24
de agosto de 2014 - XXI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO – Ciclo A
"¿Quién decís que soy yo?"
-Is 22,19-23
-Sal 137
-Rom 11,33-36
Mateo
16,13-20
Llegó Jesús a la región de Cesarea de Filipo
y preguntaba a sus discí-
pulos:
-¿Quién dice la gente que es el Hijo del
hombre?
Ellos contestaron:
-Unos que Juan Bautista, otros que Elías,
otros que Jeremías o uno de los
profetas.
Él les preguntó:
-Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?
Simón Pedro tomó la palabra y dijo:
-Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.
Jesús le respondió:
-¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque
eso no te lo ha revelado
nadie
de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo. Ahora te digo yo:
Tú
eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del
infierno
no la derrotará. Te daré las llaves del Reino de los cielos; lo que
ates
en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra,
quedará
desatado en el cielo. Y les mando a los discípulos que no dijeran a
nadie
que Él era el Mesías.
Comentario
La liturgia de la Palabra se abre con una explicación
del símbolo de las
llaves
que empleará después el evangelio. En el pasaje de Isaías, exponiendo
un
caso concreto de la historia de Israel, se explica que este símbolo
representa
la posesión de un poder que es estable y firme gracias a la
benevolencia
divina.
El texto del evangelio comprende dos partes
fácilmente identificables: la
una
se centra en la persona de Jesús, la otra en la de Pedro. Forman parte
también
de la misma unidad literaria los versículos siguientes que se
refieren
al seguimiento de Jesús por el camino de la cruz.
La pregunta de Jesús acerca de su propia identidad
culmina con la
respuesta
de Pedro que confiesa abiertamente su mesianidad y su condición de
Hijo
de Dios.
Dos son los detalles propios del relato de
Mateo, que por lo demás
depende
casi totalmente de Marcos. El primero, de poca importancia, se
refiere
a la lista de los personajes con los que la gente identifica a Jesús.
Mateo
añade el profeta Jeremías, quizá por el significado mesiánico de su
persona.
El otro detalle tiene mayor relieve. La confesión de fe de Pedro en
Mateo
es más completa y expresiva que en Marcos. Mateo añade la expresión "el
Hijo
de Dios viviente": Hay que reconocer, sin embargo, que en el evangelio
de
Marcos la confesión de fe de Pedro juega un papel muy relevante. Es casi
el
centro del segundo evangelio (Cf. Domingo XXIV del ciclo B). También aquí
se
ve la orientación más cristológica de Marcos y más eclesiológica de Mateo.
La segunda parte del texto leído hoy se
refiere a la misión de Pedro.
Comienza
con el elogio de Jesús no tanto referido a Pedro personalmente
cuanto
a la acción del Padre en él. Aparece así Pedro como prototipo del
creyente
que acoge la verdad de la fe.
Su misión viene descrita con tres metáforas
cada una de las cuales revela
un
aspecto de la misma. La piedra evoca la solidez y estabilidad de los
cimientos
subrayando también el aspecto comunitario al aludir a la
construcción
que va encima. Añádase además la importancia que tiene en la
Biblia
el cambio del nombre de una persona. Las llaves significan poseer no
sólo
un poder, sino también una responsabilidad y una misión de vigilancia
y
de custodia que cumplir. Finalmente tenemos la expresión de "atar y
desatar".
Está tomada del lenguaje jurídico de la época y se empleaba para
distinguir
lo que estaba permitido hacer de lo que no lo estaba. Puede tener
dos
significados: manifestar de forma auténtica lo que es conforme a la
voluntad
de Dios y la capacidad para admitir (o excluir) a una persona en la
comunidad.
De esa forma se vinculan fuertemente en la persona de Pedro las
funciones
de gobierno y de magisterio.
Pedro y José
Leyendo el evangelio de hoy desde Nazaret
viene espontáneamente la
comparación
entre el ministerio de Pedro en la Iglesia y el de José en la
Sagrada
Familia. ¿No es toda familia una "Iglesia doméstica"?. Naturalmente
no
se trata de hacer una fácil transposición de funciones, ni un calco de las
figuras,
sino de ver cómo la misión que José desempeñó puede iluminar de
algún
modo la del responsable de la comunidad cristiana.
La autoridad de José se funda en la
obediencia de la fe. Y ésta consiste
en
esa actitud básica "por la que el hombre se confía libre y totalmente a
Dios
prestándole el homenaje del entendimiento y de la voluntad, y asintiendo
voluntariamente
a la revelación hecha por Él" (D. V. 5). La fe de José, que
desde
el principio se encuentra con la fe de María (R.C. 4), es la que le
constituye
en el depositario del misterio que Dios le confía. Si no lo
confiesa
explícitamente, como Pedro, podemos decir que su vida entera es un
testimonio
de la revelación de Jesús como Mesías e Hijo de Dios.
La autoridad de José se ejerce en la línea
de la paternidad. La
intervención
del Espíritu Santo en la concepción virginal de Jesús no excluye
la
colaboración humana de José. Jesús es el hijo de María pero es también el
hijo
de José por su matrimonio. José es así llamado a tener una
responsabilidad
en la familia de Jesús que introduce ya, de hecho, en lo que
será
la estructura sacramental de la Iglesia. José asume todas las tareas y
funciones
de un verdadero padre, aun sin serlo biológicamente. Como Pedro que
es
colocado como cimiento de la Iglesia, sabiendo bien claramente que "un
cimiento
diferente al ya puesto, que es Jesús, nadie puede ponerlo" (1Co
3,11).
Esa atribución, por gracia, de lo que compete sólo a Cristo, debe ser
tenida
siempre presente en la Iglesia, no sólo por parte de quienes ejercen
funciones
de autoridad, sino por todos.
La autoridad de José‚ se lleva a cabo como
discipulado y como servicio.
"Su
paternidad se expresa concretamente en haber hecho de su vida un
servicio,
un sacrificio al misterio de la encarnación y a la misión redentora
que
lleva unida; en haber usado la autoridad legal, que le correspondía como
jefe
de la Sagrada Familia, para vivirla como don de sí, de su vida, de su
trabajo;
en haber convertido su vocación humana al amor familiar, en oblación
sobrenatural
de sí mismo, de su corazón y de sus capacidades en el amor
puesto
al servicio del Mesías que había germinado en su propia casa" (Pablo
VI
Alocución del 19-3-1966).
Vemos
ya dibujado en José‚ el estilo del ejercicio de la autoridad como
servicio
que Jesús pedirá en el evangelio a sus apóstoles.
Padre Santo, sólo con la fuerza del Espíritu Santo
podemos confesar la verdad acerca de Jesucristo.
Te bendecimos
porque en el misterio del Hijo
nos revelas también tu rostro
y tu designio de salvación para todos los hombres.
Junto con la firmeza en la verdadera fe,
danos una gran voluntad de comunión;
enséñanos a sentirnos a todos, responsables
de nuestra comunidad
colaborando con quienes son signos
de tu presencia de Padre
y ayudándolos a cumplir su misión.
Sentido de Iglesia
La reflexión sobre la identidad de Jesús y
sobre la misión de Pedro nos
llevan
a examinar también el sentido de Iglesia que nosotros tenemos. Es uno
de
los factores más importantes para crecer en la vida cristiana.
Es la presencia de Cristo resucitado (Mt
28,28) la que garantiza a la
Iglesia
su unidad y dinamismo en el cumplimiento de su misión en la historia.
Pero
hay que tener en cuenta que el mismo Cristo ha designado un fundamento
visible.
Esto nos lleva a recordar algunas afirmaciones esenciales del
Vaticano
II que deben ser ya patrimonio de la mentalidad del cristiano desde
hace
años. "Cristo, Mediador único, estableció su Iglesia santa, comunidad
de
fe, de esperanza y de caridad en este mundo como una trabazón visible y
la
mantiene constantemente, por la cual comunica a todos la verdad y la
gracia.
Pero la sociedad dotada de órganos jerárquicos, y el cuerpo místico
de
Cristo, reunión visible y comunidad espiritual, la Iglesia terrestre y la
Iglesia
dotada de bienes celestiales, no han de considerarse como dos cosas,
porque
forman una realidad compleja, constituida por un elemento humano y
otro
divino. Por esa profunda analogía se asimila al misterio del Verbo
encarnado.
Pues como la naturaleza asumida sirve al Verbo divino de órgano
de
salvación a Él indisolublemente unido, de forma semejante la unión social
de
la Iglesia sirve al Espíritu de Cristo, que la vivifica para el incremento
del
cuerpo (Cf. Ef. 4,16)" (L.G. 8).
El "sentido de Iglesia", que
comporta no sólo el hacerse una idea clara
acerca
de su naturaleza y su misión, sino además un amor grande y vital hacia
todo
lo que la concierne, es uno de los grandes criterios para discernir la
madurez
cristiana. Está también en el origen de los grandes compromisos de
todos
los tiempos para renovar la misma Iglesia y para contribuir a realizar
su
misión evangelizadora.
No hay comentarios:
Publicar un comentario