17
de agosto de 2014 - XX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO – Ciclo A
"¡Qué‚ grande es tu fe,
mujer!"
-Is 56,1. 6-7
-Sal 66
-Rom 11,13-15. 29-32
Mateo
15,21-28
Jesús salió y se retiró al país de Tiro y
Sidón. Entonces una mujer
cananea,
saliendo de uno de aquellos lugares, se puso a gritarle:
-Ten compasión de mí, Señor, Hijo de David.
Mi hija tiene un demonio muy
malo.
El no le respondió nada. Entonces los
discípulos se le acercaron a
decirle:
-Atiéndela, que viene detrás gritando.
Él les contestó:
-Sólo me han enviado a las ovejas
descarriadas de Israel.
Ella los alcanzó y se postró ante Él, y le
pidió de rodillas:
-Señor, socórreme.
Él le contestó:
-No está bien echar a los perros el pan de
los hijos.
Pero ella repuso:
-Tienes razón, Señor; pero también lo perros
comen las migajas que caen
de
la mesa de los amos.
Jesús le respondió:
-Mujer, ¡qué grande es tu fe!, que se cumpla
lo que deseas, En aquel
momento
quedó curada su hija.
Comentario
Las tres lecturas de este domingo tienen
como tema común la universalidad
de
la salvación en Cristo, para que "todos los pueblos alaben a Dios"
(Sal
66).
El pasaje de la tercera parte del libro de
Isaías hace hincapié en la
posibilidad
que tienen los extranjeros de "subir al monte santo de Sión" y
de
ofrecer su sacrificio en el templo, casa común de todos los pueblos. Es
de
notar que el profeta insiste en las condiciones interiores, accesibles a
todos,
para formar parte del pueblo de Dios (extranjeros que se han dado al
Señor),
más que en las características étnicas o en observancias legales.
Se va así abriendo camino la idea de una
apertura universal según la cual
todo
hombre puede adorar a Dios en espíritu y en verdad (Cfr. Jn 4,21) y de
que
la salvación es ofrecida a todo el que cree (Rom 3,21). En esa línea
puede
verse el relato que leemos hoy en el evangelio, aunque no sin alguna
dificultad.
El único punto de referencia del relato de
Mateo es el pasaje paralelo de
Marcos
(7,24-30). Esto ya es significativo, pues Lucas, el evangelista que
más
insiste en los aspectos universales de la salvación, omite este hecho.
Si nos fijamos en el texto de Mateo que
leemos hoy, llama la atención la
determinación
de Jesús para ir a tierra de paganos. Hay que tener en cuenta
la
crítica que en los versículos anteriores había hecho a las prácticas
legalistas
que olvidan el corazón del hombre.
Si leemos con atención el relato vemos que,
ante la fe profunda y
sencilla
de la mujer cananea, Jesús parece oponer un triple rechazo: el
silencio,
la declaración de que su misión está reservada a las ovejas de
Israel
y la preferencia de los hijos sobre los perros. Es de notar que en el
evangelio
de Marcos el rechazo es sólo uno y que no hay una exclusión tan
fuerte
de los paganos, sino más bien una preferencia por el pueblo elegido:
"Deja
que coman primero los hijos" (Mc 7,27).
La diferencia puede explicarse por la
diversidad de destinatarios de
ambos
evangelios: las comunidades provenientes del paganismo (Marcos) y las
comunidades
judeocristinas (Mateo). O quizá la mayor dureza de Jesús en el
evangelio
de Mateo sirva sólo para acentuar la fe de la mujer cananea. El
rechazo
pone mayormente de relieve cómo de nada sirve la pertenencia al
pueblo
de Israel sin la fe personal.
La postura de Mateo se acercaría así a la
que expresa S. Pablo en la 2ª.
lectura,
el cual pretende despertar la emulación de los de su raza para ver
si
salva a alguno de ellos.
Al encuentro del hombre
La Palabra de Dios orienta nuestra reflexión
hacia la dimensión universal
del
plan salvífico de Dios. En el milagro efectuado por Jesús en favor de una
mujer
que no pertenecía al pueblo elegido, los evangelistas ven el signo de
una
llamada a todos los hombres a formar parte de la nueva alianza hecha por
Dios
en Cristo. La única condición es la fe en Jesús, "el hijo de David".
La piedra fundamental de ese universalismo
de la salvación, ya anunciado
por
los profetas, es ciertamente la encarnación del Verbo. El concilio
Vaticano
II lo ha expresado así: "Imagen de Dios invisible (Col 1,15). Él es
el
hombre perfecto que ha restaurado en la decadencia de Adán la semejanza
divina
deformada por el primer pecado. La naturaleza humana ha sido por Él
asumida,
no absorbida; por lo mismo, también en nosotros ha sido elevada a
dignidad
sin igual. Y que Él, Hijo de Dios, por su encarnación, se identificó
en
cierto modo con todos los hombres: trabajó con manos de hombre, reflexionó
con
inteligencia de hombre, actuó con voluntad humana y amó con humano
corazón.
Nacido de la Virgen María, es verdaderamente uno de nosotros,
semejante
en todo a nosotros, excepto en el pecado" (G.S. 22). Ese primer
paso
de solidaridad con todo hombre dado por Dios mismo en la encarnación es
el
que orienta todos los otros y el que guía los que la iglesia y cada uno
de
nosotros debemos dar continuamente.
Ante el hecho de la encarnación, podríamos,
sin embargo,
estar
tentados de eliminar todas las barreras y de llegar a un confusionismo
sincretista
para decir que todas las situaciones religiosas son equivalentes,
puesto
que Dios mismo parece haber negado la raíz de todos los privilegios.
El
respeto de la libertad religiosa se funda en la naturaleza libre de la
persona
y no en la mayor o menor adecuación a la verdad que tienen sus
creencias.
El evangelio de este domingo nos invita a
ser al mismo tiempo abiertos y
cautos
ya que el mismo Jesús, que va al encuentro de todos, parece marcar
unas
distancias y establecer unas prioridades. Esa es también la otra faceta
que
nos enseña la encarnación y que no cesamos de meditar. Jesús se ha
identificado
con un pueblo, el pueblo de Israel. Ha asumido la naturaleza
humana,
no de modo genérico, sino con todas las limitaciones y connotaciones
de
una cultura, una lengua, una fe. En un momento determinado y encontrándose
en
una situación similar a la que relata el evangelio de este domingo, no
teme
decir a la mujer samaritana: "la salvación viene de los judíos" (Jn
4,23).
Efectivamente, Dios no puede deshacer con
una mano lo que construye con
la
otra. "Los dones y la llamada de Dios son irrevocables" (2ª.
lectura). Hay
una
armonía en el designio de Dios que a veces se nos escapa porque nuestra
limitación
nos impide sondear el misterio.
Señor Jesús, abierto a todos,
que has salido al encuentro del hombre,
prisionero del diablo y del pecado,
aumenta en nosotros la fe
que confiesa tu nombre y tu poder,
y nos acerca al Padre con la confianza de
los hijos.
Enséñanos a no desanimarnos en la oración
y danos esa actitud profunda
de respeto y de apertura,
de humildad y de sencillez,
fruto de la acción del Espíritu Santo,
que no hace cercanos a todos
y nos une verdaderamente a ti
Ser universales
La construcción de la comunión entre todos
los hombres es una vieja
aspiración
humana que hoy se hace más apremiante por la facilidad de la
comunicación
y por la frecuencia de intercambios de todo tipo. El evangelio
de
hoy nos enseña que para que tal aspiración pueda realizarse de verdad es
necesario
reconocer a Jesús como Señor y portador de la salvación. Es, en
efecto,
el pecado lo que cierra el corazón del hombre al encuentro con sus
hermanos
y con Dios.
Podemos imaginar dos caminos para ensanchar
nuestro corazón y vivir esa
universalidad
de la salvación a la que invita la Palabra de Dios.
El uno se dirige hacia la comprensión de la
complejidad del alma humana
y
de las diversas realidades en las que la salvación actúa. Es un camino que
lleva
a la admiración por la multiplicidad y grandeza de las obras de Dios
en
los distintos tiempos de la historia, en la diversidad de las culturas, en
la
multiplicidad de los pueblos, de las instituciones... Requiere una buena
capacidad
de apertura, de tolerancia y de penetración en las realidades
humanas
para rastrear los senderos del Espíritu y para comprender a personas
muy
distintas de nosotros.
Pero hay otro camino para llegar a la
universalidad. Es el de la
sencillez.
Consiste en saber vivir en profundidad y con sentido común las
cosas
más elementales. Podemos estar seguros de que en ella nos encontramos
con
todo hombre.
Fue quizá esa actitud de sencillez,
aprendida largamente en Nazaret, la
que
permitió a Jesús descubrir en la apremiante insistencia de una madre
cananea
esa fe sincera que le arrancó el milagro de la liberación de su hija.
Los cristianos, llamados hoy a colaborar más
que nunca con todos los
hombres
en los diversos terrenos de la actividad humana, debemos al mismo
tiempo
ponernos al alcance de todos y conservar de modo firme la autenticidad
de
nuestra fe y la coherencia con la vida teniendo como punto de referencia
a Jesús, el Hijo de Dios.
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