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de agosto de 2014 - XVIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO – Ciclo A
"Partió los panes y se los dio a los discípulos"
-Is 55,1-3
-Sal 144
-Rom 8,35. 37-39
Mateo
14,13-21
Al enterarse Jesús de la muerte de Juan
el Bautista, se marcha de allí en
barca
a un sitio tranquilo y apartado. Al saberlo la gente, lo siguió por
tierra
desde los pueblos. Al desembarcar, vio Jesús al gentío, le dio lástima
y
curó a los enfermos. Como se hizo tarde, se acercaron los discípulos a
decirle:
-Estamos en despoblado y es muy tarde;
despide a la multitud para que
vayan
a las aldeas y se compren de comer.
Jesús les replicó:
-No hace falta que vayan, dadles vosotros de
comer.
Ellos le replicaron:
-Si aquí no tenemos más que cinco panes y
dos peces.
Les dijo:
-Traédmelos.
Mandó a la gente que se recostara en la
hierba, y, tomando los cinco
panes
y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición,
partió
los panes y se los dio a los discípulos; los discípulos se los dieron
a
la gente. Comieron todos hasta quedar satisfechos y recogieron doce cestos
llenos
de sobras. Comieron unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y
niños.
Comentario
Al discurso de las parábolas sigue en el
evangelio de Mateo una sección
narrativa
de la que forma parte el milagro de la multiplicación de los panes
que
leemos en este domingo. El hecho es narrado por todos los evangelistas
y,
si nos atenemos a la opinión de la mayoría de los comentaristas actuales,
Mateo,
siguiendo a Marcos, narra dos veces el mismo acontecimiento. En todos
los
relatos evangélicos el sentido global del milagro es el mismo, pero cada
uno
de ellos presenta algunas particularidades que nos ayudan a penetrar con
mayor
profundidad en el mensaje de la Palabra de Dios.
Mateo sigue, en general, la narración del
episodio hecha por Marcos. Nos
fijaremos,
pues, más bien en las particularidades que ofrece.
Mateo ofrece una explicación al hecho de que
Jesús estuviera en lugares
poco
frecuentados o desérticos: la reciente muerte violenta del Bautista,
cuyas
consecuencias podían ser negativas también para Él. Aun así, "la
multitud
lo seguía", anota sólo Mateo. Aparece así más destacada la figura
de
Jesús como guía del pueblo que, a través del desierto, lo lleva al
banquete
de la nueva alianza. Ser Él, en efecto quien dará el verdadero
maná.
Aquí puede oírse la resonancia de la 1ª. lectura.
Tenemos tres detalles en la narración de
Mateo que acentúan la dimensión
eucarística
del milagro. El primero se refiere al momento en que se produce:
"al
caer de la tarde". Es la misma expresión empleada por el evangelista en
la
última cena de Jesús con sus discípulos (Cfr. 26,20). Por otro lado,
cuando
los discípulos ponen a disposición del maestro lo poco que tienen para
tantos,
el evangelista concreta exactamente que se trata de cinco panes y dos
peces.
Pero cuando se trata de distribuirlos a la gente, en Mateo sólo se
habla
de los panes. ¿Omisión involuntaria o subrayado del elemento empleado
también
en la eucaristía? Pero evidentemente es sobre todo la coincidencia
de
los gestos de Jesús (bendecir, romper y distribuir) lo que más hace
entrever
la dimensión eucarística. Los otros detalles ayudan también.
Cabe igualmente destacar cómo es distinta la
actitud de Mateo y la de
Marcos
cuando se trata de describir el papel de los discípulos de Jesús en
el
acontecimiento. Marcos subraya la incomprensión y desconfianza (Mc 6,37),
mientras
que en Mateo se cuenta con ellos para la realización del gesto
milagroso.
Quizá se dé a entender así a qué funciones eclesiales estaban
llamados...
En la lectura litúrgica del milagro los
otros dos textos de la misa
amplían
el sentido de don gratuito que tiene la multiplicación del pan y la
abundancia
de los bienes de la salvación (1ª. lectura); como también la
liberalidad
y consistencia del amor de Dios manifestado en Cristo, al que
ninguna
otra potencia ni dificultad puede vencer (2ª. lectura).
La insistencia en la perennidad de la
alianza ofrecida por Dios habla ya
bien
claramente de ese amor inquebrantable que Dios tiene al hombre y que se
ha
manifestado en Jesús.
Nazaret
El misterio de Nazaret consiste
esencialmente en la presencia humana del
Hijo
de Dios durante años en el seno de una familia. Su presencia viva,
tangible,
cotidiana es el centro de la experiencia humana y espiritual de
María
y de José, quienes constituyen en torno a Él una comunidad de fe. Esta
comunidad
que vive a diario la presencia de Jesús y lo tiene como punto de
referencia
de su ser y de su actuar es ya esa comunidad mesiánica de gente
humilde
que lo seguirá y creerá en Él durante su vida pública y por lo tanto
la
imagen más cercana a esa otra comunidad que llamamos Iglesia.
La comunidad de Nazaret, que vive de forma
inmediata la presencia de
Jesús,
nos ayuda a entender la comunidad en la que el evangelio se hace
palabra
escrita, mensaje de salvación para todas las generaciones. Hay un
rasgo
que une, como un hilo de oro, la comunidad cristiana a la que se dirige
Mateo
en su evangelio y la familia de Nazaret: es la estima por la presencia
del
Señor. El evangelio de Mateo se cierra con estas palabras: "Mirad que yo
estoy
con vosotros cada día, hasta el fin del mundo"(28,28). Ese "cada
día"
realizado
en el signo sacramental y en los otros signos de la presencia de
Cristo
resucitado, esta muy cercano a la cotidianidad de la experiencia de
Nazaret.
Y es esa experiencia de la presencia del
Señor la que, creemos nosotros,
lleva
a la comunidad de Mateo a ver en la narración del milagro de la
multiplicación
de los panes un anuncio más o menos explícito de esa otra
multiplicación
que se produce en la "fracción del pan", en la eucaristía. De
esa
forma la narración del milagro no es la simple crónica de un hecho más
o
menos maravilloso en la vida de Jesús, sino que se carga de un significado
nuevo
y vivo para la Iglesia de todos los tiempos y para cualquier comunidad
cristiana.
La meditación de la experiencia de Nazaret
nos permite así entrar en el
corazón
mismo del misterio cristiano subrayando un rasgo que es esencial para
la
Iglesia y para toda comunidad cristiana. El Vaticano II, hablando de los
religiosos,
se expresa así: "La comunidad, como verdadera familia, reunida
en
nombre del Señor, goza de su divina presencia (Mt 18,20) por la caridad
que
el Espíritu Santo difunde en los corazones (Rom 5,5)". P.C. 15.
Y en un texto de alcance más universal:
"Este pueblo mesiánico tiene por
cabeza
a Cristo "que fue entregado por nuestros pecados" y resucitó por
nuestra
salvación" (Rom 4,25), y habiendo conseguido un nombre que está sobre
todo
nombre, reina ahora gloriosamente en los cielos. Tiene por condición la
dignidad
y libertad de los hijos de Dios, en cuyos corazones habita el
Espíritu
Santo como en un templo. Tiene por ley el nuevo mandato de amar como
el
mismo Cristo nos amó (Cfr. Jn 13,34). Tiene por último como fin la dilata-
ción
del Reino de Dios... "(L.G. 9).
Señor Jesús, que dándote totalmente a
nosotros
nos has mostrado de forma patente el amor de
Dios,
queremos cantar la victoria de ese amor
eterno, pleno, transfigurado,
a pesar de las dificultades y limitaciones,
en medio de las cuales estamos viviendo.
Confiamos en la fuerza del Espíritu Santo
que continúa construyendo la Iglesia entorno
a ti
y nos da la certeza de que el amor del Padre
dura siempre.
Queremos renovar constantemente
la experiencia de comunión
con Dios y con los hombres
que tú nos propones cada día en la eucaristía.
Comunión
Si meditamos con atención el evangelio de
este domingo, vemos que a
través
de él se desarrollan dos secuencias lógicas que se oponen radicalmente
y
entre las que se mueve también muchas veces nuestra vida.
Una es la interpretación de los hechos que
dan los discípulos de Jesús y
la
solución que proponen: hay mucha gente, el lugar es desértico, se hace
tarde...
luego lo mejor es la dispersión de la multitud y que cada uno trate
de
solucionar el problema de la subsistencia como pueda...
Totalmente distinto es lo que propone Jesús:
reunir la gente, decirle que
se
siente y darle de comer...
La solución imaginada por los discípulos es
realista y de una
racionalidad
impecable, pero tiende hacia la disgregación, hacia la
insolidaridad,
lleva a que cada uno se refugie en su esfera privada... Lo que
Jesús
propone, por el contrario, promueve de inmediato la participación y la
comunión.
La exégesis racionalista ha querido a veces
explicar todo el contenido de
este
pasaje del evangelio a base de ese mecanismo de tipo social. El milagro
consistiría
únicamente en repartir bien lo que el grupo tiene porque ha
sabido
encontrar a alguien que sabe estimular el dinamismo de la solidaridad.
Pero
el dato evangélico desautoriza esas interpretaciones: "Solo tenemos
cinco
panes y dos peces... Comieron unos cinco mil hombres...".
Jesús no es sólo, como José en Egipto, un
buen administrador de lo que la
naturaleza
produce. Su acción encierra un misterio que va más allá del saber
distribuir
bien o de saber organizar a la gente. Pero no por eso es menos
cierto
que el milagro viene a confirmar y, por así decirlo, a ratificar el
movimiento
de comunión que las palabras y los gestos de Jesús habían
suscitado.
Se constituye así el grupo inmenso de "los que habían comido".
El evangelio de Juan (cap. 6) explica, sin
embargo, la fragilidad de ese
grupo
que se consideró ya saciado por haber comido el pan material una sola
vez y no supo buscar el otro
tipo de alimento que Jesús ofrecía también.
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