21
de septiembre de 2014 – XXV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
Ciclo
A
"Id también vosotros a mi
viña"
-Is 55,6-9
-Sal 144
-Fil 1,20-27
Mateo
20,1-16
Dijo Jesús a sus discípulos esta
parábola: El Reino de los cielos se
parece
a un propietario que al amanecer salió a contratar jornaleros para su
viña.
Después de ajustar con ellos un denario por jornada, los mandó a la
viña.
Salió otra vez a media mañana, vio a otros que estaban en la plaza sin
trabajo,
y les dijo:
-Id también vosotros a mi viña, y os pagaré
lo debido.
Ellos fueron. Salió de nuevo hacia mediodía
y a media tarde, e hizo lo
mismo.
Salió al caer la tarde y encontró a otros, parados, y les dijo:
-¿Cómo es que estáis aquí el día entero sin
trabajar?
Le respondieron:
-Nadie nos ha contratado.
Les dijo:
-Id también vosotros a mi viña.
Cuando oscureció dijo el dueño al capataz:
-Llama a los jornaleros y págales el jornal,
empezando por los últimos y
terminando
por los primeros.
Vinieron los del atardecer, y recibieron un
denario cada uno. Cuando
llegaron
los primeros, pensaban que recibirían más, pero ellos recibieron
también
un denario cada uno. Entonces se pusieron a protestar contra el amo:
-Estos últimos han trabajado sólo una hora y
los ha tratado como a
nosotros,
que hemos aguantado el peso del día y del bochorno.
El replicó a uno de ellos: Amigo, no te hago
ninguna injusticia. ¿No nos
ajustamos
en un denario? Toma lo tuyo y vete. Quiero darle a este último
igual
que a ti. ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis
asuntos?
¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno? Así, los últimos
serán
los primeros, y los primeros los últimos.
Comentario
La parábola del dueño de la viña constituye
una de las últimas enseñanzas
de
Jesús antes de su entrada final en Jerusalén. Es propia del evangelista
Mateo.
Los datos de la vida real que forman el conjunto de la parábola,
permiten
hacerse una idea de algunos aspectos de la sociedad en tiempo de
Jesús:
situación de los obreros y campesinos, dificultad de encontrar
trabajo,
el salario, etc. Pero esto no debe llevarnos a pensar que podemos
encontrar
en ella enseñanzas sobre los aspectos sociales del mensaje
cristiano.
Lo que el evangelio quiere transmitir va por otros caminos.
El texto evangélico que leemos hoy consta de
tres partes: La contratación
de
los obreros por el amo de la viña (v. 1-7), la paga del salario al final
de
la jornada (v. 8-15) y la sentencia conclusiva (v. 16), que en los otros
evangelios
sinópticos se halla en contextos diferentes.
Nada de particular encontramos en la primera
parte de la parábola, si no
es
la preocupación del dueño, no sólo por que se realice el trabajo en su
propiedad,
sino también por la situación de quienes estaban desocupados todo
el
día: "¿Cómo estáis aquí el día entero sin trabajar?".
Lo que aparece como desconcertante e
inesperado (y en ello reside la
fuerza
expresiva de la parábola) es el salario que el dueño da a los
trabajadores.
La paga, en efecto, no guarda proporción con la tarea que los
obreros,
contratados a horas distintas, han podido efectuar. Por eso la
crítica
de los primeros parece a primera vista justificada, aunque en
estricta
justicia no pueden pretender un salario mayor al del contrato.
Llegamos así al núcleo central de la
parábola que está en la actitud de
liberalidad
del amo de la viña, ante quien no cuentan los méritos personales
(nada
se dice de la calidad del trabajo de cada uno), pues es él quien da a
todos
según su criterio.
Esa actitud de generosidad de parte del
dueño es reflejo claro de la
de
Dios. Y nos muestra no sólo que sus planes son muy distintos del común
pensar
de los hombres (1ª. lectura), sino que invita a todos a recibir la
salvación
como un don precioso y gratuito. En la paga más que justa de los
últimos
se traduce la misericordia del Padre con todos los hombres y la
bondad
de Jesús con los pecadores y los que menos contaban en la sociedad de
su
tiempo.
Parece ser que la Iglesia primitiva aplicaba
esta parábola a la entrada
de
los paganos en la comunidad de salvación. En ella, en efecto, se da ese
cambio
de situaciones por la que los últimos llegan a ser los primeros. Es
una
lectura de la historia que puede haber influido en la formulación misma
de
la parábola. Es de tener en cuenta, sin embargo, que ni en la parábola ni
en
la realidad histórica los últimos llegados sustituyen a los que ya
llevaban
mucho tiempo en la viña (el pueblo de Israel) y que unos y otros
reciben
la misma salvación.
Los últimos
La meditación del evangelio desde Nazaret
nos lleva a detenernos un poco
más
en la sentencia que concluye la parábola. En ella se recoge una parte
importante
del contenido del texto.
Los padres de la Iglesia han dado
frecuentemente una interpretación de la
parábola
desde el punto de vista de la historia de la salvación. San Agustín
escribe:
"Los llamados en la primera hora fueron Abel y los justos de su
época;
"hacia las nueve", Abrahán y los justos de su tiempo; "hacia
mediodía",
Moisés, Aarón y los justos de su tiempo; "hacia las tres de la
tarde",
los profetas y los justos coetáneos; a la última hora del día, es
decir,
casi al fin del mundo, todos los cristianos". Viendo así el sentido
global
de la parábola ciertamente se pone de relieve la desproporción entre
los
últimos llegados y el don recibido. No sólo porque el don no corresponde
al
tiempo de trabajo efectuado, sino porque los últimos han recibido la
plenitud
de la salvación".
Pero la parábola nos invita a dar un paso
más. El cruce de las
situaciones
que se produce entre los primeros y los últimos, es una
invitación
a entender cómo es "el Reino de los cielos". Y más concretamente
cómo
es el rostro de quien ha producido con su comportamiento un tal cambio
de
situación. La parábola apunta hacia una fe en un Dios, dueño del mundo,
que
interviene en él y se preocupa por su suerte desde el primer hasta el
último
y ante quien nadie puede alegar méritos. Pero también nos invita a ver
al
Padre que con su comportamiento pone en crisis los modos de pensar con-
siderados
normales o racionalmente justos, para dar un vuelco a las si-
tuaciones
en favor de quienes tienen menos derecho, menos posibilidades,
menos
oportunidades...
Es la misma mirada en la que nos educa la
contemplación del misterio de
Nazaret,
porque también allí Dios es alabado como aquél que se fija en los
humildes,
en los pobres y en los últimos. Es lo que María canta en el
Magnificat
cuando dice: "Derriba del trono a los poderosos y enaltece a los
humildes,
a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos despide vacíos"
(Lc
1,52-53).
Fundamento de todo es la actuación suprema
de Dios en la plenitud de los
tiempos
cuando decidió manifestar su gloria en la humildad de la naturaleza
humana.
En la encarnación se expresa la preferencia de Dios por lo pobre, por
lo
humilde. No excluye con ello a los que son "poderosos" o
"ricos", sino que
los
llama a bajarse del trono y a vaciarse de sus riquezas para recibir
gratis
el mismo salario que los pobres y humildes.
La parábola evangélica llama a todos a una
igualdad basada en la
gratuidad
del don de Dios y en su amor.
Te bendecimos, Padre,
por la abundancia de tu gracia.
Tú llamas a todas las horas del día
y a todos los hombres;
das a cada uno la fuerza para responder
y para trabajar en la viña,
y, al final de la jornada,
das también más de lo que cada uno ha
ganado.
Nadie puede medir tu grandeza y tu
generosidad.
Te agradecemos el don del Espíritu Santo,
que en Jesús, tu Hijo, nos hace hijos,
y es ya desde ahora la señal y las arras
del premio que, cuando todo acabe,
nos darás un día.
Gratuidad
En una sociedad como la nuestra donde
tienden a intensificarse las
relaciones
comerciales entre personas y grupos, quedan siempre menos espacios
para
la gratuidad. Todo parece tener un precio, todo puede ser comprado o
pagado.
El gesto del amo de la viña que paga sin
medida, nos lleva a reflexionar
sobre
el puesto que ocupa en nuestra vida la gratuidad.
El primer paso de esta reflexión puede ser
una apertura hacia el fluir de
la
vida. En ella encontramos muchas cosas que nos son dadas gratuitamente,
sin
que nos demos cuenta. Es más, son precisamente las cosas más importantes
las
que recibimos gratis, empezando por el don mismo de la existencia. La
mirada
de fe descubre detrás de todo lo que recibimos la mano de Dios, rico
en
gracia y misericordia, cuya grandeza no se puede medir (Sal resp).
Como consecuencia brota la actitud profunda
del agradecimiento. A la
gratuidad
de Dios corresponde la gratitud del hombre. Es una actitud humana
y
cristiana de primer orden que lleva a la justa valoración no sólo de lo que
se
recibe, sino de quién es el que da y de quién es el beneficiario.
Pero además esa actitud debe alumbrar en
nosotros la fuente de la
gratuidad,
según la lógica del "gratis habéis recibido, dad gratis" (Mt
10,8).
Quien es capaz de abrirse a la gratuidad de
Dios, fácilmente entra en la
dinámica
del amor, interpretando todo lo que hace como respuesta agradecida
al
don recibido. A la "gracia" que viene de Dios, se responde con el
"gracias"
de la vida entera. Se entra así en una dinámica que lleva a dar sin
medida
y sin esperar recompensa: es la pura caridad cristiana.
Si nos dejamos llevar por la gratuidad como
sentido profundo de lo que
hacemos,
contribuiremos en nuestro ambiente a crear un clima más respirable
y
a fundar la existencia sobre los verdaderos valores. Estaremos de algún
modo
contribuyendo a una "ecología espiritual" al crear espacios donde se
recupera
la alegría de vivir al mismo tiempo que los pobres encuentran
también
un puesto.
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