
que tenga oídos, que oiga.
Comentario
La liturgia de la palabra se abre en este
domingo con una reflexión sobre
la
paciencia de Dios. El Libro de la Sabiduría, repasando los principales
acontecimientos
de la historia de Israel, descubre que Dios ha actuado
siempre
con moderación. En el caso concreto de que se ocupa el texto, cuando
los
israelitas entraron en la tierra prometida, Dios no exterminó a todos los
pueblos
que la poblaban, sino que les ofreció la posibilidad de convertirse.
Este
modo de proceder de Dios fue siempre para el pueblo elegido un motivo
de
reflexión, cuando no de escándalo.
Ese preludio veterotestamentario introduce
de lleno en el tema central de
la
parábola evangélica del trigo y la cizaña, que examinamos a continuación.
El punto clave de la parábola está en el
contraste de pareceres entre el
amo
del campo y sus siervos. Estos pretenden poner un remedio inmediato a la
situación
desastrosa en que se encuentra el campo por causa de la
intervención
del enemigo. El dueño por su parte impone una solución tolerante
que
respeta el crecimiento de cada planta y remite al futuro la sentencia
definitiva.
En ese modo de actuar se distinguen perfectamente dos tiempos:
el
de la paciencia y respeto y el del juicio inapelable. El primero refleja
la
situación actual, el segundo se dar al fin del mundo. Entre ambos tiempos
se
juega el crecimiento del Reino de Dios en este mundo.
La parábola ilumina así, ante todo, la misión
de Jesús y su condición
mesiánica.
En contraste con las expectativas de muchos, entre los que se
puede
contar incluso Juan Bautista, que esperaban un Mesías juez escatológico
para
que pronunciara el juicio definitivo de Dios sobre la historia, Jesús
asume
una actitud muy diferente. Anuncia la buena nueva y constata cómo,
ofreciendo
la salvación de Dios a los pecadores y teniendo paciencia con
ellos,
se van abriendo a la misericordia, se convierten y cambian de vida.
No
es, pues, el caso de precipitarlo todo pretendiendo abreviar el tiempo de
la
misericordia de Dios. Además ello daría una falsa imagen del mismo, que
es
justo sí y castiga las faltas hasta la cuarta generación, pero es sobre
todo
clemente y misericordioso y tiene paciencia hasta mil generaciones.
"Lento
a la ira y lleno de amor" (Salmo).
La interpretación de la parábola que, según
el evangelista, Jesús ofrece
a
sus discípulos, de forma privada ya en casa, quizá sea, como en el caso de
la
del sembrador, más bien la aplicación que habitualmente hacía de la misma,
la
primera comunidad cristiana. Sea como fuere, se nota un desplazamiento del
acento
desde la comprensión de la misión mesiánica de Jesús hacia el destino
final
que espera a buenos y malos en el juicio de Dios. Desde esa posición
la
llamada a la conversión en el tiempo de la Iglesia se hacía más
apremiante.
La semilla y la levadura
La mirada nazarena al texto evangélico nos
hace hoy considerar con mayor
atención
las dos pequeñas parábolas que siguen a la de la cizaña. También
ellas
revelan una dimensión importante del Reino de Dios.
Estas dos parábolas pretenden también
corregir la falsa idea de que el
Reino
de Dios tiene que instaurarse entre los hombres con gran potencia
externa
o de manera precipitada. De rechazo esa concepciones falsean la
imagen
del Mesías que anuncia ese Reino y el significado de su obra.
La clave de interpretación de ambas
parábolas se cifra en el contraste
pequeño-grande.
Pequeño es el grano de mostaza, "la más pequeña de todas las
semillas",
y poca es la levadura que usa la mujer para hacer el pan. Grande
es
el árbol capaz de cobijar a muchos pájaros y grande es la masa fermentada
en
comparación con la cantidad de levadura.
Ambas parábolas reflejan de modo admirable
el maravilloso modo de actuar
de
Dios que lleva a cabo su plan con medios aparentemente desproporcionados
a
su fin. Es lo que María canta en el Magníficat ya en los albores de la
salvación
traída por Cristo.
Estas parábolas nos hablan también, en la
concisión de la imagen, de la
experiencia
humana de Jesús. Él veía cómo en su persona, a pesar de los
orígenes
humildes (y aquí podemos incluir todo el período de su vida
escondida
en Nazaret) iba tomando cuerpo una realidad maravillosa. Hasta el
anuncio
de la buena nueva poco se veía, pero él sabía y notaba que aquello
podía
tomar proporciones insospechadas. Bastaba dejarlo crecer...
Él había visto cómo el anuncio de la buena
nueva salvadora parecía ser
cosa
de poco, pero puesta en un corazón que la acoge con buena voluntad, es
capaz
de transformar la vida entera. Lo había visto en los discípulos que lo
seguían,
en los pecadores que se convertían, en la gente que aceptaba su
Palabra...
No se trataba, pues, de impacientarse y arrebatar la cosecha. Él
había
sabido esperar mucho tiempo hasta empezar a sembrar el anuncio del
Reino,
tenía que saber esperar ahora a que la semilla germine, crezca, madure
y
dé fruto. Esa esperanza no podía dejar lugar a que la desilusión hiciera
mella
en su corazón, sino más bien impulsarlo a darlo todo, incluso la propia
vida,
para que la obra de Dios que había comenzado, llegara a cumplirse del
todo.
La parábola de la levadura, que pone de
relieve el dinamismo del Reino de
Dios
en la oscuridad y el silencio, cuando aún no se ve ningún resultado,
valoriza
de forma significativa el silencio de Nazaret y todos los momentos
de
la vida de Jesús, incluido el silencio de los tres días en la tumba, en
los
que parece que nada acontece y, sin embargo, todo está fermentando.
Padre bueno, que nos sorprendes siempre
con tu sabiduría infinita,
te bendecimos con el Espíritu Santo,
que gime en nosotros
y nos asegura que somos tus hijos.
Te bendecimos por Jesús,
que ha elegido el camino de la humildad,
de la paciencia y del silencio
para anunciar con su vida y con su palabra
tu infinita paciencia con todos.
Danos un corazón abierto
que deje crecer la semilla
y espere sin cansarse
el momento dispuesto por ti
para que se manifieste tu obra.
Paciencia
El Reino de Dios, su acción salvadora no es
una doctrina abstracta, es
una
realidad que está creciendo constantemente en el mundo, aunque a veces
no
sepamos verlo. La Palabra de Dios nos invita hoy a convertirnos a esa
actitud
paciente del dueño del campo que refleja la de Dios mismo.
Esto
no significa renunciar a ver el mal. El maligno est también
trabajando
en el mundo y siembra su cizaña siempre que puede. La invitación
a
la paciencia no significa cerrar los ojos ante las situaciones concretas
que
deben ser mejoradas, ni a resignarse ante el mal como si no supiéramos
que
al final la cizaña será quemada. El dueño del campo sabe que no todo es
trigo
limpio, pero quiere que sus siervos no se precipiten, sino que asuman
la
totalidad del plan que Él tiene. El conocimiento de la totalidad de ese
plan
es lo que les debe infundir serenidad y paciencia.
Ese abandono a la forma de proceder de Dios,
pide al discípulo de Jesús
una
fuerza interior capaz de imponerse a los juicios precipitados sobre las
situaciones
y personas, a ejercitar constantemente el discernimiento para no
dejarse
engañar por las apariencias y algunas veces a tener la valentía de
callar,
aun sabiendo a donde van a parar ciertos modos de proceder.
Existe siempre, sin embargo la tentación de
precipitarse y de ser
impacientes.
Se manifiesta en el deseo de imponer el bien y la verdad a toda
costa.
Tal actitud puede llegar a ser opresora e intolerante, llegando a
provocar
el rechazo del evangelio y de los mismos valores del Reino en vez
de
suscitar la adhesión convencida de las personas.
Una llamada especial hace el evangelio de
hoy a los padres y educadores
y
a quienes tienen la responsabilidad de formar a otros. Hay que respetar los
tiempos
de maduración, que siempre parecen lentos. Hay que dejar que la
levadura
pueda terminar todo su proceso de fermentación para cocer el pan y
poderlo
presentar como alimento; si no, se corre el riesgo de estropearlo
todo.
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